Por Maikel Iglesias
A veces la realidad se convierte en una cuerda floja para el equilibrista ser humano, cuesta mucho comprender si han sido las historias, quienes eligen o merecen a sus propios personajes o suelen cristalizar las obras desde su quintaesencia. Se trata de una ambigüedad sublime en donde lo real supuesto, podría tener un origen puramente imaginario, una vida inherente al universo de los sueños; pero al unísono de esta manera tal, en que lo que parecen certidumbres son engendradas desde lo profundo de la fantasía, acontece una ficción paralela, resultante de una arquitectura real, realísima, tan real que pudiere confundirnos, y aunque no llegue nunca a ser hiperrealista, basta con que la conciencia de uno solo de los lectores la crea posible para que suceda la transformación de lo narrado.
No pretendemos insinuar con eso que la realidad sea una farsa, ni que el sentido ilusorio de los textos literarios, u otras expresiones del arte sean falsas, pseudorrealistas, meras existencias imitadas; más bien le damos este calificativo por el carácter engañoso de su intríngulis, la madeja acechante de nuestra dubitación. Signos alegóricos a esta percepción del arte de contar historias, pudiesen ser hallados bien disueltos sin ninguna duda en más o menos intensidad, en muchas de las obras que nos han antecedido, con las cuales hemos evolucionado; sin embargo, creemos que no es hasta la primera década del siglo XXI, cuando se manifiesta en todo su esplendor oscuro, de una manera súper más notoria, esta característica de lo real. Ya fuere gracias a esos niveles de aceleración con los cuales se vive hoy en día o el don de ubicuidad que nos permiten los avances tecnológicos, debido a la saturación simbólica, o ambas cosas; tal vez la confluencia de disimiles modos de la realidad captada y contada por los seres humanos de este tiempo, el infinito moverse sin cesar de los péndulos fundamentales de la humanidad. Algunos autores kármicos que dieron indicios de esta ruta, del zigzag mutante sobre la cuerda floja de la verosimilitud, fueron Franz Kafka y otros monstruos del verbo hecho relato. Con su formidable cuento: Ante la ley; es extremadamente certero este demiurgo checo al describir la barba tártara, escasa y negra, y el abrigo de pieles que cubre al guardián, la gran nariz puntiaguda de uno de los protagonistas de esa historia que resume el acto de pasar al otro lado de las cosas o seguir esperando por los siglos de los siglos; también están los cubanos Virgilio Piñera con la Carne de René, y Ezequiel Vieta en la admirable sinfonía lingüística que es Pailock el prestigitador; menos estudiadas estas últimas historias que las del magíster Kafka, por supuesto, también más jóvenes, más insulares, menos traducidas y a la vez menos traicionadas también; pero en su justo momento los fieles lectores de la realidad del mundo hecha literatura, han de catapultarla hacia los anaqueles clásicos.
Nos gustaría recordar ahora por su significación lumbrera a Ernesto Sábato, y a Juan Carlos Onetti, ellos dos nos enseñaron que a veces los conflictos de la condición humana aunque parecen irreales, no son un pastiche de materia imaginable; tanto en El Pozo como en El Túnel, se avistan, se olfatean, se degustan, se presienten señales de equilibrio y transgresión de lo imposible; a tal punto que después de tales joyas, el universo literario suele pasar a menudo por ambas estaciones: la primavera del Pozo y el añejado invierno que nos hace hibernar dentro de un Túnel.
Ahora sucede en nuestras páginas actuales, en no tan pocas de las historias de esta apertura del nuevo milenio, un misterio más concreto aún, un alma ambigua un tanto más misteriosa, mitad falsa y mitad realidad; según quienes le miren. Parece inverosímil que otro checo ilustre en el siglo pasado nos dijese como quien nos alerta, que, “en algunos sitios y momentos de nuestro existir, hay pequeñas mentiras creíbles, detrás de las que suelen ocultarse, grandes verdades increíbles”.
Los seres humanos prosiguen en la cuerda, sus vidas y sus muertes en la Literatura, no son tan reales ni tampoco tan ficticias como aparentan ser. Las tramas que simulan y los conflictos auténticos, muchas veces se confunden, se involucran tanto, que reflejan un gran arcoiris surgido desde una misma fuente: el designio de toda nuestra especie y la naturaleza. Debajo hay un abismo que nos intimida y nos seduce al mismo tiempo, nos invita a caer en una realidad que gusta de la danza de los equilibristas, y se tambalea, hace pensar que los sueños resbalan, que el fantasma realista los tumba, que al final de la historia fenecen; pero siempre, o casi siempre, en el postludio del arte y la poética, hay un renacimiento insospechado, una nueva mutación de lo real que nos parece falso y viceversa.
Maikel Iglesias Rodríguez (Poeta y médico, 1980)