Hace unos días que varios ejecutivos en Cuba están pidiendo calma a la población ante la escasez y la crisis general que el gobierno llama “situación compleja”. Se repite la cantinela como un mantra: calma, calma, calma.
Quiero compartir con los lectores una breve reflexión sobre la calma y la paciencia. Que “ni se parecen ni se escriben igual” como dice un viejo refrán.
Antes de hacer la diferencia, quiero expresar que no es justo pedir calma cuando lo que se necesita es justicia, especialmente justicia social, en un sistema que ha experimentado a costa de seres humanos durante 60 años por un esperado y nunca llegado modelo de sociedad donde se diera por justicia lo que antes se daba de limosna por caridad. Ha sido entendida esta virtud en su sentido más pobre, es decir, “migaja que cae de la mesa”, porque la verdadera caridad incluye a la justicia, tanto la distributiva para que lo justo y lo necesario llegue a todos por igual, y la justicia social para que las estructuras, los sistema sociales y políticos creen un buen vivir a la altura de la dignidad humana. Justicia y Caridad es lo que necesita el pueblo cubano.
Dicho esto, pasemos ahora a la calma y la paciencia, mientras llega la justicia y la prosperidad que parece que se alejan una vez más como la utopía, y hay una sola vida en este mundo y nadie tiene derecho a gastar toda una vida en la agonía de colas, escaseces y necesidades que en lugar de disminuir, aumentan por la ineficiencia del modelo económico, por la irresponsabilidad de los que piden calma y resistencia. No es justo.
La calma a que nos referimos aquí no es la calma de algunas espiritualidades del Oriente. La calma que se nos pide es una actitud pasiva, es la quietud de la impotencia o la quietud del místico que no tiene nada que ver con la “calma” que se pide en medio de la incertidumbre de vida y de las colas del hambre. Pedir calma cuando lo que se debe pedir es cambio, es perder el rumbo y la visión. Esta calma es resignación, no es cambiar todo lo que deba ser cambiado. Calma, no es soportar lo injusto. Resistir, no se puede indefinidamente. Es muy peligroso, lo hemos dicho muchas veces, “tensar la cuerda”, apretar la tuerca, pedir al pueblo que aguante hasta el infinito, porque 60 años para volver a lo mismo de una economía dependiente de otros países, antes de la URSS y cuando desapareció no aprendimos, ahora de Venezuela y no aprendemos. Porque hay otras prioridades por encima del bienestar del pueblo. Sino, ¿por qué vuelve a ocurrir lo de la década del 90 que se llamó eufemísticamente “período especial”? ¿Por qué ahora no se le puede llamar así, como se ha orientado en reuniones importantes? ¿Por qué la misma crisis de fondo aunque las circunstancias internas y externas sean otras? Que lo circunstancial y lo potencial cambie, no debe nublar la vista para poder diagnosticar el problema de fondo: ni la empresa estatal socialista, ni el modelo económico tal como lo quieren mantener a toda costa, han producido los resultados que durante seis décadas hemos esperado.
Entonces no es calma, es cambio. No es resistencia, sino resiliencia, que es esa capacidad del ser humano, similar a los aceros con que se funden los muelles: cada golpe amortigua lo negativo y se convierte en energía positiva para empujar hacia arriba con mayor fuerza. Resiliencia es lo que necesita el pueblo cubano y debemos educarnos y ejercitarnos en esa capacidad para despegar del bajón del golpe, no para resistir el golpe sino para sacar fuerza y virtud de él y saltar más arriba de lo que estábamos cuando vino el golpe.
La resiliencia es proactiva, ejecutiva y transformadora, es liberadora y constructiva. La calma es opio y alienación cuando no impulsa a la conversión de la vida y la renovación del entorno. Entonces, en mi opinión, lo que nos merecemos los cubanos no es una predicación de calma, de resistencia, sino de resiliencia y cambio. Bajo esa mística, impulsados por esa energía que sale de saberse protagonista de su propia historia personal y nacional, no seremos como los peces, cuando se echa en la pecera el alimento “dado” y ellos que aguardaban silenciosa y calmadamente a “ver si viene” su alimento, se pelean por la migaja y vuelven a la calma de su encierro de cristal.
Paciencia es otra cosa, es una virtud de los fuertes, de los resilientes, de los dueños de sus vidas. La paciencia viene de la paz interior hecha actitud ante la vida, no de la calma impuesta que no sosiega el alma ni alimenta el cuerpo.
Paciencia es no perder la paz para poder luchar por la justicia, para poder reaccionar con resiliencia sin perder el equilibrio. Paciencia es virtud de héroes y santos, ni alienante ni pasiva, ni subyugada ni apagada, ni desconectada de la realidad. La paciencia es mantener el ritmo sin parar y sin desesperar para poder llegar a lo que queremos. Paciencia es la virtud de los valientes que ganan a los desesperados y a los inmovilistas. Paciencia es trabajar con paz sin parar.
Paciencia es la estabilidad en acción. Es el puente entre la realidad sofocante y el oxígeno de los verdaderos cambios. La paciencia activa, responsable, transformadora y liberadora, que es más que “emancipadora”, juego semántico para darle una curva a la libertad, a la liberación, a ser libre y tener libertad, que es la condición natural y primigenia de toda persona humana. Esa es nuestra condición, nuestro derecho y nuestra fuerza interior para ser conjuntamente y sin fisuras, también responsables.
Así que antes de terminar con una poesía de una santa intrépida, nada alienada, toda revolución mística y doctora del Espíritu, quiero sugerir esta propuesta que considero necesaria y urgente para Cuba y cada uno de los cubanos:
En lugar de: calma + resistencia= inmovilismo y continuidad.
Probemos con esta: resiliencia + paciencia = cambio y renovación.
Entonces si podemos rezar, o simplemente recitar estas famosas “letrillas” compuestas por Santa Teresa de Jesús, avileña, española y universal, que transformó los monasterios, ayudó a reformar a la Iglesia y renovó la espiritualidad cristiana con un nuevo aliento que llega hasta hoy, todo con paciencia activa, resiliencia y renovación:
“Nada te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda.
La paciencia
Todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene
Nada le falta:
Sólo Dios basta.”
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
- Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017. - Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.