Hace unos días un buen amigo, a quien considero muy capaz y bien preparado, me hizo una pregunta interesante. Y digo interesante porque si esa persona, con una formación un tanto diferente a la de los últimos tiempos, albergaba esa duda, ¿qué esperar de los demás con el analfabetismo ético y cívico que pulula en Cuba? La pregunta en cuestión, y que pienso responder brevemente, fue: ¿cuál es la diferencia entre oposición, disidencia y sociedad civil?
En primer lugar, oposición significa, según definiciones de la Real Academia Española, la acción y efecto de oponer u oponerse; o la disposición de algunas cosas, de modo que estén unas enfrente de otras. Tiene como sinónimos resistencia, enfrentamiento, contraste, desacuerdo, lucha. Sin embargo, en el plano político se reconoce como oposición al partido político o coalición que se oponen al que está en el poder; es decir, que esta oposición puede estar integrada no solo por partidos políticos (que quizá sean la fuerza más visible), sino también por distintos grupos organizados, movimientos o ciudadanos que a título personal no están de acuerdo con las decisiones del gobierno de turno.
En el caso cubano, un sistema totalitario con un único partido en el poder durante más de seis décadas, las características de la oposición política tienen sus modificaciones. El desacuerdo es obvio, aunque el control y la crítica, así como las alternativas políticas muy prudentes, necesarias y loables, nada tienen que ver con la oposición en sistemas democráticos donde la alternancia en el poder considera a la oposición una pieza clave en el juego político.
En un sistema totalitario estas alternativas, aunque buscan a priori influir en la toma de decisiones, y a posteriori cambiar el régimen, no son consideradas como legítimas por el gobierno en el poder, ya que este no reconoce ni involucra a la oposición en las elecciones, en los debates ni en otros mecanismos que demuestren las intenciones de cambio. Los cubanos no conocemos mucho, desgraciadamente, de democracia y equilibrio en el poder, de fiscalización y transparencia de la gestión pública, ni de diversidad de partidos políticos.
En segundo lugar, disidencia, que en Cuba quizá es más mencionada que oposición por el miedo de reconocer que existe, es una forma también de oposición pero sin tener, necesariamente, que hablar de partidos políticos. El disenso lo podemos ver dentro de cualquier grupo humano, pero en el caso de la política se refiere a la manifestación de la discrepancia ya sea a través de la crítica verbal o la desobediencia civil. Entonces, como existe tanto desacuerdo con las políticas públicas, esa disidencia es la que protagoniza la variedad de iniciativas para ejercer el derecho a la libertad de expresión y asociación y, de esta forma, fomentar el activismo social.
En el caso cubano es bastante común la frase que dice que “el país es una máquina de fabricar disidentes”. Es así porque, al limitar las libertades fundamentales, el ciudadano que busca la verdad y enarbola los derechos que le concede su dignidad humana, discrepa, piensa diferente y actúa en consecuencia para evitar la injusticia y la ineficiencia. Hoy mismo podemos hablar de disenso ante las nuevas medidas del monopolio de las comunicaciones en Cuba, o del disenso de los intelectuales expresado a través de la academia, los medios de comunicación social o el mundo de la cultura.
Para disentir no es necesario estar fuera, sino que, siendo parte, incluso, se puede mover y empujar, desde dentro de una misma estructura u organización, hacia el cambio verdadero, pacífico y civilizado. Lástima que el gobierno cubano sostenga la misma visión de los disidentes presentada en aquel libro de Rosa Miriam Elizalde y Luis Báez, hablando de organización, financiamiento y dirección desde el exterior. Yo me pregunto: ¿el ciudadano que llega a una institución hospitalaria y no encuentra tratamiento, por qué disiente? ¿El ciudadano que no puede vivir con su salario por el elevado costo de la vida, por qué disiente? ¿El elector que quiere vivir la democracia desde la base y jamás ha elegido a un presidente en su nación, por qué disiente?
Ante todas estas preguntas viene la excusa de que la disidencia es pagada por el enemigo, como si el cubano fuera una masa acéfala, como si no pudiera existir un verdadero cansancio de lo malo y de lo viejo, y como si no se tratara de un mecanismo legítimo, consecuencia de la libertad de la que somos todos merecedores. ¿A alguien se le ocurriría decir que las protestas contra las nuevas medidas de ETECSA son pagadas por el enemigo externo? Espero que no, porque sería, una vez más, minusvalorar la capacidad de pensamiento y los deseos de libertad de la persona del cubano.
En tercer lugar está la sociedad civil que, según el Manual de Ética y Cívica del Centro de Estudios Convivencia es:
En sentido amplio, el entramado de instituciones sociopolíticas que incluye un gobierno (o Estado) limitado, que opera bajo el imperio de la ley; un conjunto de instituciones sociales tales como mercados y asociaciones basadas en agentes voluntarios y una esfera pública en la que estos agentes debaten entre sí y con el Estado acerca de los asuntos de interés público.
En sentido estricto, se reduce a las instituciones sociales tales como mercados y asociaciones y a la esfera pública, pero excluyendo a las instituciones estatales. Sin embargo, esta autonomía de la sociedad civil puede existir de una manera más o menos mitigada. Solo será plena cuando el Estado forme parte de una sociedad civil en sentido amplio; esto es, cuando sea un Estado limitado operando bajo el imperio de la ley.
A estos conceptos clásicos agregamos, desde el Centro de Estudios Convivencia, nuestra propia definición de sociedad civil. Así pues, concebimos a la sociedad civil “como el conjunto abierto, complejo, diverso, incluyente, articulado, de las relaciones y recursos que conforman un tejido social o entramado cívico, de todos aquellos grupos naturales, asociaciones sociales, culturales, deportivas, empresariales, políticas, profesionales, asistenciales, solidarias, sean lucrativas o no, de todas aquellas instituciones religiosas, fraternales, humanitarias, y de todas aquellas organizaciones ya sean de carácter local, nacional e internacional”, teniendo rasgos comunes entre sí.
Lo más importante, pues, en esta concepción de sociedad civil, en la que cabemos todos es: 1. Su autonomía respecto a cualquier estructura del Estado, es decir, que sean verdaderamente no gubernamentales; 2. El uso de los métodos y los fines pacíficos; y 3. El desarrollo en la esfera o espacio público, libre y participativo, donde se pueden debatir, entre todos, los asuntos cívicos y políticos.
Espero y deseo que, tal como ocurrió con el amigo, estas breves ideas hayan ayudado a esclarecer la diferencia entre estos términos y permitan ubicarnos en uno de estos tres caminos. Así no tendríamos que nombrar a ninguno de nuestros compatriotas “contra-revolucionario” por el simple hecho de ser miembro de un partido opositor, ser disidente de la ideología imperante o pertenecer a un grupo de trabajo de la sociedad civil. En este largo camino hacia la democracia por el que transita Cuba, todos somos responsables de ejercer nuestro rol, sin encasillamientos ni estereotipos. Sin miedo a identificarnos, cada uno, con lo que somos, y trabajar desde esa posición por el futuro que tanto anhelamos.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Doctor en Humanidades por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.