Por Francis Sánchez Rodríguez
Amanece también sobre el Moldava
Alegre de beberte la vida de los otros
en jarras de tamaño indescriptible,
cansado de esperar la llegada del fondo
con el último trago, la sonrisa caída
y olvidada dentro del pozo de tu boca,
caminas, solo, y empiezas a soltar tu sombra
por donde pasas.
Amanece también sobre el Moldava
Alegre de beberte la vida de los otros
en jarras de tamaño indescriptible,
cansado de esperar la llegada del fondo
con el último trago, la sonrisa caída
y olvidada dentro del pozo de tu boca,
caminas, solo, y empiezas a soltar tu sombra
por donde pasas.
Y aquí encuentras, sin embargo,
otra vez la pregunta.
Es la pregunta de los ojos más verdes
y el cabello tan negro. Se posa. Florece.
También se te aparece
aquí, ahora,
cuando ni te apoyas
al caminar pensando en el olvido.
“¿Y qué se hace con la vida?”
Es tu carne pequeña
donde has estado siempre como un extranjero
muerto en un accidente: los que viven
a ambos lados de esta carretera
tampoco saben dar tu nombre, a quién llamar.
Aprendiste a moverte solo y sin miedo en una ciudad
más joven
que la libertad y el futuro,
último planeta habitado
por descubrir,
el que te conquistó.
Has cargado con tus propios recuerdos
la revelación de que todo gira
y ni la verdad ni la flor de la vida caben en la mirada.
Pero ahora ¿cómo volver?
¿Cómo cruzar la claridad de un laberinto
que a lo mejor no existe completamente para ti?
¿Es que al entrar a casa
vas a cerrar los ojos?
¿Y para no ver qué planos de derrumbes?
¿O cerrarás tus pensamientos
nada más mientras el avión roce esa pista?
¿Para no ver pasar la otra posibilidad
de la partida como infinito accidente?
La muerte repentina, esa otra forma de irse menos
y morirse muy poco.
Cuando se alza el vuelo, se entra en el cielo absoluto.
Cuando se aterriza, se abraza de un golpe toda la tierra.
Te ha tocado al nacer también este otro país
y nadie te lo dijo.
Luz de luz.
Templo verdadero de templos verdaderos.
Como una gran herencia se te había ocultado
hasta ahora que lo descubres
casi sin tiempo tú
y roto casi sobre ambos lados del camino.
Un avión puede romper la barrera de la gravedad
y también detenerse bruscamente sobre una raya
blanca o roja, en la pista. Breves maniobras.
Un hombre, no. Y lo sabes.
Difícilmente logres detenerte en lo adelante,
incluso aunque ocurra dentro de ti el mayor impacto
y nadie lo descubra, ni cerca ni lejos.
No después que has visto desde el olvido
un cuerpo como el tuyo, el cuerpo propio,
la patria, el paisaje y el interior de tu casa
tendidos a ambos lados de la intemperie.
¿Vas a cerrar los ojos?
¿Y vas a vivir siempre
con los ojos cerrados?
El silencio de Praga
¿Cuándo empezaron a construirlo? Me hago la pregunta
en sus peldaños, bajo sus cúpulas y a través de sus vidrios.
Me hago la ropa que no cubra lo suficiente,
con las tiras y agujas de silencio.
¿Aquí cuántos obreros deben haber metido
las manos y dejado incluso su maldita osamenta?
¿Qué severos ejércitos? ¿Cuánto Dios hecho niño?
Es demasiado grande: no se escarba en un día.
Va desde tu alma -donde te abrazas a un puente, con vértigo-
hasta el temblor de un nombre o un pájaro en la acera,
cuando ya la memoria se concentra y diluye.
Hay tanta prisa en medio de esta blancura,
tantos árboles y autos,
pero hay sobre todo tantas bocas en esta harina
con que se han alzado las murallas.
Son las torres románicas, son gárgolas del gótico,
son vanos y espirales, ojos de escarabajos,
pisadas de paticas de ángel sobre hojas secas…
Quieres reproducirlo y encerrarlo en palabras
para quedarte junto a él
como el Golem al que todos temen encontrar
si entran o salen, definitivamente.
Pero, óyelo: es imposible… Es demasiado grande,
tiene todo esto, el peso y la forma fugaz
de un rostro que sonríe en la multitud.
Intentar mantener una flor encendida…
Intentar mantener una flor encendida
es la escalera húmeda todo el año. La cruzas.
Con los ojos clavados en la nieve y la noche
trabajas bajo tierra. Parece de cristal,
tan pequeña. El color ¿hecho para una foto?
«Duran según el uso de menos o más químicos;
no se les considera, por eso, naturales».
Casi quieres decirme que no son de verdad
y excusarte por solo cultivar la apariencia.
Hablas de tantas cosas frente al arduo milagro
de tu flor breve, tienes miedo a que te descubran.
Vengo de un sitio donde este trabajo duro
se deja al sol, que lo haga el sol, nadie inferior;
y el llano se ha llenado de agujeros de minas
abandonadas, donde la luz busca colores
distintos, y el tumulto borrado los habita.
Déjame sin palabras, ni siquiera la sangre
me dones de esa mínima palabra que es perdón.
No me expliques la forma inclinada del cielo
de tu ventana, cómo subes por ella y bajas,
por qué es tan vertical, y esta flor sola arriba.
Francis Sánchez Rodríguez (Ciego de Ávila, 1970).
Laico intelectual católico.
Fundador de la Unión Católica de Prensa de Cuba (UCLAP-Cuba).
Fue miembro del equipo de realización de la revista católica Imago de la Diócesis de Ciego de Ávila.
Ganador del Concurso de Convivencia, Premio de Cuento-2010.
Es fundador y director de la revista digital Árbol Invertido.