Editorial 105: La crisis sistémica se agudiza en Cuba

Pintura mural en la Habana. Obra de Frank Hart.

Cuba sobrevive, agónicamente, a la etapa terminal de un régimen que ha sumido al país en una situación crítica multifacética: la crisis estructural del modelo económico que no funciona, la crisis política de un sistema al que solo le queda resistir mediante la represión, la crisis migratoria que no solo ha privado al país del sector más joven, del segmento laboral más activo y del talento humano más precioso, sino que ha diezmado la población cubana que, además, envejece por la disminución de la natalidad. A todo esto se agrega, transversalmente, la crisis social que ha provocado un empobrecimiento espiritual, moral y material fruto del daño antropológico causado por las seis décadas de totalitarismo en Cuba.

Lo peor es que todas las señales indican que no existe ninguna voluntad política para salir de esta crisis holística. Este tipo de sistema que proviene del viejo totalitarismo estalinista, con rasgos caribeños y caudillistas, al final de su existencia parece una serpiente que se muerde la cola. En efecto, si introduce reformas, aunque leves y cosméticas, comienza a perder poder, y frena por miedo a perderlo. Al decidir mantener el poder, entonces se agrava la crisis por falta de reformas, y por ello, también peligra el poder.

Mientras tanto, pasa el tiempo, se agotan las reservas materiales, morales y espirituales. La paciencia del pueblo tiene un límite. No se puede estirar la “soga” de su resistencia por más tiempo y el peligro de una explosión social aumenta exponencialmente, aunque sea un proceso soterrado que no se ve, pero existe. Hasta un día en que, como si fuera de pronto, que no lo es, estalla. Un enfermo agonizante, con fallo multiorgánico, en su etapa terminal, parece que está dormido. Falso. Está muriendo.

La historia de muchos países con sistemas autoritarios, sean de derecha o de izquierda, nos ofrece antecedentes significativos, que todos los cubanos deberíamos conocer y estudiar para sacar experiencias y lecciones de la historia. Podríamos señalar algunas de esas enseñanzas objetivas y comprobables:

Ningún sistema es eterno. Sus líderes crean un mito de estabilidad y permanencia. El pueblo, casi siempre se aferra a realidades perennes. Cuando abandona al Dios verdadero, único, eterno e inmutable, entonces recurre a los ídolos humanos que, además, son más permisivos moral y espiritualmente. El mito de que los regímenes autoritarios, totalitarios y populistas son eternos e irrevocables es falso. La historia lo demuestra. Cuba no tiene por qué ser la excepción en toda la historia de la humanidad.
Ningún cambio se realiza con “todo” el pueblo. La masificación y las hordas enardecidas en las que supuestamente “todo el pueblo se tira para las calles”, el mismo día, al mismo tiempo, con una misma consigna, es otro mito del totalitarismo. Ninguna revolución ha sido así. Ninguna. Puede haber mucha gente en las calles y esa es una señal del descontento, pero habrá mucha gente en sus casas, aterrados del miedo, esperando a que se decida la situación. El mito de que para que la cosa cambie hay que esperar a que “todos” se lancen al unísono es otro de los engaños míticos del totalitarismo y los autoritarismos. Este mito desmoviliza, desalienta, paraliza, esperando a que todo el mundo salga.
La historia nos demuestra que no ha sido así, que las grandes transformaciones del mundo han comenzado por pequeños pasos, han sido lideradas por lo que el filósofo cubano Medardo Vitier ha llamado “minorías guiadoras”. ¿Cuántos participaron en la Revolución francesa? ¿Cuántos en la Revolución de Octubre? ¿Cuántos en la Revolución de 1959 en Cuba? Y, por otro lado, lejos de todas estas “revoluciones” violentas, nos podríamos preguntar: ¿Con cuántos hombres comenzó Jesucristo el más grande y profundo cambio ocurrido en la historia de la humanidad? ¿Cuáles de estos cambios han durado más? ¿Cuáles han promovido más a la persona humana y al bien común? ¿Cuál ha tenido la capacidad de cambiar, renovarse y servir más?
La cultura occidental, de raíz cristiana, demuestra que los cambios verdaderos en la persona y en la sociedad, en la cultura y la espiritualidad, se hacen comenzando desde lo poco, desde lo pequeño. Cuando algunos líderes de la Iglesia, en una época posterior, intentaron imponerse por la fuerza, la represión y la hoguera, eso fracasó y aquellos líderes provocaron una mancha, no solo en la historia de la Iglesia sino en el desarrollo de la cultura occidental. Nos lo dice la historia: toda alianza entre el trono y el altar resulta un desastre para ambos. También de esos errores debemos aprender.

Cuba, es decir, los cubanos, de la Isla y de la Diáspora, debemos echar abajo los mitos que pretenden distraernos, ocultando la agonía del sistema y la probabilidad, cada vez mayor, de que esta etapa termine. No hay agonía sin fin.

Los cubanos tenemos el deber cívico de trabajar incansablemente porque ese final de una etapa y comienzo de lo nuevo sea en paz, sea con la participación de todos, sea justo, sea ordenado de la ley a la ley, y sea el camino que conduzca a la sufrida Cuba hacia la libertad, la responsabilidad, la democracia y el progreso.

Pinar del Río, 10 abril de 2025

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