Derribando muros hacemos convivencia. Con motivo de los 25 años de la caída del Muro de Berlín

Por Yoandy Izquierdo Toledo
 
Muro de Convivencia en Pinar del Río, Cuba. Foto de Juan Carlos Fernández Hernández.

Muro de Convivencia en Pinar del Río, Cuba. Foto de Juan Carlos Fernández Hernández.

 
Uno de los mayores símbolos de la Guerra Fría marcó la historia europea y de la humanidad para siempre: la construcción del Muro de Berlín o “Muro de la Vergüenza”. Las consecuencias inmediatas, luego de separar la zona occidental de la oriental de la ciudad, fueron: la indignación de la opinión pública occidental y el aumento del descrédito de los soviéticos y de la opresión totalitaria comunista.
El muro, pronto fue convertido en un contén de cemento de aproximadamente 5 metros de alto y fue coronado con alambradas, torres de vigilancia, nidos de ametralladoras y minas. El complejo sistema de vallas electrificadas y fortificaciones se extendió a lo largo de 120 kilómetros, y desde su construcción, el 13 de agosto de 1961, miles de personas consiguieron cruzarlo al precio de arriesgar sus vidas. Otros tantos fueron capturados en el intento y decenas de ellos murieron en la esperanza del derribamiento.
El pasado 9 de noviembre se cumplieron 25 años del derrumbe del Muro de Berlín, hecho que se convirtió en uno de los momentos clave de la historia del siglo XX, fuente universal e inspiradora para todos los pueblos que viven la opresión, la imposición de todo tipo de divisiones y la exclusión. Hoy el mundo celebra este hecho como una victoria trascendente. La propia capital alemana se alistó para la efeméride con una instalación artística visible desde las alturas, llamada “Frontera de luz”. Se trató de una hilera de globos de luz dispuestos a lo largo del perímetro que marcaba el límite entre las dos partes de la ciudad desde el final de la II Guerra Mundial. Una contraposición entre el símbolo de las tinieblas y la luz de la libertad, de la mole de concreto contra la levedad de la verdad y la justicia, que se elevan con aires de victoria. Hoy, la Alemania que fue portadora del mayor símbolo del totalitarismo mundial va a la cabeza del desarrollo europeo, figura en las listas como uno de los países con más alto Producto Interno Bruto (PIB), ha sido la sede de importantes reuniones y eventos internacionales y la crisis que afecta al viejo continente aún no ha tocado a sus puertas.
Así queremos todos los cubanos que sea nuestro hogar nacional. Un ambiente donde no pulule por las calles esa mezcla enrarecida de desconfianza, ausencia de valores humanos y violación de los derechos elementales de vida. ¡Que caigan todos los muros! -clama el pueblo, no enardecido como con una consigna, sino sufrido desde la raíz de todos los males:
–   Que caigan para siempre los muros que dividen a la única nación que somos, la suma de Isla y Diáspora, cubanos todos que dispersos por el mundo sufren por cada herida en la estrella solitaria. Que Cuba sea una en cultura y humanidad como lo es en lo geográfico.
–   Que se eliminen los muros infranqueables de la incomunicación entre los propios actores de la vida social de la Nación. Los cubanos, por más de cinco décadas, hemos visto violados nuestros principales derechos. Libertad, como derecho a pensar y a hablar sin hipocresía, contemplada así por el Apóstol José Martí, no es muy común en la Cuba contemporánea. La falta de escenarios para decir lo que pensamos, sentimos o queremos para el destino de la Patria, en innumerables ocasiones se ha convertido en disidencia u oposición. Basta solo pensar diferente, para bien o para mal, y todo cabrá en el mismo saco. ¿Cuándo ha sido escuchada la voz de la sociedad civil como interlocutora válida en la mesa de negociaciones? ¿Qué son elecciones democráticas y qué es derecho al voto? Es más, el pueblo cubano lleva mucho tiempo en la queja, la denuncia, el sufrimiento y ni siquiera ello ha motivado a un diálogo directo, sin prejuicios ni ideas prediseñadas, que proponga soluciones pacíficas e incluyentes. La incomunicación genera más exclusión y nos divide en dos bandos que nunca se entroncan.
–   Que sea destruido el muro de la división que propone dos nombres para un mismo concepto: prensa oficial y alternativa deben resumirse en prensa cubana, variopinta en la praxis, pero repleta de similitudes en su esencia.
–   Que desaparezcan los muros que franquean nuestras instituciones y que muchas veces hacen inaccesibles bienes y servicios de toda persona humana. La salud y la educación, por ejemplo, no deben confundirse con ninguna ideología. Deben prevalecer los principios de equidad y accesibilidad. Las instituciones existen en función de los ciudadanos. Es su principio y meta máxima.
–   Que sean derribados todos los muros que aíslan a los cubanos de a pie, a los que piensan por cabeza propia y no quieren entrar como ovejas al redil por la misma puerta, de un solo color y una sola ideología. Que, definitivamente, pensar diferente no sea considerado como una pena capital, sino como el ejercicio ciudadano para hacer valer la democracia desde su esencia. Que no haya distingos raciales, ni por orientación sexual, ni credos.
–   Que desaparezcan los muros que impiden la recuperación del daño antropológico que aqueja al alma de la nación. La llamada crisis de valores positivos y la emergencia de otros tantos negativos como la violencia, la vulgaridad al hablar, la falta de profesionalismo o algo tan sencillo como la impuntualidad que a veces prima en nuestro quehacer, también nos separan del hombre nuevo, pero no el del socialismo soviético, sino del hombre renovado en las virtudes que Jesucristo nos propone en su camino de verdad y vida.
–   Que la Iglesia en Cuba sea una en la diversidad y no un conjunto de fracciones que luchan separadas y en discrepancias por poner en práctica el Evangelio de un único Jesucristo. El que murió en la cruz es uno solo que vino a redimir el mundo. El mismo para todos. Y más vale ser fieles seguidores de su obra que empantanarnos en resaltar las diferencias que nos separan.
–   Que cese el bloqueo, no solo el que proviene de gobiernos extranjeros, que también debe finalizar, sino el bloqueo interno a las libertades fundamentales de los cubanos. Que los escritores, cineastas, pintores y artistas cubanos en general, puedan mostrar a la luz pública sus creaciones sin censuras, sin condicionantes ni sesgos impuestos.
 
Es fácil imaginar el significado del triunfo del derrumbamiento del Muro de Berlín, sobre todo porque siempre creemos que todos los problemas vienen desde fuera y que, los problemas de fuera, siempre son de mayor magnitud que los nuestros. También vale aclarar que muchas generaciones nacieron cuando ya el símbolo había sido derribado y otros tantos fuimos educados por un sistema que solo estudiaba este hecho trascendental para el mundo en un semestre de Historia Contemporánea, que quedaba olvidado en cuadernos de escuelas. Decía Martí: “La tiranía es una misma en sus varias formas, aunque se vista en algunas de ellas de nombres hermosos y de hechos grandes” (Obras Completas, Tomo I, página 185).
En marzo de este año, en el que se conmemora un cuarto de siglo del acontecimiento histórico del derribo, tuve la posibilidad, no de estar en Berlín, pero sí de ver, desde muy cerca, unos fragmentos del histórico muro que se imponen, hoy transmutados en signos de victoria en el “Parque Berlín” en Madrid. Ante ellos recé por todos los cubanos y por que nuestras ofrendas al servicio de la Patria terminen en corona de espinas, pero además en cruz redentora. Y recordé nuestro muro, el Muro de Convivencia, que fue levantado desde el 15 de diciembre de 2009, en el patio de la familia Gálvez-Chiú.
¿Quién pone muro a las ideas?
Por si queremos hablar de muros físicos, también tenemos nuestro ejemplo en Pinar del Río. Aquel diciembre de 2009 fue diferente, en la preparación de una Navidad, como la que vivimos todos los cubanos, llena de sinsabores y de hálitos de esperanzas, el Proyecto y la Revista Convivencia sufrían la mayor violación de los derechos ciudadanos. En esta ocasión fue colocado un muro de bloques, acero y zinc en el patio donde se realizaban las actividades entre amigos y visitantes, o una simple tertulia con la calidez de los cubanos y la paz que nos caracteriza.
Pronto el muro fue visitado por los mismos y muchos nuevos amigos, se hizo eco de las noticias que se emiten sobre Cuba, fue denunciado en todos los escenarios posibles y aquel espacio, que podía pasar desapercibido, alcanzó la relevancia que unos agentes vestidos de civil quisieron darle. Desde entonces, esas planchas de metal son nuestro símbolo, la prueba de las exclusiones que sufrimos todos los cubanos, la evidencia de que sí hay expropiación por la fuerza de bienes individuales y, sobre todo, que existen violaciones de los Derechos Humanos en Cuba.
Hoy mostramos con orgullo nuestro muro. El nefasto separador que nos ha sido impuesto se ha convertido, en estos seis años, en mural donde cada persona que nos visita estampa su firma, sus ideas, algún pensamiento, o simplemente sus huellas. Algunos grafitis dicen: “¿Quién pone muro a las ideas?”, “La libertad no se puede bloquear”, “No queremos más muros como este”.
El espacio no cerró, con más ahínco quisimos mantener nuestro proyecto; nuestras actividades y visitas incrementaron, ahora muchos se acercaban por la curiosidad de ver el mayor signo de la exclusión dentro de nuestro propio terruño. Y así hemos trabajado por Cuba y desde Cuba, junto al muro de la Convivencia feliz, redentora, que nos prepara para vivir el mañana con más luces y menos sombras. En este arduo bregar como consecuencia de llevar la Patria en el corazón y sufrir por ella desde lo hondo, pedimos, a voz en cuello, el cese de todas las exclusiones. Que nuestro muro no dure lo mismo que el de Berlín, que sea derribado, junto a todos los de Cuba, los físicos y los de las ideas y estructuras. Que Cuba sea próspera como Alemania cuando puso fin al totalitarismo.
¡Que así sea!
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside y trabaja en La Habana.
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