A cualquiera lo acusan de no saber dialogar. Claro, porque si hay algo difícil cuando no hay respeto a ciertos principios, es dialogar.
Para hacerlo, las partes interesadas deben tener voluntad de diálogo, disponibilidad. Se dice fácil, pero está lejos de serlo. Primeramente hay que descubrir que la actitud dialogante es la solución a nuestro problema. Y actitud dialogante significa saber escuchar y saber decir. Escuchar con atención, con ánimo de apertura; decir con claridad, con respeto; buscar el lugar propicio, el momento indicado, la hendidura por donde se puede converger, por muy pequeña que sea. Porque lo que se persigue en esto es llegar a una solución lo más feliz posible, haciendo concesiones, valorando seriamente cada posible propuesta.
Es bueno saber la diferencia entonces entre diálogo e interrogatorio. El primero se da por voluntad de todas las partes y el segundo casi siempre se da cuando una de las partes inquiere a la otra para averiguar algo, y en muchas ocasiones, trata de convencer, incluso imponer, a veces por la fuerza, sus criterios. Casi siempre es un monólogo en el que, por supuesto, una parte protagoniza. La cerrazón, las dobles intenciones, la agresividad, la imposición, los autoritarismos, la manipulación, son grandes enemigos del diálogo.
Con nuestros hijos, con nuestros amigos, con nuestros jefes, con quienes no piensan igual que nosotros, ejercitemos nuestra capacidad de dialogar. Es bueno para todos. A la mayoría de los cubanos nos gusta “al pan, pan, y al vino, vino”. Entonces al diálogo, diálogo, y al interrogatorio, interrogatorio. Llamemos las cosas por su nombre, que es más digno.
Livia Gálvez Chiú (Pinar del Río, 1971).
Licenciada en Contabilidad y Finanzas.
Miembro del Consejo de Redacción de Convivencia.
Reside en Pinar del Río.