Dar respuesta a las necesidades y aspiraciones de una población dada es la principal función de una economía bien dirigida hacia una gestión integral. Entiéndase por ello que esta sea plenamente capaz de satisfacer de forma eficiente las demandas de todos los productos y servicios posibles, de manera que todos sus ciudadanos puedan adquirir, a precios aceptables y en correlación con sus salarios o ingresos, desde un simple litro de leche cada mañana, un frasco de perfume, un par de zapatos, juguetes para los niños o una PC, hasta un boleto de avión o un automóvil.
En la Cuba del siglo XXI sufrimos aún las consecuencias del modelo socialista de plan general central o economía de mandato introducido en la Isla hacia 1961. Todo en perfecta sintonía con el sistema de financiamiento presupuestario preconizado por el propio Che Guevara, el cual no contemplaba la existencia de las relaciones monetario-mercantiles, dejando por ende poco margen al trabajo independiente de las empresas que, prácticamente carecían de personalidad jurídica propia, desalentando además tanto al empresario como al obrero en la búsqueda de ganancias o intereses individuales, ya que estos suponen una amenaza al adoctrinamiento comunista. Complementando por sobre todas las cosas, aquella máxima de que: “con las armas melladas del capitalismo no puede formarse al hombre nuevo”, se evidencia el desespero del sistema por legitimar sus métodos de ascensión al poder.
Así la economía nacional posterior a 1959 ha experimentado digamos que una impronta pendular, moviéndose según los caprichos de un grupo que la hicieron oscilar entre polos opuestos, del idealismo al pragmatismo, implementándose mediante los ciclos idealistas o de centralización, medidas que fijaron metas extremadamente ambiciosas, como sucedió durante la afamada zafra de los 10 millones, los planes quinquenales de sobreproducción alimentaria, o los cordones de La Habana, métodos todos que fracasaron provocando además disímiles efectos adversos e inestabilidad social. Luego se generaría entonces un movimiento hacia el mercado, con la finalidad de aumentar el producto interno bruto elevando así los índices de expectativa y aceptación popular.
Por ese entonces nuestro modelo económico adolecía de toda competitividad, ajenos totalmente a los parámetros de calidad y productividad internacionales donde todos deben ser capaces de cubrir sus gastos a partir de sus propios ingresos basados en una gestión económica con un amplio nivel de autonomía, asegurando por demás que las cifras que aparecen en sus estados financieros reflejen la realidad de los hechos económicos y productivos alcanzados.
Aunque lo primordial resulta lograr el desarrollo de un sentimiento de pertenencia en los trabajadores de cada empresa o negocio cualquiera. Al respecto, el cubano de acá se enfrenta a situaciones un tanto controversiales, cuando observamos cómo increíblemente el Gobierno aún propugna su desgastado discurso en pro de que la sociedad incursione definitivamente en el principio socialista de: “de cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo”, cuando en la más cruda realidad cotidiana advertimos cómo esos vagos que podemos encontrar en cualquier barrio, se pasean ociosos por las esquinas, (seguramente en contubernio con la policía pues en su gran mayoría le sirven como informantes), disfrutan de un nivel adquisitivo muy superior al de cualquier profesional, haciendo pues difícil, que algún trabajador honrado, y lo que es más alarmante, que algún joven estudiante, posean una convicción plena de la utilidad del esfuerzo o de la práctica de la superación académica como vías legítimas para mejorar su nivel de vida y por ende su postura socioeconómica, y que así su existencia posea una calidad decorosa que posibilite el desarrollar plenamente sus capacidades físicas y espirituales.
Por lo tanto, si un modelo económico no es capaz de proporcionar al ciudadano medio todo lo que necesita para satisfacer dignamente sus aspiraciones, o sus lineamientos no se dirigen a la consecución de esta meta, dicho modelo deberá entonces ser desechado a favor de otro más pragmático y no acomodarse bajo las sombras, como en efecto sucedió cuando Cuba pasó a ser satélite de la URSS, conectándose a la famosa tubería soviética del CAME y que posibilitaba, tras la cortina de la solidaridad, que en la Isla se produjera a toda costa y a todo costo, atrofiando nuestra economía mediante una farsa sensación de bienestar, bajo la peligrosa condicionante oculta de constituir un aliado en medio de la Guerra Fría dada nuestra estratégica posición geográfica.
Realizar un análisis estadístico serio y objetivo del historial del desempeño socio-económico cubano del período revolucionario se torna hasta cierto punto complejo, debido a la escasez de cifras así como por la poca fiabilidad de los datos oficiales o la posibilidad concreta de realizar comparaciones adecuadas de las distintas estadísticas, observándose a su vez la ausencia notable de cifras cubanas en las publicaciones internacionales dedicadas a este fin, por lo que resulta embarazoso acceder a informaciones clave como:
- Producto interno bruto per cápita y Formación bruta de capital
- Balanza de pagos
- Exportación e importación de bienes
- Inversión extranjera directa y Reservas internacionales
- Deuda externa y pública
- Desempleo abierto y Tasa de participación y ocupación laboral
- Salario medio real y Precios al consumidor
- Intercambio comercial de bienes y servicios (incluido el turismo)
¿Cómo dar crédito entonces a los datos que sobre el crecimiento económico anuncia Cuba? Imagine que de acuerdo a cifras oficiales, se experimentó un crecimiento en el PIB de manera sostenida desde 1997, alcanzando para el 2006 la increíble tasa del 12.1%, en su momento la más alta de la región e incluso superando la de China que fue de un 10.7% para el mismo año. De ser fiables estos resultados económicos ¿cómo se explica entonces que, para finales del 2007 (donde comienza a gestarse la crisis económica mundial), la Isla tuviese ya sus excedentes comerciales y reservas, del todo agotadas? Por esto se vio fuertemente afectada al reducirse el financiamiento por concepto de remesas familiares, demandas por exportaciones (níquel y tabaco), reducción del intercambio comercial de bienes y servicios al contraerse el mercado turístico, decayendo incluso un rubro tan rentable para el gobierno, tanto en la esfera política como en la económica, como el de los servicios profesionales exportables especializados.
Por lo que en realidad la población cubana sufrió por la falta de previsión gubernamental, donde ante el déficit se provocó una crisis bancaria de liquidez y una nueva suspensión de los pagos externos al carecer de los recursos indispensables para una expansión contracíclica, tomándose entonces medidas extremas al realizarse ajustes internos y recortes de gastos que generaron un agravamiento en el ya depauperado panorama económico nacional. Todo ello evidencia que el supuesto crecimiento ocurrido entre los años 2004 y 2007 constituyó solo un subterfugio utilizado por el Estado, una farsa resultante de la manipulación de indicadores estadísticos, que agrega al PIB el valor de los servicios sociales gratuitos y de los subsidios a los precios de bienes relacionados, controversial estrategia solo utilizada en Cuba y en total contraposición con las normas internacionales. Como sea, la realidad es que nunca se sintió esta supuesta alza en la economía doméstica, ni mejoras en la vida cotidiana del cubano de a pie, para quien aún a estas alturas sigue constituyendo todo un desafío de proporciones épicas el sencillo hecho de conformar un hogar decoroso y el cubrir las necesidades básicas de una familia promedio.
¿Cómo creer entonces que el Gobierno posee una voluntad real de fomentar los cambios imprescindibles para lograr llevar a la Nación hacia una gestión de desarrollo sustentable que garantice por demás la estabilidad necesaria para promover un clima de confianza óptimos para que la inversión extranjera termine acercándose a la Isla con intenciones serias, coadyuvando así a la inyección de capitales frescos, la solvencia económica y a la integración sensata de Cuba al mercado regional e internacional?
El desarrollo de un país se torna armónico siempre que una economía equilibrada cumpla con su objetivo, constituyendo así el principal soporte de una sociedad sana, ya que el solo hecho de priorizar por encima de todo, solo los sectores de la salud, la educación o los deportes, mientras resultan penosamente deficitarios otros servicios y además escasean constantemente los productos en los mercados, o estos se hallan a precios inaccesibles para la gran mayoría, es síntoma de una gestión económica deficiente y de que quienes llevan sobre sí la responsabilidad de la toma de decisiones carecen totalmente de compromiso y de la indispensable visión integral para el sano desarrollo de la nación.
Al parecer, tras décadas de experimentos sociales en lo que hoy es Cuba, los que acá poseen la sacrosanta potestad de empujar el péndulo económico de la Isla, nunca calcularon minuciosamente las consecuencias del impulso, causando inestabilidad e incertidumbre entre una población cada vez más harta de tanto engaño, harta de los empeñados en perpetuar un sistema político al costo del perjuicio del desempeño económico, temiendo tal vez el fortalecimiento de la masa crítica poblacional constituida por el sector privado o cuentapropista, grupo que cada día escapa un tanto más al control ideológico gubernamental.
Por todo ello no se le concedió suficiente tiempo a las políticas de tipo pragmáticas, ya de por sí bastante cautelosas, para que estas se implementaran del todo y maduraran produciendo logros positivos, reforzando así las medidas que acercarían el país al mercado, como lo aconseja racionalmente toda lógica económica, más aún en presencia de un ambiente internacional caracterizado por la inmediatez, la competencia e independencia institucional que han de poseer necesariamente quienes aspiren a integrarse de manera eficiente a la circulación de capitales de alto porte.
Hoy escuchamos hablar por doquier del futuro restablecimiento de las relaciones Cuba-Estados Unidos, de las tentativas de inversión de capital extranjero, de lo que de esto derivaría y hasta del boom turístico que produciría. Todo lo cual no hace más que ilustrar las altas expectativas que se ha formado la población cubana con estos cambios acaecidos de manera increíble y en tan corto tiempo.
Creo que deberíamos hacernos un llamado oportuno a la mesura, ya que todo esto sería muy positivo teniendo al menos en cuenta que, el largo camino por andar dependerá en gran medida del compromiso que asumamos y de la voluntad con que nos conduzcamos, del reconocimiento de los hechos y errores que por más de 50 años han desarticulado nuestra Nación, del hecho ineludible de que nuestra infraestructura económica y social se halla devastada. Solo debemos echar una mirada a la situación tan poco manejable que resultaría de un arribo turístico de proporciones bíblicas y que colapsaría de inmediato la infraestructura aeroportuaria, de transporte y hotelera actuales, mencionando apenas el deplorable estado de las vías terrestres, del fondo habitacional o el ni siquiera contar con el número de contenedores o flota de camiones, imprescindibles para cumplir adecuadamente con el ciclo de recogida de basura en cada barrio de esta ciudad nuestra que de a poco se nos va de entre las manos.
Mientras detrás de nuestra economía, con sus dos formas de propiedad, subyazcan dos sistemas económicos que funcionen en paralelo, una de ellas muy cercana al modelo de economía de mercado, ágil, competitiva, eficiente y que por tanto ingresa al país grandes cantidades de divisas pero que sin embargo se ve obligada a subsidiar entonces a su contraparte, una economía de tipo socialista deficiente y retrógrada de elevados costes y que solo puede mantenerse a flote mediante el apoyo que la otra genera, justificando su existencia la labor de soporte a la maquinaria ideológica y mediática de la cúpula del poder, no será entonces posible la consecución de un estado de bienestar o un crecimiento económico verdaderamente apreciable y sustentable.
Si bien es cierto que, abrir nuestra economía al mercado conllevaría probablemente coyunturas y problemáticas de tipo ético sobre el funcionamiento de la sociedad, donde comience a privar el egoísmo, los roces incómodos ante el inevitable relevo generacional, un aumento considerable en los niveles de corrupción administrativa o profundización de la crisis de valores, todo ello constituye un reto que debemos afrontar y asumir ante las infinitas posibilidades y las nuevas realidades que traerán para el pueblo cubano todos estos cambios que, apenas solo hace unos meses resultaban utópicos y que ahora han echado a andar sin darnos tiempo a salir de nuestro propio asombro.
Ante los cambios es inherente a los seres cierto temor, un marcado recelo hacia lo desconocido o las experiencias novedosas, por lo que solo nos resta prepararnos para encontrarnos a la altura de las circunstancias, el adecuarnos con versatilidad al contexto actual y a su dinámica de vida, escoger entre ser simples espectadores o el convertirnos entonces en verdaderos protagonistas del cambio, siendo garantes de una transición que, para muchos ya comenzó sin apenas avisar, pero que necesita de la voluntad y de la razón de hombres y mujeres comprometidos con los intereses de su pueblo, haciendo de palabras como libertad y democracia algo más que consignas o conceptos que constituyen por sí mismos pilares insoslayables de la Nación.
Mientras las directrices de las políticas comerciales implementadas por el Gobierno no sirvan como garantes al capital extranjero, ninguno de los potenciales inversionistas tomará el riesgo de acercarse a un país que históricamente, lamentable y vergonzosamente, incumple con los pagos y realiza “movidas” arbitrarias en el ámbito comercial, contraviniendo toda lógica económica, norma jurídica o postura ética. Cubanos, tenemos el deber y el derecho de exigirle a nuestro Gobierno que reestructure su política económica en pos de los verdaderos intereses del Pueblo y la Nación. Ya es tiempo de dejar atrás la trillada ideología comunista que la historia se ha encargado de deslegitimizar, con hechos incontrovertibles, y de marchar con la frente bien alta y longitud de miras hacia un futuro de integración y tolerancia, legándole a la humanidad toda una tierra de seres dignos y respetuosos de las más elementales normas del civismo, formadas en el credo de la utilidad de la virtud.
Steve Maikel Pardo Valdés (La Habana, 1989).
Graduado de Construcción Civil y Proyectos.
Miembro de la Mesa de Diálogo de la Juventud Cubana.
Coordinador de Relaciones Internacionales del CAT.