Cuba en high-definition

Por Maikel Iglesias

 
Necesitamos apreciarnos con otra visión, estamos urgidos de aprender a valorarnos en otra dimensión. Si en verdad queremos retratar un paisaje, a diferentes horas del día, con todo el movimiento que este entraña en sí mismo, y conseguir que la escena se mantenga nítida…


 

Por Maikel Iglesias Rodríguez
Sólo podéis conoceros en la vida de relación, no en el aislamiento.
Krishnamurti
Grupo de amigos disfrutando una película en una sala de cine 3D. Foto de Dagoberto Valdés Delgado
Necesitamos apreciarnos con otra visión, estamos urgidos de aprender a valorarnos en otra dimensión. Si en verdad queremos retratar un paisaje, a diferentes horas del día, con todo el movimiento que este entraña en sí mismo, y conseguir que la escena se mantenga nítida, sin que sea menoscabada su real naturaleza, es preciso dominar las propiedades que tiene nuestra cámara, para poder ajustarla a las características del clima y el entorno, debemos entrenarnos en la percepción de un mismo objeto desde diferentes ángulos, si fuera posible abarcar incluso los 360 grados; y aún así, la imposibilidad de conseguir dos fotografías idénticas de un mismo suceso, nos llevará a la conclusión de que cualquier enfoque por bueno que parezca, se ha de ver limitado por el talento del fotógrafo y la evolución de la tecnología.
 
Esto puede confirmarse con todos nuestros sentidos. No se disfruta igual la radio si está mal sintonizada, el éxito de un disco depende en gran parte de la calidad de grabación y los equipos que la reproduzcan. Lo que pasa es que aprender a ver en lo profundo de las cosas, es una de las asignaturas más complejas de la vida de los hombres, nada requiere más energía y concentración que un acertado punto de vista, percibir con nitidez cualquier fenómeno. Tanto los sonidos como los aromas y los sabores, se disfrutan mejor, por ejemplo, cuando se puede ver todo el proceso de realización de un producto alimenticio; la transparencia es una de las cualidades más importantes del agua, y todas las empresas que anhelen alcanzar fluidez en este mundo.
 
¿Cómo distinguir la inmensidad de la patria o una nación, si aquellos individuos que la forman se diluyen en la masa? ¿Cómo tener una perspectiva global, un encuadre preciso del mundo, si la mitad de tu país vaga a oscuras? Siempre termina mal aquel experimento donde nos convertimos en candil de la calle y oscuridad de la casa. Una cosa era la fotografía en blanco y negro, y otra bien distinta es revelar imágenes en colores, una cosa es la era analógica y otra distinta es la digital, una cosa es ver la vida en un formato cuadrado al estilo 4 x 3, y algo muy diferente es contemplarla en una vista panorámica. No digo ni siquiera que una resolución niegue o anule los valores de la que se ajusta a otras características, sino que el mundo cambia también en proporción al modo en que lo documentamos.  
 
Cuba precisa un despliegue tecnológico con precios accesibles para todos los ciudadanos, y un marco legal de confianza y libertad que le permita a cada ser que conforma la nación, filmar, actuar y comportarse, con la misma autonomía y el respeto de los cuales son dignos los turistas. No puede haber una ética para los que vienen de afuera y otra para los de adentro. Nadie es más digno que otro ser humano, por ser oriundo de un lugar o residir al margen de los continentes o las islas. Peor que xenofobia es promover en los nativos una forma de vivir menos confortable que la que se ofrece para los extranjeros. Es un buen gesto propiciarles a quienes nos visitan, un ambiente similar en sus esencias al que ellos disfrutan cuando están en sus países, pero no es venturoso mantenerlo al costo de restringir las vidas de los nacionales.
 
Es favorable para nuestro país, que los turistas se desplacen en ómnibus climatizados y modernos, que tengan televisión por cable en los hoteles, que puedan hacer fotos y videos en los espacios públicos sin que la policía ni nadie los importune, pero también es beneficioso que se les permita a todos los cubanos, desarrollar sus medios de transporte al ritmo de los nuevos tiempos, ser propietarios de antenas parabólicas o accionistas de un satélite con categoría mundial, abrir salas de cine en nuestras casas con tecnología 3D o 4D, sistemas ultrasónicos, con palomitas de maíz incluidas, batido de mamey y todo lo que se nos ocurra ofertar a la gente, sin incurrir en delitos. Necesitamos vernos en alta definición, estar al día con múltiples enfoques, y algo que es mucho más determinante aún, ser nuestros propios guionistas, camarógrafos, actores y directores de cine.
 
Los insuficientes grados de apertura, que el archipiélago cubano ha hecho posible en los últimos años, producto de los esfuerzos de sus habitantes y la solidaridad mundial, han favorecido el surgimiento de una nueva casta que muchos denominan yuma -este vocablo genera jaquecas a más de un sociólogo-, donde se da por sentado que la misma constituye la palabra que define, a un ser que goza de ciertos privilegios porque viene de otra parte del mundo donde la realidad es menos áspera; por tales razones, la cubanía suele verse como un producto seriamente devaluado, puesto que esta interacción socava la autoestima de los originarios, lo cual por reacción produce una fuga de almas capitales dolorosa.
 
Al principio, esta categoría humana, era solo exclusiva para los norteamericanos. O sea, un yuma era un ciudadano made in USA, quizá también en Canadá. Luego el término se fue extendiendo a otros confines del planeta, dígase yuma africano, yuma europeo o yuma del Asia, yuma de Bolivia o de la Antártida, no importa; lo cierto es que dejó de ser determinante el tema de la ciudadanía para reducirse al carácter extranjero de la persona. El mapa del planeta Tierra cambió tanto, que todas las naciones parecen estar habitadas por los yumas, excepto Cuba. Inclusive, escaló a tales niveles este sustantivo en el ranking de la sociedad cubana, que a un ser oriundo de esta patria, por el simple hecho de marcharse a otro país, ya le es posible alcanzar esta clase de título civil, semejante a una patente de corso.  
 
Admiro honestamente a los pueblos que suelen ser corteses con los extranjeros, pero siento indignación por los raseros dúplex que se basan en axiomas discriminatorios, por más que traten de justificarlos mediante recetas de supervivencia. Es deplorable ser unicista cuando nos conviene, al tiempo en que nos comportamos de un modo dualista para referirnos a la naturaleza única. No debemos confundir la diversidad esencial para el progreso de la vida, con los estigmas que depravan nuestra humanidad. La división entre esclavo y patrono resultó funesta, todas las segregaciones que el mundo ha conocido han perjudicado la armonía de los hombres. O nadie es extranjero o todos somos yumas en esta tierra.
Propongo un recurso sencillo para que todos los cubanos comencemos a tratarnos en paz, como si fuéramos personas libres, amén de las ideas o creencias que abracemos o el color de nuestras pieles y de nuestros ojos. A partir de este mismo momento, hagámonos la idea de que todos somos iguales que los yumas, aprendamos a convivir con la amabilidad y el honor con que aquí se les distingue a los turistas. Colaboremos entre todos con respeto para hacer más próspera a nuestra nación, sin denostar a los que se han quedado ni a los que se fueron. Qué felices fuéramos todos, si acompañara a nuestro día a día el entusiasmo excepcional de quien se va para afuera, o anda de vacaciones por las maravillosas playas de esta isla y sus cayos adyacentes.  
       
Si a algunos de ustedes les pareciera ilusa mi proposición, me gustaría recordarles que según lo que figura en nuestros libros de historia, somos un país que desciende casi por completo de emigrantes. El tocororo, la palma real, la mariposa, y todos los símbolos que fundamentan la identidad de Cuba, disminuirían sus resoluciones si se les aislara del resto del mundo, quedarían sin pixeles ninguno, en las ocultas memorias de la indefinición. 
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Maikel Iglesias Rodríguez (Pinar del Río, 1980).
Poeta y médico.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
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