— ¿Qué llevas ahí en ese saco?_ pregunta un policía a un ciclista que llevaba un saco en la parrilla.
— Son dulces, – contesta el aludido y añade inmediatamente: — Pero yo tengo licencia.
— Bueno, puedes continuar— dice el policía algo consternado– pero… ¿podría yo “resolver” dos o tres para mi hijo que está enfermo?
— Claro, por supuesto, mire, se los regalo…
¿Regalo, o pago porque no te afanes más en buscarme un delito?
Escenas como esta, son más comunes de lo que nos imaginamos. La corrupción es un fenómeno que afecta gravemente la convivencia y la vida en la legalidad en muchos países. Tal parece un problema de tan difícil eliminación, que debemos conformarnos con lograr el grado mínimo.
Aunque es un problema bastante común en el mundo, en Cuba tiene sus características específicas.
Primeramente, la corrupción no es fácilmente reconocible, se confunde con acciones desesperadas por satisfacer necesidades prioritarias, y muchas veces, es justificada hasta por las víctimas de ella. En una situación de precariedad económica como la que estamos viviendo en Cuba, es casi imposible, separar la corrupción de acciones justas en busca del sustento diario. La famosa palabra “resolver”, se convierte en cuestión de vida o muerte, y la mayoría comprende cuando alguien le resuelve a sus amigos aunque sea por encima de los propios derechos. El problema económico tiene que ser posible de solucionar, para cada persona. Si no se puede resolver con iniciativa, trabajo y emprendimiento, la gente buscará otras formas de conseguir lo que necesita para vivir. Esas otras formas no siempre son soluciones legales y legítimas. Una de las más comunes es la corrupción. Cuando la situación no brinda la oportunidad de resolver el problema económico, la corrupción es una solución muy socorrida, no solo para ganar mucho dinero, como en muchos lugares del mundo, sino también se convierte en una solución para obtener recursos de primera necesidad. Entonces el fenómeno se confunde y se transforma en un mal tan abarcador que aplasta la integralidad y la moral de la nación.
También es preocupante que la corrupción sea cada vez a un nivel más bajo y a cambio de muy poco. Comprar un turno rápido en una cola de un hospital, para entrar a una consulta, puede ser conseguido por un refresco y un bocadito, o por un jabón. Que la policía pueda ser frenada a cambio de unos dulces, es realmente peligroso. Podemos esperar corrupción para obtener grandes sumas de dinero, pero, cuando la corrupción se “abarata”, se puede caer en ella con mayor facilidad. Cuando el marco jurídico es muy estrecho, y acciones legítimas y correctas son consideradas delitos, ni siquiera el corrupto siente el peso de su conciencia cuando acepta un soborno, más bien tiene la sensación (no del todo errónea) de que está ayudando al sobornador.
Por otra parte, está la corrupción en las altas esferas del gobierno y el Estado, que, aunque ha perdido justificantes al no estar los que pelearon en la Sierra Maestra, todavía encuentra algunos argumentos entre los ciudadanos. Algunos creían que los que hicieron la Revolución, se ganaron el derecho a ser los dueños del país, o creen que, para desarrollar su trabajo, los funcionarios tienen derecho a hacer uso de los recursos de la nación soberanamente. Esa falta de educación cívica, que hace que veamos al Estado como el benefactor y no como un servidor público, permite la justificación ciudadana de la corrupción a altos niveles de la política y la economía.
Mientras no cambien las condiciones, la corrupción será difícil de eliminar. Pero Cuba cambiará de sistema político. Y entonces, será necesario un gran esfuerzo educativo del Estado y de toda la sociedad civil para que la conciencia anticorrupción crezca y podamos reducir al mínimo posible este mal.
Karina Gálvez Chiú (Pinar del Río, 1968).
Licenciada en Economía.
Fue responsable del Grupo de Economistas del Centro Cívico.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia.
Reside en Pinar del Río.