La situación de Cuba nos sitúa a todos los cubanos en la crítica disyuntiva entre el diálogo y la confrontación. Este tema nos divide a los cubanos de la Isla y de la Diáspora y debemos buscar lo que nos une en la diversidad. Mientras más se cierra sobre sí mismo el poder, existen menos expectativas de un verdadero diálogo. Por otra parte, mientras más se cierra sobre sí misma la sociedad civil excluyendo todo diálogo o negociación con los que ostentan el poder, más nos acercamos a la confrontación y a los métodos violentos en los que nadie, o casi nadie, queremos caer.
Surge entonces una pregunta lógica: si rechazamos el diálogo y los métodos pacíficos, ¿cuál sería la alternativa que nos queda? Si la respuesta es la cerrazón y la violencia, entonces seguimos indagando: ¿Cuántos cubanos desean esa vía violenta y fratricida? ¿Cuál es el costo humano y nacional de las opciones que desechan el diálogo? ¿Cuál sería la posibilidad real de lograr alcanzar el fin de la libertad, la justicia, la democracia y la prosperidad si nos cerramos a una vía negociadora y civilista? Y, un último razonamiento: ¿con qué fuerza material, moral y eficaz, cuentan los que propugnan una salida violenta, sea esta enarbolada por los que ostentan el poder e invocan el artículo 4 de la actual Constitución, o sea de parte de los que, desechando, a priori, una salida negociada y pacífica, solo aceptan el derrocamiento y la confrontación afirmando que con “las dictaduras no se dialoga”? Ambas partes juegan con la vida de ciudadanos que no han sido consultados, que están hastiados de violencia y el uso excesivo de la fuerza.
Creemos que Cuba no merece esta alternativa violenta y extrema. Esto abriría otra espiral de muerte cuya memoria histórica no debemos olvidar para que sirva de contén a tanto discurso de odio, venga de donde venga. Y no estamos igualando a las víctimas con los victimarios. Eso no es justo, ni ético, ni resuelve el conflicto. La espiral de la violencia que engendran las revoluciones solo se resuelve con memoria histórica, justicia con humanidad, cierre de las heridas con la reparación de las víctimas, y un largo y perseverante proceso de reconciliación nacional en el que nunca más se desentierren muertos y se abran nuevamente las viejas heridas.
Si la confrontación y los métodos violentos abren nuevas heridas de sufrimiento y de muerte, entonces la actitud civilista inspira a que nos preparemos todos para un proceso pacífico, dialogante y negociador en el que quepamos todos, sin excluir a ningún diferente. Sin embargo, el diálogo no goza de buena salud por las reiteradas manipulaciones que ha sufrido tanto en sus contenidos como en sus métodos. Creemos bueno y necesario aclararlo otra vez, y muchas veces, hasta que la educación ética y cívica nos promueva hacia una nueva etapa del devenir nacional, sin regresar a ningún pasado, sin abrir la puerta a la violencia, buscando la dignidad plena de la persona humana, la justicia social, la soberanía ciudadana que es la única base segura y sostenible de la soberanía y la interdependencia entre las naciones.
La actual situación nacional e internacional merece que repitamos que Diálogo no es dilación para ganar tiempo. Diálogo no es complacencia para obtener migajas. Diálogo no es solo debate entre iguales, excluyendo a los diferentes, o escogiendo a los que difieren. Diálogo no es cortina de humo o distracción para simular que cambia todo para no cambiar nada: eso que se llama gatopardismo. Diálogo no es cambio fraude.
Entonces, exorcizada la palabra y el concepto, pasemos a sugerir, una vez más, por la urgencia de hacer conciencia sobre esto, un posible Decálogo para un verdadero diálogo nacional.
Decálogo para un verdadero diálogo nacional
- La voluntad de dialogar de verdad, es decir, que exista en todas las partes concernidas, la decidida voluntad de escuchar y responder, discrepar y consensuar, rechazar y proponer, denunciar y anunciar caminos nuevos.
- El reconocimiento del otro como interlocutor válido y la inclusión de todas las partes concernidas. Esta es tan importante como la primera. No se puede ir a un diálogo en condición de subordinación o superioridad.
- El respeto en el tratocon el otro. Con descalificaciones y maltratos no se puede dialogar: Es necesario cuidar la actitud, los gestos, la forma de ubicarse. Que el calor de la discusión no rebase los límites del respeto.
- El lenguaje. La mejor voluntad, y los más nobles propósitos, incluso la mejor razón, pueden perderse a causa del lenguaje. Algunos identifican el lenguaje como el alfabeto del verdadero diálogo. Como la clave para abrir el canal de comunicación y mantenerlo abierto.
- Cumplir las reglas del diálogo previamente acordadas, sin trampas ni desvíos.
- Acordar unos fines y objetivos a alcanzar,y una agenda que marque el camino y las etapas para cumplir esos objetivos. ¿Qué se quiere conseguir al final del diálogo o la negociación? Además, se acordarán unos objetivos parciales y una agenda parcial para cada sesión de diálogo sin olvidar los objetivos finales.
- Acordar y nombrar mediadores, garantes y asesores, y definir entre todos el rol de cada uno de estos servidores del diálogo.
- Evaluar los avances, estancamientos o retrocesos en cada paso, en cada sesión.
- Decidir lo que sea justo, necesario y oportuno hacer ante los resultados de cada evaluación: Continuar, recesar temporalmente, retirarse, concluir cada etapa y anunciar la próxima.
- Ladebida discreción que necesita todo diálogo para avanzar sin ruidos entorpecedores. No es secretismo. Es método y sentido común. Ningún diálogo en conflictos graves se hace en la plaza pública o en los medios de comunicación. Incluso las conversaciones en visitas oficiales de jefes de Estado u otras autoridades se hacen de forma privada. Al alcanzar el cumplimiento de objetivos parciales o finalizar las etapas, lo más aconsejabledebe ser publicar un comunicado conjunto, o en su defecto, cada parte ofrece la información que crea necesaria.
Es solo una propuesta para debatir, mejorar, consensuar. Es importante poner las bases para que no falle, ni se manipule, ni se confunda el diálogo con lo que no es.
Un gran servicio a Cuba sería que cada ciudadano, cada grupo de la sociedad civil, cada partido político se preparara concienzudamente para el contenido y las dinámicas del diálogo y la negociación que con frecuencia se confunden: toda negociación supone un diálogo, pero puede haber diálogos que no tengan como objetivo final una negociación. Los diálogos pueden terminar sin más, o con acuerdos o consensos alcanzados. La negociación termina en tratados formales.
El deber de “cuidar” la convivencia ciudadana, la seguridad, la paz y la prosperidad de los que ostentan el poder y su finalidad fundamental que es la búsqueda del bien común, exige de los servidores públicos de cualquier nivel y jerarquía una voluntad, una capacitación y un entrenamiento para abrirse al diálogo y a la negociación, en lugar de incitar el odio, dividir a la nación y normalizar los métodos violentos.
Estamos seguros de que la educación ética y cívica, la sanación del daño antropológico y el apostar por métodos pacíficos y dialogantes, le ahorrarán a Cuba caos y dolor en esta hora de sufrimientos y peligros. Por el camino que vamos caeremos en la confrontación y la imparable violencia. Es responsabilidad de todos parar esta crispación.
Confiando una vez más en el querido pueblo cubano, invocando el favor de Dios, hacemos un llamado a la razón, al discernimiento político, a la prudencia y a la virtud cívica, para dar un ejemplo al mundo de que somos un pueblo noble, de que somos una nación capaz de solucionar en paz sus propios conflictos, para que nuestros hijos y nietos puedan agradecer a las presentes generaciones de cubanos el habernos comportado como personas libres, responsables, juiciosas y pacíficas.
Hagámoslo, antes de que sea demasiado tarde.
Pinar del Río, 20 de mayo de 2021
En el 119 aniversario del nacimiento de la República de Cuba