Hace un tiempo leía un libro que, por estos días, he recordado más claramente por la vigencia del tema y la necesidad de la propuesta que hace el autor. Se trata del volumen “Tiempost modernos. Una teoría de la dominación” del argentino Enrique M. del Percio. En sus tres primeras partes se abordan: la genealogía de la sociedad contemporánea, las nuevas realidades y las nuevas respuestas con el inicio del pensamiento científico social hasta la etapa de consolidación académica y los replanteos más actuales; así como se realiza un diagnóstico de la sociedad para llegar a lo que el autor llama el cambio en la estructura de dominación. Sin embargo, la cuarta parte, independientemente de la veracidad o no de las anteriores, es la que me resultó más interesante porque podría ser, en sí misma, un libro completo. La propuesta que realiza el autor ante los cambios más contemporáneos es la de ponderar el desarrollo humano.
En sintonía con el camino que ha venido siguiendo el Centro de Estudios Convivencia (CEC) desde su fundación, en el sentido de plantearse un Itinerario de Pensamiento y Propuestas para el Futuro de Cuba, el autor en esta parte final de su libro parte del diagnóstico y llega a la propuesta. Es asombrosa la mímesis en el lenguaje empleado por la confluencia de términos y el mismo espíritu de las medianías, el equilibrio entre los extremos, el tesón en cada empeño sin caer en los “optimismos candorosos” o en los “pesimismos estériles” como le llama el autor. Esa ha sido siempre la línea del CEC, evitar la queja inútil, teniendo clara la meta, y valorando los riesgos en ese tránsito incierto.
En el inicio de siglo, año 2000, cuando fue escrito este libro, Convivencia aún no había surgido. Siete años después, desde el interior de la Isla, en Pinar del Río, se fundaba este espacio para la ciudadanía y la sociedad civil, justamente con la finalidad que este autor aborda como salida a la nueva dominación del hombre que establecen las sociedades contemporáneas: explorar las infinitas posibilidades del ser humano, el horizonte abierto a la creación y a la vinculación de las capacidades a las necesidades que la realidad demanda en cada momento. Ante las desigualdades, las asimetrías constantes dentro de un mismo sistema, los riesgos para la paz y la convivencia entre las personas y los Estados, y su interacción, “el paradigma del desarrollo humano se revela como la única herramienta válida a la hora de superar la etapa del diagnóstico y proponer el remedio”. Es lo que Convivencia llama un estudio prospectivo, donde la persona humana sea colocada en el centro de todas las relaciones.
El futuro siempre es incierto y es legítimo el miedo al cambio; pero mayor puede ser el miedo cuando no se tienen claros los destinos hacia dónde nos queremos mover. Las reiteradas simplificaciones en cuanto a los análisis de la realidad quizá sean la causa de los fracasos en cuanto a proyectos que necesitan dinamismo, apertura e inclusión. Creo que con tal reduccionismo lo que se logra es mantener una utopía alienante sin caminar hacia el punto de la “utopía posible”. El conservadurismo frena el desarrollo, coarta la libertad, impide las transformaciones necesarias, obviando las posibilidades de cada persona y de la sociedad como un ente vivo, enriquecido por el acervo individual que se multiplica cuando tiene en cuenta la pluralidad.
El desarrollo humano es un concepto bastante trabajado, que a fines del pasado siglo ya era abordado por el Programa de Naciones Unidas (PNUD, 1990). Para algunos era desde sus inicios y sigue siendo un concepto un poco vacío que contempla una serie de buenos propósitos que pocas veces se pueden llevar a la práctica. Con sus seguidores y/o detractores, el desarrollo humano sigue siendo para los que defendemos las libertades humanas y abogamos por los derechos humanos para todos, un imperativo ético de primer orden.
Más allá de asociar el desarrollo humano a las variables indicativas del crecimiento económico, y para desmontar las creencias de un concepto utópico, se establece el uso de la variable conocida como Índice de Desarrollo Humano. Uno de los padres del mencionado índice, el Premio Nobel de Economía de 1998, Amartya Sen, también se cuestionaba el uso de este mecanismo de medición que habían concebido pero, al menos, podemos ponderarlo por presentar la cuestión de todo lo relativo a las oportunidades y la calidad de la vida humana, y eso ya le otorga un valor añadido. En todo caso, lo que lo hace más relevante es su vinculación con todos aquellos mecanismos que podrían propiciar la ampliación de las oportunidades, la búsqueda de la aplicación de cada una de las capacidades, es decir, definir los roles de cada protagonista para desarrollar todas sus potencialidades. La relación entre desarrollo humano y participación ciudadana, gobernabilidad y gobernanza, seguridad ciudadana en general (que incluye seguridad política, jurídica, social) es muy estrecha y requiere que sea sostenida en el tiempo y con las garantías reales.
En la Encíclica Populorum Progressio de 1967, el Papa Pablo VI introdujo el concepto de desarrollo integral cuando expresó: “El desarrollo no puede limitarse al simple crecimiento económico. Con el fin de ser auténtico, debe ser completo: integral, es decir, tiene que promover el bien de cada hombre y de todos los hombres”. En la Doctrina Social de la Iglesia se mantiene esa meta como una utopía posible, para seguir con el término que emplea el autor del libro que me ha motivado a esta reflexión. Haciendo el juego de palabras desde el título, nos viene a colocar sobre el tintero, y sin posibilidad de olvido, el desarrollo humano, como bien de la persona y la búsqueda del bien común, justo en tiempos adversos, de grandes crisis que exigen grandes y rápidas soluciones.
El fundamento de toda sociedad será siempre mantener la cuestión humana en el encabezado de sus líneas de trabajo como una cuestión ética determinante para medir la calidad de los tiempos modernos y el dinamismo que necesitan algunas de nuestras anquilosadas sociedades. El camino está claro, solo hace falta transitarlo. No es nada fácil, pero la necesidad nos convoca.
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.