Hemos terminado un irregular proceso de Referendo Constitucional en Cuba. Hay suficientes valoraciones sobre esas incidencias: los cambios en el padrón electoral, la represión de los que decidieron hacer campaña por el No, la falta de observadores nacionales e internacionales independientes, la negación del derecho al voto de los cubanos que viven fuera de Cuba y no están en misión del gobierno, y otras violaciones de los estándares internacionales universalmente aceptados para valorar cuándo los procesos electorales son transparentes, competitivos y democráticos. Hay suficientes pruebas documentales para corroborarlo. Sirva solo de botón de muestra las declaraciones de un alto cargo del Estado que expresó que hubo una campaña del No, pero no en “nuestros” medios. Pero no es este el tema que deseo compartir hoy.
Se trata de otro que considero más grave, más profundo y duradero: la desconexión entre la vida cotidiana y el voto ciudadano.
En efecto, el mismo día del referéndum y todos los días siguientes durante esta semana, he escuchado reiterada y cansinamente la frase: ¡Qué mala está la cosa! ¡Qué escasez de todo! ¡Qué nivel de corrupción generalizada! ¡Qué barbaridad poner trabas a grupos de sociedad civil que quieren prestar ayuda humanitaria, por ejemplo en Regla u otros lugares afectados por el tornado! ¡No hay nada en la placita! ¡Qué mala está la conexión! ¡Qué abuso el de algunos funcionarios de la Aduana! ¿Hasta cuándo la doble moneda? ¿Hasta cuándo me tendrán que estar “ayudando” mi familiares que viven en el extranjero”? ¿Qué pasa con ese trato a los artistas y a los cuentapropistas? ¡Qué corruptos algunos inspectores! ¡Qué mala está la televisión!
¡Qué violencia hay en la calle! ¡Qué forma de tratarse entre cubanos que piensan diferente! ¡Qué nivel de delación entre vecinos! ¡Qué injusta la represión!… Y una interminable letanía de quejas y demandas que se expresan cada vez con menos miedo y son cada vez más generalizadas porque nacen de la realidad, del malestar profundo y existencial de los cubanos.
Algunos justifican: “no estoy hablando de política”, se trata de mí vida cotidiana y la de mis hijos y mi familia. Y es aquí a donde quiero llegar. Lamentablemente todo esto es una prueba contundente de que existe un grave divorcio entre la vida cotidiana y la política en nuestro país, como si la política fuera como un equipo deportivo que me puede gustar o no. Siendo la verdadera política la búsqueda del bien común y la convivencia feliz y próspera entre todos los ciudadanos. Y eso nos concierne y nos afecta a todos, pero muchos, incluso personas de un alto nivel intelectual, no lo ven así. Se trata de un abismo entre los hechos y la palabra, entre lo que pienso y lo que expreso, entre lo que creo y lo que hago. Se trata del daño antropológico que provoca el totalitarismo.
En Cuba, en donde el acceso a internet es tan malo y caro, pudiéramos decir en el lenguaje de las redes: Se cayó la conexión entre el caldero y la urna, tumbaron la wifi entre la vida y el voto. En el momento del voto Sí, la vida, nuestra vida, estaba “fuera del área de cobertura”. Y minutos después de salir del colegio “se restablecieron las comunicaciones”. Entonces la terca realidad, esa a la que no se le puede esconder debajo de un asfixiante tsunami de propaganda partidista y excluyente, esa tozuda señora que es la vida real, nos comienza a “llamar” desde la mesa, la nevera, los bolsillos y, sobre todo, porque no somos animales de crianza, nos comienza a “llamar” desde el alma y el corazón para que despertemos a la realidad, para que nos conectemos con todo lo que sufre nuestro pueblo, para que no “bloqueemos” a nadie por pensar diferente. El alma de cada cubano y el alma de la Nación nos grita desde el hondón de nuestra cotidianidad lo que nos dicen en muchos centros de burocracia: ¡Es que se cayó el sistema!
Claro, en este último caso es refiriéndose, una vez más, a la conexión de las redes. Pero nuestra conciencia, en el secreto sagrario donde nadie nos ve, sabemos que es el sistema económico, político y social el “que no funciona ni para nosotros mismos” (lo dijo alguien a un periodista y la frase dio la vuelta al mundo). No hacía falta esa declaración porque esa es la vivencia cotidiana de todos los cubanos. Este modelo no funciona aquí, ni en ningún país donde este “experimento” con humanos haya sido aplicado, sea en el siglo XX o el XXI, sea en Europa, en Asia o en América. No funciona.
No funciona tanto para los que votaron Sí, como para los que somos un No de dos millones y medio de cubanos y más de dos millones que les fue impedido votar por su País desde cualquier rincón de este mundo. Todos somos la Nación cubana. Entonces ¿por qué, experimentando esta dura realidad cotidiana, el 78,3% de los cubanos votaron Sí? Reconozco que una cantidad, que nadie puede calcular con precisión hoy, serán cubanos convencidos de su apoyo al sistema. Los respeto como a todos los demás. Con relación a los que votan Sí y viven cotidianamente diciendo No con su palabra, su queja y su malestar, esta es mi opinión:
• Hay una desconexión entre la vida y el voto porque hay un grave analfabetismo cívico y político causado por 60 años de adoctrinamiento. Esa desconexión es la que les permite decir: “yo no me meto en política”, mientras la política con la que no te metes, se mete en tu vida, tu casa, tu mesa, tu bolsillo, el porvenir de tus hijos y tus necesidades espirituales de desarrollo personal sin proyecto futuro, por seis décadas que es toda una vida. La única que tenemos.
• Hay una crisis de valores éticos y de virtudes morales fruto de la desintegración de la familia, la simulación inducida por el miedo y la falta de una vida interior orgánica, lo que se llama una espiritualidad y una mística para motivar- mover la vida.
• Hay un daño antropológico producido por el sistema totalitario que ha lesionado ya a cuatro generaciones de cubanos durante 60 años, que no viene solo del poder omnímodo, sino también se contagia y transmite por cuatro generaciones de abuelos a padres, de hijos a nietos “de la Revolución”.
Algunos pudieran pensar que este amargo análisis de nuestra realidad, del ser y quehacer del cubano, pudiera hundirnos en el pesimismo. Nada de eso.
Confío en la capacidad de recuperación ética y moral de los cubanos que aquí y en el mundo entero han dado, y están dando, una de las mayores pruebas de su carácter emprendedor cuando deciden ser libres en espacios donde pueden gozar de las libertades civiles, políticas económicas, sociales y culturales. Si lo hemos hecho con éxito alrededor del planeta siendo emigrantes sin nada más que lo que somos, ¿cómo será en nuestra propia tierra cuando viva en la verdad, la libertad y la democracia?
Confío en que la educación ética y cívica es el principal remedio para ese analfabetismo y ese daño antropológico. Se trata de continuar lo que postulaba el Padre Félix Varela en sus indispensables “Cartas a Elpidio”, que son el mayor legado ético en la historia de Cuba: “Se trata de formar hombre de conciencia y no farsantes de sociedad… hombres que no sean soberbios con los débiles y débiles con los poderosos.”
Lo digo desde la experiencia de toda mi vida en que, motivado únicamente por mi fe cristiana y mi compromiso con la Iglesia, he dedicado todos mis esfuerzos a ofrecer a Cuba, a mis compatriotas, esa formación fundamental para aprender a vivir y a usar bien la libertad, y para vivir y usar bien nuestra responsabilidad ciudadana. Formar para la libertad y para la democracia, ha dado un nuevo sentido a mi vida desde que el 29 de enero de 1993 fundamos el Centro de Formación Cívica y Religiosa de la Diócesis de Pinar del Río con aquella su revista Vitral, y después de trece años, fundar el proyecto que los continuó, desde la sociedad civil, con el actual Centro de Estudios Convivencia y su revista homónima (centroconvivencia. org). Ha sido un proyecto de vida por el que ha valido la pena vivir y sufrir, pero también creer, esperar y amar a mi Patria. Doy fe.
Los cubanos podremos lograrlo, entre todos desde la diversidad, si ponemos la armonía y el amor en nuestras vidas como nación y si logramos reconstruirnos, sin odios ni venganzas, en una República cordial de reconciliación y prosperidad.
Ese día se restablecerán las conexiones wifi entre nuestras almas. Ese día mantendremos las comunicaciones, sin enemigos ni escuchas ilegales, con el mundo entero. Ese día lograremos la cobertura entre la mesa y la urna, entre la vida y el voto, entre la política y la realidad.
Pero ya hay “señales”, no hay que esperar a ese día, ya desde hace años pero especialmente desde el 24 de febrero, nos conectamos entre dos millones y medio aquí y más de dos millones en la Diáspora. Ya se están restableciendo las comunicaciones que anuncian las “de banda ancha y cobertura total” que sostendremos entre todos los cubanos y el mundo sin exclusión.
Rin, Rin, Rin, ¿no escuchas el timbre o el tono musical de hoy?
Hay conexión. Es tu teléfono. Cuba te llama.
- Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
- Ingeniero agrónomo.
- Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.