El cine que se ve en la Isla… ¡perdón! en una sala oscura

Por Henry Constantín
Las amargas lágrimas de los viejos censores
Los Aldeanos, el nuevo fenómeno musical cubano, en la sala Charles Chaplin.

Los Aldeanos, el nuevo fenómeno musical cubano, en la sala Charles Chaplin.
Raúl –un hombre común, no el otro- es una persona con fama de ejemplar y sexualmente perversa…; los campesinos no quieren vivir en su tierra y a los Comités de Defensa de la Revolución se les perdió la fe que pregonan tener; un joven que lucha contra el tirano es detenido, interrogado y torturado para que abandone su causa; la telefonía celular es el lujo que más dolores de cabeza puede traerle a un cubano; Los Aldeanos encarnan el verdadero revolucionario de estos tiempos, y sus enemigos, pues lo contrario…
La IX Muestra de Jóvenes Realizadores sucedió en La Habana entre el 23 y el 28 de febrero pasados. Con excepción de Claudio Fuentes Mádan, fotógrafo, y periodista no oficial, a quien se le impidió entrar en la ceremonia de premiación –vergüenza para los que permitieron esto- los demás cubanos pudimos ver cómo eran inevitablemente premiadas, y aplaudidas por el público, las obras audiovisuales que se habían acercado con más valor -o más perspicacia, según la intención- a la realidad nacional. Puesto que los medios estatales se encargan de analizar y promocionar a quienes rehúsan correr otros riesgos que no sean exclusivamente estéticos, pues yo escribiré de las que resultan arte, no por su forma nueva, sino por su contenido. En Cuba hay ansias de contenidos nuevos.
Mayckell Pedrero, graduado del Instituto Superior de Arte, dirigió un filme que voy a cargar de elogios sin ningún pudor. Revolution, documental honestísimo, de valentía kamikaze –y que por lo mismo deja empequeñecido a todo lo que le rodea o le antecede- invierte cincuenta minutos en perfilar a los célebres y censurados cantantes de hip-hop Los Aldeanos, el fenómeno musical más útil en toda la nación, hoy mismo, que ya arrastran imitadores, cientos de fans –las 1400 lunetas del Cine Chaplin se desbordaron en la première- y sus obvios y ocultos perseguidores.
La obra del equipo de Pedrero es de sincronía admirable: Helman Avellé (director de arte), Alain García (director de fotografía) y el editor Abel Álvarez propician un filme en el que es riesgoso bostezar, gracias a la casi siempre hábil selección de los momentos en las entrevistas, y al despliegue visual de la misma Habana cantada por Los Aldeanos –opuesta a la de los medios de difusión estatales- mientras frecuentes artilugios gráficos salpican al espectador, y por supuesto, la desentumecedora música del dúo ambienta su propio espectáculo, removiéndonos con ideas que le hacen decir a un comedido entrevistado “Las ideas no mueren, pero quien las defiende sí.”
Como era de esperarse, es enorme la lista de puertas que les cerraron a los autores del filme: la directora del la Agencia Cubana del Rap se negó a atenderlos, y solo un especialista aceptó comentar, muy equilibradamente, la obra de los cantantes: el también crítico literario Roberto Zurbano. Pablo Milanés, con quien ya habían cantado Los Aldeanos en la Tribuna Antiimperialista –por invitación de él mismo- se asomó por el filme para asegurar que “en su género, de todos los que jóvenes que he escuchado, Los Aldeanos son los mejores.”
Todos, incluso quienes fueron a la première porque los mandaron, aplaudieron atronadoramente cuando Aldo, uno de Los Aldeanos, se preguntó en el documental “¿quién es contrarrevolucionario?, ¿alguien que está abogando por el cambio, porque vayamos pa´lante, o alguien que nos tiene hace cincuenta años detenidos en el tiempo?”
El andar de Revolution en la Muestra fue dificultoso: Fernando Pérez, director del evento, tuvo que hilvanar firmes motivos para que el documental pudiera concursar, y otro tanto le ocurrió al jurado que lo premió. El filme ganó los premios al Mejor Documental y las mejores Dirección y Edición, además de los que entregaron la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica y la Facultad de Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual del Instituto Superior de Arte.
Revolution –y perdónenme el doble sentido-comienza con esta frase del Che: “El único sentimiento más grande que el amor por la libertad es el odio por aquel que nos la niega”.
¿Y para qué está el abandono? En las entrañas inútilmente heroicas de la Sierra Maestra también hay personas que no saben A dónde vamos. Con este título se exhibió un documental de la prolífica Televisión Serrana, institución estatal que radica en la ladera norte de la famosa cordillera. El audiovisual luce correcta fotografía y edición, sin pretensiones ni alardes, y con mucho equilibrio en la distribución de las imágenes y parlamentos. Ariagna Fajardo Nuviola, la jovencísima directora del filme, resumió en concisas entrevistas a hombres comunes y trabajadores la “callada manera” en que los campesinos de esa región han perdido la fe en las autoridades. El atraso general en que aún viven; la desprotección ante la delincuencia; la escrupulosamente incapaz estructura económica que asfixia de su voluntad productiva; el aislamiento, acentuado por el mal estado del transporte, de las vías terrestres y el no-estado de las tecnologías de comunicación; todo esto es hoy la Sierra Maestra, de donde salieron los vencedores de 1959, y se repite, casi fielmente, lo sé, en mil lugares más del archipiélago cubano, entre los carboneros todavía ennegrecidos de la Ciénaga de Zapata y los madereros solitarios de la Sierra Cristal; los arroceros del Cauto, de pies llagados por la humedad, y los sembradores de café que caminan casi acostados por las pendientes del valle de Yateras; los pescadores de Isabela de Sagua, quemados por el sol, y los agricultores de los montes recónditos en Najasa o El Escambray. “No va a llegar la mejoría…, yo veo esto muy mal…, perdío.” dice, cargado de desánimo, uno de los entrevistados.
¿Ya hablé de la fotografía del filme? Pues había olvidado un detalle: el énfasis obsesivo en el verde, el verde de los montes cubanos, el verde puro que una vez nos dijeron que era el color de la Revolución, antes de que un mal pintor de decorados funerarios nos lo cambiara.
Televisión Serrana lleva años recogiendo, con paciencia, obstáculos, y variable intensidad, el estado de olvido unánime en que ha quedado el campo cubano. Si se divulgara más la obra de este telecentro desde los espacios nacionales, las gracias, por hacer de voz de los que están lejos para hablar, les llegarían desde todo el campo cubano.
A dónde vamos ganó los premios otorgados por la Fundación Brownstone, el de la UNESCO a través del programa Las cámaras por la diversidad, la mención que entregó la Fundación Antonio Núñez Jiménez, y un Premio Especial del Jurado.
Que me pongan en la lista es un documental del estudiante universitario Pedro Luis Rodríguez, que explora la apatía generada por el funcionamiento de los tristísimamente celebérrimos –y el sonido de estas dos palabras, como de reja oxidada y chirriante, no es un vano recurso aquí- Comités de Defensa de la Revolución. Es notable el pánico con que los entrevistados hablan de eso donde “no sirve ni funciona na`” –juicio de un cederista sobre su CDR, y resalta la prepotencia dialógica que un fiel legionario usó contra los muchachos del filme, al mismo tiempo que estos lo grababan. El filme recibió Mención en su categoría. Pedro Luis fue también el director de El cuarto 101, corto de ficción que arrasó en las premiaciones, con ocho trofeos, de diez posibles (ficción, dirección, fotografía, edición, sonido, dirección de arte y actuación masculina, para Mario Guerra). Cuenta lo que le sucede a un luchador por la libertad que es arrestado; quienes lo interrogan tienen especiales métodos para hacer que Erick, el rebelde, abandone su lucha.
Reinaldo Miravalles volvió a visitar La Habana por estos días, casi de incógnito y con mucha precaución, para que a su avanzadísima edad no lo castiguen de nuevo con el exilio sin regreso. Un filme no muy afortunado de Rolando Díaz, en el que trabaja Miravalles, lo hizo acercarse hasta la Muestra. A los que quisieron entrevistarlo les advirtió Si me hacen preguntas de política, no las respondo, como cuenta la joven periodista Elizabeth Mirabal en la comedida entrevista que logró hacerle. Miravalles es un icono del cine cubano, imborrable: al pasarle por al lado en la calle, había gente que se paraba y decía ¡Cómo se parece ese hombre a Melesio Capote!
La Muestra, con ser tan de jóvenes, no pudo quitarse de encima la mano geriátrica de quienes aún insisten en controlarlo todo. No conformes con excluir a Claudio Fuentes Mádan de la clausura del evento, para la cual tenía invitación, anularon todo el brillo de la ceremonia. No hubo micrófonos en el escenario, ni premiados que subieran a recibir los aplausos del público: una rauda videopresentación y algo de luz sobre el asiento de los ganadores fue la única limosna concedida a quienes procuraron organizar el triste espectáculo, no obstante el lleno total del Cine Chaplin. Visiblemente contrariado, Fernando Pérez se asomó al final: “Señores, les pido disculpas; había muchas más cosas organizadas, pero no se pueden hacer. Esto se acabó.”
¿Viva España?
dice el adolescente José Martí, encañonado por la prepotencia homicida del guardia que no resiste el orgullo de quienes quieren ser libres. La madre convulsiona frente a él, entre lágrimas y ruegos de que sí, de que grite Viva España porque hay un hombre violento y cobarde que solo armado puede conseguir el silencio de quienes lo desprecian.
VIVA ESPAÑA, dice Martí en el momento en que mayor ánimo de muerte debió haber sentido contra aquellos que lo obligaban a mentir. VIVA ESPAÑA, y la cobardía de ese adolescente, que donde los hacedores de ídolos han querido ponerle divinidad, él solo tenía el sentido claro de lo que debía hacer para no vivir sucio -no lo que convenía hacer para conservarse- ese instante de cobardía que el amor a la madre y el miedo a la muerte obtienen en común esfuerzo, es el momento sublime de José Martí: el ojo del canario, la última obra de Fernando Pérez.
el ojo del canario está dividido en cuatro fragmentos poéticamente titulados abejas, arias, cumpleaños, y rejas, cada uno de los cuales cierra con imágenes correspondientes a su título. Este afán simbolista es uno de los sellos de Fernando Pérez. En materia de interés, el segundo, arias, resultó más débil: está claro que son Martí niño, con las habituales curiosidades sexuales de cualquier infante, y el adolescente apasionado que se involucró en la lucha política, clandestina y violenta, sin remilgos de ninguna índole, quienes convocan las más sólidas imágenes del filme.
Aburre un tanto el Martí niño –Damián Rodríguez- que cual autista, se obstina –culpa del guión- en guardar excesivo silencio. Las actuaciones de Broselianda Hernández –en el papel de Leonor Pérez- y Manuel Porto son muy correctas. Rolando Brito reaparece en la pantalla nacional, transformado de manera rotunda en un Mariano Martí en el que se desborda la tozudez, el apasionamiento y el rectísimo sentido de las relaciones humanas que impregnarían a su hijo. Daniel Romero es Pepe adolescente, y Julio César Ramírez es Mendive, el mentor del héroe.
Como en todo el audiovisual firmado por Fernando Pérez, hay que hablar, por merecerlo, del trabajo de su equipo. Esta vez, lo que más llamó la atención fue la fotografía del ya maestro venerado Raúl Pérez Ureta, y la dirección de arte de Erick Grass. La música quedó opacada bajo la trama y la visualidad. El guión, del propio Fernando, fue concebido con la vista dirigida, no a la descripción de un supuesto Martí niño y adolescente, sino a mostrar las sendas que, a juicio del creador, llevaron al ser humano a pensar y actuar como lo hizo. Y la obra lo hace, sin poder evitar unos cuantos lugares comunes pero insoslayables en el recorrido espiritual de José Martí.
Particularmente exaltada resulta la escena en que los estudiantes, compañeros de Martí, se enzarzan en un vigoroso y hoy casi imposible debate sobre la necesidad de libertad de expresión, y desde luego de prensa, en Cuba. Es el momento del gran guiño a la realidad cubana actual. No es inútil el hecho de que ni los personajes propiamente españoles del filme hablen el castellano con acento peninsular. Lo que parece una descomunal pifia lingüística del autor, no es más que un recurso para aumentar la identificación entre el público y lo que cuenta el filme.
Quizá no hay un tema, de la historia anterior a la Revolución, tan arriesgado para un escritor o cineasta cubano del siglo XXI como contar a José Martí. Primero, porque repetirá historias que ya muchos saben: nuestras escuelas y medios de difusión han contado la misma, y además encasillada versión, desde hace mucho tiempo, y eso es inevitable que lleve al que recibe tal bombardeo hasta la indiferencia, por saturación.
Además, la importancia de Martí en nuestra cultura está dada por su estatura política, estatura que fue resultado de unas metas claras, difíciles pero colectivamente deseables, defendidas por su refulgente verbo, y por una conducta humana y civil de limpieza ejemplar. Entonces, soslayar esas ideas políticas de Martí y su comportamiento –para los cánones comunes hoy en Cuba- demasiado honesto y suicidamente valeroso, habría sido gravísima concesión por el artista, que vive una época en que su nación está envuelta por circunstancias muy parecidas a las que sufrió el joven Martí.
La energía dramática de la escena en que el héroe dice Viva España es infinita. Tocado en lo personal, sufrí con él. Yo también he visto a mi madre llorar para que grite algo parecido a lo de Viva España, cuando los voluntarios que siempre tiene el poder me han apuntado. Eso no me hace excepcional, pues lo mismo le ocurrió, y le ocurre, a muchísimos cubanos; solo prueba que Martí no era un héroe divino, sino un ser común. Su grandeza era que no sabía, no quería, mirar de rodillas al poder.
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