El estado cotidiano de vivir en Cuba hoy es la angustia, el sufrimiento, la miseria y la desesperanza. Nadie niega ya que estamos viviendo la crisis más profunda y terrible de toda la historia cubana conocida. Al fracaso de un sistema se suma lo peor del otro sistema sin alcanzar sus beneficios. El engendro que es el resultado de esta sumatoria del mal no tiene ni justicia, ni libertad, ni pan, ni sosiego. Vivimos un engendro desalmado.
Por eso, deseo compartirles mi reflexión en el tercer día de la Novena a nuestra Madre de la Caridad del Cobre en mi centenaria y querida Parroquia en Pinar del Río. El tema que me encargó el Consejo Parroquial fue “Crecer en las pruebas”. He aquí algunos trazos de mi meditación.
Hay, por lo menos, cuatro formas de vivir las pruebas en Cuba hoy. Sería muy bueno que cada uno de los que leemos esta columna reflexionemos en cuál de las formas estamos con más frecuencia y cuál nos gustaría vivir, permanecer y ser fieles hasta el final.
Sufrir, dejándonos aplastar
Una significativa parte de nuestro pueblo, cansado y agotado ya de vivir en lo invivible, se deja aplastar por los sufrimientos. Se rinden, bajan los brazos, se dejan caer bajo el peso de la cruz de cada día. Con razón, no pueden más. Y optan por huir para escapar de este martirio a cuenta gota, cotidiano, que es el que más duele, el más terrible. Morir, o que te maten, de una vez, es también cruel, pero te ahorra este tipo de agonía, gota a gota, que narra de forma inigualable Dulce María Loynaz en este entrañable y preferido Poema III:
“Solo clavándose en la sombra, chupando gota a gota el jugo vivo de la sombra, se logra hacer para arriba obra noble y perdurable. Grato es el aire, grata es la luz;
pero no se puede ser todo flor…;
y el que no ponga el alma de raíz, se seca”.
He conocido durante toda mi vida ese goteo agónico. Lo ofrezco. Lo he convertido en fuerza interior, por la Gracia de Dios.
Entre los que hemos vivido esta cruz cotidiana algunos, muchos, que no saben que tienen el alma de raíz o que se les secó la esperanza, optan por salir. Si las cruces vienen del sistema del país, se van del país.
Si las cruces vienen de la Iglesia, se van de la Iglesia. Es muy necesario permanecer, asumir libremente ambas situaciones: ser fiel con libertad.
Sufrir, resignándonos y resistiendo
Otro grupo de cubanos, opta por la resignación y la resistencia. De sus labios cansados y resecos de esperanza y libertad, solo sale el lamento que repite: ¡hay que resignarse! ¡Hay que resistir!
La resignación no es cristiana, no es humana, no debería ser cubana. Resignarse es otra forma de perder. El que huye, puede reemprender, el que se resigna, muere por dentro. La resignación es el peor enemigo de la libertad. Nadie exhorta a otros a morir. Exhortar a la resignación es invitar al suicidio moral y espiritual. Resignarse es la muerte.
Resistir sin luchar pacíficamente por cambiar es otra forma de morir. La resistencia no puede ser creativa porque resistir sin sentido seca el alma. La creatividad es hija de la libertad y de la responsabilidad, y la resistencia estéril ante la injusticia no puede parir creatividad. La resistencia, sin cambio y con creatividad impuesta, es un binomio imposible.
La resistencia es solo un paso corto sin camino. Resistir no basta. El que solo resiste, se cansa, se seca, se muere, porque “nada en él alimenta la virtud”. Mejor que resistencia es permanencia con libertad. Mejor que resistencia es fidelidad con libertad y responsabilidad.
Sufrir ofreciendo
Otra actitud es la de sufrir ofreciendo. Ya en esta postura vamos ascendiendo en nuestro “castillo interior”, vamos clareando nuestra “noche oscura”. Ya aquí hay fecundidad. Hemos levantado el corazón. Quien ofrece su sufrimiento, pone sobre el altar de Dios y de la Patria lo poco que tiene, aún más, ofrece el martirio que vive. Todavía más, el que ofrece su cruz se convierte, a la vez, en ofrenda y altar. Quien se ofrece comienza a crecer y a servir de roca de sacrificio. La cruz, asumida libremente y ofrecida apasionadamente, es siempre fecunda. Solo en esta forma de vivir la cruz hay esperanza de resucitar.
Quien ofrece su vida con sentido y trascendencia, comienza a erguirse, se pone en pie para afincarlos en esta tierra, con sus manos en alto y su mirada fija en el cielo, que es Él, el que se metió a redentor y salió crucificado y resucitado. Se trata de convertir el sinsentido de la cruz en ofrenda de amor: amor al Cristo, el primer crucificado que salva. Martí dijo: “En la cruz murió el hombre en un día, hay que aprender a vivir en la cruz todos los días” Carta-testamento literario, 1 abril de 1895).
La única y suprema ofrenda que da sentido y eficacia a nuestras tribulaciones es aprender a vivir la cruz todos los días, por Amor, como Jesús. Por amor a la Patria, a la Nación, a la República que, ofreciéndose a sí mismos, avistaron y diseñaron Varela y Martí. Y, para los que somos discípulos del Crucificado, también, por amor a su Iglesia, que es esta concreta en que hemos sido sembrados y que necesita de permanencia y ofrenda, de fidelidad y de amor crítico y propositivo. En fin, de amor.
Por eso, me ofrezco cada día que participo en la Cena del Señor que es también Sacrificio y Ofertorio, cuando se reza en la Plegaria Eucarística III: “Transfórmanos en ofrenda permanente para que gocemos de tu heredad…”.
Sufrir creciendo
Pero, hay otra forma de sufrir. Es la forma suprema de sufrir. Es vivir la cruz como semilla. Es creer en la fuerza del dolor redentor. No es masoquismo. Es convertir la cruz en vida. Es sufrir con fecundidad. No es sufrir por sufrir, es sufrir creciendo para servir. Es crecer para ayudar a otros a encontrarle sentido a sus sufrimientos. Es crecer para ayudar a crecer y salvar a otros desde la cruz propia y ajena. Es como el dolor de parto, se sufre por dar luz a la vida. Las mujeres que “dan a luz”, paren, como nadie, la mística de la resiliencia, no de la resistencia.
Vivir la resiliencia es vivir “la espiritualidad del muelle”, que es la de aquel que, aplastado por el sufrimiento, o por la falta de libertad, se levanta como un muelle no solo para recuperar su postura erguida, sino para saltar más arriba, si aprende a convertir el peso de la cruz en fuerza interior para crecer. En esta forma de vida, mientras más presión te aplaste más fuerza para saltar más alto. Esta conversión de la presión en energía constructiva. Ese transformar, ofreciendo, la represión en fecundidad es la verdadera y más apasionante fuente de creatividad.
Tengo que repetir, y repetir, que esta mística, es decir, esta fuerza motriz interior, no es la de los superhéroes infantiles, ni la de los relatos épicos de una historia violenta y falseada. Esta es la mística de Jesús, el hijo del carpintero de Nazaret, Dios y hombre verdadero. Él es la medida plena de nuestra humanidad y la fuerza motriz de nuestra resiliencia trascendente.
Porque hay una resiliencia psicológica y es útil, pero hay todavía más arriba y más profunda, una resiliencia espiritual, que es aquella vida trascendente que se nos ha regalado y que se llama Gracia de Dios, Don de Fortaleza, Regalo de un Plus de Vida, ofrenda de un Suplemento de Alma para que nuestra pobre raíz nunca se seque.
Siempre termino presentando propuestas. La anterior es una propuesta espiritual, pero que considero que es, y pudiera ser, base, inspiración, camino y meta de nuestro crecimiento, para un verdadero desarrollo humano del cubano íntegro, aún en las pruebas, porque como dijo San Pablo VI, el desarrollo es pasar “de condiciones menos humanas a condiciones más humanas” (P.P. 20).
Entonces el verdadero desarrollo en Cuba no será solo económico o político, será sobre todo humano. Será pasar del cubano dañado, enfermo, resignado, al que podríamos llamar un “homo saucius” hasta ser un “homo vivens”, es decir, crecer hasta llegar a ser un “hombre viviente” que es la gloria de Dios (San Ireneo de Lyon). El mejor y más alto camino para esa conversión antropológica es crecer en las pruebas, es resucitar de la cruz, es sanar en el amor. Porque como dijo San Juan Pablo II en Cuba, en El Rincón: “El dolor convoca al Amor”.
- Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
- Ingeniero agrónomo.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Director del Centro de Estudios Convivencia (CEC). Reside en Pinar del Río.