Jueves de Yoandy
La emigración es un derecho. Nadie tiene dudas de ello, por mucho que en Cuba se vea como un hecho extraordinario que debe permanecer en silencio “para que se dé” y sin solución de las verdaderas causas. En medio del éxodo masivo de los últimos tiempos se ha convertido en un tema sobre la mesa de cada familia cubana que ha vivido la historia de la separación, la travesía, la zozobra y, finalmente y en la mayoría de los casos, la llegada a tierras de libertad y progreso. Pero hoy no voy a hablar de la decisión de emigrar, sino quisiera comentar sobre las razones que me motivan a vivir en el país donde nací.
Doy gracias a Dios que a mis 27 años pude salir por primera vez de Cuba, respirar aires de libertad, conocer cómo se vive en democracia, qué significa verdaderamente la propiedad privada y qué es vivir dignamente del trabajo propio. Hoy tengo 35 años, y he salido y regresado también, otras veces. Incluso, he estado “regulado” en varias ocasiones. Sí, regulado: es el eufemismo que emplea el gobierno para llamar a las prohibiciones de salida del país. Mis padres nunca han salido del país. Desgraciadamente, con el sudor de su frente, y han sido personas de trabajo intenso durante toda su vida, no han podido ni conocer Varadero, como tantos cubanos de a pie. Nunca han pensado en emigrar.
Desde la primera vez que salí, allá por 2014, he sido cuestionado, y mucho, por amigos, familiares cercanos y otros. Algunos creen, incluso, que uno regresa porque lo tiene todo resuelto aquí adentro, porque le teme al trabajo de afuera, porque todavía no se ha presentado la oportunidad esperada, o está esperando para irse en grande, como se dice en Cuba, “con todo amarrado”.
Las mayores críticas las he recibido, obviamente, de mis contemporáneos, y los momentos más fuertes han sido tres que recuerdo vehementemente. La primera de ellas fue mi primera vez fuera de Cuba, que fue a España donde estuve presentando un libro de Ediciones Convivencia, nuestro libro de Ética y Cívica, que yo había maquetado y revisado. Era “la oportunidad” según muchos. Según la opinión, no sabría si iba a tener una segunda vez y debía aprovechar. Mis colegas de la carrera, que entonces quedábamos en Cuba un buen número, me criticaron la decisión de volver. La segunda ocasión memorable fue cuando viajé por primera vez a Estados Unidos, en el año 2016, porque la mayoría de las personas que piensan irse de Cuba vislumbran un solo destino: el norte. Allí está la mayor comunidad cubana del exilio, allí todos tenemos familiares, amigos y conocidos, allí todos ven el país de las oportunidades, mucho más si vas desde Cuba. Y la tercera ocasión en que he sentido la fuerte presión externa fue cuando salí a inicios de este año a Estados Unidos nuevamente, porque viajaba después de haber estado “regulado” desde febrero de 2020, posterior a la pandemia de Covid-19, en medio de la fuerte ola migratoria de cubanos, y porque ahora la situación interna ha empeorado hasta límites insospechados. Ello motivó a que algunos, muy cercanos, me hablaran como si de una maldición se tratase: esta es tu última tabla de salvación.
La experiencia más reciente fue la peor, porque mientras estaba afuera, participando en el séptimo encuentro del Itinerario de Pensamiento y Propuestas para Cuba del Centro de Estudios Convivencia, tenía a conocidos y personas muy cercanas haciendo la travesía de “los volcanes”. Por ellos recé mucho, para que llegaran, pero yo regresé. Algunos de ellos, hoy, todavía no comprenden.
Ante todas estas interrogantes, cuestionamientos o valoraciones sobre mi decisión de regresar siempre he dicho como respuesta algo que puede parecer raro: he encontrado sentido a mi vida aquí, porque aquí tengo mi proyecto de vida. Pertenecer a algo genera un vínculo con el proyecto escogido, el famoso sentido de pertenencia pero no con el significado y la connotación que le da el gobierno, sino creerse de verdad que tenemos una vocación y una misión aquí y ahora. Aquí están los míos, aquí está mi proyecto de vida, aquí están mis raíces en la fe cristiana, y quiero mantenerlas vivas desde aquí. Sin ceguera y no sin sacrificio.
Emigrar es un derecho, pero salir y regresar también.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.