“El pensamiento se manifiesta en la palabra. La palabra se manifiesta en un hecho. El hecho se desarrolla en un hábito. El hábito se solidifica en el carácter. Del carácter nace el destino. De manera que observa con cuidado tus pensamientos, y permíteles nacer del amor, que nace del respeto a todos los seres.” (Buda)
Por Maikel Iglesias Rodríguez.
¿Por qué estas verdades tan simples, que he propuesto en la antesala de mis meditaciones, sobre esta hora en punto de la patria, se nos tornan tan complejas a todas las cubanas y cubanos? Ya pasa de castaño a oscuro este deseo de prosperar con el que nos familiarizamos todos, o muchos -aún no he podido contarlos-; pero sé que hay millones que ansían que Cuba pase al fin de grado al terminar el curso 2011-2012. Se nos quema el titular en el tintero de todos los periódicos, que dedican en el mundo al menos una noticia, acerca de lo que nos sucede y lo que no; que a veces es mucho más dramático que lo que ocurre. Sobre todas las cosas, cuando se manifiesta en forma de apatía, hastío y silencio agonizante. El más ruidoso de todos los silencios.
Esta metáfora del cambio de grado o el salto cualitativo, que con tantas ansias se espera de nosotros. Aquí en el corazón del mar de las Antillas, allá donde residen tantos compatriotas y no olvidan sus raíces. Ya sea en la Península de la Florida, la cual cuenta con un número de habitantes de origen cubano, que casi la equipara con La Habana; o en la República de Finlandia, donde también los hay y no la aman menos: una de las patrias nórdicas que ha recibido en sus brazos, a quienes desesperan de nuestro destino. Este edén embargado por años, opuesto a la belleza que le fascinara no solo a Cristóbal Colón; se congela de un frío distinto al de Helsinki, y al que se deriva de las relaciones que suelen practicarse en el mundo de hoy.
La mayoría de los países del planeta aprendieron la lección del patriotismo extremo, furibundo de los siglos pasados; que no es más que el egoísmo adolescente en escala nacional. A algunos les costó más de una guerra y un muro, apartheid, crímenes horrendos, holocaustos. A otros, desarraigo y éxodos y viceversa; llegar a comprender que no hay liberación real-definitiva, si en ella no se logra emancipar al contendiente, al otro, a los demás; que en esencia somos uno mismo porque nos necesitamos. Ningún Estado por tan soberano que quisiera ser, podrá subsistir mucho tiempo, de espaldas a lo que sucede en el planeta. Lo mismo ocurre al interior de una Nación.
Mucha gente ha comprendido esta verdad antigua e imperecedera, a través del legado de múltiples creencias, de la ciencia, incluso el ateísmo. De cualquier filosofía donde acción y pensamiento, no se alejan del amor, nace un respeto hacia todos los seres, que anima a convivir en paz. Lo que marca la distancia entre creer en la persona humana, pacíficamente, de estar atento al discurso del mundo y conectarse realmente a su razón de ser, evolución, actualizarse; es el actuar con coherencia entre una idea, o las ideas que se expresan en él, un suceso, o los sucesos múltiples que se generan, y lo que en realidad nosotros deseamos convertirnos.
Hay una gran discordancia entre el querer y la actitud con que cubanas y cubanos hemos asumido el diario. En una gran medida impuesta por las circunstancias, lo que viene de arriba; y en otra dimensión muy significativa, propulsada por nosotros mismos, lo que viene de abajo. Es obvio que la mayoría aquí, no quiere ser pobre, perdedor, la víctima, ni tampoco el marginado de la realidad del mundo, ni abandonar a sus seres queridos, ni comportarse en un modo violento en la parada de la guagua o en una de las más sublimes reuniones de su centro de trabajo o en el parlamento: golpeando la mesa ya no con un zapato, sino con los puños cerrados, tan distinto a tocar con amabilidad a la puerta de alguien que amamos.
Desde arriba, o sea, del gobierno que está para servir al pueblo; los ciudadanos recibimos escasas y confusas señales de cambio positivo, de una propuesta efectiva que equipare el discurso oficial con los hechos cotidianos. De un planteamiento transparente, verosímil, de un trabajo que merezca un reconocimiento válido por su eficacia diplomática para lograr trascender las diferencias con los Estados miembros de la Unión Europea y los Estados Unidos de América; que es a la vez el reflejo de las diferencias que tiene el sistema imperante en Cuba, con su sociedad civil. Es muy cierto, que ni Europa ni los norteamericanos son el mundo, pero este tampoco lo es en su totalidad, si no se cuenta con ellos.
Desde abajo, o sea, en los que construimos sociedad a pie, predomina el desaliento, la desilusión, hurañería que roza la insolencia, el desamor a todo lo que venga de adentro, y una peculiar avidez por las opciones que vienen de afuera, “lo que cruza el charco”. Porque hemos constatado que en esencia, solo determina con peso en nuestros sueños y en nuestra economía también, un viaje para Venezuela, a Angola o a Ecuador, o para Haití; o a cualquier otro sitio donde proyectamos socialmente, de manera exteriorista, que nos vamos de esta tierra porque ellos nos necesitan. Cuando en realidad buscamos algo que en esos países se puede alcanzar, y aquí se nos torna indeseable. Me opongo a limitar las cosas, a un bistec de carne de res, un automóvil de uso, equipos electrodomésticos, algunos petrodólares y dulces euros; hay algo más sustancioso detrás de este telón humano.
Lo digo con profunda reverencia para los que entienden, que aquí la mayoría de la gente se va tan solo por problemas económicos. Algo que aunque no es una mentira, reduce la verdad trascendental; se me parece al veredicto de un galeno, que quiere consolar a su paciente, diciéndole que su problema es nomás del corazón, para que se estén tranquilos sus demás órganos, para que no se preocupen los riñones ni el hígado, mucho menos el cerebro, que tiene otras cuestiones más complejas de las que ocuparse, que las de su pobre músculo cardíaco.
¿Quiénes hacemos la economía de un país somos unos, y quiénes hacemos la política somos otros? ¿Pueden separarse las raíces, el tronco y las ramas de un árbol, como ha sucedido con muchas de nuestras familias; y continuar culpando a la tierra por no dar los frutos esperados? ¿Las herramientas con las que se construye un porvenir, están divorciadas del presente y del pasado de sus arquitectos, albañiles y demás brazos que emprenden la obra? ¿Querer cambiar una edificación que se ha quebrado en sus columnas, sin remover siquiera sus cimientos, y lo que es peor, sin consentir abiertamente en su nuevo diseño, a todos los que han de habitarla; favorecerá un espíritu fraterno y perdurable? Una cosa es dejar que las niñas y los niños se expresen libremente, y otra bien distinta es dejarles actuar con libertad.
Es un síntoma patognomónico de inmadurez civil, el andar de los pueblos que perduran en sus quehaceres cotidianos, divorciando sus deseos, los sueños y sus emociones, de su voluntad manifestada en hechos, obras, resultados; alegando que la vida es corta, y que la coherencia no tiene sentido. Pensar en algo justo, o mejor dicho, estar conscientes de algo necesario, implica seguramente dar los pasos a favor de esa senda, esa conciencia de la dirección que hemos sentido justa, o de las direcciones; ya que es sabido que no hay un único camino para ascender a la montaña, ni para ser feliz una vez que se ha llegado.
Los amagos estratégicos, que simulan escenarios típicos de un bastión militar; ese clima de ocultismo generalizado y experimentación aleatoria, sustentada por conductas reactivas y el apego a los efectos; a la larga produce en las naciones una desconfianza en sus poderes, una confusión total, un caos, y una pérdida mayúscula de la fe en los objetivos nacionales que se pretenden conseguir. Todo pueblo en su mismisidad, sabe lo que no desea, y aunque le cuesta mucho más conocer lo que verdaderamente ansía, debemos promover las actitudes que fomenten la virtud, y desistir de los caminos que generan vicio, como lo son esas varitas mágicas para sanar viejas heridas.
Si las cubanas y cubanos queremos un cambio verdadero, tenemos que cambiar dentro de nosotros mismos. No es dejar de ser cubanos, por supuesto, pero es abrirnos hacia el interior de esa sustancia que define nuestra nacionalidad, la cual ha sido conformada por distintas sales y azúcares de todo el mundo, ajos, ajíes, canela, picantes; ser ajiaco exquisito por fin y no una sopa desabrida. Deberíamos emigrar al interior de Cuba. Un ciudadano no puede alcanzar soberanía económica, si no se hace libre en toda su amplitud humana. Si se exige un derecho, y poco se hace por abordarlo públicamente, por usar de él, o se deja a unos pocos trabajar en su búsqueda, fuere por miedo o irresponsabilidad, o por ambas cosas; es imposible entonces que le conquistemos en su plenitud.
Si un gobierno quiere la paz de este mundo, no debe engrosar su gabinete con tantos emanados del ejército; mantener en activo a tantos efectivos militares como es el caso de Cuba, sin un conflicto bélico que le amerite; razón por la que en mi opinión, hace más compleja la armonía entre gobierno, oposición y sociedad civil. No conozco bien las cifras, pero sé que son muchos militares en mi patria, demasiados uniformes y fusiles para un archipiélago donde sus habitantes, desde sus mismos orígenes, nunca les caracterizó la violencia. Si está en nuestros deseos, mantener relaciones fraternas con los que no la tenemos, debemos actuar en consonancia con estos propósitos.
¿Cuál es la diferencia entre odiar a una persona, odiar a un país y odiar al mundo? Es solo cuantitativa, mera cuestión de grados. En el trasfondo, esta emoción que tanto nos corroe el alma, significa que no amamos suficiente todavía y por ende nos cuesta respetarnos, nos falta crecer en la virtud; porque todo lo que aborrecemos realmente, en alguna medida, es consecuencia de algo que aún no anda bien adentro de nosotros. Ningún destino nacional es una línea recta que se puede desandar en un abrir y cerrar de los ojos, pero tuvimos ya 57 años moviéndonos hacia un punto que no consiguió armonía, y ahora llevamos más de 50 en el sentido opuesto y descompuestos.
La felicidad de una nación, es una responsabilidad de todos sus hijos, de todas sus partes. No existe verdadera sociedad sin socios, sin los espacios requeridos y el quehacer para construir los puentes que conectan las palabras y los hechos, el carácter y el destino ¿Cuándo vamos a aplicar lo que aprendimos en todos estos años, y a desaprendernos de lo que no merece ser prorrogado ni siquiera un día más? Al decir de Bhagaván Das, ese sabio de origen hindú y tan universal como lo siguen siendo, las enseñanzas de Buda: toda cuestión tiene dos aspectos, y la verdad siempre está equidistante de los extremos.
Maikel Iglesias Rodríguez (poeta y médico, 1980)