Cuando los inocentes pagan

Por Jesuhadín Pérez Valdés
 

 
Nuestra tendencia natural es alejarnos de lo que nos desagrada. Y -por añadidura- creamos un perímetro de protección imaginario en donde cabe todo lo conectado directa o indirectamente con lo que rechazamos.


 

Por Jesuhadín Pérez Valdés
 
«Nemo inauditus condemnetur»
“Nadie puede ser condenado sin ser escuchado”
Aforismo latino
 
Foto de Jesuhadín Pérez
Nuestra tendencia natural es alejarnos de lo que nos desagrada. Y -por añadidura- creamos un perímetro de protección imaginario en donde cabe todo lo conectado directa o indirectamente con lo que rechazamos. El final es un saco donde no solo metemos lo «propiamente detestable», sino también lo derivado, lo relacionado, lo semejante y hasta lo aledaño de lo que aborrecemos. Múltiples cordones de seguridad, psicológicamente electrificados, para mantener lejos la «cosa maldita» que nos fastidia.
 
A la sazón, terminamos segregando los hijos, los hermanos, las parejas y hasta los amigos de nuestros adversarios más odiados; los lugares, las fechas, las canciones, los gustos, los aromas y hasta los colores que nos rememoran hechos, tendencias, circunstancias y momentos aciagos, difíciles de sobrellevar. Basta una conexión supuesta o imaginaria de algo o alguien con aquello detestable, para que un piloto rojo parpadee en nuestro interior indicándonos la cercanía funesta, el peligro inminente o el odioso recuerdo llevado en el interior.
 
Me costó mucho sacarle de la cabeza a mi hijo que José Martí no es un elemento más del sistema político actual. Un tornillo inseparable en el enorme aparato que sostiene la estructura ideológica del Estado. El rojo con que han envuelto al Apóstol durante más de medio siglo le extinguía. Un Martí indistinto del Sistema, no le sobrevive. No destaca. No trasciende con la brillantez y el decoro de hombre y héroe, sino que es succionado por el sepia que -ahora mismo en Cuba- lo devora todo.
 
Con un Apóstol así, opaco por un proceso estropeado, no es raro que mi hijo, ingenuo y superficial, mire con pasión hacia un héroe de otra guerra, otro país y otra cultura. Bravo sí, pero ajeno también. Alguien que nada tiene que ver con nosotros los cubanos: el piloto Manfred von Richthofen (A).
 
Pero mi hijo no es el único. El Sistema se adueñó del Apóstol para legitimarse, y después fracasó, perjudicándole. Ahora los jóvenes que no ahondan en la historia, le rechazan. Le ven demasiado imbricado a un decadente sistema cortador de alas. Nadie quiere un podador de alas. Nuestro Apóstol el magno. El sembrador de alas. Un hombre que resulta ser, en esencia, todo lo contrario de lo que mata, de lo que mutila y poda. Mala asociación. Mala conexión. Paga un inocente: el Apóstol de la independencia.
 
Triple error; primero: Martí no es propiedad de nadie. Mucho menos de un partido o una ideología. Segundo: etiquetar al Maestro es enterrarlo y el Maestro trasciende. Tercero: cuidado con las asociaciones que hacemos sin contar con los elementos de juicio pertinentes. Estas trampas de la mente son terriblemente discriminatorias.
 
Discriminatorias y aberrantes, y si permitimos que se adueñen de nuestra mente terminarán embargándonos hasta los colores. Hay personas que prescinden de algunos de estos (colores) porque les evocan ideas, porque les asocian a ideologías de las que preferirían abstenerse. Otros van más allá. Hay gente que rechaza un producto por su mera asociación a una cultura o un país marcado por un régimen político.
 
Así, etiquetando superficialmente y apartando todo lo que asociamos a lo incompatible con nosotros, acabamos repudiando no solo bicicletas, celulares u ordenadores, sino libros y escritores, cantantes y canciones, pintores, deportistas, cineastas, poetas, músicos, científicos, filósofos y humanistas. Personas ajenas e inocentes. Al igual que los productos genéricos que ellos originen, ya sean culturales, científicos o comerciales.
 
Es monstruoso. Pero se complica aún más cuando el poder político de una nación cae en la misma trampa discriminatoria y lanza su maldición sobre lo que el propio poder considera antagónico a su status quo. El perímetro abarca múltiples manzanas alrededor del “maldito”. Las listas negras salpican a varias generaciones. Hijos, hermanos, padres y hasta amigos son alevosamente fumigados por el poder en su afán discriminatorio.
 
Personas totalmente ajenas al conflicto de intereses se ven envueltas en una crisis que les resulta, además de ajena, tremendamente perjudicial. Un amigo disidente me contó de las vicisitudes pasadas por su familia para lograr un local donde celebrar el cumpleaños de su nieta –una niña que no llegaba al preescolar- ya que las autoridades se resistían a rentar el lugar por la mera razón de ser su nieta (o sea, “nieta de un disidente”). Es la primera vez que escucho que ser nieto de alguien per se es causa de invalidación de un derecho concreto.
 
Así entonces, no solo el Poder actúa sobre quien se le opone sino que además carga contra aquellos que nada tienen que ver con el conflicto concreto. Como en Afganistán e Iraq, en Cuba muchos inocentes son víctimas de esta guerra sucia y fría. Caen por el simple hecho de ser ellos mismos. Sufren acoso, pierden empleos, se les niegan derechos por el mero hecho de ser familia de su familia, amigos de sus amigos o vecinos del supuesto adversario político que el Poder ha marcado con su hierro candente.
 
Se repite el error de la asociación. Potenciado por mil, ya que el actor del hecho es un sujeto rebosante de prerrogativas. La injusticia adquiere en este caso dimensiones colosales.
 
Tras el ataque japonés a Pearl Harbor, la negatividad y el rechazo al Imperio Japonés fue tan grande en los EE.UU., que el periódico Los Angeles Times publicó: “Una víbora es una víbora, sin importar donde se abra el huevo. De la misma manera, un japonés-estadounidense, nacido de padres japoneses, se convierte en un japonés, no en un estadounidense” (1).
 
En este caldo surgió la orden «9066», que autorizaba construir -en territorio de los Estados Unidos- Campos de Concentración para residentes mayoritariamente japoneses. Resolución avenida del Congreso y refrendada por Franklin Delano Roosevelt. Dichos campos recluyeron a unas 120 000 personas entre los años 1942 y 1948. Más de la mitad de estos eran ciudadanos estadounidenses. “Los campos estaban cerrados con alambradas de espino, vigilados por guardias armados y ubicados en parajes alejados de cualquier centro poblacional. Los intentos de abandono del campo en ocasiones resultaron en el abatimiento de los reclusos” (2). Estos campos fueron llamados “Centros de Reubicación”, pero las condiciones de vida allí eran escasamente mejores que las de los Campos de Concentración de Europa o de cualquier lugar del mundo.
 
Todo sobrevino a pesar de la apelación hecha por organismos de Derechos Humanos a la Suprema Corte de los Estados Unidos para impugnar el derecho del gobierno a confinar personas por razones étnicas. Apelación que de hecho fracasó. No fue sino hasta después de la reelección de Roosevelt que se decidió soltar a los internos. A la salida, los eximidos recibieron un boleto de tren y 25 dólares (3) (B).
 
Pocos años después de estos sucesos, la brigada 2506, con su invasión por Bahía de Cochinos, pone a prueba la mentalidad del bisoño proceso revolucionario cubano. Miles de personas, la mayoría de las cuales nada tenían que ver con dicha invasión, fueron detenidas. “Profilaxis” dirán sus partidarios, pero aquella descomunal redada no fue otra cosa que una exagerada, violenta y siniestra asociación. Era el inicio de un largo y sombrío método. Cincuenta y cuatro años después, pervive.
 
 
 
Notas
Manfred Albrecht Freiherr von Richthofen, aviador alemán más conocido como el «Barón Rojo». Fue un piloto que consiguió derribar ochenta aeroplanos enemigos durante la Primera Guerra Mundial antes de ser abatido en la mañana del 21 de abril de 1918 cerca del río Somme, en el norte de Francia. Héroe de los alemanes y respetado por sus enemigos permitía escapar a sus víctimas malheridas. Su unidad fue responsable del derribo de 151 aviones británicos, contra 66 de las propias, durante el mes de abril de 1917. Por ello recibió la medalla Pour le Mérite (Tomado de: Wikipedia. Manfred von Richthofen).
 
El gobierno estadounidense ofrecería compensaciones a las víctimas a partir de 1951, pero se disculparía solo en 1988, afirmando que la concentración de prisioneros se debió a “los prejuicios raciales, la histeria bélica y la deficiencia del liderazgo político”. El Presidente Ronald Reagan firmó además un acta, donde ofrecía 20 mil dólares a las víctimas sobrevivientes. No obstante se estima que se perdieron unos 400 millones de dólares ya que los ahorros de los confinados fueron confiscados por el gobierno al ser considerados “propiedad enemiga”. Después de la guerra, el gobierno solamente devolvió 40 millones de dólares (Tomado de: Wikipedia. Campos de Concentración para japoneses en los Estados Unidos. Posguerra).
 
Referencias
1.         Wikipedia. Campos de Concentración para japoneses en los Estados Unidos.
2.         Ibídem.
3.         Ibídem.
 
Bibliografía
Wikipedia. Campos de Concentración para japoneses en los Estados Unidos.
Wikipedia. Manzanar.
Wikipedia. Nisei.
Wikipedia. Jerome.
Wikipedia. Invasión de Bahía de Cochinos
 
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Jesuhadín Pérez Valdés (Pinar del Río, 1973).
Miembro fundador del Consejo de Redacción
de la revista Convivencia.
Reside en Pinar del Río. Cuba.
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