“Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”.
Así escribía José Martí a Máximo Gómez en carta fechada 20 de octubre de 1884. Es la frase que me ha venido a la memoria luego de los últimos anuncios del gobierno cubano sobre una serie de medidas que serán puestas en práctica porque, a esta altura, se han dado cuenta del fracaso de la tarea ordenamiento, del fracaso de algunos de los utópicos lineamientos y del plan de la economía.
Se esperaba que hubiera crecimiento económico y lo que aumentó fue la inflación. Falta todavía por asimilar el fracaso del modelo. Y digo asimilar porque ya los destinatarios de este experimento social de más de seis décadas, nos dimos cuenta hace rato. Sobre todo en dos momentos del día se hace patente: al levantarnos y comenzar a “inventar” el desayuno, que se agrava si hay hijos en edad escolar; y al final del día, luego del dolor de cabeza del plato que comer y cuando hacemos un balance sobre cuán productiva ha sido la jornada.
Martí se refería con su frase a la preparación de la guerra necesaria y criticaba el estilo de no tener en cuenta a todos los actores implicados, adjudicándole a un caudillo el protagonismo. Ese caudillo no podría erigirse como dueño de la contienda o dueño de la Patria. El primero debe ser el último, puesto al servicio de todos. Ahí está uno de los argumentos fundacionales, la pluralidad de opciones y el arte de acoger cada una de ellas, oficio que corresponde a un buen político. De lo contrario, y es lo que el apóstol critica, se estaría tratando un asunto mayor, el de la inclusión y el respeto, como se trata una guerra que, obviamente tiene un jefe militar que es considerado el mejor estratega.
Desgraciadamente Cuba parece ser conducida, más de un siglo después, por ese camino que confunde el proyecto de Nación con una guerra en la que las principales características son: la dinámica del ordeno y mando, el plan táctico para la contienda específica y no a largo plazo y la entrega generosa de los mejores hijos dispuestos a dar la vida en el campo de batalla. La falta de liderazgo político, la ausencia de un proyecto viable y el desconocimiento de la diversidad de opciones para salir del gran agujero negro en que nos encontramos, dan la idea que se “manda un campamento”, viviendo el día a día sin altura de miras.
Todo parece como una respuesta coyuntural que no tiene trascendencia en cuanto al efecto positivo; sin embargo, sí deja una secuela en el cuerpo social. La prospectiva estratégica es una asignatura pendiente. Vivir el día a día, dando bandazos, traducidos en decretos, paquetes de medidas o nuevas leyes es como poner una curita a una herida profunda que lleva un mejor tratamiento y evolución. Cuba parece un campamento porque para muchos los días son grises, sino negros; sus ciudadanos viven al día, y en ese día a día se va yendo la vida junto con los sueños y las esperanzas. Cuba está como en cuidados paliativos, herida de guerra, como en ese eterno campamento de frialdad, caos y contingencia.
Luego de la guerra es que vienen los balances, la valoración de las estrategias usadas para no repetirnos en el error. Aquello de la guerra de todo el pueblo y la preparación para la defensa de la Patria son herramientas que ponderan la beligerancia. El día después de la victoria echaremos de menos no haber valorado que fundábamos la casa sobre arenas movedizas. Confundíamos el espacio de debate y generación de propuestas con un campo de batalla. Creíamos que quien timoneaba el barco nos llevaba a puerto seguro. Nos habían hecho creer que todas las opiniones valían por igual, pero como parecía más una junta militar que un parlamento, un campo de batalla más que un espacio para el debate público, era solo un telón para dejar esconder detrás la esencia del mandato más parecido a una contienda bélica.
Las recientes medidas, sin entrar en detalles porque no es el tema central de esta columna, indican que estamos en esa guerra necesaria en la que esas “soluciones” extremas son los últimos cartuchazos para intentar no dejar diezmada la tropa. Pero hasta en la guerra se sabe cuándo no hay más opciones y cuándo lo que estamos haciendo es dar los últimos estertores para sobrevivir.
En la misma carta a Gómez, el más universal de los cubanos, le preguntaba -y también es una interrogante para nosotros hoy, aquí y ahora- “¿qué garantías puede haber de que las libertades públicas, único objeto digno de lanzar un país a la lucha, sean mejor respetadas mañana? He ahí la clave de interpretación de esas soluciones de última hora cuando el barco hace aguas. ¿Quién garantiza que ahora con ellas si vamos a construir el socialismo? ¿Quién puede asegurar que van en pos del bienestar del cubano? ¿Quién puede disipar la duda sobre la “lucha”? ¿Valdrá la pena?
En todos los casos urge desterrar esa confusión en cuanto al desempeño. Se trata de dos procesos extremadamente opuestos. No puede ser mezclado el caos que supone una guerra y el trato rutinario a los soldados del campamento, con la civilización de la paz y el obrar de acuerdo al rol de cada actor de la sociedad civil.
Cuba no está en guerra y no somos ese campamento de soldados con los que se puede contar como efectivos. Mucho menos somos animales de experimentación para probar y ver qué sale ahora. Pedir como Martí, que se trate a la ciudadanía como corresponde, debería ser el mejor regalo para esta Navidad y fin de año, no un “nuevo” paquete de medidas para alimentar la zozobra. Estemos conscientes y vigilantes para hacer saber que el “campamento” no es propiedad absoluta de nadie y que “La patria no es de nadie: y si es de alguien, será, y esto sólo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia”. Esa carta de Martí es un manual para nuestros días, en tiempos de medidas para, supuestamente, frenar el desastre económico. En las guerras a veces es válida la retirada a tiempo para preservar la integridad. Esa también es otra idea.
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.