El Producto Interno Bruto este año no alcanzará, ni con globos de hidrógeno el 6 % planificado. Dará bandazos entre el menos 0,5 y el 2,5 %. El PIB es la estatura de la prosperidad. No siempre, pero algunas veces trae buenos augurios. ¿Es el ahorro la solución para salir de la crisis?
Por Jesuhadín Pérez Valdés.
Viviendo de triunfalismos no se entiende un diario que asegura que estamos al borde del abismo. Vamos rumbo a un nuevo “Periodo Especial”. No es posible sostener el país comprando el 78 % y vendiendo el 22%. Es como una casa, no puedes ganar $ 22.00 y gastar $ 78.00. Se agotan las reservas. Se escurre la liquidez. Después no puedes pagar nada, ni comida, ni petróleo, ni medicinas, ni créditos; los prestamistas huyen de los que no tienen claras las cuentas. El país es como una casa pero muy grande. Una casa que alberga a 11 millones de almas. Una casa con una dudosa reputación financiera. Un sistema económico enorme que colapsa. Nos hundimos.
Pero, ¿por qué ha pasado esto? “… el capitalismo mundial, sus inoportunas crisis”, han sentenciado los forenses económicos de izquierda. “El imperialismo, desproporcionado y mercantilista; la dependencia de los mercados internacionales”. ¡Qué recurrente suena todo!
Después no paran las malas noticias. El Producto Interno Bruto este año no alcanzará, ni con globos de hidrógeno, el 6 % planificado. Dará bandazos entre el menos 0,5 y el 2,5 %. El PIB es la estatura de la prosperidad. No siempre, pero algunas veces trae buenos augurios. De ahí la inquietud de los oráculos y la incertidumbre de las mayorías consumidoras.
Un PIB cubano alto no traerá más tomates a la mesa, pero servirá para presumir. Para creer que estamos bien. Es un sedante para los ansiosos. Más que un indicador de eficiencia es un tótem y no debemos subestimar las deidades en los procesos económicos. La gente común no entiende de signos ni de siglas, pero recuerda vivamente los apagones, el hambre, el humo de las cocinas de leña, y la terrible estanflación de los noventa. ¡Malos estaban los PIB por aquellos años! Menos 14,9 en 1993 cuando tocó fondo. Justificadísima está entonces nuestra preocupación.
Ya estudiosos del caso cubano habían “soplado” algo al respecto. De aquella década gris salimos gracias a la proliferación de la iniciativa privada, las remesas familiares y la inversión extranjera. Cosas que poco a poco han ido cayendo en desuso por motivos… de Estado. De manera que era de esperar que algo como esto sucediera. Aseguran.
Lo cierto es que huele a desastre. Más, si los ministros caen como torcazas bajo un fuego a discreción, renuncian o cambian repentinamente de buró, como si fueran piezas de un mecanismo que humea sin arrancar. Se siente acá, en la base, como un experimento. Enorme. Absolutamente incomprensible. Mientras tanto, vuelan las auras sobre nuestras cabezas. ¡Es para quitarle el hipo a cualquiera!
Y los precios suben. Disimuladamente, en los mercados de divisa, descaradamente en el de oferta y demanda, acosando el bolsillo roto de millones de cubanos. Mientras se grita desaforadamente: “eficiencia, eficiencia, eficiencia”, una palabra trillada que todos conocen pero que no cambia nada. O, ahorro o muerte; otra consigna con muy poco margen de maniobra. Escandalosa. Patética. Más bien una condena. Un ultimátum. Imaginen un par de zapatos y que alguien diga: ahorra o muere y entonces tienes que andar descalzo de un pie todo el tiempo o descalzo de los dos la mitad del día. Así evitarás la muerte. ¿Exagerado?; 8 de cada 10 portales cubanos están apagados por carencia total de medios, o disfunción en el sistema eléctrico, 6 de cada 10 cubanos tienen alguna habitación de la casa a oscuras y casi la mitad de salas y comedores nuestros están sub-iluminados. ¿Cuántos cubanos tienen aires centrales en sus apartamentos? ¿Cuántos cubanos pueden costearse más de un aire acondicionado? ¿Cuántos que tienen uno, pueden mantenerlo encendido durante las calurosas tardes de agosto? ¿Cuántos cubanos tienen más de una nevera? ¿Más de una casa, más de un televisor, o un ordenador? Yo recuerdo un trabajador de los servicios, no tenía aire acondicionado, ni televisor, ni computadora, “disfrutaba” de una sola bombilla de 25 Wats que cambiaba de una habitación a otra porque era única. ¿Qué significado tiene la palabra ahorrar para alguien así? Ahorra o muere; te resbala o terminas enfermo de los nervios.
Entonces ¿Quién debe ahorrar? El Estado en primer lugar. Él es sin dudas el mayor consumidor. Y ni corto ni perezoso lo ha hecho. Llueven las empresas a oscuras, los podas de jornada real en las unidades, los recortes en la climatización.
Las penumbras de los centros laborales han contaminado el alumbrado público, los anuncios de neón, y hasta algún que otro servidor de la red ha dejado sin conexión a sus usuarios. Ahorrar es ahora la palabra de orden. El nuevo grito de la modernidad. Y la televisión bombardea con ese napalm las conciencias de millones de cubanos. ¡Qué strike después de tener tantas de ollas electrificadas!
Ahorrar, ahorrar, ahorrar, desde que nací en la década del setenta estoy escuchando la palabra. Normalmente ahorrar es bueno. Ahorras siempre que te sobra, o por lo menos cuando puedes sacrificar cosas menos importantes en función de algo más ambicioso. Puedes ahorrar entonces para asegurar tu futuro, para pagarte unas vacaciones o para invertir. Normalmente el ahorro es señal de planificación y de sensatez. Esto, en los países normales. No el nuestro. Nuestro ahorro es sinónimo de desesperación, de excepción, de incapacidad. No debería llamarse ahorro sino racionamiento. No ahorramos ahora para reinvertir mañana. Ahorramos para sobrevivir. Entonces no ahorramos sino que entramos en régimen de forma obligatoria. No es lo mismo bajar de peso por una dieta asumida, que por una crisis de la despensa. Y nuestra despensa parece que nunca sale de la crisis.
Otra cosa no menos importante, ¿cuándo dejaremos de ahorrar? O mejor dicho, ¿cuándo comenzaremos a sentir los efectos beneficiosos del ahorro? Parece que nunca. Entonces ¿Qué sentido tiene ahorrar? Cuando no se recibe ningún beneficio de una acción, el ejercicio mismo continuo y monótono deja de tener sentido práctico; entonces muta para convertirse en formalidad. Fue lo que mató nuestra eficiencia, ¿recuerdan? Al principio batía el cobre, ya ni caso le hacemos. Solo procede como adorno del discurso. Suena vacía, absolutamente vacía en nuestros oídos.
Otro punto cuestionable es el riguroso régimen de ahorro auto-impuesto por el Estado a sus propias empresas, con el fin de evitar los apagones en los sectores residenciales y fundamentalmente por el costo político que esto traería al propio gobierno. A la sazón; ¿compromete el auto-ahorro los niveles de producción estatal? Esto es muy importante si tenemos en cuenta que en Cuba el mayor empresario es el propio Estado, amén de lo ineficiente que pueda ser.
El ahorro es bueno cuando se aplica como medida contra el derroche o para favorecer la inversión, pero el ahorro como recurso de emergencia, tiene implícito un peligroso elemento reductivo. Optimizar la producción es excelente, pero reducir el capital constante, sin elevar al mismo tiempo la eficiencia y el aprovechamiento de los recursos que intervienen en el proceso de producción, mediante un profundo y difícil reordenamiento, o la aplicación del elemento tecnológico, capaz de compensar la disminución del tiempo de trabajo o la reducción de los recursos invertidos con la efectividad de la nueva maquinaria, conllevará de manera franca y explicita, la caída de los niveles productivos. Es decir, afectará inevitablemente el proceso productivo.
Limitar la entrada de componentes básicos para el mecanismo de producción -electricidad, materias primas, disminución del tiempo y de la fuerza de trabajo- sin realizar ningún cambio organizativo o tecnológico es comprometer categóricamente los índices finales de producción y de calidad de los productos y los servicios. Por eso pum, pum, a eso de con menos hacer más. Cambiando nada, tendremos nada. Menos, más menos, da menos. Lo demás es un recurso demagógico, no económico.
¿Han efectuado las empresas cubanas los cambios necesarios para enfrentar el nuevo periodo crítico? La propia prensa oficial reconoce que solo se han hecho cambios formales. ¿Se han modernizado la maquinaria productiva con el fin de aumentar o al menos mantener las producciones con un consumo menor de energía y recursos? No sé. Pero no me hago ilusiones. Con poco dinero seguramente habrá poca tecnología disponible. Y acá el discurso siempre ha girado en torno a la carencia.
¿Conclusiones? La succión de la crisis nos tirará de los pies hasta al fondo inevitablemente. A no ser que ocurra un milagro. Un milagro subsidiario quiero decir. Como los que nos han ocurrido en otras difíciles ocasiones. Venezuela, China, Brasil. Nada definitivo. Nada que nos cure para continuar eternamente con el recurso del subdesarrollo. Porque el cambio estructural y orgánico, el cambio psicosocial y conceptual profundo, al que aspiramos muchos de nosotros, está en veda en esta insignificante parte del mundo. En esta pequeña casa con once millones de almas.
Tal vez deberíamos rezar. Confío más en Dios que en los “ahorros forzados” como métodos terapéuticos. Y que los economistas me perdonen.