DE NOCHE MI PLUMA ESCRIBE, Sor Juana Inés de la Cruz en el 330 aniversario de su muerte

Sor Juana Inés de la Cruz, óleo de Miguel Cabrera, siglo XViii, se encuentra en el Museo NACional de Historia, CAStillo de CHApultepec, Ciudad México.

  • “Yo no estimo tesoros ni riquezas, y así siempre me causa más contento poner riquezas en mi pensamiento, que no mi pensamiento en las riquezas”.  
  • Sor Juana Inés de la Cruz

Es esbelta y delgada, con ancha frente sobre la que cae la curva de la toca. Tiene los ojos grandes, la nariz fina y delgados los labios. Sentada junto al escritorio, lleva un escapulario negro y ancho sobre el que se desliza el largo rosario de gruesas cuentas. El hábito, de amplia tela blanca, le cubre casi toda la mano derecha, dejando solo visibles los dedos que descansan sobre un libro. Detrás de ella se observan los lomos de antiguos libros que componen su extensa biblioteca.  Es esta una imagen de 1750 de Sor Juana Inés de la Cruz que nos ha dejado el pintor mexicano Miguel Cabrera.

Juana Inés de Asbaje y Ramírez nac el 12 de noviembre de 1651 en San Miguel Nepantla, municipio de Tepetlixpa, a 70 kms de la Ciudad de México, cuando e1 país vivía la época virreinal.  En las Américas continuaba el período de la evangelización, edificación y fundaciónde ciudades.  Era tiempo de arquitectos y albañiles; conventos, iglesias y hospitales.  El poder político y militar era español; el económico era criollo, y el religioso se repartía entre los dos.  La cultura de la Nueva España en esta época era ante todo una cultura verbal: el púlpito, la cátedra y la tertulia. La literatura es escrita por hombres y para ser leída por ellos, aunque hubo excepciones como son los poemas de María Estrada de Medinilla (1640). Pero ni la universidad, ni los colegios de enseñanza superior estaban abiertos a la mujer. La única oportunidad que ésta tenía de entrar en el mundo de la cultura era, citando al renombrado escritor mexicano Octavio Paz, “deslizándose por la puerta entreabierta de la Corte y de la Iglesia”.

Se publicaban pocos libros, y casi todos eran de temas religiosos. Por eso es verdaderamente sorprendente que el escritor más importante de la Nueva España, como era conocido entonces este territorio del Imperio español, haya sido una mujer: Sor Juana Inés de la Cruz. Pocos escritores, y mucho menos mujeres, han disfrutado en vida de la fama que gozó Sor Juana, ya que sus obras fueron conocidas, aclamadas y editadas en su época.  

Desde edad temprana Juana Inés demuestra su interés por las letras. Cuando aún balbucea, ya quiere saberlo todo, y ella misma lo cuenta:

“No había cumplido los tres años de mi edad, cuando enviando mi madre a una hermana mía, mayor que yo, a que le enseñase a leer en una de las que llaman amigas, me llevó a mí tras ella el cariño y la travesura; y viendo que le daban lección, me encendí yo de manera en el deseo de saber leer, que engañando a la maestra le dije que mi madre ordenaba me diese lección…”.  

Por entonces oyó la niña que en la ciudad de México había un lugar famoso en donde los muchachos no hacían otra cosa que leer y estudiar. Pidió entonces que la vistieran de hombre y la llevaran a la universidad, pero cuando no le permitieron eso, se desquitó leyendo todos los libros de la biblioteca de su abuelo.  A los seis o siete años ya escribe, lee y hace labores, y a 1os 13 años se muda para la capital cuando el Marqués de Mancera le abre las puertas de palacio. A1 verla tan versada, los canónigos, los teólogos y los eruditos de la universidad tratan de bajarle los humos. Consideran un entrometimiento que una mujer hable de cosas sagradas y que opine sobre asuntos de envergadura. El virrey quiere desvalorizar el prestigio de Juana Inés y reúne en Palacio a cuantos hombres ilustrados hay para someterla a un examen académico profundo. Ella, con su erudición y astucia, los va desarmando a todos, uno a uno y poco a poco, saliendo victoriosa de la prueba.

En la Corte comienza para Juana una vida de fiestas y de damas venidas de Europa.  Dicen que tuvo romances con algún cortesano.  Escribe Juana:

  • “En dos partes dividida
  • tengo el alma en confusión,
  • una, esclava a la pasión,
  • y otra, a la razón medida.
  • Guerra civil, encendida
  • aflige el pecho importuna:
  • quiere vencer cada una,
  • y entre fortunas tan varias,
  • morirán ambas contrarias
  • pero vencerá ninguna”.

Sobre aquellos rumores de romances, Marcelino Menéndez y Pelayo observa: “Es verdad que no hay más indicio que sus propios versos, pero estos hablan con tal elocuencia, y con voces tales de pasión sincera y ma1 correspondida, o torpemente burlada, que solo quien no esté acostumbrado a distinguir el legítimo acento de la emoción lírica, podrá creer que se escribieron por pasatiempo de sociedad o para expresar afectos ajenos… No. Aquellos celos son verdaderos celos”.  Pero todo indicaba que Juana Inés y sus admiradores se movían en diferentes niveles: ella los busca espirituales, mientras que ellos la encontraban quizás muy pura, o tal vez, ¿demasiado intelectual? Ella es muy bella, pero tal vez más bella por dentro que por fuera, y a ningún admirador le interesaba su semblanza interior.

Un buen día, cuando tenía 15 años, anuncia que entra en el Convento de las Descalzas. Probablemente sus pretendientes y amigos se quedaron perplejos ante aquella noticia. ¿Cómo iba a ser posible que una muchacha como ella malgastara su vida tras las paredes de un convento? Y es que Juana Inés poseía un espíritu tan superior al de las muchachas de su época, que resultaba absurdo pensar que ningunas motivaciones negativas la indujeran a entrar en el convento. Con su afición por las letras y a la cultura en general, e1 convento era lo más cercano a los templos del saber, cuyas puertas estaban cerradas y prohibidas a las mujeres. La escritora chilena Gabriela Mistral opinó que entrar de religiosa no fue “sino un gesto como el de quien desecha una masa viscosa, el mundo, por denso y brutal, y pone sus pies sobre esa piedra blanca y pura de un convento”.  Juana se apartó del mundo por tener mucha sensibilidad, pero antes del año tiene que salir de Las Descalzas pues su resistencia física no soporta la severidad de la regla.  Al poco tiempo, el 24 de febrero de 1669, a la edad de 17 años, entra en el Convento de San Jerónimo, y profesa al año siguiente. Allí permanecerá hasta su muerte.

En esa época los conventos mexicanos no eran solo de rogativas y sacrificios, sino que, como escribió Amado Nervo en su biografía de la monja, “el rumor del mundo entraba muy dentro de las celdas, convertidas a menudo en salones literarios; cenáculos de cultura en los cuales se reunía lo mejor de la sociedad colonial”.  En el monasterio de las Descalzas lo que ella busca no son mortificaciones sino estudio. Cuando contemplamos los retratos de Sor Juana expuestos en la Galería Histórica del Museo de México, esta no aparece en una celda desnuda, teniendo por solo adorno un crucifijo y una cama. No está tampoco arrodillada en el reclinatorio orando o meditando. Aparece sentada cómodamente en una butaca, y detrás hay una amplia biblioteca con folios y archivos de amarillento pergamino. Todo eso se lo ha leído la monja; allí está su mundo; lo que ella disfruta.  Allí vive feliz pues permanece en contacto continuo con Valdivieso, Lope de Vega, Góngora, Garcilaso y Quevedo. Sabe y lee latín y tal vez portugués, y hay quien dice que también conocía el italiano. Se ha leído a Virgilio, Horacio, Ovidio y Lucano; Plinio el Viejo, Cicerón y Séneca. De temas religiosos conoce muy bien a San Agustín, Fray Luis de Granada, Santa Teresa de Jesús, San Antonio, Santo Tomás y San Juan de la Cruz.  Sor Juana está haciendo historia, porque allí en su celda se inicia una época de oro en la cultura novohispana, cuando acuden a visitarla damas y caballeros de la alta aristocracia mexicana. Son teólogos y poetas; estudiantes y músicos; los mecenas y gobernantes; astrónomos y exploradores, y también algunos literatos.

Pero para Juana no todo es tertulia y parloteo. También en el convento es la profunda vigilante del silencio de la noche. Tiene necesidad de buscar un lugar tranquilo y de volver la espalda a todo lo material para internarse en los caminos de la vida mística, que es para ella tesoro inagotable. En esas horas de sosiego es cuando puede entrar de verdad en su personalidad: “Nocturna más no funesta/de noche mi pluma escribe, /pues para dar alabanzas, hora de laudes elige”. Así se nos presentan dos Juanas: la Juana de día, y la Juana de noche. Pero la de la noche es mejor que la del día, aunque las dos son genios. La de día es simpática, abierta, escribe comedias y décimas; compone música, discute con los cortesanos y canónigos. La de la noche es soñadora, romántica, y hurga en su complicado mundo interior. Allí, en lo más íntimo de su ser,ora y medita; reflexiona y se eleva.  

Pero no fueron las letras su única pasión. Buscaba y estudiaba la realidad, y la física la atraía.Tiene también en su celda instrumentos astronómicos y musicales. Le fascina el rumbo de los cometas, y discute sobre astronomía y sobre los estudios realizados por el Padre Kino. También se especula que pintaba, y que uno de los retratos que tenemos de ella salió de su propio pincel. Entre las actividades que le daban fama al Convento de San Jerónimo estaba la enseñanza de la música. El Padre Diego Calleja, biógrafo de la religiosa, relata que en el convento la Sor Juana era maestra de solfeo y música, que intervenía en las representaciones musicales que allí se celebraban, y que también había diseñado un método para enseñarla y transmitirla que lo llamó El Caracol.  Los críticos opinan que de lo mejor que compuso fueron sus villancicos compuestos en portugués, latín, azteca y castellano. Son estos villancicos una forma de poesía cuasi-litúrgica, que entre los siglos XVII y XVIII se utilizaban para solemnizar las fiestas religiosas. Sor Juanahace que intervengan en ellos elementos españoles, mexicanos y criollos.

Aparentemente todo marchaba sobre ruedas para Sor Juana cuando un buen día una madre superiora comenzó a perder la paciencia con ella al ver la inclinación de Juana por los libros.  Le dice esta: “Los libros, o son cosa del diablo, o de la Inquisición”. Pero Sor Juana se defiende y la madre superiora se desespera y acude a1 obispo. Con esto todo se complica aún más cuando el Arzobispo, don Payo Enríquez, que estimaba a Juana Inés, tomó aquella carta y escribió almargen: “Pruebe la querellante lo contrario y se hará justicia”. Aunque se trata de defender, se le ordena que cierre los libros. “Yo la obedecí (unos tres meses), relata irónicamente Sor Juana. “[…] Como no caía debajo de mi potestad, no lo pude hacer, porque, aunque no estudiaba en los libros, estudiaba en todas las cosas que Dios creó, […] nada sacan con confinarme a la cocina, pues en cualquier parte mi mente es libre y puedo aprender hasta guisando, que mucho más hubiera aprendido Aristóteles si hubiera cocinado”, dice la monja sarcásticamente.

La poesía fue el género literario preferido por Sor Juana y en ella vemos reflejada su inspiración en escritores como Góngora y Calderón de la Barca. “Yo no estimo tesoros ni riquezas, /y así siempre me causa más contento/ poner riquezas en mi pensamiento, /que no mi pensamiento en las riquezas, /teniendo por mejor, en mis verdades, /consumir vanidades de la vida, /que consumir la vida en vanidades”.  Con estos versos ya vemos la calidad y el carácter de esta mujer excepcional.  Por eso muchos opinan que ella es una de las mayores poetas de la Hispanidad.

A1 criticar a los hombres de la misma manera en que ellos atacan a las mujeres, Sor Juana los culpa por la falta de armonía que existe en las relaciones entre los sexos, y defiende la posición de la mujer. “Cuanto más tratan las mujeres de agradar a los hombres, más difícil esto resulta, ya que las mujeres que mantienen su distancia son consideradas crueles, y aquellas que son afectuosas, son consideradas fáciles”. Y dice la religiosa en un poema:

“Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, / sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis, /dan vuestras amantes penas a sus libertades alas/y después de hacerlas malas las queréis hallar muy buenas. /Cual mayor culpa ha tenido/en una pasión errada:/la que cae de rogada/o cual es más de culpar/aunque cualquiera mal haga; /la que peca por la paga/o el que paga por pecar?”  

Este poema fue un comienzo algo inesperado para aquella época.  “Por primera vez en la historia, dice el escritor Octavio Paz, una mujer habla en nombre propio, defiende a su sexo y, gracias a su inteligencia, usando las mismas armas que sus detractores, acusa a los hombres de los mismos vicios que ellos achacan a las mujeres”. En esto Sor Juana Inés se adelanta a su tiempo casi 300 años.

Desde antaño existía una larga amistad entre Sor Juana Inés y el Obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz. Admirador de la poetisa, el obispo le había encargado unos villancicos para las fiestas celebradas en la catedral de su ciudad, y también aprovechaba cada visita a la capital para ir al locutorio de San Jerónimo a conversar con su amiga. Enemigo de los jesuitas, quizás el obispo trajo a colación en una de sus charlas la cuestión de que ella debería escribir una carta a1 Padre Vieyra, jesuita portugués, considerado uno de los grandes oradores de aquel siglo. La carta que Sor Juana redacta a1 Padre Vieyra es una crítica a un sermón del Mandato, o prédica del Jueves Santo. Allí ella le hace aclaraciones y comentarios personales sobre el sermón: “no es ligero castigo, a quien creyó que no había hombre que se atreviese a responderle, ver que se atreve una mujer ignorante, en quien es tan ajeno este género de estudio, y tan distante de su sexo; pero también lo era de Judit el manejo de las armas, y de Débora la judicatura”. Son estas grandes declaraciones feministas más sorprendentes aun viniendo de una monja del siglo XVII.

Esta carta fue precedida por otra dirigida a Sor Juana escrita por una Sor Filotea de la Cruz, que no era sino el mismo Obispo de Puebla.  En esta Carta de Sor Filotea adula a Juana por la excelente prosa, pero a su vez le recuerda que “letras que engendran la elación, no las quiere Dios en la mujer”. En realidad, lo que Sor Filotea (el obispo) quiere no es que Juana deje los libros, sino que “mude el genio leyendo alguna vez el [libro] de Jesucristo… mucho ha gastado en estudios y poetas… y ciencia, que no alumbra para salvarse; Dios la califica de necedad”.

En un documento que Sor Juana envía a Sor Filotea conocido como la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, Sor Juana proclama el derecho de la mujer a1 estudio. Alfonso Reyes afirma que la Respuesta a Sor Filotea es uno de los grandes documentos humanos de la literatura universal.  De acuerdo con otros críticos, la carta es la presentación más audaz del deseo de la religiosa de forjar una nueva imagen para las mujeres hispanoamericanas, y su intención trasciende el tiempo y se extiende más allá de las fronteras nacionales.

Después de este episodio, el Obispo Fernández de Santa Cruz le ordena: “Si Sor Juana lo que pretende es meterse en hondura teológica, deje los libros profanos, deje las letras, deje los versos y la música y las ciencias, y prepare su alma”. Sor Juana se desplomó como si le hubieran arrancado su ser interior, y se vio completamente sola.  Pero lo que más le dolió a la religiosa fue el ataque de sus amigos porque habían desatado una campaña para hacerla abandonar el mundo. El desenlace final fue que se deshiciera de sus bienes y de su biblioteca, [que según e1 Padre Calleja pasaba de 4,000 volúmenes], y que se pasara las noches en penitencia.  Llama la atención que cuando se vende todo lo que tiene, Juana solamente se queda con “tres libritos de oración, y muchos cilicios y disciplinas”.  

Después vino el silencio en los pocos años de vida que le quedaban.  No escribió más; no compuso más; no se carteó más con las grandes personalidades de la época. Lo regaló todo a los pobres y se calló, y durante una epidemia que asoló a México por aquellas décadas, terminó con su vida a los 44 años, mientras curaba a las enfermas de peste en el convento. “Sobre la cara de los pestosos recoge el soplo de la muerte, y muere vuelta a su Cristo como a la suma belleza y la apaciguadora Verdad”, escribe bellamente la escritora Gabriela Mistral en este momento decisivopara la religiosa.

Han transcurrido más de 300 años desde la muerte de Sor Juana Inés, y la fascinación por su vida y sus obras continúa, habiéndose producido varios volúmenes de crítica literaria sobre ella.  En los últimos años la crítica ha experimentado un cambio motivado por el interés que hay en la literatura colonial y el crecimiento del movimiento feminista. Ahora Sor Juana es vista como la primera feminista americana de la historia, y el primer espíritu verdaderamente libre y rebelde de nuestro mundo hispanoamericano. La poetisa cubana, Dulce María Loynaz, premio Cervantes 1993, en su discurso de ingreso a la Academia Nacional de Artes y Letras de Cuba en 1951, al tratar sobre las poetisas de América, expuso una excelente descripción del alma tan especial de Sor Juana Inés.  Y la escritora y periodista cubana, Anita Arroyo, afirmó que Sor Juana Inés fue una “excepcional mujer quien proclama en el México virreinal, absolutista y anquilosado, el derecho a la libre expresión del pensamiento, y a que la mujer se eduque y cultive del mismo modo que el hombre”. Y añadía Arroyo: “una mujer que se atreve a comentar de astronomía con un célebre astrónomo de su época, y que tiene el coraje de criticar un sermón de un padre jesuita considerado el mejor orador sagrado de su tiempo; que realiza el primer documento que proclama en América la libertad del pensamiento y el derecho a la creación artística es, sin dudas, un ser superior”.

Desde su tierra azteca, la tierra de los volcanes, su voz se elevó más clara y potente.  No interesa tanto la religiosa por lo que fue, o por lo que hizo, sino por lo que quiso ser y por lo que podría haber llegado a ser. Su drama estribó en las peripecias entre su ser y su querer; entre su voluntad y los obstáculos que el mundo en que vivía le fue poniendo por delante. “En perseguirme, mundo, ¿qué interesas?  ¿En qué te ofendo, cuando sólo intento poner bellezas en mi entendimiento y no mi entendimiento en las bellezas?”  La tragedia de Sor Juana Inés fue atreverse a pensar en tiempos en que la mujer pertenecía a los reinos del silencio”, como apunta un estudioso de su obra.

Si analizamos su vida desde el punto literario, durante los veintiséis años que pasó en el convento pudo haber escrito mucho más, pero no lo hizo.  Tampoco fue considerada buena religiosa. Ni sus superiores, ni su confesor, ni el Obispo de Puebla, ni tan siquiera ella misma, estuvieron contentos con su proceder, pues no tuvo un alma religiosa. Entonces, ¿qué quiso ser Sor Juana? Un investigador ha dicho que hay criaturas que nacen adelantadas o retrasadas a su tiempo; que vienen al mundo antes de que haya sonado la hora adecuada a su modo de ser o, por el contrario, siglos después de aquel tiempo que hubiera sido el más apropiado para realizarse totalmente. Estos son los llamados “extemporáneos”. Viven físicamente en su tiempo, pero espiritualmente fuera de él.  Este fue el caso de Sor Juana Inés de la Cruz. En el fondo, su existencia fue una desesperada lucha por adaptar su vocación espiritual con su vocación por el saber. Su caso fue desafortunado por las circunstancias de tiempo, sexo y lugar en el que le tocó vivir.

Por la singularidad de su trayectoria y por los episodios que componen su vida, Sor Juana Inés de la Cruz será siempre una figura relevante, una mujer gigante; un genio. Siempre habrá mujeres como esta que, llenas de deseos, de inteligencia y de voluntad, llegarán lejos, aunque la sociedad trate de cortarles las alas.

 


  • Teresa Fernández Soneira (La Habana, 1947).
  • Investigadora e historiadora.
  • Estudió en los colegios del Apostolado de La Habana (Vedado) y en Madrid, España.
  • Licenciada en humanidades por Barry University (Miami, Florida).
  • Fue columnista de La Voz Católica, de la Arquidiócesis de Miami, y editora de Maris Stella, de las
  • ex-alumnas del colegio Apostolado.
  • Tiene publicados varios libros de temática cubana, entre ellos “Cuba: Historia de la Educación Ca-
  • tólica 1582-1961”, y “Mujeres de la patria, contribución de la mujer a la independencia de Cuba” (2
  • vols. 2014 y 2018).
  • Reside en Miami, Florida.
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