TRES COLEGAS POPULARES
En los años cincuenta del siglo pasado había en la ciudad de Pinar del Río tres jueces muy populares aunque por razones diferentes. Eran los doctores Félix León, Enrique Gil y Octavio Rodríguez Valdés. Estas remembranzas están dedicadas al último, conocido por el apelativo de Cuco Remigio.
El Doctor Félix León anulaba multas con generosidad. Los choferes, sobre todo, le agradecían. Su prodigalidad en la anulación de multas lo hizo popular. Rompía el documento en presencia del multado y reía sin esfuerzo. Era así, como su nombre lo sugería, feliz.
Severo es el nombre que habría convenido al juez Enriquito Gil. Muy alto y despacioso, era el terror de los que se le enfrentaban en el tribunal. Daba la impresión de no considerar atenuantes ni penas mínimas. Pero era un hombre justo y bien intencionado, aunque severísimo.
Cuco Remigio, descuidado en el vestir y en el hablar, pequeño industrial, pequeño campesino y comerciante de igual magnitud, era famoso y popular por su figura, sus negocios y la profusa generación de anécdotas hilarantes que producía su multifacética vida social.
FEO O LINDO Y ASTUTO
Acababa de pelarse. Abandonó el sillón, se paró frente al espejo y comenzó a cepillarse el cuello y los hombros. Mientras lo hacía, observaba su rostro con detenimiento. Curro, ¡qué feo soy! – dijo. Si su señoría lo cree así -contestó el barbero con sorna. Sí -replicó Cuco- pero me queda el consuelo de que aquí al lado de la barbería vive un hombre muy lindo que tiene que ponerles casa, refrigerador y todas las comodidades a las mujeres si quiere conquistarlas. Yo apago mis calores ahí en frente –señaló hacia El Águila de Oro– yo compro en liquidación.
Cuco, en el diccionario, tiene a lindo como primera acepción. La segunda es astuto. El juez Cuco no era apuesto y mucho menos lindo, pero era un buen tipo en el sentido moral de la frase, una bonita persona. Así lo recuerda mucha gente aún.
LAMAL, CUCO Y LA JUSTICIA
La sala hacía rato que estaba llena de curiosos e interesados. El cotorreo aumentaba y el ujier hacía esfuerzos por mantener un orden aceptable. Todos los ojos miraban hacia la puerta por donde debía entrar el juez, pero este no aparecía. El licenciado Octavio Lamal, expectante, afilaba sus dardos. Era increíble – pensaba Lamal– que se irrespetara a la justicia en su propio templo.
¡El juez! -gritó el ujier– Y entró Cuco apurado y brindando saludos a diestra y siniestra.
¡Qué justicia, mi Dios! –comentó Lamal a sus cercanos correligionarios-. El juez llega tarde, viste una playera de colorines y le dicen Cuco.
EL HURTO DE LA GALLINA
El infeliz marginal del barrio llamado Rancho Grande esperaba su sentencia. Póngase de pie –le ordenaron– Y Cuco le puso cinco pesos de multa. El ladronzuelo, que había alegado en su favor el hambre de sus hijos, pasó horas buscando dinero para pagar la multa y lo único que reunió fueron tres pesos.
Desesperado, buscó a Cuco y le contó su tragedia. El juez, muy serio, lo miró a los ojos y lo conminó a seguirlo a la secretaría. Anuló la multa y le dijo: “con esos tres pesos, compra comida para tus negritos”.
LA TASAJERA DEL GUAYABO
Cuco poseía una fábrica de tasajo. Bueno, no hay que exagerar, tenía una tasajera artesanal constantemente asediada por los inspectores de salubridad y de la cual la gente se mofaba. Los íntimos del juez aseguraban que el tasajo de Cuco emulaba con el de Uruguay, que las carnes que usaba eran de bovinos hermosos y saludables y que el proceso tecnológico era impecable. La voz popular decía otra cosa.
Cada cierto tiempo atravesaba el pueblo, con rumbo Oeste, una caballería esmirriada. Semejaba los restos de una columna militar derrotada. A su paso, sin que alguna voz de mando lo ordenara, se generaba el choteo: -Vaya, carne pa ́ la tasajera de Cuco.
FINANCIERO Y MECENAS
El basurero municipal de Pinar del Río, situado en El Lazareto, al final de la calle Galiano, está en terrenos que pertenecieron al Doctor Cuco Remigio. Después de algunos debates con la alcaldía, Cuco determinó ceder parte de sus tierras para dotar a la ciudad de un muladar conveniente.
También pagó de su peculio las deudas que los campesinos vecinos suyos tenían con los proveedores recién intervenidos por la administración revolucionaria. Lo usual era que los deudores escurrieran el bulto y le dejaran las deudas al Estado.
Cuco tenía vocación y sensibilidad por los asuntos públicos, olfato político y corazonadas financieras.
EL CARDENAL NEGRO
Cuco usaba la ironía, los retruécanos y los antónimos con eficiencia en la conversación coloquial. En ocasiones no era fácil percatarse del sentido oculto de sus palabras. Cuando el primer cardenal negro visitó a Pinar del Río en la década de los 70 del pasado siglo, el juez fue a verlo.
Regresaba de la iglesia del brazo de su esposa y al pasar por la intersección de las calles Vélez Caviedes y Martí, le dijo a la tertulia de abogados y tabaqueros que allí acostumbraba a reunirse: -¡Ahora sí vamos a arreglar a la Iglesia!
LOS COMUNISTAS CONVERSAN
Siempre que Cuco veía a los doctores Joaquín Hernández de Armas y Antonio Barrera Martínez Malo hablando en voz baja, guiñaba un ojo a quien lo acompañara y decía: -Ahí se proyecta la hecatombe. Dicen que el juez era futurólogo.
CUCO Y LAS SOCIEDADES
Querían asociarlo y él era renuente a ello. Le solicitaban argumentos y explicaciones que justificaran su actitud, y se negaba a ofrecerlos. Sus detractores concluyeron que no se asociaba por tacaño y que su incultura le impedía explicarse.
Para ridiculizarlo, lo invitaron insistentemente a decir un breve discurso en el acto de creación de la Sociedad de Funcionarios del Poder Judicial. Aceptó.
“Señoras y Señores:
Sé que estoy aquí debido a vuestro cariño. Conozco, no imaginan ustedes cuán bien, las buenas intenciones que informan vuestra decisión de invitarme a perorar en este acto que, enmarcado en otras circunstancias, me hubiese recordado un circo romano. No me siento echado a las fieras, sino mecido en los brazos de vuestro respeto y benevolencia.
Soy reacio a las asociaciones, no me place asociarme. Pienso que es debilidad deber o esperar mi fortaleza de la atadura a un vínculo que no supera los contactos epidérmicos. No soy un solitario, pero mi instinto me alerta, créanlo, sobre el peligro de degradar mi fuerza e individualidad en un grupo cuyas miras se agotan en las lindes de la profesión.
Solo me he asociado una vez. Fue aquella tarde feliz pero gris al cabo, en que contraje nupcias con mi amorosa compañera. Aquel hecho produjo en mí la pérdida de mi libertad individual, uncir a mi cuello la coyunda de las obligaciones domésticas y justificar todos mis actos ante el severo tribunal que preside mi esposa. Condenado casi siempre, fui absuelto a la postre. A la larga, el cariño vence a los reproches y a los deseos de venganza. La justicia, la más severa, no puede prescindir del amor. Es lo que espero que prime en vuestra sentencia de hoy. Los aplausos que no quiero ni pido, pueden ser un castigo velado. Espero vuestro amor, que lo hay en todos nosotros aunque no lo sepamos o no queramos sentirlo.”
Muchas gracias”.
- José Antonio Quintana de la Cruz (Pinar del Río, 1944).
- Economista jubilado. Médico Veterinario.
Reside en Pinar del Río.