Cuba se acerca a un ejercicio de consulta ciudadana. El 24 de febrero de 2019 será sometido a referéndum un texto de Constitución que ha sido redactado por una Comisión ad hoc elegida por los mismos que están en el gobierno y el único Partido. Una nueva Carta Magna debió haber sido redactada por una Asamblea Constituyente, elegida directamente por el pueblo para que representara a todas las opciones políticas, religiosas, económicas y sociales.
Es cierto que durante un tiempo se realizaron unas asambleas dirigidas por dúos de ese mismo Partido en que se convocó para presentar modificaciones, fueran adiciones, eliminaciones o alternativas de redacción. A pesar del control visible de estas asambleas, mucha gente se pronunció sugiriendo modificaciones sustanciales, estructurales, en profundidad, que recorrían amplios espectros de la vida pública: que el presidente de la República y los Gobernadores provinciales fueran elegidos por el voto directo y secreto de los ciudadanos; que se aprobara el pluripartidismo y se eliminara el poder supremo del partido único sobre toda la sociedad, el Estado y la misma Constitución; que se abriera la economía sin bloqueos al sector privado; que se eliminara el carácter irrevocable del socialismo como única ideología; que se consagraran sin cortapisas ni subterfugios las libertades de conciencia, de expresión, de reunión, de asociación pacífica, de religión y no solo de culto; que se aboliera totalmente y para siempre la pena de muerte; que se eliminara el uso de la violencia, incluyendo la lucha armada contra cualquiera que intente derribar el orden político, social y económico establecido en esta Constitución; que elegir la educación de sus hijos fuera derecho de los padres y que pudieran elegir libremente el proyecto educativo que respondiera a su elección, entre otros.
Pues bien, a pesar de que se modificó más del 60% de los artículos de la primera versión, esas modificaciones no tocaron esencialmente ninguna de las propuestas sustanciales que hemos mencionado como ejemplo y que constituyen el núcleo de la continuidad del poder de un solo grupo de forma irrevocable y sin alternativa pacífica alguna. Visto esto en la versión definitiva podemos decir que las modificaciones no fueron en lo esencial y si hubo alguna en estos preceptos, fue para blindar aún más el poder único de una pequeña parte sobre el resto de la sociedad y de una sola ideología sobre todas las demás.
Ahora solo queda una posibilidad legal y pacífica: Ejercer el derecho y el deber cívico de expresar nuestra valoración del texto, aprobándolo o no, en bloque, como una sola unidad, sin poder modificarlo ni votar por artículos. O ejercer el derecho de no votar. La abstención es otra manera de expresar una opinión que no es ni sí, ni no. Quiere expresar que no participa, renuncia a ejercer ese derecho. Esa renuncia puede ser por variadas razones: la indiferencia ante lo político, el ignorar la importancia que tiene expresar libremente la opinión y ejercer la soberanía aunque fuere de forma limitada y puntual pero real; o también puede ser una forma para expresar que no se reconoce la legitimidad del proceso.
Todas estas acciones ciudadanas son igualmente legítimas y no deben ser descalificadas por el gobierno, ni por la oposición, ni por el resto de la sociedad civil, ni por otros observadores de la comunidad internacional. Votar Sí, votar No, o No votar, son las tres opciones igualmente válidas, legales y soberanas. Por cierto, que la soberanía ciudadana no se menciona ni una sola vez en esta Constitución, siendo esta el origen, el fundamento y el fin de toda Constitución.
Lo que no es ético, ni legal, ni válido, es descalificar a otro cubano porque opta por una de estas tres alternativas. Argumentar por qué voto Sí o por qué voto No o por qué No voto, es un derecho y un deber ciudadano, no del Estado que debería representarnos a todos y no solo a una de estas opciones. Eso es ilegítimo, ilegal y éticamente inaceptable, como lo es tildar de ignorante, de colaboracionista, de aliado, de mercenario, de “rayadillo”, de vendepatria o de mal nacido, a los que discrepen de nuestra opción.
Esas descalificaciones, ofensas y ataques entre cubanos, nos dividen, nos encona y fomenta, querámoslo conscientemente o no, la violencia verbal, gestual, real. ¿Cómo se puede hablar de una unidad entre todos los cubanos cuando solo aceptamos una sola opción sea por parte del gobierno o por parte de la sociedad civil, sea por parte de los que vivimos en la Isla o nuestros hermanos compatriotas que viven en la Diáspora?
La verdadera democracia debate, pero no descalifica; argumenta, pero no ofende; discrepa, pero no ataca. Hágalo quien lo haga, con plena conciencia o sin darse cuenta de las consecuencias, con cualquiera que sea su fin, por muy legítimo que fuera, todos sabemos que el fin no justifica los medios y actitudes que usemos para lograrlo. Bienvenidas todas las campañas pacíficas, decentes, respetuosas, leales a las reglas de la convivencia pacífica y de la igualdad de derechos y oportunidades. Eso sería un excelente entrenamiento para construir una democracia en Cuba que haga realidad el deseo de Martí: “pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: con todos, y para el bien de todos.1
Excluir no es martiano, enconar no es del Martí de la rosa blanca ofrecida a amigos y enemigos, dividir no es de la Patria de Martí en “que quepamos todos”2. Legitimar para siempre de forma irrevocable una sola ideología sea cual fuere, no es congruente con el pensamiento martiano que dice: “Una Constitución es una ley viva y práctica que no puede construirse con elementos ideológicos”.3 Poner a un único partido, sea cual fuere, por encima de la República y del Estado, no es martiano. Considerar “mal nacido” o “apátrida” al que piensa diferente, no es del Martí del Manifiesto de Montecristi4 que invita incluso al enemigo colonial, al español, a que terminada la guerra se quede en Cuba y se una en la edificación de una nueva República. Si así trató Martí a los extranjeros y a los enemigos en plena guerra de independencia, ¿cómo puede ser martiana una constitución que establece una ideología única e irrevocable, un partido único y por encima de todo, un modelo de economía único y hegemónico, un sistema educativo único y excluyente, por mencionar algunas líneas maestras del texto definitivo?
¿Cómo puede considerarse martiana una Carta Magna con la siguiente contradicción?: por un lado declara que el primer precepto de la Constitución es aquel deseo de José Martí: “Yo quiero que la ley primera de nuestra República sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”5 y no sea abolida para siempre la pena de muerte, la lucha fratricida y la exclusión de los que piensan, creen o se expresan diferente? La dignidad plena de toda persona humana incluye, no divide; congrega, no excluye; ama, no odia; respeta, no ataca a sus compatriotas; no consagra la cultura de la muerte, sino el cultivo de la vida como valor supremo y sagrado que nada ni nadie puede quitar en ninguna de las etapas de la existencia, desde su concepción hasta la muerte natural. Ese es el espíritu y la letra de José Martí.
Unos argumentan que en lo esencial todo está decidido, experiencias no les faltan; una de ellas, la más reciente, es la última versión del texto constitucional que es idéntica a la primera en lo esencial. Algunos expresan que las cifras finales serán manipuladas para el Sí, razones no les faltan. Otros argumentan que lo importante es quedar bien con nuestra conciencia que es lo principal, y otros, que participar diciendo No, es legitimar lo que con ese No se está rechazando.
Sea cual fuere nuestra postura, también es experiencia y realidad que en muchas países con regímenes políticos iguales o parecidos al nuestro, así como en regímenes de dictaduras de derecha, hay ejemplos suficientes de que cuando la ciudadanía se unió en lo esencial de dos letras, Sí o No, y pospuso por un momento la legítima diversidad de sus proyectos, el resultado fue contundente.
Al final de esta reflexión y respetando tanto a nuestros hermanos agnósticos, dubitativos o ateos, aunque fuera por aquello de la sabiduría milenaria, o por aquello de Céspedes “¡Aún quedamos doce hombres; bastan para hacer la independencia de Cuba!”6 (que era una rememoración de los 12 apóstoles del Nazareno), en esta trascendental ocasión y única oportunidad, recordamos aquella enseñanza del Jesucristo histórico, encarnado y comprometido con la verdad, la libertad, la justicia y la paz: “Porque tienen muy poca fe. Si tuvieran siquiera una fe tan pequeña como un grano de mostaza, podrían decirle a aquella montaña que se quitara de en medio y se quitaría. Nada les sería imposible” (Evangelio de Mateo 17, 14- 20).
Así que nuestra exhortación, respetuosa e inclusiva, en esta hora de Cuba, es que cada cubano ponga la Patria y su porvenir feliz por encima de sus intereses económicos legítimos, sobre sus opciones políticas, sobre sus miedos o desconfianzas, sobre sus proyectos o partidos, sean oficialistas, opositores o miembros de la sociedad civil, para poder ejercer su derecho ciudadano únicamente según los dictámenes de su propia conciencia.
El tribunal de la conciencia es intangible e inapelable. Nada ni nadie puede entrar ni decidir por él si cada uno de nosotros decidimos salvaguardar su carácter sagrado e inviolable. Cuba necesita este esfuerzo supremo de coherencia entre lo que creemos, lo que pensamos, lo que expresamos y lo que hacemos.
Decidir en conciencia: esa es la mejor forma de hacer y servir a Cuba.
Pinar del Río, 28 de enero de 2019
Natalicio de José Martí, apóstol de nuestra libertad.
Referencias
1 José Martí, Discurso “Con todos y para el bien de todos”, Liceo Cubano, Tampa, 26 de noviembre de 1891. Obras Completas. Volumen IV. p. 286.
2 José Martí. Discurso el 10 de octubre de 1891. Hardman Hall. Obras Completas. Volumen IV. p. 262.
3 José Martí, Carta de New York, 23 de mayo de 1882, Obras Completas, Tomo IX. pp. 307 y 308.
4 José Martí. Manifiesto de Montecristi. Obras Completas. Volumen IV. p. 93-101.
5 José Martí. Discurso en el Liceo Cubano, Tampa, 26 de noviembre de 1891. Obras Completas. Volumen IV. p. 279. 6 Carlos Manuel de Céspedes. Yara. En la noche del 11 al 12 de octubre de 1868.