Al hablar sobre los políticos, sean personas, movimientos o partidos, se va haciendo habitual enfatizar más que nunca, si son de izquierda o de derecha, o si se les debe colocar en los extremos o en una mixtura con el centro.
Así asimilamos que Bolsonaro, ex presidente de Brasil es de extrema derecha, mientras que el actual mandatario de ese país, Lula da Silva es solo izquierdista. Nos enseñan los medios que hay un peligroso candidato argentino de apellido Milei que desborda los límites de la derecha; que Boric en Chile, Petro en Colombia, Daniel Ortega en Nicaragua, Nicolás Maduro en Venezuela, forman una izquierda variada y plural mientras que en Guatemala la extrema derecha acaba de advertir de que “la esclavitud del socialismo llegará a Guatemala si el centroizquierdista Bernardo Arévalo logra asumir la Presidencia de esa nación, en enero de 2024”.
Los ciudadanos con derecho al sufragio se limitan a decidir en las urnas sus preferencias, pero los políticos en sus discursos y proclamas, en sus debates y cuando responden entrevistas, van dejando “marcadores” que los observadores usan para sus clasificaciones.
En temas económicos las huellas que se dejan para ubicarse en uno u otro punto cardinal están referidos, para la izquierda, en la participación del Estado en la economía, la propiedad social, las cooperativas y la planificación. Para la derecha, la propiedad privada y las leyes del mercado. Gran importancia tiene la aplicación de los impuestos en dependencia de que afecte más a los ricos que a los pobres.
El gasto público, que es una consecuencia directa de la mayor o menor participación del Estado en la economía y/o de la forma en que se aplican los impuestos, define mejor ambos bandos. Desde la izquierda se proclama unos servicios de salud públicos y gratuitos, como pública y gratuita se organiza la educación. Desde la derecha se defiende que estos servicios deben estar en manos privadas. En los extremos se especifica la exclusividad del carácter público y privado y en las fronteras que cada lado tiene con el centro se observan las soluciones mixtas.
La tan llevada y traída “justicia social”, entendida como la fórmula para que las personas desprotegidas tengan no solo oportunidades de sobrevivir, sino incluso de desarrollar una vida plena, ha encontrado tradicionalmente su asidero en el discurso de la izquierda. Solo en la extrema derecha se han observado síntomas de cierto malthusionismo social, o lo que es igual eliminar la pobreza haciendo desaparecer a los pobres. Pero la aspiración al equilibrio desde la izquierda extrema también incluye la desaparición de los ricos, al menos como clase social.
Una conquista indiscutible de la izquierda, que ha llegado a penetrar en las agendas de la derecha con mucha fuerza es la eliminación de toda manifestación de racismo. Los nuevos márgenes de la discusión están en hasta dónde se debe favorecer la inclusión equilibrada de razas que han sufrido la discriminación, en universidades, puestos de trabajo estatales, parlamentos, etc.
Desde mediados del pasado siglo y sobre todo en el actual, han aparecido nuevas etiquetas. Proclamar leyes que limitan la deforestación, la excavación de minas, el uso de combustibles contaminantes y desde luego reconocer el cambio climático otorga al menos una “apariencia izquierdosa”. A la derecha se le adjudica una insaciable voracidad de consumo, de despilfarro y de desprecio por el medioambiente. Los llamados partidos verdes que aparecieron a partir de la década de los 80 del pasado siglo se mostraban ajenos a la política, pero hoy sus agendas han sido recogidas (o secuestradas) por la izquierda. Solo en los extremos de la derecha se intenta demostrar que los ambientalistas son unos alarmistas y farsantes.
Pero vale la pena aclarar que antes de estos años 70 y 80 los marxistas seguían definiendo la sociedad comunista como ese momento en que correrían a chorros llenos los bienes materiales y que en donde se intentaba “la construcción del socialismo” se advertía que ese propósito tenía como requisito dominar la naturaleza.
Las luchas por la emancipación de la mujer, donde se incluye el derecho al sufragio, igual salario por igual trabajo y que el matrimonio no se convierta en una especie de esclavitud se fortalecieron desde mediados del siglo XIX, lo cual era entonces calificado de progresista. Más cercano a nuestros días otro asunto sirve para acuñar el izquierdismo: los temas referidos al género, especialmente la llamada “ideología de género” (que merece un estudio aparte) y que ha traído al ámbito de las definiciones de derecha e izquierda nuevas equidistancias.
La idea medular de que la identificación con el sexo es algo más adquirido culturalmente que una condición biológica, ha llevado a colocar en la agenda de muchos izquierdistas la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo, la aceptación de la transexualidad con todas sus consecuencia sociales donde lo que se discute es a partir de cuál edad puede un ser humano someterse a una irreversible cirugía de “adecuación genital”, el derecho a tener baños sanitarios libres de separación de género y la eliminación en la educación, tanto escolar como familiar, de todo lo que tiene que ver con los “roles masculino y femenino”.
Curiosamente, no hay identificadores de tanta precisión en el campo político. Aunque a la derecha se colocan todas las monarquías, incluso las formales, ha habido y hay dictaduras en ambos bandos y sobre todo en sus extremos. Las garantías democráticas de las leyes electorales o las formas de gobierno parlamentarias o presidencialistas aparecen indistintamente en una u otra varilla del abanico. Lo mismo ocurre con el tema de la libertad de expresión, donde la única constante es que donde quiera que gobierne uno de los extremos, allí no habrá libertad de prensa ni de creación artística.
El cumplimiento de los derechos humanos, consagrados hace 75 años en la Declaración Universal, se hace notar con más claridad en esa franja que va desde la centroizquierda a la derecha, lo mismo ocurre con la fortaleza de la sociedad civil autónoma e independiente que en los regímenes de extrema izquierda o extrema derecha se comportan como meras poleas de transmisión.
Hay muchos temas más que trascienden la localización entre diestra o siniestra. Allí aparecen la legalización de las drogas, la permisibilidad de la prostitución y la pornografía, el reconocimiento de los derechos de animales, el tratamiento que se le da al tema migratorio, y parece inminente que se legisle sobre la inteligencia artificial y su violenta intromisión entre los humanos.
El tiempo se ha ocupado no solo de desdibujar sino también de rediseñar las identidades de estos extremos políticos.
Ahora en el tercer decenio del siglo XXI, viviendo en Cuba, la pregunta es dónde cabe engavetar el proceso que vivimos y más aún donde nos acomodamos cada uno de nosotros.
Reinaldo Escobar Casas (Camagüey, 1947). Periodista.
Jefe de redacción de 14ymedio.
Reside en La Habana.