Por Williams Iván Rodríguez Torres
Hace unos días tuve una diferencia de criterios con un viejo amigo, lo cual no es malo. Por encima de todo, la diversidad de opinión debe ser defendida a como dé lugar, y por ello han perdido la vida miles de hombres a lo largo de la historia.
Por Williams Iván Rodríguez Torres
Hace unos días tuve una diferencia de criterios con un viejo amigo, lo cual no es malo. Por encima de todo, la diversidad de opinión debe ser defendida a como dé lugar, y por ello han perdido la vida miles de hombres a lo largo de la historia. No debe ser en vano el sacrificio hecho, sobre todo en nuestra patria, por hombres y mujeres que han puesto en juego sus vidas en la historia pasada y reciente en aras de que se respeten la diversidad y la pluralidad; comenzando por Varela y Martí.
Todo comienza cuando en una de las calles principales de esta ciudad, de Pinar del Río, hubo un derrumbe de una vivienda estando algunos de sus moradores dentro de la misma. Mi amigo comentó que a quien le suceda eso hoy es porque quiere, o por irresponsable, alegando que la venta de materiales está liberada donde quiera. Basta con proponérselo y usted resuelve el problema de su vivienda.
Es posible que algunos, quizás muchos, no sé, estén de acuerdo con la opinión de mi amigo; creo que de manera especial aquellos que no vivan en esta Isla, o lo hagan en algunos repartos, por cierto, muy pocos, privilegiados de este país.
La casa en cuestión es de principios del siglo pasado, de mampostería y tejas, posiblemente con la madera original de un techo machihembrado con tablas de pino tea, como muchas a lo largo del país, repellada con cal, arena y cemento. Muchas de estas viviendas no reciben un mantenimiento hace más de treinta, cuarenta y hasta cincuenta años, sin temor a equivocarme. Basta salir a la calle y voltear la cara a ambos lados, en cualquier cuadra de este país, excepto en los lugares que antes mencioné, para solo ver fachadas pintadas con una pintura de vinil extremadamente adulterada y, en no pocas ocasiones, fachadas en un grado avanzado de deterioro, incluso con los arquitrabe y los repellos explotados, pero pintados, porque es la norma que las casas de la ciudad estén pintadas. No importa si de la puerta para adentro están techadas con un nylon de polietileno, lo importante es la fachada, tiene que estar pintada. Otras, las que no tienen la suerte de estar en calles principales, se ven envejecidas, mohosas, a veces con agregaciones a capricho, sin repellar, algunas mal concebidas, como haciendo culto, o sirviendo de monumento al mal gusto y la chapucería que se ha puesto de moda en las últimas décadas.
A decir verdad, pienso que mi amigo no pensó en los vecinos y amigos que le rodean, no pensó en aquellos profesionales, o como dijese otro buen amigo, pobresionales que le rodean y que viven de un salario, porque no saben hacer otra cosa que trabajar, poner cada día su esfuerzo para el buen funcionamiento de una patria plena, con salarios pírricos e insuficientes. Es inaceptable que alguien culpe a un ingeniero que tiene dos hijos y una casa que mantener, en las cuales viven sus suegros además y a lo mejor hasta la abuela de su esposa, de que no pueda reparar la casa que con buena suerte puede que tenga la corta edad de sesenta años.
Hay que tener cuidado a la hora de hacer juicios críticos de la realidad, hemos aprendido mal a culparnos por todo, o casi todo a nuestro alrededor. Si no pasa el barrendero y la calle está sucia habrá quien nos convide a una limpieza de la cuadra, porque somos los responsables de que la misma se mantenga limpia. Lo mismo sucede si hay escasez de agua, alguien dirá que es que malgastamos mucha, sin ver los cientos de miles de salideros que existen en cualquier calle de esta Isla desde el Cabo de San Antonio hasta la Punta de Maisí, lo mismo con la electricidad, la mala calidad de los servicios estatales, etc., etc., etc.
Desgraciadamente nos hemos convertido en una sociedad autocompasiva y con complejos de culpa, cuando realmente no somos culpables. En cambio, de las cosas que somos culpables nos hemos especializado en culpar a los demás, de nuestras ineficiencias e incapacidades. Es imposible que como nación logremos emprender viaje seguro hacia el futuro, cuando muchos de nosotros ni siquiera somos capaces de saber en dónde estamos. Es imposible apagar el sol lanzándole piedras, o cubos de agua.
Es necesario perder el carácter de autoflagelación y autocompasión. Es necesario pasar del querer al poder, del decir al hacer, de sugerir a protagonizar. Nuestra patria necesita que dejemos de ser fachadas pintadas, para ser estructuras sólidas, aunque con menos colorete pero comprometidos. Es hora de que analicemos, no necesitamos repintar y apuntalar, es preciso tabicar y reestructurar, pero desde la zapata, desde lo más profundo de la nación, no moviendo cordeles y empapelando. Es necesario que pensemos qué le vamos a dejar a nuestros hijos, no digo materialmente, no hablo de riquezas ni posesiones, hablo de ejemplos, de moral, de libertades. Es necesario que pensemos qué hacer para que perdamos la cultura de la violencia que se ha generado en la calle, entre la juventud; qué hacer para parar los malos ejemplos, la chabacanería y la vulgaridad. Todo esto desde la diversidad, la pluralidad y el aporte necesario de todos, no desde el inmovilismo y la uniformidad.
Es hora de reflexionar, no de autocompadecer. Cuba, nuestros hijos, necesitan del esfuerzo de todos para reconstruir nuestra desvencijada patria que ha visto partir a miles de sus mejores hijos. Esta preciosa Isla necesita reconciliarse, e incluir a aquellos buenos hijos de la Diáspora que tanto derecho tienen a poner sus manos en esta obra apremiante que se encuentra en un momento crucial y como diría el Maestro que es “con todos y para el bien de todos”.
Williams Iván Rodríguez Torres
(Pinar del Río, 1976).
(Pinar del Río, 1976).
Técnico en Ortopedia y Traumatología.
Artesano.
Vicepresidente de trabajo comunitario de la ACAA en Pinar del Río.