El diálogo siempre es la solución

Yoandy Izquierdo Toledo
Jueves de Yoandy

El 17 de diciembre es recordado en Cuba por muchos motivos. Tradicionalmente se celebra el día de San Lázaro, que la religiosidad popular mantiene como devoción de antaño. Pero hace más de un quinquenio los cubanos lo recordamos con un hecho histórico y político de gran envergadura.

El restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, el 17 de diciembre de 2014 constituyó, en su momento, un parteaguas entre distintos grupos de la sociedad civil cubana. Al menos dos grupos de pensamiento agruparon a los que nunca vieron bien el acercamiento y a los que históricamente han estado a favor del diálogo y la negociación. Lo cierto es que, más allá de estas divisiones internas, propias de cualquier sociedad, y por supuesto también de la cubana, muchas veces escasa de opciones para elegir (y cuando las tiene se decanta por una u otra sin asumir que es propio, natural, sano, pero debe ser con respeto al diferente) aquel hecho del deshielo significaba un gran paso en el camino del diálogo y el entendimiento. Ningún avance que tenga lugar con estas premisas como meta y tarea será negativo para ninguna persona, grupo o sociedad en su conjunto.

Todo ciudadano, estudioso del tema, experto, mediador y hasta los protagonistas del diálogo, sabían que no iba a ser fácil poner fin a una política, y más allá de ella a un estilo sostenido en el tiempo. Entonces fue que, aun diciendo en repetidas ocasiones que el diálogo estaba basado en el respeto a las diferencias, primaron las asperezas, las descalificaciones continuas, los condicionamientos que pensaban más en los beneficios económicos y comerciales que en el empoderamiento ciudadano. La temática de los derechos humanos, por ejemplo, siempre fue un punto que el gobierno cubano prefería no tocar. La consideraba intromisión del país que ya no era enemigo para la apariencia internacional, pero hacia lo interno se mantenía aquel criterio de soberanía que parecía basarse solamente en categorías macroeconómicas, dejando a un lado la preeminencia de la persona humana, elemento que une a los dos pueblos más allá de las políticas de Estado.

Es inevitable negar ciertos cambios que sucedieron: apertura de embajada, vuelos comerciales, intercambio cultural, visitas turísticas, entre otros. Pero en una mesa de negociación los interlocutores deben ser claros, precisos y atentos a las demandas de las partes implicadas. El proceso no se debe mover hacia un solo lado, ni se debe acomodar a una parte y obviar que todo se pone en común. Los temas de la agenda se debaten y se concluyen, o se detienen si no hay consenso, pero nunca se ataca.

El diálogo es un largo proceso de toma y daca, donde se busca la equidad, que no significa igualdad, sino que se traduce en respeto y coexistencia pacífica. Siempre se debe comenzar por los temas más fáciles hasta llegar a los más complicados, generando confianza y demostrando que se puede avanzar y que los procesos se pueden complejizar durante la marcha, pero se pueden y deben mantener las bases iniciales. Para ello los dos ingredientes fundamentales son la voluntad y la capacidad para escuchar. La voluntad es primordial, porque nadie debe ir a la mesa de diálogo obligado; persuadir al interlocutor para que cambie de opinión no es la función del diálogo, sí de la propaganda que envenena conciencias y frena el entendimiento. El diálogo no emplea otras herramientas de presión más allá de las que intrínsecamente le pertenecen: comunicación, propuesta y resultado tangible. La sinceridad y la apertura, obviamente con límites, ayudan a mantener un sano clima, y el avance eficaz del proceso que se ha iniciado.

Es conocido que muchos de los factores anteriores fallaron durante el proceso de restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos. La intransigencia de un lado y de otro, y la desconfianza, asumiendo y juzgando las intenciones, hicieron abortar el proceso. Lo peor del caso siempre ha sido plantarse, creer que la razón está constantemente de una parte, no poner todas las piezas del rompecabezas sobre la mesa y esperar mucho ofreciendo, en cambio, muy poco.

Algunos analistas y pensadores de futuro, que creen férreamente en el poder del diálogo, consideran que es la única vía posible para el cambio civilizado y en paz. Que cuesta, sí; que es urgente y necesario, también. Pero no olvidemos que, primero debe ocurrir el proceso de diálogo y escucha activa entre los propios cubanos, y luego la apertura a las propuestas venidas de la comunidad de naciones que conforman la aldea global. Ya lo decía el papa Juan Pablo II en su histórica visita a Cuba en 1998: “Que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba”. A lo que también podemos agregar otra de sus encomiendas: “Ustedes son, y deben ser, los protagonistas de su propia historia personal y nacional”. En su pensamiento y exhortaciones para los cubanos tenemos algunas claves: apertura, diálogo interno primero, y protagonismo de la persona y la sociedad civil. Nunca más rechacemos la infinita oportunidad que nos ofrece el camino del diálogo. Es la solución para todos los conflictos.

 


  • Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
  • Licenciado en Microbiología.
  • Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
  • Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
  • Responsable de Ediciones Convivencia.
  • Reside en Pinar del Río.

 

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