Cuba llora ante los ojos de Dios

Foto tomada de Internet.
  • “Con el dolor de toda la Patria padecemos
  • y para el bien de toda la Patria edificamos…
  • aquí valemos, aquí aguardamos, aquí anticipamos…
  • aquí intentamos atraer… para el bien de todos,
  • el alma que se desmigaba en el país.”
  • José Martí.

A poco tiempo de que finalice el año 2022, humildemente creo, que a todos de alguna manera u otra nos sobrevienen muchas emociones y recuerdos de personas y hechos inolvidables, que han marcado nuestra vida personal y social.

Hoy mis pensamientos y corazón se vuelven nuevamente a: la Casa Cuba, hogar de más de 11 millones de hermanos, que sufren en silenciosa desilusión, por más de seis largas décadas, la ruina material y un creciente descalabro en lo moral, económico, social e institucional. Muchas veces me pregunto como otros tantos hijos de la querida isla antillana ¿Cuánto más se podrá sufrir y soportar esta situación en la que vivimos? Y se hacen eco en mi interior, las palabras de mi amiga, la escritora y activista por los Derechos Humanos, Janisset Rivero, que en su reciente libro “Cartas a Pedro”, en las que refleja muy bien esta realidad, dice: “… era imposible atreverse a mejorar algo sin ser amonestado. Un país de hipócritas, de fingidores profesionales, de mediocres que no pensaban más que en su propio beneficio y a los que no les importaba en realidad lo que ocurre a otros. Cada uno ocupado de cuidar su espacio, de no hacerse notar, de resolver sus problemas de cualquier manera aunque fuera robando, engañando o haciendo cualquiera iniquidad. Todo era permitido, mientras no se cuestionara el poder de los que controlaban todo, absolutamente todo, hasta la respiración de los ciudadanos”.

Ciertamente, pudieran sonar muy fuertes y crudas estas palabras, pero son la realidad de un pueblo que tropieza y vuelve a tropezar y no ve la hora de levantarse del suelo y del polvo del camino. ¿Qué le ha sucedido a mi Patria y a mi pueblo? Simplemente la han convertido en cenizas, en ruinas de sueños rotos, porque ya son muy pocos los que creen que sean realizables. La misma realidad lo demuestra, con la creciente ola migratoria de hermanos de todas las edades en busca de vivir en libertad de hijos de Dios, y en dignidad.

“Cuba duele, mijo” -me decía una anciana de casi 80 años que recién había atravesado el calvario de la ruta migratoria Habana-Nicaragua, hasta llegar a entregarse a las autoridades de la frontera de México con los EE.UU.

La realidad cruel y profunda de los hijos de Cuba llora ante los ojos de Dios. La cruz le pesa mucho a nuestra nación, que vive en la desesperanza y en la depresión a causa de un sistema totalmente anacrónico y represor de los Derechos Humanos de sus ciudadanos. Los que viven en el destierro, muchas veces forzado por las autoridades son difamados y desacreditados como antipatriotas, por el tan solo hecho de defender su identidad nacional, que por cierto es más que la ideología de cualquier partido político. Los que nos encontramos en la Diáspora tenemos legítimo derecho a ser voz de los que no la tienen. Los hijos de la Casa Cuba debemos tener vista de águila y astucia como la serpiente, porque muchas veces detrás de la cruz se agazapa el diablo.

No podemos simplemente quedarnos en la queja estéril por el impacto del sistema comunista y su mal antropológico causado a las diferentes generaciones. Se hace imperiosa la identificación de los males causados por la implementación de un mono-sistema ideológico marxista y la sustitución por una propuesta democrática y participativa. En ella se debe contemplar el respeto a todos los Derechos Humanos y la libre participación de la sociedad civil en los proyectos de la nación, incluidos los hijos de la Diáspora, que también con sus esfuerzos contribuyen a la construcción de su nación.

Todo proceso de sanación y restauración lleva su debido tiempo y madurez. La renovación de la Cuba que soñamos llegará en el tiempo que seamos capaces de construir puentes de diálogos eficaces y el respeto intransferible a pensar en libertad y actuar sin hipocresía.

No podemos conformarnos siempre con lo mínimo, con que algunos “decisores” nos ofrezcan migajas de lo que ellos suponen nos merecemos. Basta ya de vivir en oprobio sumidos. Es hora de que el clarín de la Esperanza suene en el corazón de las familias y en el alma de una nación renovada.

No pudiera terminar sin hacerle honor a quien honor merece. En la pasada fiesta de nuestra Patrona la Virgen de la Caridad del Cobre en la Ermita situada en la ciudad de Miami, Florida, el arzobispo Thomas Wenski pronunció las siguientes palabras, que para mi humilde opinión nos deben llenar de muchísima esperanza y anhelos de un futuro bendecido: “A todos los que han sacrificado sus vidas para el bien de la Patria y para el bien de todos. Y cómo podemos olvidarnos de los presos políticos, en especial de esos jóvenes que salieron a las calles a reclamar el año pasado libertad y exigir Patria y Vida. Tampoco podemos olvidarnos de tantos jóvenes, que transitan tierras mexicanas o los mares del estrecho de la Florida en busca de un horizonte, que les ofrecen esperanza. Que prestemos nuestras voces a los que no tienen voz. Y repitamos la misma Jaculatoria, que rezaban los mambises: Virgen de la Caridad, cúbrenos con tu manto. Que el grito de guerra de Ignacio Agramonte sea el nuestro. Que la Virgen de la Caridad nos ilumine. Sí, cúbrenos, con tu manto, para que Cuba sea la casa de todos y para todos los cubanos. Donde convivan la justicia y la libertad, en un clima de serena fraternidad. Sí, Virgen de la Caridad, ilumínanos, para que caminemos a la Luz de Cristo, a la Luz de la Verdad y así salgamos de estos apagones espirituales y materiales que quieren hundir al pueblo cubano en los mares de la desesperación y la desconfianza”.

La Casa Cuba se merece y necesita un cambio para renacer de nuevo. Virgen de la Caridad Salva a Cuba de llantos y afán.

 

 


  • Pbro. Juan Lázaro Vélez González (Pinar del Río, 1986).
  • Cursó estudios humanísticos, filosóficos y teológicos durante
  • 8 años en el Colegio Seminario de San Carlos y San Ambrosio
  • en La Habana.

 

 

 

 

 

 

 

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