Dedicatoria: A José María Heredia

Foto tomada de internet.

Es un honor abrir el vigésimo tercer congreso anual del Centro Cultural Cubano de Nueva York dedicado a “Los exilios de Cuba” con un homenaje a José María Heredia, cantor del “Niágara” y poeta icónico de la lejanía. Agradezco a Iraida Iturralde la invitación, y saludo a los apreciados miembros de la junta directiva y al público presente. En lo que sigue, quisiera hacer un brevísimo recuento de la vida de Heredia en su exilio neoyorkino, y comentar cómo la experiencia del exilio se plasmó en su poesía, particularmente en los conmovedores versos del “Himno del desterrado.” Por último, quisiera comentar la visión profética del poeta acerca de los destinos políticos de Cuba, y hasta qué grado esta visión puede alumbrar la encrucijada por la que atraviesa nuestra isla en este momento.

La vida de Heredia resume el periplo de un criollo decimonónico ilustrado. La primera etapa -residencia en la patria- incluye su primera juventud en la ciudad de Matanzas, estudios de abogacía, y la temprana incursión en las letras cubanas como poeta romántico. A esta le sigue la etapa más amarga: el exilio en Nueva York (1823-1825), y la acogida que le espera en México, país a donde reside desde 1825 hasta su prematura muerte en 1839. Este segundo exilio se interrumpe solo por un breve retorno de escasos dos meses (5 noviembre 1836-1ero de enero 1837) a Cuba. 

El ciclo vital de Heredia se desarrolla en el contexto de las insurrecciones pro-independentistas en el continente hispanoamericano. 

Como otros criollos ilustrados, Heredia se une al fervor patriótico del momento. Acusado de participar en la conspiración Soles y Rayos de Bolívar, y para evitar un seguro arresto, Heredia se refugia primero en la plantación de la familia Arango en Matanzas, y, poco después, huye en el barco Galaxy con destino a Boston el 14 de noviembre, 1823. El posterior traslado a Nueva York es el inicio de lo que va a ser una prolongada separación de la patria que va a marcar tanto su poesía como su aliento vital y convertirlo en vocero e ícono de todos los exilios de Cuba. 

De acuerdo con los cánones románticos, en sus primeros versos Heredia se identifica plenamente con el entorno natural, como lo vemos en los versos de “En una tempestad,” 1822 que claman: “Huracán, huracán, venir te siento… “. Pero el exilio quiebra el lazo esencial entre el sujeto poético y la naturaleza. De hecho, es la pérdida del ámbito natural lo que causa el mayor sufrimiento del exiliado. En repetidos versos, el poeta lamenta la ausencia de esos elementos que componen el aura paradisíaca de la isla. Escúchese el desosiego en el poema “A Emilia” al negársele el paisaje que más añora (“Mis ojos doloridos/no verán ya mecerse de la palma/la copa gallardísima…”). El frío del Norte provoca no sólo hondas lamentaciones, sino la asociación entre la condición del exiliado y la opresión a que está sometida la isla —“el mundo yerto/sufre de invierno cruel la tiranía.” En sus versos más queridos, el “Oda al Niágara,” la enajenación del poeta irrumpe en medio de la visión sublime del furor de las aguas:

Mas, ¿qué en ti busca mi anhelante vista

con inquieto afanar? ¿Por qué no miro

alrededor de tu caverna inmensa

las palmas, ! ay! las palmas deliciosas

que en las llanuras de mi ardiente patria

nacen del sol a la sonrisa, y crecen

y al soplo de las brisas del Oceano

bajo un cielo purísimo se mecen?

(junio 1824; Poesías completas de José María Heredia, editado por Tilmann Altenberg [Madrid: Iberoamericana Vervuert: 2020], 252).

Al vislumbrar las palmas detrás de “los torrentes despeñados,” Heredia postula a la naturaleza como el fundamento filosófico de la ciudadanía. Frente a la desnaturalización del exilio, Heredia responde, no con nostalgia, sino con melancolía.

Después de casi dos años en Nueva York, Heredia se embarca a bordo del Chasseur con destino a México, país que le acoge debido a la intervención del presidente Guadalupe Victoria. Escrito en tránsito entre dos destierros, el “Himno del desterrado” pone palabra a la experiencia exílica cubana. El poema inicia con un motivo romántico: la travesía por el mar, solo que, en el caso de Heredia, no se trata de un viaje placentero sino del agridulce rememorar de los paisajes de su juventud vistos desde la proa del barco—el Pan de Matanzas. Si bien antes vimos el sentido de disociación que ocasiona el abrupto corte con el entorno físico de la isla, aquí nos estremecen los versos que evocan la intimidad familiar perdida. Al meditar su suerte, Heredia vincula su propio destino como exiliado con los destinos de la isla, y llega al máximo de intensidad emotiva con los versos que todos conocemos: 

¡Dulce Cuba!, en tu seno se miran

en su grado más alto y profundo,

la belleza del físico mundo,

los horrores del mundo moral.

(“Himno del desterrado”, Poesías completas, 2020)

Con estos cuatro versos, Heredia pronuncia lo que llamo estructura profunda en la historia de Cuba. Adapto este término de la lingüística pues, justamente, contiene la clave del significado profundo de la historia de Cuba. Urge preguntarnos ¿hasta qué grado esta disyuntiva o contraste fatídico ha afectado o provocado los múltiples y, al parecer, constantes exilios de Cuba?

Heredia enumera “los horrores del mundo moral”: no solamente la lacra de la esclavitud, sino el “despotismo vengativo” que se ha apoderado de la isla, y le ha privado de sus “campos de luz y cielo puro.” (“A Emilia” 1824). La persistencia y larga duración del abuso y exceso del poder causa, por un lado, la condición de poeta desterrado; por otro, impide la entrada de Cuba al conjunto de las repúblicas hispanoamericanas recién instauradas. La salida a esta disyuntiva es el ansia de libertad, proclamado al final del “Himno…:” “¡Cuba! al fin te verás libre y pura! / Como el aire de luz que respiras […]”. El fin de la tiranía, entonces, retornaría a Cuba a la plenitud y exuberancia natural que le corresponde, allanando la distancia entre “el mundo natural y el moral.”

Heredia no logró ver este sueño de libertad cumplido. Un año después de publicar el “Himno […],” (en 1836) le escribe al Capitán General Miguel Tacón, quien le concede entrada provisional a Cuba a cambio de renunciar a su pasado ideario político. Aunque este paso ha provocado numerosas polémicas entorno a la figura de Heredia, desde el siglo XIX hasta nuestros días, nuestra experiencia compartida del exilio no debe conducir a emitir un juicio moral sobre el poeta. Más bien, debe abrirnos a otra dimensión. La trayectoria de Heredia, y este último paso, sirve para ilustrar las imposibles coyunturas que impone el exilio (Fredrick Luciani, José María Heredia in New York, 1823-1825. An Exiled Cuban Poet in the Age of Revolution [SUNY Press, 2020], 13). Es más, la carta de Heredia señala que la misma estructura profunda se mantiene hoy. Cuando un poder omnímodo manipula, condiciona, y regula el derecho y acceso a la patria, va a provocar las mismas extremas o equívocas respuestas: la isla en fuga, desde el primer exilio post-1959 hasta los disidentes y activistas de hoy.

Nos urge, entonces, reflexionar sobre el evidente paralelo entre los cuatro siglos del colonialismo español y las seis décadas del sistema imperante. A pesar de su desencanto con las nuevas repúblicas, queda, sobre todo, la visión inspiradora que Heredia expresa en sus últimos versos. “En el aniversario del 4 de julio de 1776” (1825) proclama la “sagrada Libertad” en las Américas, y, en otro poema, defiende “A los héroes mexicanos caídos en defensa de la Independencia” en 1829 (julio, 1829). Ampliada al ámbito interamericano, esta profecía culmina cuando el poeta ve posado “Al genio de la Libertad” encima del volcán Iztaccíhuatll, “asentado/en las etéreas cumbres/revestido/con alta majestad.”

 


  • Adriana Méndez Rodenas.
  • Profesora Emérita de literatura latinoamericana y caribeña.
  • School of Languages, Literatures, & Cultures, University of Missouri.
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