A 63 años de un proyecto que se presentaba como la redención de los humildes y como la nación de la igualdad y la justicia, comenzamos este año 2022 con un país en fuga, con una nación que se desangra, como el lugar donde no hay futuro. La solución mayoritaria es escapar.
De aquella utopía no queda ni el proyecto. Los sueños de millones de cubanos se han convertido en una pesadilla cotidiana. La redención nunca llegó. La igualdad nunca se logró, pero ahora son más evidentes y humillantes las diferencias entre millones de cubanos y un pequeño grupo de ellos, con acceso a todo, lo que niega al resto de la nación. De la nunca alcanzada justicia distributiva solo queda un fósil de racionamiento y cien inventos para distribuir la miseria.
El pequeño grupo que decide intenta, sin éxito, disfrazar de socialista el regreso a un sistema de un capitalismo salvaje, sin trabajo eficiente, sin garantías laborales y sin Estado de Derecho, que no funciona ni para los que lo inventaron. No lo necesitan. Hace tiempo viven en el otro sistema, el criticado, el condenado, el injusto, el peor. Este pequeño grupo no escapa porque vive en una burbuja alienada de toda realidad objetiva. Es por esto que el discurso oficial sufre de tal extrañamiento que la aplastante mayoría de los cubanos ha optado por no escucharlo, por apagar el televisor, por refugiarse en las novelas rosas del “paquete”, y los que pueden en unos ratos de internet carísimo y renqueante.
Los millones de cubanos vivimos en una agonía interminable, como los familiares cercanos de un enfermo incurable en estado terminal que ni mejora ni muere. Este es el tiempo en que vive Cuba hoy. Esa inmensa mayoría también sufre de una alienación impuesta y minuciosa: se trata de ser obligado a buscar, luchar, mendigar, la supervivencia por cuotas diarias insuficientes para poder respirar antes de recomenzar otra vez la agonía. Esa enajenación planificada absorbe todas las energías, atiborra la existencia y coloca a la ciudadanía en una loca carrera hacia ningún lugar. Es la carrera por la migaja que nos hace dependientes del Estado. Es el mecanismo para que no pensemos, para que no tengamos paz ni tiempo para ser normal, para crear, para exigir, para proponer. Es la asfixia espiritual cotidiana e inducida. Lo saben los que no quieren abrir, y lo sabemos los que necesitamos vivir y demandamos cambiar. Lo expresaron cientos de miles de cubanos el 11 de julio de 2021 y millones lo expresan en la queja cotidiana cada vez más alta y sin miedo.
Ante esta realidad van quedando tres alternativas principales:
- El pequeño grupo que logra escalar hasta la burbuja de los que gozan de todo.
- Otro pequeño grupo que permanecemos aquí, trabajando por cambiar esta situación.
- Y una gran mayoría que solo piensa en huir, en escapar, a dónde sea, cómo sea.
Parece por lo menos asimétrico o hipócrita, preocuparse solo de las migraciones en Europa o en el Mediterráneo, sin ni siquiera mencionar, solo mencionar, los millones de cubanos que están escapando del “paraíso” en que, esos ciegos y sordos, todavía esperan o incluso intentan construir, contra la naturaleza humana, en sus propios países desarrollados. No quedará piedra sobre piedra. Durante 63 años, en un mar más pequeño que el Mediterráneo, en el estrecho de la Florida, en las selvas de Suramérica, en el vía crucis de Centroamérica, y en los más recónditos lugares del mundo han escapado los cubanos desde hace más de medio siglo, y después los venezolanos y los nicaragüenses por dos décadas y más.
El escándalo político, económico y social que produce un sistema totalitario, o autoritario o populista, mimetizando al primero, parece que es tratado solo como algo “normal” en regiones del llamado Tercer Mundo. Pareciera que los emigrantes de las llamadas “repúblicas bananeras” no causan el mismo efecto en Europa o en Norteamérica, que los que causan otros flujos migratorios.
Miremos dentro de nuestro país, paliemos la agonía del sobreviviente por unos minutos de reflexión seria, y meditemos:
- Cuando de un país huye una sangría imparable de sus hijos de cualquier sexo, creencia y situación social, algo muy grave está sucediendo.
- Cuando no se trata solo de crisis económica, sino un estado permanente y creciente de opresión irrespirable o de represión sin medida o de cambiar cárcel por destierro, algo muy grave e inaceptable está sucediendo.
- Cuando se cierran las salidas de todo tipo y estallan más de cuarenta pueblos con miles de gentes en las calles sin una organización ni convocatoria estructurada, gritando Libertad, Patria y Vida, algo muy grave, inaceptable e irreversible está sucediendo.
- Cuando en lugar de escuchar el clamor de su propio pueblo, los que se han arrogado la responsabilidad de dirigir, ordenan el combate, la resistencia, la represión y largas condenas de cárcel, algo muy grave, inaceptable, irreversible y de urgente solución está sucediendo: el cambio es inaplazable.
Eso está sucediendo ahora mismo en Cuba. Eso y más, que no cabe en una editorial. La inenarrable agonía ha llegado a todos los confines de la tierra. Sus habitantes expresan su solidaridad por un tiempo. Y es de agradecer. Pero nos toca a nosotros, los cubanos de dentro y de fuera, que formamos la única nación cubana, la gravísima e inaplazable responsabilidad de ejercer, de mil formas pacíficas, nuestra soberanía ciudadana.
Lo decimos claramente: el cambio es inaplazable, inevitable, urgente. Mientras más se retrase peor será. Es estrictamente necesario un nuevo pacto social entre todos los cubanos, sin cambio fraude, sin diálogo fraude. Con la inclusión de todos, con un diálogo verdadero con observadores, mediadores y garantes internacionales, y un cambio pacífico y estructural que abra la esperanza y la confianza de los cubanos en el destino de este archipiélago.
Es ética, política y socialmente inadmisible que los que dirigen un país provoquen que sus conciudadanos tengan que escapar de su tierra. Eso es un plebiscito elocuente. Cuando un pueblo huye masivamente la necesidad y la urgencia del cambio es evidente y obligada. No es lícito ni ético que las autoridades contemplen la salida del país como una solución a la protesta o la inconformidad de su pueblo. El destierro o la negociación de cárcel por salida definitiva son recursos propios de épocas pasadas y superadas por la conciencia de la humanidad. No solo son ilícitas, sino que son crímenes de lesa humanidad.
El escándalo de un país en fuga, de una nación desangrándose, solo se resolverá haciendo el cambio sistémico y estructural que abra Cuba a la democracia, al progreso y la integración plena y efectiva en la comunidad internacional. El éxodo no es imparable, se parará cuando los hijos de Cuba puedan hacer su futuro aquí. Cuando la reconstrucción de este país atraiga a sus hijos dispersos por el mundo para invertir y levantar a su Patria, como lo han hecho de forma extraordinaria en todos los rincones de la Diáspora, y aún mejor.
El cambio estructural y sistémico es una urgencia inaplazable. La reconstrucción del país en un sistema donde quepamos todos y podamos hacer realidad nuestros sueños es la única forma de resucitar las esperanzas en Cuba. Es la única forma de abrir las puertas al progreso y el desarrollo, es la única forma de revertir el flujo migratorio a lo que fue siempre antes del 1959 en que esta maravillosa Isla del Caribe era receptora de migrantes y no lugar de donde hay que escapar.
El cambio sustancial y pacífico, más una reconstrucción ágil y moderna, es la fórmula para parar el éxodo que empobrece a Cuba y aún más, de liberar al alma de la Nación. Hagámoslo entre todos.
Pinar del Río, 6 de enero de 2022
Fiesta de los Reyes Magos