Cuando las islas enferman del alma

(Diagnóstico diferencial sobre el estado de salud de la nación cubana y los posibles tratamientos para erradicar sus males.)
 
Por Maikel Iglesias Rodríguez
 
 
Cuba es la nación de este planeta donde más habitantes han concurrido a un hospital…

 


 

 

(Diagnóstico diferencial sobre el estado de salud de la nación cubana y los posibles tratamientos para erradicar sus males.)
 
Por Maikel Iglesias Rodríguez
Dedicado a nuestra amiga Nora
 

Foto: Jesuhadín Pérez

Cuba es la nación de este planeta donde más habitantes han concurrido a un hospital, ya sea como pacientes o como acompañantes, y por consiguiente, somos el país donde los hombres y mujeres están más capacitados para hablar de medicina. En ningún otro lugar del mundo, las personas naturales, han visto tantas veces el rostro de un galeno o una enfermera, la cara de un cardiólogo o la fisonomía de un siquiatra. A pesar del éxodo paulatino de los miembros del sector de la salud pública, que ha estado aconteciendo durante varias décadas, y la disminución de la calidad de los servicios médicos en los distintos grados de atención, que se agudiza cada día más; siguen siendo estas, las caras más familiares dentro del teatro de las profesiones cubanas. Es aún bastante fácil para la mayoría, hacer un dibujo o el retrato hablado de un galeno, siguen nuestros niños pintando en las libretas de la escuela, consultorios del médico de la familia y sus protagonistas.
 
Pero en los últimos años, a un ritmo incontrolable, esta correlación entre médicos, enfermeras, sicólogos, técnicos de la salud y pacientes, que hizo de la isla cubana un centro de referencia mundial, se ha resentido de manera significativa, tanto en el punto de vista numérico como en lo cualitativo: existen menos consultorios habilitados y disminuye también el porcentaje de especialistas en las clínicas cubanas; y lo peor de lo peor, es que la idea de ver a Cuba como la más grande fábrica de hacer galenos de este mundo, se ha visto deslegitimada por la exportación en masa del gremio de asistencia médica, a riesgo de que se menoscabe y amenace con tocar el fondo, el sistema sanitario nacional. Somos en la actualidad, candil de la calle y oscuridad de la casa. Difiere mucho la garantía ética-profesional de nuestros especialistas, cuando se enfrentan a las patologías de su propio pueblo, que esa que revelan cuando salen a curar al extranjero.
 
¿Qué está pasando en las consultas de la isla y al margen de ellas? ¿Cuáles son las afecciones principales que los cubanos padecemos? ¿Estamos enfermos en masa y en verdad, o somos meramente unos simuladores que intentamos evadir la carga laboral mediante las solicitudes de certificados médicos? Según mi parecer diagnóstico y el deber de ser leal al juramento hipocrático que cada facultativo requiere para el éxito de su carrera, siento tener que decir que estamos infectados hasta la propia médula, es un mal crónico y sistémico el que aqueja a nuestra isla, tan difícil de curar como ninguna otra enfermedad que hayamos padecido a lo largo de la historia. Se confirma en los rostros, en las pieles y en la degeneración de los humores de nuestra gente, una anomalía de complejidad creciente que desafía a la ciencia, a la religión y al arte mismo de vivir.
 
Una cosa distingo como un dato favorable para contrarrestar los síntomas que afectan a Cuba, es el hecho del reconocimiento individual y colectivo de que andamos mal, de que estamos jodidos en serio. Una prueba fehaciente es la disminución de los cuentos de Pepito, ¿dónde estará metido el antihéroe por excelencia de la comicidad popular? Tal parece que el presente nacional no está más para bromas ni mucho menos, o tal vez Pepito haya elegido también el camino del éxodo o la “colaboración internacionalista”. El panorama insular nos demuestra que ahora somos más tristes, estresados y deprimidos que antes, que hemos perdido frescura en los bailes y en el habla; basta con apreciar la evolución o involución de una frase tope de la jerga callejera, basta con notar como se ha transformado el diálogo cotidiano al estilo de aquel cuídate mi hermano (asere) (1), a la expresión oscurantista y patética que reza: “la cosa está mala, caballeros”. Aunque es muy consabido que nuestro español tuvo su sello irreverente desde el mismo surgimiento de nuestra nacionalidad, es innegable que hoy día hablamos con menos bondad y muchas más cápsulas de hiel debajo de las lenguas.
 
Por lo pronto, puede entreverse que nuestra nación no finge ni exagera sus padecimientos, puede notarse también, que es en los días en curso mucho más consciente de sus síntomas y signos mórbidos; esto quizás no determine de por sí un seguro remedio durante el complejo proceso de la sanación del cuerpo y el alma de nuestro país, pero si le adicionamos a esto, que marcha en ascenso cada día más la voluntad de curarse o curarnos que manifestamos los cubanos, como un fenómeno inversamente proporcional a la decadencia de la sociedad, es para que le prestemos atención urgente y profunda a este síndrome patrio, que amenaza con ser un tumor dislocado en el mundo. La gente en Cuba hoy ora, reza, pide consuelo material y espiritual a los cuatro vientos, con más énfasis que hace unos años, son visibles las renovaciones de las fe y las esperanzas, aunque muy lentas, desorganizadas y contradictorias todavía.
 
A mi juicio, uno de los síntomas más complicados de tratar, es la erradicación de ese patrón mental, que potencia la idea de que nuestra salvación viene llegando o va a llegarnos desde afuera o desde arriba. Es natural que el hecho de nacer en una isla, siempre cree un poco de ensimismamiento patriótico y otro tanto de fascinación por lo continental; pero el gobierno comunista de Cuba y sus políticas de austeridad forzada, han sido los máximos responsables de este desequilibrio ácido-básico que hizo de nuestros sistemas digestivos, maquinarias de moler productos perjudiciales de factura nacional o concerniente a donaciones viejas, en pos de mantener la imagen tropical y turística de una isla exportadora de frutas excelentes, creando a su vez efectos de sobredimensión en muchas ocasiones, a cualquier manzanita tres por kilo que venga desde el extranjero. Ese es el costo de tener dos Cuba, una para los nacionales y otra para los turistas. Ese es el precio a pagar por tener dos monedas, una para los de arriba y otra para los de abajo. ¡Solavaya! (2)!
 
Desde esta perspectiva, pareciera que la solución del síndrome del malestar cubano, pasa por un milagro redentor o es imposible; sin embargo, ya comienzan a atisbarse señales de cura en diferentes grupos de la sociedad civil, que alientan a la vida y al compromiso por la matria, que reconfortan el sentido o los sentidos de nación, tras demasiado tiempo secuestrados en un pozo de impiedad, militarismo, violencia física y mental, marco de leyes rígidas e imprecisas, pobreza en todos los órdenes, que convirtieron a Cuba, en un país de falsos príncipes y auténticos mendigos. Son ínfimas aún estas contraseñas de nueva programación de nuestro destino, que pueden advertirse de manera aislada fuera y dentro de la isla; no obstante a ello, comienza a generarse en estas necesarias prácticas un anticuerpo potencial contra el fatídico miedo y el culto a la muerte que ha predominado en nuestro país durante un tiempo muy difícil de computarizar.  
 
Retornando al plano más concreto de este análisis, luego de dejar bien claro que es asunto más de alma que de cuerpo el síndrome que nos afecta, que tiene más que ver con la consciencia que con la musculatura y la osamenta nacional nuestra migraña y nuestros cólicos hepáticos, nefríticos e intestinales, nuestros carcinomas y fiebres recurrentes, nuestras sacrolumbalgias, nuestras depresiones y nuestros infartos; quiero dejar signado que pese a que se han mantenido en remarcables dígitos los índices de mortalidad materna e infantil de nuestra isla, cercanos a las tablas que exhiben los países más desarrollados; más allá de que la esperanza de vida en Cuba se mantenga alrededor de los indicadores más aventajados del mundo, es evidente que el trayecto del nacer hasta el morir aquí y ahora, es cada vez más antihigiénico, menos saludable en fin.
 
No es menos cierto que durante muchos años, esta accesibilidad de los servicios médicos, con la que muchos nos vanagloriábamos en Cuba, esta fama internacional de los poderes curativos de nuestro sistema de salud, dada entre otros factores, por su carácter gratuito, popular y expansivo, propició comportamientos insanos, los cuales iban desde el clientelismo (pacientismo) (3), automedicación en serie, el simulacro de síntomas con tal de esquivar los azotes del trabajo en las escuelas al campo o las movilizaciones militares frecuentes o el aborto como método anticonceptivo; sin embargo hoy, podemos decirle al mundo, que además de ser uno de los países que más médicos y enfermeros tiene por habitantes, también somos la nación que más enfermos ostenta. Se ha convertido el país en un gran hospital casi en ruina, abarrotado en sus salas de cuidados intensivos, sanatorios y consultas de salud mental. Somos más supersticiosos que hace un siglo, más hipocondríacos y paranoicos con razones.    
 
Después de la investigación del ambiente sanitario de nuestra nación, cualquier estudiante de la carrera de medicina o incluso los mismos pacientes, pueden entrever que padecemos un síndrome complejo de curar, en el que se manifiestan dos síntomas fundamentales por lo menos, los cuales nos confirman el gran malestar de Cuba: existen más personas aquejadas de salud en nuestro país y ahora contamos con menos personas capacitadas para remediarlo, y para colmo de males, menos medicamentos. Tenemos sino un síndrome de desatención médica general, una epidemia rebelde a tratamiento que aumenta la vulnerabilidad de los cubanos y cubanas, en las esferas síquicas, biológicas, mentales y por supuesto espirituales.
 
En el afán de graduar médicos y enfermeros al por mayor, para exportarlos por el mundo como nuevos milicianos contra la miseria e insalubridad de los países pobres, se ha descuidado la formación de los profesionales de la salud en Cuba, se nos fueron de rosca miles y miles de tornillos; sin contar que la alimentación escasa y monodieta, nos ha debilitado las defensas naturales de manera grave. Es notable el crecimiento de los trastornos siquiátricos en los finales del siglo XX y el comienzo del XXI, la hipertensión y enfermedades cardiovasculares aumentan, así como las enfermedades emergentes, tipo tuberculosis, rabia, dengue y otras. Se expanden a todo lo ancho y largo de la isla, la diabetes mellitus, las neoplasias y afecciones raras, de difícil diagnóstico, que nos obligan a hundirnos en la tentación, de pensar que nuestro mal de fondo es idiopático, o sea, que no tiene una causa comprobada.  
  
Nosotros sí sabemos bien por qué nos enfermamos. No somos tan ignorantes como hace 60 o 70 años para que nos tire un salve el san Benito que acompaña a los ingenuos. Es un gran acertijo el hecho de descifrar nuestra cura, es cierto, pero no la realidad que padecemos y sufrimos todos. Somos conscientes en más o menos grados que vivimos de espaldas al mundo mucho tiempo, y sobre todo a una parte significativa de nosotros mismos. Odiamos y excluimos, mentimos y pecamos demasiado. Debemos enfrentar ahora las consecuencias de haber seguido un camino incorrecto, que los líderes de la Revolución cubana señalaron como bueno y nos condujo a un callejón sin salida, a un pantano brutal, a un pozo insondable y reseco.
 
Nadie logra salir solo de estos hoyos históricos en que a veces caen por desgracia o fortuna las naciones. El mundo debe auxiliarnos en semejante desafío, pero es a nosotros mismos a quienes nos corresponde dar el salto cualitativo, poner la mayor cuota de responsabilidad durante la sanación (liberación), debemos acompañarnos más allá de toda diferencia individual o colectiva, porque urge salvarnos a todos. Es real que no todos saldremos de la crisis espiritual que aqueja a la nación cubana al unísono, pero el sueño más hermoso es que todos nos salvemos. El deber más insoslayable de los seres que emergen, es trabajar por rescatar al resto de los sumergidos en la oscuridad de la inconsciencia.
  
El país más saludable es el que menos médicos necesita. La nación más próspera es aquella en donde sus ciudadanos son responsables de su independencia y no se sobrestima el poder de los políticos. Somos una nación confundida y corroída en sus esencias, por el miedo a la verdad, a la libertad y a la existencia misma; pero tenemos un alma fecunda en tributos a la cultura mundial y un presente digno de los retos a los cuales podemos enfrentarnos, más allá de la epidemia insólita y los catarros generacionales que pasaron de aquejarnos a ritmo de uno por año, a casi una tasa de morbilidad mensual; yo creo como galeno honestamente, que estamos aptos para revolver el síndrome del malestar cubano, si tenemos en cuenta todas las recetas o remedios, sin prejuicios, si nos juntamos al fin y conseguimos obrar en armonía, para el bien trascendental de nuestra patria.
 
 
Notas
1.Asere: vocablo relativo al habla popular cubana que puede significar según los casos, hermano, amigo, paisano. Aunque el uso de este término sigue siendo polémico por su presunto origen africano, es evidente que ha ido migrando desde zonas marginales de nuestra cultura, hacia un contexto más amplio y renovado del lenguaje nacional, incluso en los ambientes acadé
2.Solavaya: expresión de raíz hispana, presumiblemente andaluz, que utiliza la gente en algunas partes de Cuba para despojarse de los malos infortunios.
3.Pacientismo: variante de clientelismo inherente a los temas médico-sanitarios, que define ese fenómeno que ocurre cuando se enganchan las personas, en una profunda dinámica de dependencia del ser frente al sistema de salud imperante.
 
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Maikel Iglesias Rodríguez (Pinar del Río, 1980).
Poeta y médico.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
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