Por Miriam Celaya González
Con suma frecuencia los medios oficiales cubanos, así como numerosas instituciones y organismos internacionales, aluden a los extraordinarios logros de la educación cubana durante las últimas cinco décadas. Menudean los elogios hacia los desvelos del gobierno por garantizar la educación “gratuita y universal” para todos los cubanos, y a su espíritu solidario al extender la instrucción a países menos favorecidos, a través de programas y personal docente cubanos que “desinteresadamente” llevan la instrucción a los rincones más recónditos del mundo.
Por Miriam Celaya González
Con suma frecuencia los medios oficiales cubanos, así como numerosas instituciones y organismos internacionales, aluden a los extraordinarios logros de la educación cubana durante las últimas cinco décadas. Menudean los elogios hacia los desvelos del gobierno por garantizar la educación “gratuita y universal” para todos los cubanos, y a su espíritu solidario al extender la instrucción a países menos favorecidos, a través de programas y personal docente cubanos que “desinteresadamente” llevan la instrucción a los rincones más recónditos del mundo
Mitos y realidades se funden en la propaganda y en el imaginario colectivo dentro de la Isla y más allá de nuestras fronteras geográficas, magnificando los aciertos, ocultando los errores y estableciendo implícitamente el falso supuesto de que la cultura pedagógica cubana es hija legítima de la “revolución”.
Convertidos en simples referencias y sin el justo reconocimiento que merece su obra, diríase que los verdaderos fundadores de la pedagogía cubana están definitivamente marcados por el estigma de haber nacido y creado su obra antes de 1959. Sin embargo, nada de lo acontecido en los últimos 50 años en materia de educación es comparable con la impronta de cubanidad y patriotismo que imprimieron a la enseñanza e instrucción los grandes maestros que sentaron las bases de la tradición pedagógica cubana.
Breves apuntes históricos
Los orígenes de la pedagogía cubana se remontan a los finales del siglo XVIII e inicios del XIX, estrechamente vinculados al proceso de inicio de la formación de la identidad cultural y del pensamiento cubanos, cuando las ideas de la Ilustración europea –reinterpretadas desde la realidad insular por los mejores pensadores criollos de entonces transformaron definitivamente la instrucción y educación de la Isla y establecieron las bases de lo que llegaría a ser posteriormente una sólida cultura pedagógica, con una importancia decisiva en la consolidación de la cubanidad.
Instituciones como la Sociedad Económica de Amigos del País, la Sociedad Patriótica, la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana y el Real y Pontificio Colegio Seminario de San Carlos y San Ambrosio, favorecieron el desempeño de pensadores y maestros que constituyeron los pilares fundacionales de la tradición pedagógica de la Isla, como los presbíteros José Agustín Caballero y Félix Varela, y el pedagogo y filósofo José de la Luz y Caballero, considerado el padre de la pedagogía cubana.
Durante los inicios del período republicano, el también pedagogo y político, Enrique José Varona, encabezó una importante reforma en la educación al frente de la Secretaría de Instrucción Pública durante la primera intervención norteamericana. Su doctrina pedagógica rechazaba la violencia revolucionaria como método para solucionar los males sociales, y consideraba a la universidad como un espacio cívico autónomo que debía ser fragua de la democracia nacional.
Fueron muchas las personalidades que aportaron a la pedagogía cubana durante la República. En ese período la enseñanza pública se generalizó y se extendió, a la vez que se diversificaba la instrucción. Surgieron numerosas escuelas de enseñanza general, escuelas tecnológicas, de comercio, así como de diversos oficios y escuelas pedagógicas como las Escuelas Normales, que graduaban maestros de enseñanza primaria; o la cátedra de Pedagogía de la Universidad de La Habana, que formaba a los profesores de enseñanza media y superior. También se fundaron la Universidad de Oriente (Santiago de Cuba) y la Universidad Central (Santa Clara).
En poco más de 40 años la República vio surgir numerosas instituciones de enseñanza, tanto pública como privada, laica o religiosa, en toda la Isla. Cierto que existía una gran diferencia entre las zonas urbanas y las rurales con relación al acceso a la educación y al número de centros docentes, sin embargo, hacia finales de la década de los 50’ del siglo XX, Cuba exhibía uno de los más bajos índices de analfabetismo, no solo de este Hemisferio, sino incluso por debajo de la que había sido su metrópoli, España, y de numerosos países que hoy se encuentran entre los más desarrollados del planeta.
Así, el censo de 1953 reflejaba un 23% de analfabetismo entre los cubanos mayores de 10 años, una cifra muy favorable para los estándares de la época. Las zonas rurales estaban marcadamente menos favorecidas, con un 41,7% de analfabetismo, en franco contraste con las zonas urbanas, que tenían un índice de 11,6%.
La Educación “revolucionaria”: voluntarismo y centralismo
Tras la llegada al poder del actual régimen político, casi seis décadas atrás, el nuevo Poder dio inicio al desmontaje de la larga tradición pedagógica anterior, anclada en los valores republicanos desde los primeros años del siglo XX y se impuso una transformación radical del sistema de educación.
Entre las medidas tomadas por el nuevo gobierno se dictó la Ley de Nacionalización de la Enseñanza (6 de junio de 1961) que estableció la instrucción pública y gratuita y a la vez suprimió la educación privada. Todos los centros de enseñanza privada, así como sus bienes y acciones, pasaron al poder del Estado, desde entonces rector absoluto de los programas docente-educativos.
En el propio año 1961, el gobierno revolucionario impulsó una colosal campaña de alfabetización que se propuso, por una parte, erradicar el analfabetismo en Cuba, y por otra, proyectar al mundo una imagen de la voluntad de justicia social del nuevo Poder revolucionario.
Para cumplir semejante meta fueron movilizados por todo el país cientos de miles de jóvenes de casi todos los niveles de enseñanza. Muchos de ellos, apenas adolescentes, marcharon de sus hogares por primera vez para enseñar a leer y a escribir a otras tantas familias, fundamentalmente campesinas, compartiendo sus duras condiciones de vida y sus jornadas de trabajo1.
A la vez, el Manual que utilizaba el alfabetizador servía “para orientarlo técnica y políticamente”2; mientras la Cartilla de los educandos contenía “24 temas sobre cuestiones básicas de la revolución, con definiciones sobre las palabras usadas”.3 Porque la campaña alfabetizadora, más que el altruismo de llevar la luz de la enseñanza a los rincones más apartados de Cuba, tenía como objetivo esencial adoctrinar políticamente a favor del gobierno a las grandes masas de origen obrero y campesino, así como a los propios maestros.
Fue esta la primera movilización masiva de larga duración promovida por el nuevo gobierno y una de las más populares, con un balance político sumamente favorable al Poder, aunque con un gran costo económico y social cuya envergadura aún no se ha calculado. También era el inicio de una fatídica experiencia que se repetiría más de una vez en períodos posteriores, ante la insuficiente cantidad de educadores: los maestros improvisados mediante cursillos breves, sin una verdadera formación pedagógica.
Ya en la década de los 60’ comenzó a evidenciarse la impronta ideológica que marcaría el devenir de la educación cubana hasta el presente. El número de maestros de entonces, insuficiente para cubrir la demanda en correspondencia con los programas docentes de la revolución, unido a la urgencia de crear un nuevo tipo de educador capaz de responder a los intereses políticos del gobierno, imponía la creación de escuelas pedagógicas de nuevo tipo.
Entre los primeros experimentos pedagógicos del gobierno se promovieron concentrados de estudiantes -futuros maestros “revolucionarios”- en lugares montañosos. Previamente fueron liquidadas las Escuelas Normales4. Se crearon nuevas escuelas para maestros de enseñanza primaria con planes y programas revolucionarios, alejadas de los centros urbanos y bajo régimen de internado: los estudiantes cursarían un año de estudios en Minas del Frío, en plena Sierra Maestra, y después cuatro años más en Topes de Collantes, en la Sierra del Escambray, en condiciones casi de guerrilla. Estos estudiantes se formaban “pedagógicamente” no solo en las aulas, sino entrenándose en las privaciones de las marchas por las elevaciones y los montes, conociendo los rigores de la intemperie y viviendo muchas veces en situación de campaña. Un maestro debía ser tan tenaz y resistente como un guerrillero y en ese mismo espíritu formaría a sus educandos.
Paralelamente se crearon los primeros planes de formación de maestros emergentes (conocido como “Maestros Voluntarios”), mediante los cuales, en un plazo de solo cuatro meses, se formaban maestros primarios en campamentos establecidos también en las montañas de la Sierra Maestra. En las zonas urbanas se aplicó otro plan de maestros emergentes, conocido como “Maestros Populares”, que formó educadores primarios entre jóvenes que apenas tenían aprobado el sexto grado. Más adelante se implementaron planes de perfeccionamiento y recalificación, lo que permitió elevar el nivel de los educadores que se habían formado bajo programas emergentes.
Pese a todas las deficiencias e improvisaciones, en muy pocos años, entre 1960 y 1963, el gobierno revolucionario había logrado asegurar la escolaridad primaria de seis grados a la totalidad de los niños cubanos en edad escolar, una meta para la cual la UNESCO había trazado un plazo de diez años.
En la década de 1970 surgieron otras escuelas pedagógicas más especializadas, concebidas siempre bajo el espíritu guerrillero de “batallas” y “campañas” que ha constituido el signo de todos los programas impulsados por el gobierno. A este tenor, y ante la apremiante necesidad de profesionales de la educación para cubrir los cuantiosos planteles creados en todo el país, se fundaron el Contingente Pedagógico “Manuel Ascunce” y la Escuela Formadora de Maestros Primarios “Salvador Allende”, para la formación de maestros secundarios y primarios, respectivamente. A finales de la misma década se creó en la capital cubana el Instituto Superior Pedagógico “Enrique José Varona”, que llegó a graduar profesores de alto nivel pedagógico con una instrucción especializada en todas las ramas de la enseñanza.
A partir del surgimiento de los acuerdos de cooperación científico-técnica y educacional, con el amparo de los subsidios procedentes de la Unión Soviética y los países del antiguo campo socialista, en Cuba se formaron durante más de dos décadas miles de especialistas de nivel universitario y tecnológico, graduados tanto dentro de la Isla como en esos propios países. También se contó con la llegada de miles de técnicos y asesores extranjeros que elevaron la calificación de los profesionales cubanos en todas las ramas de la enseñanza y fueron creados numerosos centros de estudios superiores, tanto capitalinos como en las provincias del interior.
Todo el proceso de renovación radical del sistema de educación tenía como objetivo esencial la creación del llamado Hombre Nuevo, un prospecto de aliento facistoide que presuponía la superioridad moral del hombre formado en el socialismo, con relación al sujeto capitalista intrínsecamente “desnaturalizado, deshumanizado”. Para tales fines, el principio de combinar el estudio con el trabajo trajo como consecuencia desde finales de los años 60’ la implementación del Plan La Escuela al Campo, en función del cual en cada curso escolar se movilizaban los estudiantes de secundaria básica, de enseñanza tecnológica y de preuniversitario hacia campamentos agrícolas, en los que permanecían internados trabajando por un período que en sus inicios fue de hasta dos meses y más tarde se fijó en 45 días.
En los inicios de los años 70’ se crearon las primeras Escuelas en el Campo, con sistema de internado y matrícula opcional, que se fue generalizando para los niveles secundario, preuniversitario y para varias especialidades de enseñanza tecnológica. Hacia finales de la década de los años 80’, sin embargo, los internados en el campo se tornaron obligatorios para todos los estudiantes que optaban por estudios de preuniversitario con vistas a continuar más tarde estudios superiores.
Tales planes llevaban implícito un reforzamiento del adoctrinamiento marxista-leninista de las nuevas generaciones, bajo fuertes preceptos de ateísmo y negación de tradiciones y valores culturales y familiares considerados por el régimen como “rezagos burgueses heredados del capitalismo”. El individuo (rasgo típico de los caducos valores burgueses) debía fundirse en la masa (proletariado, símbolo de los nuevos y futuros tiempos), de ahí la concentración de decenas de miles de adolescentes conviviendo en condiciones de internado, uniformados e igualados como un ejército de zombis al servicio de una ideología, de un partido y de un gobierno.
El Estado se convertía así en el nuevo tutor de las juventudes, con más autoridad que los padres. Para esos jóvenes se creaban nuevos hogares-escuelas y se reinventaba la historia nacional: todo el pasado se condenaba y solo el presente revolucionario legitimaba la justicia y los derechos para los cubanos. Por primera vez en Cuba, la política implantada desde el Poder asestó un golpe demoledor a la familia como núcleo básico de la sociedad, al sustituir el papel de los padres por el del Estado. En consecuencia, los adolescentes eran separados de sus familias y se formaban alejados de la atención directa de los padres, originando la pérdida de valores morales tradicionalmente transmitidos de una generación a otra a través de la relación de padres e hijos.
Pese a todas sus limitaciones, hay que reconocer que el sistema de enseñanza cubano logró extender la instrucción a todas las capas de la población, elevó los niveles de acceso a los estudios de grupos sociales históricamente desfavorecidos y creó en la población la conciencia de la educación como un derecho.
En la década de los 90’, con el derrumbe de la Unión Soviética y del campo socialista de Europa del Este, sobrevino la más profunda y permanente crisis que haya conocido la historia de Cuba. El declive del sector educacional y la incapacidad del Estado para sostener los colosales gastos, condujo al declive y posteriormente al cierre definitivo del sistema de becarios en la enseñanza general. Centenares de maestros y profesores emigraron a destinos laborales más promisorios, sellando con el fracaso lo que alguna vez concibiera un sueño megalómano: hacer de Cuba “el país más culto del planeta”.
Se acentuó un retroceso en la calidad de la enseñanza que se mantiene hasta la actualidad, aunque persiste la política promocionista encaminada a inflar las estadísticas oficiales con falsos estándares. Esta regresión se manifiesta más en la actualidad, cuando los avances de la tecnología de la informática y las comunicaciones y otros adelantos propios del desarrollo científico y técnico a nivel global están fuera del alcance de los estudiantes y profesores cubanos.
Transcurrido medio siglo del secuestro de la educación por parte del Estado, el saldo es negativo: se malograron los avances de las décadas de los 70’ y los 80’, y se perdieron los valores profundamente humanistas de los fundadores de la pedagogía cubana.
Analizando el controvertido proceso de la educación en Cuba, sus luces y sus muchas sombras, cabe recordar los presupuestos de un destacado pedagogo brasileño: “Enseñar exige el reconocimiento y la asunción de la identidad cultural”5. En los últimos 50 años de educación absolutamente centralizada, se ha asumido en el proceso docente-educativo una falsa identidad cultural subordinada a los intereses del Estado y se ha impuesto la enseñanza de una historia nacional apócrifa, al servicio del poder totalitario. El resultado lo estamos confrontando en la realidad actual con la carencia de verdaderos ciudadanos y la imposición oficial de un falso concepto de cubanía.
El mismo pedagogo brasileño señala también que “El mundo de la cultura que se prolonga en el mundo de la historia es un mundo de libertad, de opción, de decisión, mundo de posibilidades donde la decencia puede ser negada, la libertad ofendida y rechazada”6. Siguiendo esta máxima, el ejemplo de la experiencia pedagógica cubana después de 1959, demuestra cómo la negación de la decencia y de las libertades ha acabado por lastrar la cultura y erosionar los valores nacionales. Es precisamente por esa razón que la pedagogía no puede prescindir de la libertad y de la formación ética de los individuos.
Bibliografía
Castellanos Martí, Dimas C. Desentrañando claves. La Habana (inédito).
Ferrer, Raúl. Avances de la educación obrera y campesina en Cuba. La Habana. Cuba Socialista No. 23, Año III, julio de 1963.
Freire, Paulo. Pedagogía de la autonomía y otros textos. Editorial Caminos. La Habana. 2010.
García Galló, Gaspar J. La Lucha Contra el Analfabetismo en Cuba. Cuba Socialista No. 2, Año I, octubre de 1961.
Hart, Armando. El desarrollo de la educación en el período revolucionario. La Habana. Cuba Socialista No. 17, Año III, enero de 1963.
Referencias
1 Según Armando Hart, entonces Ministro de Educación, hubo alrededor de 300 mil alfabetizadores en aquella Campaña, más de la mitad de los cuales eran mujeres. Alrededor de 100 mil de ese total eran adolescentes.
2 G J. García Galló. La Lucha Contra el Analfabetismo en Cuba. En: Cuba Socialista No 2, Año I, Octubre de 1961, pp. 69-81.
3 Ibídem.
4 Estas escuelas “tales y como estaban ubicadas y organizadas, no podían resolver (…) los problemas derivados de la extensión de los servicios educacionales; era necesario aplicar nuevos métodos para la formación de los maestros que el desarrollo del proceso revolucionario requería”. Armando Hart. “El desarrollo de la educación en el período revolucionario”. En: Cuba Socialista No. 17, Año III, enero de 1963.
5 P. Freire. Pedagogía de la autonomía y otros textos. Editorial Caminos. La Habana 2010, p. 36.
6 Ibídem, p. 47.
Miriam Celaya González. La Habana.
Antropóloga. Bloguera independiente.
Miembro del Consejo Académico del Centro de Estudios Convivencia.