“… (el azúcar), conducido con inteligencia puede entrar en muy ventajosa competencia (…).
He dicho conducido con inteligencia, porque así en el cultivo de las tierras, como en las reglas del comercio, conviene que perfeccione el arte muchas cosas.”
Agustín Crame (1768)
Por Karina Gálvez Chiu
La economía cubana ha llegado al punto en que no puede arreglarse si no se realizan cambios esenciales y estructurales. Las “medidas económicas”, por muy atrevidas que puedan parecer a algunos, no llenarán el bolsillo o la mesa de los cubanos. Las medidas siempre son insuficientes si no se salen del marco del monopolio estatal sobre los medios de producción.
El gobierno cubano manifiesta un gran afán por anunciar cambios. Cambios tímidos, con más frenos que libertades. Y los cubanos ya esperamos los frenos cuando nos anuncian alguna cuota de libertad. Aún así, los cambios anunciados demoran meses, casi años, en producirse. Hace más de seis meses que esperábamos la autorización para comprar y vender autos (acaba de salir la nueva ley), continuamos esperando la nueva ley para comprar y vender casas; o la implantación de un sistema de créditos en efectivo para los ciudadanos.
Sin embargo, algunos cambios se producen sin anuncio previo. Un párrafo en un periódico, en medio de un resumen sobre lo acontecido en una reunión del Consejo de Ministros y donde casi no se explican las circunstancias, nos informa a los ciudadanos, que se les informó a los ministros, la desaparición del Ministerio del Azúcar (MINAZ).
Este hecho es muy importante para los que se detienen a analizar la situación de la economía cubana, incluso para los que se dedican a analizar la sociedad o la política cubana. Porque no se trata de algo coyuntural. No se trata tampoco de algo puramente económico, sino que tiene aristas también desde el punto de vista político, consecuencias sociales y sobre todo, un aspecto cultural.
Claro que la desaparición del ministerio, no necesariamente implica la desaparición de la producción de azúcar en Cuba. Pero sí es evidente que disminuye al mínimo la atención del gobierno hacia la que fuera actividad económica principal desde hace más de tres siglos y nuestra primera industria desde la primera mitad del siglo XIX.
Desde el punto de vista económico
La producción de azúcar estaba muy afectada por la ineficiencia y la falta de priorización por parte del gobierno desde que comenzó el llamado período especial. Ya se había producido el cierre de muchos centrales azucareros con el consiguiente aumento del desempleo. Hace tiempo que el azúcar dejó de ser el producto más exportable. Hace tiempo que Cuba no es llamada la azucarera del mundo y que dependemos de las importaciones para cubrir las necesidades de azúcar. Nunca el azúcar se vendió fuera del régimen de racionamiento. Actualmente existe una venta liberada, a un precio entre $6,00 y $8,00 la libra (en el mercado racionado el precio es de $0,20), o sea, precios muy altos para el bolsillo de cualquier cubano y sin el abastecimiento suficiente.
Por tanto, la desaparición del MINAZ, podría ser una decisión positiva. Disminución del tamaño del Estado. Eliminación de una estructura que realmente ya no cumple ninguna misión porque rige las actividades de una industria prácticamente en extinción en Cuba. ¿Para qué un ministerio del azúcar si no hay producción de azúcar? Evidencia de la decisión firme del gobierno cubano de eliminar todo lo que no sea rentable, aunque esto no sea muy socialista.
Lo que resulta un absurdo es que, en momentos en los que en el mundo aumentan los precios del azúcar, Cuba deje de prestarle la atención histórica a su producción. Siempre podría haberse tomado otra decisión. El problema, en este caso, para la economía cubana (que ya no es eminentemente agrícola, ni siquiera la agricultura es fuente de ingresos importante) no es la desaparición de este ministerio, sino la ineficiencia en la producción de azúcar.
Se trata de que se ha eliminado una estructura estatal sin apertura a otra forma de gestión económica. Se cierran más centrales y se disminuye la siembra de caña. ¿Por qué no abrir a la inversión privada, antes de casi desaparecer nuestra primera industria en un momento favorable para ella en el mercado mundial?
Desde el punto de vista político
Políticamente, la desaparición del MINAZ, es una muestra de que el Estado cubano está dispuesto a hacer cosas muy costosas antes que ceder una cuota de poder. Aunque parezca, por la forma de de dar la noticia, algo más en medio de un proceso de reformas, esta acción escandaliza a los más acostumbrados a los absurdos cubanos. La disminución del Estado en sí misma es buena. Pero cuando el Estado es totalitario puede generar caos. Disminuir el Estado para aumentar el papel de los ciudadanos en la economía es lo que deseamos, pero disminuir el Estado sin más, a causa de haber disminuido considerablemente la actividad económica puede significar la disminución de la sociedad. Un Estado, que piense primero en el bien de los ciudadanos y en el bien común, busca junto con ellos las posibles soluciones a las crisis.
Por otra parte, que un gobierno monopolista diga algo así como “ya con esto no podemos más”, es una señal de debilidad y cansancio, que aún con la intención contraria, manifiesta una política reductiva, de empequeñecimiento ante una situación que lo supera: la ineficiencia como estilo de vida.
Desde el punto de vista social
La sociedad cubana viene sufriendo desde hace más de 50 años, las consecuencias de una política divorciada de sus intereses. Un ministerio menos trae como consecuencia lo mismo que en cualquier sociedad en que desaparece una empresa o una estructura estatal: un gran número de desempleados. Solo que en Cuba, el aumento del desempleo, ha cogido a los cubanos por sorpresa. Tener un empleo seguro, aunque no fuera bien remunerado, era una de las ventajas de este sistema centralizado. Que nadie estuviera en la calle, sin posibilidad de trabajar por su sustento, era el premio por ceder la libertad personal. Ahora estamos sin empleo y sin libertad personal.
Los 13 grupos empresariales provinciales que sustituirán la labor del MINAZ, no creo que puedan crear empleo para los que trabajaban en él. La mayoría de ellos serán de Ciudad Habana y los grupos son por provincias.
Como no es solo la desaparición del MINAZ el problema, ni siquiera el principal, el desempleo alcanza y se profundiza entre los trabajadores del azúcar. Los que siembran, cortan y muelen caña. Los que refinan, los que calculan, los que cargan y empacan azúcar. El llamado “tiempo muerto”, en época ya pasadas, se ha extendido ahora, para muchos, a todo el año.
Muchos recordarán ahora al “general de las cañas”, Jesús Menéndez, que tanto se preocupó por los trabajadores del sector azucarero y por la justicia en la distribución de los créditos.
Desde el punto de vista cultural
Con esta medida, se produce un duro golpe a nuestra tradición. La producción de azúcar fue nuestra primera industria nacional. La Junta de Fomento (un Ministerio de Industrias en ciernes), anexa al Real Consulado, fue la institución que, a principios del siglo XIX, se encargó de la producción de azúcar en Cuba que estaba en una etapa floreciente. El nacimiento de esta institución fue el resultado de la lucha entre los comerciantes de la metrópoli (que proponían el Consulado y la Sociedad Patriótica para encargarse de los asuntos del azúcar) y los productores de la colonia (que proponían el surgimiento de una nueva estructura). Las ganancias por la producción de azúcar subieron a niveles increíbles ayudadas por el disparo de los precios en el mercado mundial como consecuencia de la revolución de Haití. Las instituciones de la metrópoli envejecieron y se creó una nueva institución. Los ciudadanos más comprometidos, como Francisco de Arango y Parreño, participaron activamente en las decisiones. La situación obligó a cambiar las estructuras. Como ahora. La diferencia es que en aquel entonces fue para avanzar. El boom azucarero superó a las viejas estructuras. Hoy las estructuras superaron las necesidades. “…no cumple ninguna función estatal”, se dijo del MINAZ.
¿Hay opciones?
La solución no se encuentra en la disyuntiva entre desaparecer o no el Ministerio del Azúcar. La solución hay que buscarla en la elevación de la eficiencia en la producción de azúcar.
¿Por qué no abrir a la inversión extranjera la industria azucarera? Cuba, aún con el sistema actual, podría intentar recuperar los niveles de producción de azúcar igual que recuperó el capital turístico: con la apertura a la inversión extranjera.
La opción que representaría un sostenible despegue de la industria azucarera (como de toda la economía cubana) sería la apertura a la inversión privada en general. En un comienzo con una fuerte presencia del capital extranjero o de cubanos no residentes en Cuba, más adelante, como en los años de la república, los cubanos iremos “levantando cabeza”, produciendo otra vez azúcar. En 1958 se encontraban activos 161 centrales. Solamente en Pinar del Río había 9. De ellos, solo 1 era propiedad de norteamericanos.
Las estructuras surgen por necesidades de la realidad. Cuando en Cuba comience a producirse azúcar, debemos decidir los cubanos, qué estructura será más conveniente para regir la actividad. Entre todos. Un buen sistema de microcréditos, que permita a suficientes inversionistas cubanos participar en la recuperación de la que fuera nuestra principal industria durante mucho tiempo. A lo mejor nunca más esté entre las que genere la mayor cantidad de ingresos, pero superará los niveles en que hoy se encuentra.
Por ahora
Podemos decir que, en el contrapunteo cubano entre el tabaco y el azúcar, perdió el azúcar. Y no es que despreciemos al tabaco como fuente de ingreso, o como producto culturalmente importante. Es que, al decir de Don Fernando Ortiz, nuestro ilustre etnólogo:“El tabaco es un don mágico del salvajismo; el azúcar es un don científico de la civilización” (Fernando Ortiz, Contrapunteo cubano entre el tabaco y el azúcar)
Karina Gálvez Chiú (Pinar del Río, 1968)
Licenciada en Economía. Profesora de Finanzas
Fue responsable del Grupo de economistas del Centro Cívico.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia.