Por Livia Gálvez
Cuba vive momentos importantes. De eso no me cabe la menor duda. Cada vez me pregunto más: ¿dónde está el piloto de este avión? Otra vez los rumores. No se conoce lo que pasa en la cabina. Nadie quiere entrar a ella, quizás para no ver lo que no quiere ver, o quizá el piloto la cerró muy bien para que nadie viera. El hecho es que no se sabe a dónde nos dirigimos, quién maneja el avión, ni dónde vamos a aterrizar.
En nuestra diaria lucha por la supervivencia, tenemos que detenernos a pensar a dónde vamos como ciudadanos. La hora está llegando. Si nos entretenemos todo el tiempo con las “nubes” de afuera, no nos daremos cuenta de que nosotros mismos podemos pilotar este avión y de que no siempre la única alternativa para salvarse es el paracaídas, poner a funcionar el piloto automático, o dejar que otros sean los que hagan algo.
Todos podemos ayudar, pero se nos acaba el tiempo, caemos en picada. Primero hay que saber de qué lado queremos estar, si de verdad queremos salvar el avión. Este avión nuestro que es Cuba.
Somos libres de escoger. Podemos ser de los que pasan por encima de los otros con tal de salvarse, podemos intentar lanzarnos despavoridos por las ventanillas, o escondernos debajo de los asientos. Hasta algunos pudieran ser de los que irrumpen en la cabina del avión bajo grandes riesgos para después preguntarse qué hacer con los controles.
Pero si de verdad queremos intentar reconstruir a Cuba debemos tratar de estar cada vez más, del lado de la justicia y el respeto por la persona. La justicia es una virtud cardinal. El respeto, un principio ético. Sin ellos, ni destino, ni rumbo, ni piloto, ni avión.
No es necesario comenzar haciendo todo “a lo grande”, no hacen falta grandes heroicidades. Empecemos con pequeños pasos, tratemos de tener cada vez actitudes más respetuosas y justas en los ambientes más cercanos, la familia, el trabajo, los amigos. Aprendamos a decir NO cuando nos pidan o nos obliguen a hacer algo injusto o irrespete el derecho de los otros.
Hemos visto en los llamados “actos de repudio” (últimamente muy practicados en Cuba) personas capaces de golpear a mujeres indefensas, o gritarle insultos a una madre que tras la muerte de su hijo, prefiere seguir luchando por los demás presos de Cuba, antes que echarse a llorar en los rincones bajo la mirada lastimera de la gente de su pueblo, y lo hace con acciones pacíficas, solo manifestándose libremente.
¿Cómo podrá entonces una persona que irrespeta los derechos de otros hasta el punto de la agresión, reclamar, por ejemplo, a los maestros de sus hijos por cometer contra ellos una injusticia? ¿Cómo reclamará sus propios derechos en su centro de trabajo, o simplemente en una tienda? ¿Cuán dañado tiene esta persona el sentido de la justicia y del respeto?
Sería bueno detenernos a pensar que si cada cubano y cubana, sea de la sociedad civil, o pertenezca a las Fuerzas del Orden Interior o a las estructuras del Gobierno, trata de hacer las cosas con justicia y respeta los derechos de los demás, crece en humanidad y en respeto a sí mismo y al mundo. Si empezamos “desde abajo”, quien dicta o aprueba una orden injusta, encontrará cada vez menos personas capaces de cumplirla. Quien cumple con mandatos injustos, por miedo o por sumisión, puede no ser culpable, pero siempre es responsable. No es menos asesino quien mata por cumplir una orden que quien lo hace por placer.
Las sociedades justas y respetuosas de los derechos se forman con personas justas y respetuosas.
Del lado de la justicia y el respeto hacia la persona y sus derechos, poco a poco iríamos rescatando los valores que nos caracterizan, iríamos creando para nuestros hijos una sociedad próspera y segura, libre y feliz.
Se acaba el tiempo, hay que comenzar ya. La historia no se detiene y ajustará sus propias cuentas. ¿De qué lado estaremos cuando llegue la hora?
Livia Gálvez
Licenciada en Contabilidad
Correctora de la revista Convivencia