Por Maikel Iglesias
I.Del voto hasta el exvoto: La distancia más larga entre dos puntos. Cuando el sufragio universal, se convierte en un tipo de tortura para el ser humano, todos los derechos a influir sobre el destino de la patria mediante esta práctica, quedan reducidos a cenizas.
Por Maikel Iglesias Rodríguez
I.Del voto hasta el exvoto: La distancia más larga entre dos puntos
Cuando el sufragio universal, se convierte en un tipo de tortura para el ser humano, todos los derechos a influir sobre el destino de la patria mediante esta práctica, quedan reducidos a cenizas. Ese acto de plena conciencia cívica y legitimación de los sistemas que rigen en cada país, se convierte en un cortejo fúnebre, allí donde la libertad se enferma y las electorales urnas, fungen como especies de panteones colectivos. Más allá de que estos depósitos de fe nacional, sean custodiados por infantes, pioneritos ungidos, los más puros portadores de la vida y por ende el porvenir del universo.
Esa enorme conquista del hombre civilizado, la cual se manifiesta a través del ejercicio del derecho al voto, pierde su cabal sentido, cuando prevalecen en el ámbito de las elecciones: la angustia reprimida de los ciudadanos, la pavorosa voz de la desesperanza y aquella procesión robótica de unos votantes confundidos junto a la argamasa de los seres elegibles. Es tan confidencial y anónimo el proyecto con el que cada candidato se propone hacer más prósperas las vidas de todos los cubanos, como el carácter del sufragio mismo; o acaso las virtudes que este debiera tener.
Aunque es cierto que en gran parte del planeta, difieren las maneras de ejercer el voto, ya sea de carácter opcional u obligatorio, en modelos electrónicos o por medio de boletas rústicas, a través de sufragios con impacto regionales o de rango presidencial; existen requisitos esenciales, como el respeto a la libre determinación de las personas según sus propias conciencias, los cuales son considerados, patrimonio inalienable de los seres humanos. Por supuesto, dentro del marco jurídico, que cada país haya favorecido en forma democrática según su evolución.
La legalidad vigente en Cuba, no está exenta de tales concepciones humanistas, al menos dentro de sus apartados teóricos mínimos, sobre todo en cuanto al derecho a elegir las bases gubernamentales, que todos los hombres tenemos, más allá de los sexos y las razas, por encima de algún tipo de credo en específico o de cuestiones ideológicas particulares; pero una ley por sí misma, no es garantía de justicia social, si no se educa conforme a su naturaleza plena, si no se manifiesta mediante su práctica, el real significado de la libertad.
Esa oportunidad extraordinaria de hacer Patria y Nación, mediante unas elecciones verdaderamente libres, suele transfigurarse en un fastidio crónico, en una danza luctuosa y absurda, cuando la mayoría de la gente asume o da por descontado, que su simple voto, no determinará jamás los cauces de su historia porque habita sumergido en un escenario hostil. Rebasa los márgenes de Estado crítico, aquel pueblo que desfila hacia las urnas con la agónica certeza, de que los sufragios nunca deciden nada.
Ni que pensar siquiera en los recursos con los que los delegados, habrán de contar una vez que por azares, inercia, miedo o simpatías, sean escogidos para constituirse en la Asamblea Popular, en portavoces legítimos de las necesidades y los sueños comunitarios e íntimos; porque en honor a la verdad, debiera ser aspiración de todo líder auténtico, refrendar justicia a todos los derechos de sus compatriotas, sin el lastre fatídico de las discriminaciones. No solo me limito en este punto, al argumento referente a las carencias materiales, sino a la triste devaluación de las almas, escasas en fe e inhábiles para ofrendar amor.
Por todas esas cosas, se nos hace demasiado largo el recorrido de la casa hasta la sede electoral, y sé de muchas personas que prefieren ganarle todo el tiempo posible a la mañana, para salir cuanto antes del martirio de votar. Así se evitan la molestia dominguera de que vuelvan otra vez a recordarle sus deberes y derechos, por medio de un cartero o un vendedor ambulante, el cobrador de impuestos; o aquella aparición infante que nos raja el pecho a mitad de semana, de una niña que aún sin haber aprendido siquiera a leer ni escribir, muestra en su libreta de caligrafía, un mensaje de su profe dirigido a los vecinos, “en favor del proceso eleccionario”.
I- Maremágnum de las estadísticas: ¿Quién elige por la voz de la conciencia?
No obstante la opinión del infeliz ciudadano promedio, la avalancha de voces estatales, exponen un discurso venturoso sobre las votaciones en Cuba. Mientras el tipo corriente del barrio maquilla sus penas interiores, la tele y la radio se inundan de loas y caritas contentas, serviles, orgullosas; luego de una maratónica jornada electoral. Entretanto muchísima gente traga a palo seco y hambrienta, la amargura de permanecer en un país con rumbo incierto, es otro el rostro oficial que la Nación exhibe para el mundo.
Porque la desconfianza, los temores, el agobio, y esas otras mociones internas de los hombres, siguen siendo complicadas de medir; la prensa del Estado nos revela otros guarismos enaltecedores, otras cifras más alentadoras que este humilde artículo y, aquella foto histórica, de una mujer vestida con pulóver blanco y la marca registrada de más de un millón en números azules cuales franjas de la enseña de la Patria, esa imagen refulgente que Yoani Sánchez, una de las periodistas ciudadanas más insignes y audaces que he conocido en mi vida, fue capaz de lucir ante todos los ojos curiosos de Internet.
Sin embargo, más de ocho millones de cubanos, según fuentes adjuntas al gobierno actual, ejercieron su derecho al voto. Es ínfimo el número de boletas anuladas y los otros que vetaron el proyecto que se ha autoconsignado como revolucionario. Lo que cuenta entre la propaganda socialista, es que más del 91% del electorado de la isla cubana y sus cayos adyacentes, validó los comicios; aún le concierne a la gran masa la estadística más aplastante entre los medios gubernamentales, es abrumador el peso en lo cuantitativo de todos los sufragios computados, frente al resto que eligió votar a un dirigente en blanco, al mandatario virtual, que todos los días espera se cumplan nuestros sueños.
Pero entre todas las voces que instigan la conciencia, hay un murmullo verdadero que clama por sobrevivir, una voz personalísima que quiere dialogar en paz y se pregunta: ¿Qué porciento hay de chantajes emotivos y cuánto de contrato social coexisten en el proceso electoral cubano? ¿Cómo es posible medir a quienes votan por el miedo o la desidia? En caso de que resultara electo un hombre o una mujer con altos grados de justicia y honestidad, ¿con cuántos poderes reales, ellos contarían para ejercer sus cargos? ¿Cuánta cefalea habrá de producirle al ser parlamentario, una vez aprobado para desempeñar sus funciones, ese barco encallado de dificultades con las que seguramente, hubo de enfrentarse su predecesor?
Lo mejor es no buscarse rollo con las elecciones, simular que tú eres otro de los tantos que han ido a fingir que deciden su futuro, votar en las urnas por una misión internacionalista para donde sea, levantarse bien temprano y trasladarse en familia hasta las urnas; o peregrinar en grupo, con bastantes amigos, o incluso con aquellos de tu barrio a quienes no soportas. Total, aunque con esto no se consigue mucho, de otro modo tampoco vas a resolver la interrogante de hasta cuándo es esto. Todas estas voces nos machacan excesivamente, desasosiegan, martirizan con disímiles frecuencias a la voz del corazón.
Y a pesar de todo el atropello a nuestra intimidad, hay miles de cubanos apostando a las verdades que les dictan sus conciencias. Pululan millones de exiliados interiores y en más de 150 países, vetando este sistema actual de comprender el mundo sin la necesaria libertad, dirigiendo sus votos a proyectos humanos más grandes y más justos en cuanto a lo que incluyen, anhelan, y se deciden a obrar para lograr sus fines; los cuales resumen el mundo y sus propósitos, la misión trascendente de los pueblos y sus hombres; mejor que esta política frustrada que impera sobre Cuba.
Un requisito primordial para voltear las dolorosas páginas de nuestra historia e iniciarnos al fin en una vida nueva, sería que todas las mujeres y los hombres de mi Patria, podamos elegir directamente al presidente de nuestra Nación, y nominarnos si así lo deseamos, en un marco de justicia verdadera, superando los temores y el fatídico vestigio de la intolerancia. Será menos probable que cambiemos hacia la prosperidad definitiva, mientras el solo hecho de pensar, y escribir opiniones diferentes, convierta a los civiles en seres estigmatizados. Aún así, habrá siempre quien se atreva con la voz de su interior.