Cualquier familia tiene dos tipos de divergencias, las que mantiene con sus vecinos y las que ocurren dentro de los muros de la casa. En los casos externos se cuentan el que molesta con la música muy alta, el que tiene a su perro suelto en el pasillo, el que pide cosas que no devuelve, el que se mete en lo que no le importa. Hacia el interior tenemos al marido machista que golpea a la esposa, al padre autoritario que reprime a los hijos, al pariente conflictivo que vive como un parásito. Suele ocurrir que los problemas internos provocan desacuerdos con los vecinos y también que las desavenencias con la gente del barrio, la cuadra o el edificio no son evaluadas de la misma forma por todos los integrantes de una familia.
Esta verdad de Perogrullo se traslada al ámbito de las naciones. El gobierno de Cuba, por ejemplo, ha sostenido un dilatado diferendo con los últimos once gobiernos de los Estados Unidos. Harto conocidas son las restricciones económicas, la introducción de espías y la colaboración con acciones armadas desestabilizadoras. Por otra parte, una considerable porción de la población cubana ha sostenido durante cinco décadas una profunda divergencia con sus gobernantes. Estas otras discrepancias se han concretado en alzamientos armados, sabotajes, invasiones, emigraciones masivas y en la creación de grupos pacíficos de oposición. Miles de cubanos han purgado en la cárcel delitos calificados contra la seguridad del Estado. Muchos otros han sufrido las múltiples consecuencias de la represión, donde se incluyen detenciones arbitrarias, despidos laborales, prohibición de salida del país y golpizas en mítines de repudio.
El vínculo entre ambos diferendos, el externo y el interno, se formula con dos argumentos contrapuestos. El oficial del gobierno cubano, que acusa de mercenario a sueldo del imperio a todo aquel que exprese su desacuerdo político, con lo que se pretende hacer creer que no es concebible una acción contestataria local desligada del imperialismo norteamericano y el otro, que describe la disputa con el exterior (aquí se incluye la Unión Europea y otras naciones independientes) como consecuencia de las acciones desestabilizadoras en diversas partes del mundo planificadas, apoyadas o ejecutadas por militares cubanos y debido también a la violación de derechos a los ciudadanos cubanos por parte del gobierno de la Isla.
Por mucha interdependencia que haya entre ambos conflictos parece obvio que las soluciones de uno y otro pueden avanzar por caminos paralelos. En el orden externo, las conversaciones migratorias, los tratados para combatir el narcotráfico y la búsqueda de mejorar el correo y las comunicaciones entre Cuba y Estados Unidos competen a instituciones gubernamentales de ambos países que se conceden recíprocamente la debida legitimidad para sentarse a conversar y llegar a acuerdos mutuamente satisfactorios. Lo mismo ocurre con representantes de la Unión Europea con quienes se negocia el levantamiento de la Posición Común.
Sin embargo, en el orden interno las autoridades gubernamentales insisten en no reconocer pública y oficialmente la condición de interlocutor a ninguna tendencia política ni a ninguna agrupación de la emergente sociedad civil alternativa, de manera que temas tan domésticos como la excarcelación de presos políticos o la permisibilidad de manifestación a determinados sectores pueden aparecer en la agenda de discusiones con diplomáticos extranjeros, o con agentes no implicados directamente en actividades opositoras, como la jerarquía eclesial, pero nunca en un parlamento con los antagonistas del patio, a menos que se quiera interpretar que ese diálogo ocurre durante los interrogatorios a que son sometidos los opositores cuando han sido arbitrariamente detenidos por agentes de la Seguridad del Estado.
Comparto la opinión de que en la medida en que el diferendo externo se suavice se verá favorecido un diálogo entre el gobierno y su oposición interna y que en la medida en que los cubanos podamos entendernos en una discusión respetuosa, donde prevalezca la tolerancia y no la intransigencia, se abrirán los canales para llegar a arreglos con el exterior. En teoría, lo óptimo sería avanzar en las dos vías al mismo ritmo, como el que pretende caminar dando pasos sobre rieles del ferrocarril.
Son tres los eventuales participantes de estas presumibles negociaciones: El gobierno de Cuba, sus opositores internos y los gobiernos extranjeros que de forma individual o concertada ejercen todo tipo de presiones para promover cambios en la Isla.
El único entre ellos que se ha mantenido inalterable durante medio siglo es el partido-gobierno que detenta el poder de forma absoluta en Cuba. De hecho, en su cúpula mandante están las mismas personas que tienen la responsabilidad de todo lo ocurrido, los que no pueden lavarse las manos diciendo que ellos no fueron los autores de las confiscaciones, los que firmaron los fusilamientos, los organizadores de las guerrillas latinoamericanas, los que invitaron a emplazar sobre nuestra tierra aquellos cohetes con ojivas nucleares apuntando a la casa del vecino. Los que con irresponsable arrogancia apostaron al caballo perdedor del socialismo real y establecieron la dictadura del proletariado para erradicar los derechos de asociación, de expresión y de libertad de movimiento. Ellos se atribuyen la potestad de hablar en nombre de todo el pueblo e imponen una supuesta sinonimia entre sus nombres propios y la Patria
Permanentemente descalificados por la abrumadora campaña de los medios oficiales de propaganda, que los acusa de pretender un regreso “al pasado bochornoso” de la tiranía batistiana, la inmensa mayoría de los opositores en activo dentro de la Isla nacieron después que se había declarado el carácter socialista del proceso. Ni siquiera uno de los líderes de la disidencia tuvo oportunidad de participar en la vida política republicana; me atrevería a asegurar que ninguno tuvo edad para votar en las elecciones de esa época y que, al menos directamente, ninguno se vio perjudicado por las primeras leyes revolucionarias. La oposición cubana actual está fragmentada, pero comparte una vocación pacifista y una pasión por la defensa de los derechos ciudadanos.
La alternancia partidista y la obligación de seguir el dictado de los electores, que son virtudes de la democracia, se vuelven debilidades para los diferentes gobiernos que fuera del país han intentado enfrentarse o entenderse críticamente con el de la Isla. Los políticos que desempeñan cargos y toman decisiones, suelen incurrir en el veleidoso optimismo de creer que con ellos todo será diferente, entre otras cosas porque pueden darse el lujo de mostrarse como miembros de una generación que, como el joven vástago de los Montesco, no tiene ninguna culpa del viejo diferendo con los Capuleto.
Sin ánimo de simplificar el asunto podría afirmarse que todo este embrollo solo empezará a desenredarse cuando en todas las partes implicadas exista la voluntad de reconocer la legitimidad del otro, sin que eso implique mermas en la soberanía, ni asumirlo como una capitulación. Los gobernantes cubanos no se cansan de exponer que la única condición que ponen para dialogar es ser respetados como un igual, o sea, como un gobierno legítimo considera a otro igualmente legítimo. Ningún gobierno, por despótico y dictatorial que sea puede aceptar ser tratado como lo hace un negociador de la policía con el secuestrador de rehenes. Sin embargo, apelando a un doble rasero, el Partido Comunista se autodesigna como la fuerza dirigente de la sociedad y del Estado y se niega tajantemente a reconocer la legitimidad de otros partidos, tratando a sus miembros como lacayos del enemigo exterior y –paradójicamente- como rehenes secuestrados con quienes no hay nada que conversar.
Lo otro ya sabemos a cuál callejón sin salida conduce. Quienes más tienen que perder en la confrontación son los que más ganarían en el diálogo. Las grandes potencias mundiales tienen todo el tiempo para sentarse a esperar a que sus presiones produzcan un desgaste o a que la biología haga lo suyo. Nuestros mandatarios gozan de la legitimidad que le ofrecen sus aliados y con eso pueden seguir tirando un buen tiempo más. Los que no deberían sufrir las consecuencias de la prolongación de esta situación son nuestros hijos, a quienes no podemos heredar un conflicto que no les pertenece.
Reinaldo Escobar (Camagüey, 1947)
Periodista. Miembro de la Revista digital Consenso.
Reside en La Habana.
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