Por José A. Quintana
Al paso que van las cosas, si se mantienen las tendencias observadas en las votaciones de los últimos años, las elecciones del 2018 las perderá el bloque de partidos que apoya a la revolución bolivariana.
Por José A. Quintana de la Cruz
Al paso que van las cosas, si se mantienen las tendencias observadas en las votaciones de los últimos años, las elecciones del 2018 las perderá el bloque de partidos que apoya a la revolución bolivariana. Hasta ahora ha ganado el chavismo, pero cada vez es menor la ventaja que obtiene sobre los representantes de la derecha. Ahora mismo, por el programa de la patria, como denomina el chavismo a su plataforma programática, han votado 7,5 millones de venezolanos. Por el proyecto contrario, por el plan neo-liberal y dependiente del imperialismo norteamericano, como suelen llamar a la propuesta de la oposición, han votado 7,3 millones. Para el gobierno, el pueblo de Venezuela está constituido por los 7,5 millones de personas que le otorgaron su voto en las urnas. Para la oposición es pueblo los 7,3 millones que la favorecieron. Y los 4 millones que no votaron, ¿qué son? Obviamente se trata de un pueblo dividido por dos pasiones y una apatía: el socialismo, el capitalismo y la indiferencia. Siete millones enfrentados a otros siete millones por apasionadas razones de conveniencia social. Y cuatro millones, con dudas de si saltar o no al ruedo, contemplando la lidia desde las gradas. Un coro de voces maquiavélicas, venido de allende los océanos, inunda el ruedo con un olé de satisfacción.
Hay quien dice que sin el voto de las fuerzas armadas hubiese habido un empate técnico. Lo cierto es que los resultados, aunque los contendientes no lo exterioricen, ha puesto a pensar profunda y seriamente a ambos bandos. A pensar en las fortalezas y debilidades respectivas. Obviamente, ambos sienten la estabilidad propia amenazada por la fuerza contraria. Una fuerza que es real; que puede ser multiplicada o disminuida por los medios de comunicación, pero que existe per se. Y que se mueve. El que subestime al adversario o sobrestime sus virtudes y poder de convocatoria, perderá.
La democracia es incómoda, le dijo De Gaulle al oficial de seguridad que le comunicaba la localización exacta de Sartre y la posibilidad de capturarlo, y agregó: “deje a Sartre tranquilo, que continúe creyendo que está escondido, y que siga escribiendo lo que piensa de nosotros; ese es su papel en la sociedad”. Incómoda es la democracia, cuando es real, porque impide o sofrena los impulsos hegemónicos del poder. Incómoda, porque obliga, aunque no sea obedecida, a gobernar con el contrario, a tener en cuenta a la oposición, sobre todo si esta representa a la misma cantidad de votantes que el partido en el poder, sin menoscabo, desde luego, de los derechos que asisten a las minorías. Incómoda, porque aconseja dialogar y coordinar acciones con un oponente legitimado en las urnas, aunque se tenga el convencimiento de que si fuera al revés él no brindaría la misma oportunidad y la convicción de que así sea esté apoyada en una experiencia de cien años de pseudo-democracia. Esta incomodidad fue asumida por Hugo Chávez y la legó a sus seguidores, los cuales deberán gobernar, si lo obedecen, incómoda y sabiamente.
La sabiduría política consiste en avanzar hacia escenarios de justicia e inclusión social sin usar métodos o tomar decisiones que nieguen los fines perseguidos. Consiste en sumar adeptos, en restar enemigos, en combatir en los frentes exclusivamente necesarios sin vender el alma al diablo ni comprometer principios determinantes de la cualidad del proyecto que se defiende. Consiste en brindar la posibilidad a la oposición de realizar emprendimientos conjuntos en beneficio del bien común; consiste en no ser recelosos in extremis en evitación de ser ingenuos. La sabiduría política consiste en apreciar la conciencia colectiva sin disminuir, o mejor dicho, apreciando en todo su valor el contenido de sentimientos e ideales, pero aquilatando sin falsos prejuicios la trama de intereses legítimos y diversos que la integran. Consiste en evaluar y rectificar constantemente los errores; en incorporar a los descreídos e indiferentes, como son los cuatro millones de venezolanos que no votan porque sus patronos se lo impiden, o porque son inmigrantes nacionalizados sin un fuerte sentido de pertenencia nacional, o porque ninguno de los proyectos en disputa tiene que ver con sus intereses. Y, consiste, esto es muy importante, en poseer la capacidad, las habilidades y la decisión necesarias para defender el proyecto de un agresor astuto o violento.
El gobierno de Maduro tiene la posibilidad histórica de acreditar definitivamente al Socialismo como propuesta válida para la solución de los problemas del mundo, o enterrarlo para siempre en el cementerio de las quimeras sociales. Podrá hacerlo si no se desata una guerra civil; si los escenarios Libio-Sirios no se trasladan a las tierras de América para desgracia de todos.
Fotos: Catálogo del Patrimonio Cultural Venezolano 2004-2007.
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José A. Quintana
Economista jubilado.
Médico Veterinario. Pinar del Río. Cuba.