El calvario de Daniela

Por Normando Hernández González
La primera visita: Desde muy pequeñita, Daniela comenzó a andar por el camino del calvario. Privaron a una inocente niña de algo necesario para la vida de cualquier niño, para que crezca sano y saludable, psíquica y físicamente como Dios manda. Le arrancaron la mitad del corazón, pusieron al necesitado y amado padre bajo un nudo de rejas y candados desde la primavera negra de Cuba en marzo del 2003. Daniela dejó de escuchar la voz y sentir los mimos de su progenitor, no paseó más en bicicleta y se le acabaron los juegos en la cama, el corral, en el parque, con quien le dio la vida. Los ejercicios que hacía con su padre sobre una frazada en la sala de su hogar también desaparecieron. Por otro lado, la niña comenzó a rechazar los alimentos, pues estaba acostumbrada a recibirlos de manos de su papito todos los días, y la añoranza encontró tierra fértil en ella:
Mamá ¿y la bicicleta de papá?; mamá ¿y la gorra de papá?; mamá ¿y papá?, se le escuchaba decir y preguntar constantemente. En la primera visita de la niña a la prisión hasta los que no tienen lágrimas lloraron. Al concluir la misma, Danielita se aferró al cuello del ángel protector y comenzó a llorar sin consuelo; los gritos, sollozos y condiciones de la niña cuando intentaban separarla de su padre que tanto ama, ablandaron el corazón por primera y única vez de los que visten de verde olivo, quienes alargaron la visita unos minutos más. El sufrimiento de Danielita fue tan grande que se puso cianótica y hubo que darle un baño. Ya en los brazos de la madre y al darse cuenta que le arrancaban la mitad de su corazón, Daniela comenzó a gritar de forma desesperada ¡papá! , ¡papá!,! papá !, gritos que traspasaban las inexpugnables rejas de la cárcel para alojarse en mi cerebro . Mi esposa e hija mueren en cámara lenta, víctimas de la crueldad. Una vez en la celda, con lágrimas cayendo sobre el papel y manos temblorosas, escribí:
Llorando te dejé,
Llorando yo me fui,
Llorando yo estaré,
Pensando siempre en ti.
Escribía consciente de que los gritos de mi hija no eran una pesadilla, sino una realidad que se repetiría, sabiendo que la cruz que mi amada hijita debía de cargar era demasiado grande y pesada para el largo camino a recorrer. Cuenta la madre de Daniela que ese día la niña se pasó horas llorando y que hasta después de dormida sollozaba y llamaba al padre, ¡papá! ,!papá!, ¡papá! Ella también lloraba y asegura que de su princesita estas no fueron las primeras lágrimas derramadas, ni las últimas, pues ya había transitado un tramo por el vía crucis que el destino le impuso, o mejor dicho, ya andaba por el calvario que un gobierno le impone a los familiares de los prisioneros de conciencia. La agonía de Daniela apenas comienza.
Normando Hernández González.
Prisionero de conciencia del grupo de los 75.
Sancionado a 25 años de privación de libertad.
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