Hace pocos días participé en el Congreso Internacional “El ser humano entre las nuevas tecnologías y la trascendencia. Para un humanismo 4.0”. Como decía un amigo a quien compartí la noticia, es sumamente interesante la temática y que desde la Iglesia y otras instituciones afines se aborde con seriedad. El Congreso estuvo organizado desde el Instituto de Estudios Eclesiásticos Padre Félix Varela de La Habana en colaboración con varias universidades católicas. Tanto en las conferencias como en los nutridos debates de pasillo que genera este tipo de eventos se partía de la premisa fundamental que es poner la ciencia al servicio del hombre y no instrumentalizar la esencia humana. Intentaré transmitir algunas de las ideas que me han quedado de los apuntes y del estudio personal de estos temas.
En primer lugar, debemos partir de algo que es inevitable: vivimos un cambio de época y ello conlleva a modificaciones en la forma de ver la vida sin variar los principios que rigen la ética y la moral. Por ejemplo, el uso de la inteligencia artificial como un sistema computacional útil para establecer predicciones y ayudar en el proceso de toma de decisiones es una herramienta a considerar si tiene en cuenta el rol del Estado y de los actores implicados. Estos “artefactos cognitivos” se convierten en un problema cuando el decisor, carente de formación, introduce y perpetúa sesgos para la admisión en el caso de que fuera usada la herramienta de inteligencia artificial en procesos de admisión. En cambio, si se tiene en cuenta el respeto irrestricto de los Derechos Humanos, se considera la inclusión ante cualquier situación, ello podría ayudar a la sostenibilidad del desarrollo tecnológico.
Ante la inteligencia artificial, como sucede con otros instrumentos que reflejan la innovación y el crecimiento de la sociedad inmersa en la cuarta revolución industrial, debemos posicionarnos desde la humildad porque no crecimos con ella, pero son innegables sus posibles aplicaciones cuando interactuamos combinando libertad y responsabilidad.
La inteligencia artificial comprende entre sus aplicaciones la generación de redes de colaboración internacional, la automatización de aquellos procesos que así lo requieran y podría contribuir a una mejoría en el acceso e inclusividad en aquellos espacios donde todavía el acceso es limitado.
En segundo lugar, por estos días abordamos el polémico asunto de la democratización de la información. Alrededor de este macrotema es propicio el debate, nuevamente, sobre la libertad humana, el uso de la verdad, el valor de la dignidad y la trascendencia humana.
El ser humano, como es libre por naturaleza tiene una relación inseparable con la verdad, por lo que en nombre de los derechos humanos aplicados a unos y a otros, indistintamente, no se debe poner obstáculos a la verdad. Esta afirmación es necesaria cuando analizamos las ideologías y los sistemas cerrados al crecimiento pleno y a la trascendencia humana.
La reducción de la verdad del hombre, que algunos sistemas de ideas han provocado a lo largo de la humanidad, han dado al traste con la creación de un “hombre nuevo” que dista mucho del “hombre bueno” a imagen y semejanza del Creador. Las ideologías, como sistemas de creencias convertidas en palancas sociales buscan precisamente eso, mover a la persona considerada masa, un todo homogéneo y fácilmente hacia una dirección y un sistema fríamente calculado y determinado. Las ideologías pretenden alienar a la persona humana de la realidad, justamente para que dicha realidad sea exonerada del escrutinio socia. De ahí podemos concluir que todas las ideologías son falsas cuando van orientadas en detrimento de la verdad.
Si la ideología es usada como mecanismo de control del pensamiento y los nuevos adelantos tecnológicos son empleados para establecer una dictadura digital y una vigilancia virtual, más allá de la que físicamente algunos sistemas aplican como mecanismo de control de la “masa discrepante”, entonces nos estamos alejando del bien común que puede ser la tecnología porque ya no dignifica al hombre. La instrumentalización de las relaciones humanas nos aleja del amor y la fraternidad. El uso indiscriminado de los avances tecnológicos en las sociedades contemporáneas y el predominio de ideologías de distintos colores, atentan contra lo que san Agustín llamó las tres potencias del alma, también conocido como la trinidad humana, según el santo de Hipona. Él se refería a mantener viva la memoria, que viene del estudio del pasado y del conocimiento de lo que fue bueno y lo que para el hombre. Agregaba que estar atentos al presente contribuía al entendimiento, en ese ejercicio constante de analizar causa y efecto. Y también hablaba de la previsión del futuro, para lo que es necesario mantener la voluntad, como la capacidad humana que permite tomar decisiones con libertad. Él nos remite a la esencia de la persona humana cuando nos dice: “Mira hacia dentro de ti y encontrarás la verdad interior”.
En tercer lugar, por estos días de Congreso, hemos sido llamados a reducir la separación existente entre el tecnicismo y la esencia humana. Existe una desconexión existencial entre dos dimensiones de lo humano, los valores y las formas que establece el mundo contemporáneo. Por un lado tenemos la dimensión que comprende las emociones, la cultura y la espiritualidad y por otro, las reglas determinísticas que impone la ciencia a la sociedad.
Si bien es cierto que la ciencia ha avanzado en el sentido de conocer mejor para permitir avances en cuanto a cómo vivir y cómo conducir la interacción ciencia y sociedad, a veces ha sesgado la libertad y la creatividad. En el proceso de humanización de la ciencia debemos combinar las precisiones que otorga la medicina científica con los valores que fomenta la medicina personalizada.
En todo caso, podríamos quedarnos con algunos puntos en nuestra hoja de ruta para lidiar con el desarrollo científico técnico sin divorciarnos de la perspectiva humanista que coloca al hombre en el centro de todas las relaciones. Aquí enunciamos algunos:
1. Las nuevas tecnologías no atentan contra la justicia social porque no aumentan las desigualdades existentes en cuanto accesibilidad.
2. La búsqueda constante de la verdad y su socialización propician la democratización de la información. Decimos no a la dictadura digital y la vigilancia virtual.
3. La persona humana no debe ser vista de acuerdo a su valor social dependiendo de sus cualidades. Su consideración de acuerdo a parámetros de eficiencia la reduce a un ser corpóreo obviando su dignidad intrínseca y el valor de la trascendencia.
4. La persona humana tiene derechos y libertades fundamentales, así como obligaciones que tienen un inicio y un fin bien determinado. La libertad humana no puede permitir que juguemos a ser Dios.
5. Ante cada conflicto humano sobre los beneficios de la ciencia para la vida, debemos recurrir a la búsqueda de consensos que parte de reconocer la paridad de la dignidad de quienes dialogan.
San Juan Pablo II, en junio de 1980 ante la Unesco, presentaba un reclamo que continúa siendo un imperativo para nuestros tiempos: “Llamad a la ciencia a ponerse al servicio de la vida del hombre, porque se constata con frecuencia estar sometida a finalidades que son destructoras de la verdadera dignidad del hombre y de la vida humana. Tal es el caso cuando la investigación científica se orienta hacia esos objetivos o cuando sus resultados son aplicados a fines contrarios al bien de la humanidad”. Continuemos transitando por el camino hacia un ciencia ética: hacia una ciencia con conciencia.
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.