Edy , el bicicletero

(De la serie “La Cuba del mañana”)
Por Eduardo E-Maro
'...Edy no entendía mucho de gobierno...'

‘…Edy no entendía mucho de gobierno…’
Edy es un diablo pobre que había nacido en los últimos años de la primera etapa capitalista en Cuba que duró desde 1902 hasta 1958. Sus primeras imágenes de vida pasaban por algunas escenas felices que se le habían grabado muy fuerte en su pequeño cerebro de entonces.
Su padre había sido un simple obrero de una fábrica cercana y su mamá tan solo una sencilla ama de casa-costurera, en los momentos libres que le permitían los tres varones que educaba como podía, pero Edy recordaba a una familia feliz.
Una noche aún no amanecido el día de reyes, lo despertó un ruido en la cocina como de objetos de metal que golpeaban accidentalmente. Todos los días su papá era el primero en despertar para preparar el café, y detrás seguía la madre en la misión del desayuno para todos.
Ella era muy bella, y joven, y vivaracha con unos ojos de ensueño y una alegría contagiosa por la vida. Siempre con un proyecto diferente. Mi papá, buen mozo y muy organizado.
A Edy se le aceleró el corazón mientras, desde su posición, aún acostado, escuchaba los ruidos y supuso que sus padres finalmente le armaban una bicicleta que le habían comprado, solitarios en la cocina. Este era su eterno sueño. Se salió de la habitación sin puertas y se acercó en silencio y excitado por entre las otras camas de los dormidos hermanos. La puerta de la cocina estaba entrecerrada y Edy tuvo que esforzarse para poder ver por la rendija sin levantar sospechas y que los reyes magos le pudieran colocar su regalo debajo de la cama. Sus padres se besaban. No había tal bicicleta.
Nunca la hubo hasta cuando, ya mayor, el gobierno le vendió un enorme artefacto pesado como medio de transporte ecológico. Era una bicicleta de la marca Flying Pigeon, con un peso de 57 libras, pero con capacidad de carga de trescientos kilos. ¡Qué desilusión ante su no realizado sueño! Su padre era un obrero y no podía pagarle semejante lujo, aunque se vivía bien en la casa. Él gastaba trajes de buen corte, zapatos de dos tonos marca Amadeos, contaba con una excelente colección de corbatas anchas y se iba los fines de semana a tomar algunas cervezas con los amigos a los bares del pueblo, nada realmente nuevo o extraordinario en la clase obrera de entonces.
De todas formas la imagen de sus padres besándose en medio de la cocina sin sospechar que alguien los vigilaba, se le quedó grabada para toda la vida. A fin de cuentas, mejor regalo que alguna bicicleta, aunque de momento no supiera si sonreír o ponerse a llorar por la leve pornografía en vez de su regalo imaginado.
Décadas después alguna pareja besándose intempestivamente en público le devolvía automático la imagen feliz a la mente. Ellos se fueron justo cuando el final de sus vidas los separó.
Para Edy esta es la idea que guardaba del próspero capitalismo de los cincuenta que asociaba en su mente con el bienestar y la tranquilidad en un pueblo de campo.
Después llegó subrepticiamente el socialismo y todo comenzó a rodar cuesta abajo. No cesó de hacerlo en los últimos cincuenta años. Edy también fue un obrero, pero nunca pudo comprar o usar algún traje ni, como su padre, lograr una buena colección de corbatas elegantes.
El socialismo solo fue mucho entusiasmo político en los inicios, mucha propaganda constante y anonadante, más de un millón de promesas incumplidas de bienestar y prosperidad.
Al final todo se tradujo a corrupción, malos negocios y pésimos gobernantes. Cuando comenzó la gran crisis final del Período Especial, Edy seguía con su bicicleta china que le costó de inicio la pérdida de treinta y ocho libras de peso debido al pobre respaldo de la paupérrima alimentación. Después se estabilizó en el peso afortunadamente, aunque se mantuvo flaco. Sus amigos le llamaban Edy el bicicletero, pues hablaba constantemente de montar un taller para reparar estos artefactos.
Ya tenía familia en los días trágicos y difíciles cuando no contaba con casi nada y aún menos qué llevar a la mesa de la cena. Como un reflejo automático de salvación de su estabilidad emocional y síquica, sacaba automáticamente la imagen de su mamá y su papá besándose muy temprano dentro de una cocina cerrada con olor a café recién colado mientras amanecía. Ya no le importaba que no hubiera bicicleta en la escena sugerida a su deseoso cerebro por el errático golpeteo de los cacharros sobre el fogón.
La paz, el olor y el amor de la escena le valían por un remanso tranquilo para algunas horas de sosiego, aunque ahora no hubiera café ni nada que llevarse a la boca y sus padres ya definitivamente no estuvieran en la cocina.
Ellos se han ido sin siquiera sospechar cómo él alguna vez los había espiado a través de la rendija luminosa de la puerta entreabierta, juntos en aquel beso salvador que de tanto le servía ahora y que tan bien le devolvía la confianza en la bondad del ser humano.
Un día raro todo cambió en el entorno sociopolítico. Era como si de repente hubieran encendido una estrella adicional en cada noche oscura. Edy pudo finalmente montar su tallercito para reparar bicicletas y compró herramientas nuevas que le había autorizado un nuevo banco de créditos. Contrató más tarde a un par de amigos y ocupó toda la sala de la casa. El entorno social se transformaba aunque Edy no entendía mucho de gobierno.
Algunos años más tarde Edy pudo comprarse una buena colección de corbatas para las ocasiones especiales, ya que en esta isla tropical regresaban a usarse los elegantes trajes después de sesenta años de olvido en el vestir proletario.
Su madre y su padre continuaban besándose en la cocina semioculta con olor a café recién colado y ninguna bicicleta, pero felices, predominando la imagen en el bando de las cosas buenas que se atesoran en el corazón.
Scroll al inicio