Por Reinaldo Escobar
La falta de práctica en las lides políticas que padecemos los cubanos nos conduce en numerosas ocasiones a incurrir en diferentes vicios en materia de debate. Uno de ellos es el que se resume en “matar al mensajero” que empieza por descalificar un argumento porque lo dice una persona determinada y que culmina con impedir, a veces por la fuerza, que un individuo o un grupo ejerzan su derecho a expresarse.
Por Reinaldo Escobar
La falta de práctica en las lides políticas que padecemos los cubanos nos conduce en numerosas ocasiones a incurrir en diferentes vicios en materia de debate. Uno de ellos es el que se resume en “matar al mensajero” que empieza por descalificar un argumento porque lo dice una persona determinada y que culmina con impedir, a veces por la fuerza, que un individuo o un grupo ejerzan su derecho a expresarse.
Otra deformación frecuente es la de no escuchar lo que se dice y muy especialmente “escuchar” lo que se supone que el otro va a decir y no lo que está diciendo realmente. En ese campo se incluyen quienes adivinan de manera prejuiciosa una intencionalidad malsana en la idea expuesta por su interlocutor.
Si realmente se quiere saber cuál es el abanico de pensamiento sobre un tema en particular resulta imprescindible escuchar todo lo que tengan que decir todos. El poeta Walt Whitman escribió: “todos están invitados a mi mesa, el sifilítico también” y lo dijo en la época que padecer esa enfermedad constituía un grave estigma social.
En Cuba estamos sedientos de discusión, por eso quienes creen que tienen algo que decir y se atreven a hacerlo, acuden presurosos a intentarlo donde quiera que se abra un micrófono, la página de una publicación impresa o digital, tal vez una plaza pública, ya sea en los jueves de la revista Temas, en las tertulias del proyecto Convivencia, en el espacio que brinda Cuba Posible o en cualquier peña auspiciada por una institución oficial, un grupo opositor o un ciudadano independiente.
A la pregunta de qué es lo que vamos a debatir, le sigue la de cuáles garantías se dan a quienes pretendan ser sinceros y cuáles las que se les brinda a los espacios que propicien la discusión. Quienes tienen ciertos años y suficiente memoria recuerdan las consecuencias de ciertos alardes de honestidad en aquellas asambleas de democratización de 1970, o lo que le pasó a varios atrevidos que,tras la convocatoria previa al cuarto congreso del Partido Comunista de Cuba en 1991, se tomaron en seriola promesa de que estaba permitido decirlo todo.
Por más de medio siglo en Cuba ha habido varios temas tabúes: Entre ellos, la legitimidad de los gobernantes, la viabilidad del sistema y la actuación de los órganos de la Seguridad del Estado. Es lo que en buen cubano se llama “jugar con la cadena, pero nunca con el mono”. Cuando en este país alguien osa trasgredir esos límites se le cierran los espacios y si logra saltárselos o crear los propios, paga las consecuencias, que pueden ir desde el fusilamiento de la reputación hasta la pérdida de la libertad.
No es que sea inútil o banal reflexionar sobre la efectividad de los planes de educación o la conveniencia de reinstalar los mecanismos de Acopio en la comercialización de productos agrícolas. Claro que resulta importante cuestionar los tiempos en que se desarrolla la eliminación de la dualidad monetaria, la apertura a la inversión extranjera, la demora en implementar los mercados mayoristas al servicio de las formas no estatales de producción o la autorizaciónde pequeñas y medianas empresas.
En la esfera social habría que atender los reclamos acerca de la discriminación racial, la aceptación de las preferencias sexuales con sus expresiones públicas y la legitimación de una sociedad civil no vinculada a las gubernamentales poleas 46 Un umbral para la ciudadanía y la sociedad civil de trasmisión. En el plano meramente político, son muchos los que están deseosos de argumentar sobre el sistema electoral, la falta de interés de la población en las rendiciones de cuenta de los delegados del Poder Popular o el rol constitucionalmente protagónico del único partido político permitido. La lista es larga y a algunos les parece que son temas candentes.
Desde la mirada de esa categoría sociológica que se denomina “el cubano de a pie” y que puede colindar con el populismo, “lo que hay que discutir”debe enfocarse en el desbalance entre precios y salarios, el desabastecimiento en los mercados, el deterioro del fondo habitacional, las dificultades con el transporte público y si se sigue “bajando” se puede llegar a la calidad del pan, a la falta de variedad en las tallas de los uniformes escolares o al aumento de fumadores entre los adolescentes.
Merece respeto quien se queme las pestañas indagando sobre todo esto y gaste sus cuerdas vocales hablando de cada uno de esos asuntos. Si llega a sumergirse hasta el fondo del problema, probablemente le ocurra lo que al poeta verdadero cuando le acecha un verso peligroso. Descubrirá detrás de cada dificultad, fracaso, deterioro o insolvencia, la omnipresente sombra del sistema, la mano de quienes pueden darse el lujo de equivocarse una y otra vez sin que tengan que pagar por ello. Y ya no podrá permanecer callado.
Recientemente, desde la máxima instancia del poder en Cuba, se invitó a discutir nuevas propuestas. Hubo cierta ambigüedad al definir quiénes tenían derecho a participar en el análisis de la Conceptualización del modelo y los planes económicos hasta 2030. De hecho se planteó como si no hubiera nada más que someter a la consideración pública, que no fuera la forma en que se construye en el país algo que la alta dirección partidista denomina socialismo.
Por cierto, sería una magnífica tarea descifrar por qué el modelo expuesto no propone de forma clara y militante la eliminación de la explotación del hombre por el hombre ni precisa que el socialismo se configura como el tránsito al comunismo. Si esos propósitos se mantienen, al menos nadie lo ha ratificado por escrito.
Si en estos foros ni siquiera apareció en el orden del día, “el tipo de socialismo” que se prefiere, mucho menos podía estar presente la opción de elegir otro sistema, o mejor aún, que se acepte escapar de las ataduras teóricas que etiquetan y engavetan los modelos de desarrollo social del siglo XXI con definiciones arcaicas, para que los polemistas puedan lanzarse a la innovación, más allá de todo ritual y de todo compromiso.
Sin demeritar las largas y fructíferas discusiones que tuvieron lugar entre abril y septiembre del año pasado acerca de las propuestas del Partido Comunista, que se supone tendrán vigencia hasta el octavo congreso en 2021, obviamente faltan muchos temas sobre los que hoy mismo debiéramos conversar los cubanos sentados civilizadamente con el ánimo de escuchar al otro.
A esa mesa deberían estar todos invitados, el comunista, el socialdemócrata, el demócrata cristiano,el liberal y por qué no, hasta el anexionista, aunque se le reserve la silla del vilipendiado sifilítico.
Reinaldo Escobar Casas (Camagüey, 1947).
Periodista. Bloguero de la plataforma Voces Cubanas.
Jefe de redacción de 14ymedio.
Reside en La Habana.