¿De qué dependen las cosas que penden?

Por Maikel Iglesias
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Ante esta interrogante que se ofrece, no solamente como título, sino como herramienta para acelerar partículas del intelecto, podrían exponerse disímiles tendencias, un sinfín de teorías compatibles o contrarias entre sí, según los modos en que suelen ser juzgadas o evaluadas nuestras vidas; obtendríamos del resultado de todas estas tesis, un coloide universal y paliativo de muchas inquietudes, acechantes lo mismo del pensar que del sentir humano.

Por Maikel Iglesias

Foto: Jesuhadín Pérez

‘…casi a ciegas, desconectado en contra de mi voluntad de una parte muy significativa del planeta…’

Ante esta interrogante que se ofrece, no solamente como título, sino como herramienta para acelerar partículas del intelecto, podrían exponerse disímiles tendencias, un sinfín de teorías compatibles o contrarias entre sí, según los modos en que suelen ser juzgadas o evaluadas nuestras vidas; obtendríamos del resultado de todas estas tesis, un coloide universal y paliativo de muchas inquietudes, acechantes lo mismo del pensar que del sentir humano. Lógicamente, por muy minucioso y enciclopédico que sea el ritmo con el que se consiga reunir esta amalgama de criterios, este sumun nunca nos será definitivo.
Aunque sé de algunos que dirán que sí, que ya todo está inventado en este mundo, herederos que gustan de invertir sobre el terreno por otros descubierto. Yo prefiero el avatar de personales búsquedas, me resulta mucho más interesante, aún con la torpeza de entrever incertidumbres y señales absurdas de progreso en mis andares, casi a ciegas, desconectado en contra de mi voluntad de una parte muy significativa del planeta, o sea, con una posibilidad exigua de acceso a Internet, sin una antena parabólica como la de Amaury Pérez, sin un globo en que escapar como Matías, también Pérez, por cierto; pero no hacia la muerte o el olvido, sino a la trascendencia.
Esta circunstancia me compele a mirar cada vez más al interior y hacia lo alto, sin que por ello tengan que subvalorarse, las hipótesis más simples de quienes me rodean. Despuntan en tales concepciones, los antiguos vislumbres de Dios, la nada o el vacío. De esta manera, podríamos argüir, según maneras de pensar de muchos, que las cosas que penden dependen de Dios, la vacuidad de la materia o de la nada. A estas grandes ramas convertidas en troncos y más que troncos, en seculares árboles; se agregan innúmeras religiones, filosofías, los inconmensurables campos de la ciencia, la política, la visión económica del mundo, y en general, la cultura de los hombres y sus pueblos.
El continuo renovarse o reciclarse interactivamente de estos campos presupuestos, sostienen nuestra humanidad. Pero lo demasiado abstracto suele ser fuente muchas veces de extravío o distracción, y la gente sencilla elige decantarse por asuntos concretos, terrenales, cifras y objetos que se le presentan más cercanos; a pesar de que la racionalidad excesiva, y el abuso de estilos pragmáticos de concebir la existencia, pudiere desencadenar una enajenación de iguales o peores consecuencias que la de los que idealizan asuntos tan cotidianos, heterogéneos y globales, como la realización personal.
Pero en este mundo con una gravitación sin par y un carácter del ser insoportablemente denso, a veces, a los terrícolas nos sigue interesando el cielo, el cuestarriba del destino, esa parte de nuestras aspiraciones que son resguardadas en el más allá, entre pasados y futuros remotos, en bibliotecas encubiertas en la mar de los misterios infinitos, en esa zona de la vida que no se vive del todo sino por un instante, en ese espacio habitado por ideas, creencias y emociones, de las que cuelgan millones y millones de espíritus, y que por momentos, pareciera adueñado de nosotros, o nosotros de él, como sucede en los orgasmos o en las revelaciones.
Creo que es debido a ello que desde muy niño, a mí me han fascinado siempre la danza de los papalotes, al igual que la copa frondosa de algún árbol, y la imagen seductora de alguna bandera que flamea en lo más alto de su asta. No tenía que ser de mi país, incluso, aunque por ella se sienta una emoción de cualidad distinta a la de otras banderas; ver ondear ciertos símbolos en las alturas, es una gran parábola de lo entrañable en el pináculo, la pasión desbordada en todo su apogeo, habla por las claras de la voluntad del ser y de su estado anímico. Desde las pirámides a los rascacielos, desde los obeliscos a las naves espaciales.
En alguna medida, el odio y lo que es falso, también suelen servir de asta a varios pabellones, suelen abigarrarse junto a los colores del miedo y las costumbres, para que los individuos pendan bocabajo y cuestanada, según las dimensiones de su fe e ignorancias en un experimento colectivo o personal. Pero todos estos símbolos sucumben más temprano que tarde aunque prolonguen el sufrir, porque son baldíos. No más que se revela su naturaleza de pasiones bajas, de propensión al barro, son derribados los muros y las cosas que colgaban sobre ellos. Esto es algo que, a quienes protagonizan y a los que cuentan las historias, que no siempre son afines, podría contaminarles realidades y utopías.
Producto de estas intoxicaciones de la sensibilidad y nuestra percepción, es que nacen las llamadas distopías. Se desinflan las expectativas alias zepelines de las mentes. Se despendolan con intenso dramatismo los proyectos y los frutos alcanzados. Una vez que ya han sido sesgadas, las acequias aferentes del amor y la fraternidad, es imposible que perdure mucho tiempo lo que con el corazón o nuestra mente, o a merced de ambos fuere sustentado. Cuando las sociedades alcanzan el punto crítico de reprimir las libertades básicas, ven comprometida al máximo su sostenibilidad; como podría ocurrirle a un ser común, al cual por ejemplo, se le impone el ayuno y refrenan la totalidad de su libido y para colmo de males, le obstruyen por decreto su imaginación.
Ir con los ojos enterrados en el fango, es uno de los tipos de invidencia más letales, que los pueblos pudieran padecer. Por eso todo lo que llama a levantar la vista debe fascinarnos, sobre todo si se trata de observar los signos humanos y estelares, que permiten discernir mejor sobre complejas ecuaciones e interrogantes que le son indispensables a nuestra evolución. Aunque luego nos cambien las preguntas, y el genio de Newton sea conminado por el duende de otro genio como Einstein. Antes de mirar qué zapatos calza nuestro semejante, para advertirnos de las diferencias con nuestra propia horma, ha de mirarse a los ojos del ser, y acto seguido, hacia qué cielo apunta su ilusión.
Me parece imposible que podamos encontrar la dicha verdadera, si no nos miramos cara a cara, o acaso penetramos toda máscara. Sin embargo, a veces vamos tan obtusos en lo nuestro, o peor que con los pies entre la nada, que no percibimos señales de humo ni objetos que penden en los cables. Suelen ser los adultos unas veces, como niños que juegan a la guerra, y el miedo de perder los aniquila; no tiene que tratarse de algo “grande” e imprescindible como la propia vida, en algunas ocasiones bastan “nimiedades”. Cuando pongo entre comillas una proporción, es a la apariencia física a lo que menos referencia hago.
Todas estas cosas penden al final, de la energía, pero no todas las energías son iguales ni tampoco renovables. Las hay de un carácter más sutil como los sueños, los cuales son capaces de poner a funcionar otros molinos, otras termonucleares del espíritu, no contaminantes y sí trascendentales para el bienestar común. Se trata de una fuente autogeneradora de motivación, cuando el alma y el cuerpo, no solo por deseo propio sino actitud, se logran convencer de que sus ademanes y sus gestos más elevados cuentan, que el aire que inspiran y exhalan, puede transformar al mundo.
Por eso cuando a finales del siglo XX, en época más crítica que nunca, tal vez para la mayoría, comenzaron a aparecer en mi país, diferentes objetos colgantes, zapatos asidos al tendido eléctrico, artículos liados en los cables de una materia distinta a los cometas que cuando pequeño solía presenciar, algo dentro de mí condujo mi visión a un horizonte mucho más oculto y luminoso, que ese que los apocalípticos, traficantes de opiáceos, e ilusionistas auguraban para mi generación.
Muchos encontraron camino del mar su “patria o muerte, venceremos” versus patria y libertad, sus melosas o amargas respuestas de la vida, agridulces quizá para no pocos. Pero a mi alma tocaría vivir camino del profeta entre las lindes de su propia tierra, para contar sobre las huellas que le parecieron cómplices, orígenes, aunque fueran fugaces o elevadas como esos zapatos que pendían y se reproducían en los cables, que con cada ciclón, vieran amenazados sus propósitos. Los mismos cables que enrejaban una arquitectura decadente, hija de una indeseable ruina nacional, y que por esos tiempos comenzaban a exhibir mensajes paralelos e incógnitos.
Pareciera que una voz secreta, concertara dentro del inconsciente colectivo, la realización de este performance que a lo largo de la isla se extendía, tanto en lo rural como en lo urbano, aunque en lo urbano con mayores evidencias. Roídas zapatillas en manos adolescentes, eran empinadas en busca de las nubes, y a falta de más alas o de motivaciones para llegar al cielo, terminaban por engancharse entre los cables. Eran tiempos de apagones y otras escaseces, los hilos, los papeles, las cañas que a menudo se empleaban de armadura para los papalotes, las sustancias adhesivas y hasta los ripios de los sastres y las costureras, que usábamos para equilibrar el vuelo de nuestros cometas, brillaban por su ausencia.
No obstante a que el encuentro limitado con noticias de otras partes del mundo, lograba disminuir mi sensación de desamparo, haciéndome enterar de otras vicisitudes y otros ecos de la posmodernidad, nunca dejaron de asombrarme las nuevas y las viejas cosas que pendían en mi pueblo; no bastó con aquellas nociones que a través de la literatura, el cine, y resonancias de la priorizada industria del turismo, llegaron a mi conciencia. Supe que algunos jóvenes en España, al concluir el servicio militar, colgaban sus botas en las redes eléctricas y de otros que en Nueva York, anunciaban con sus tenis en lo alto de sus guetos, la proximidad a un sitio proveedor de drogas fuertes.
Mas en Pinar del Río, La Habana, Camagüey, y otras ciudades de mi patria conocidas por mi edad después de los 2000, estos calzados que pendían no eran resultantes de una globalización, al menos de un modo que pudiera ser justificado con una cuestión de moda, contagio, sincretismo multinacional. A otra necesidad disímil, obedecía este acto tan público y secreto de colgar los zapatos en los cables de mi isla, como si fueran guantes de boxeo. ¿Cómo podría yo explicarme la semiótica de este suceso de una manera similar a la importada, si nuestra sociedad continuaba a pesar del auge turístico, en gran parte proscrita y abstraída del mundo?
Tuve que hacer muchas fotos e indagar dentro del desespero y la desilusión, para enterarme de la esencia de estas muestras de arte callejero, de los misterios intrínsecos en esta decoración del teatro no tan espontáneo y singular de nuestra época. Por eso descarté en mi búsqueda, que fuesen el sentido lúdico y la actitud vandálica, las respuestas categóricas inherentes a tales fenómenos. Satanizar de golpe, la manera de expresión artística, que el nuevo siglo había fraguado para el ciudadano más sencillo, más carente de recursos, me pareció ridículo y otro tanto inadmisible para mi noción de realidad.
Unos podrían aludir al paso detenido de sus eras, o a la gran caminata que desgasta, amedrenta y fulmina a buena parte de los hombres, sino a todos ellos, antes de caer descalzos y desencantados con los rudos estambres de sus metas. Pero seguro que también habría artistas cotidianos, con análisis mucho más sencillos, e inconscientes aún de su disposición al arte. Estos seres inspiraron mi cavilación, y otros que ahora vienen o mañana han de venir colgando en plena calle, o en una esquina ensombrecida de su cuarto, tatuajes y grafitis que hay en sus corazones, anuncios de justicia, sandalias del amor. Por ellos sé que las cosas que penden, no dependen solamente de nacer o morir, aunque estas sean las energías primordiales para todo el universo.

Maikel Iglesias Rodríguez (Poeta y médico, 1980)
Miembro del consejo de redacción de la revista Convivencia

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