Hay un concepto que ronda las ciencias sociales y abarca los campos de la política, la ciencia y la tecnología, el arte y la vida humana en general. Me refiero al cambio de época como cuestión esencial e interdisciplinar que conlleva innumerables desafíos, pero también representa un amplio caudal de oportunidades que necesitan del ciudadano cuotas de responsabilidad, competencia e innovación.
Lo que también es llamado por algunos autores como la IV Revolución Industrial con frecuencia se asocia al escepticismo, al pesimismo cultural, a la vida sin sentido y a la ausencia de patrones de comportamiento “estándares” que puedan regir la coexistencia pacífica y civilizada de la humanidad, es decir, las relaciones entre los ciudadanos, las naciones y de estos con el entorno. Por otra parte, dada la certeza de que esta época de cambios vertiginosos ha conducido a un cambio de época, se presenta la urgente necesidad de responder ante ella. ¿Cómo? Algunas de las respuestas podrían estar relacionadas con la preparación ciudadana, la educación en sentido amplio, la capacidad de adaptación pero con la consecuente respuesta sólida, viable y que posibilite la evolución social. Es decir, hacer de cada momento un tiempo provechoso para todos.
En los tiempos actuales, donde COVID-19 se ha convertido en una crisis global, los estudiosos se debaten entre las posibilidades de que el cambio de época se acelere producto de los necesarios reajustes en diversos campos de desarrollo humano o, se desacelere producto de la crisis económica que está generando la enfermedad y que quedará como importante saldo negativo.
En términos morales y espirituales quizás sea más fácil visualizar los signos del cambio de época pero, inevitablemente, no se puede eludir el componente político que encierra. En el caso de esta pandemia es aquí donde aparece la falla estructural que está significando una amenaza económica y social para todo el planeta. Los líderes correspondientes deben actuar con sabiduría y colocar en el centro de todo el problema a la persona humana como sujeto, centro y fin.
Es cierto que las crisis sacan lo mejor, pero también lo peor de la esencia humana. Los valores, muchas veces puestos en crisis, se fortalecen o se resquebrajan, se practican sinceramente o se relativizan. Y así vemos, por ejemplo, como la solidaridad pasa de ser un valor humano con dimensiones sociales, a ser un producto de la crisis y de la emergencia humanitaria. Las acciones específicas que se derivan de esta coyuntura mundial también pasan por el tamiz de la política y emergen como un valor que se relaciona más con un carisma ideológico que con un valor intrínsecamente humano.
Algunos bien entendidos en materia de análisis de crisis y sus efectos sociológicos, como el Doctor en Teología Rafael Luciani, argumentan que el papel de cada uno de nosotros, de las organizaciones humanitarias y de Derechos Humanos radica en exigir la existencia de “un espacio humanitario donde no entre la política, porque en este momento lo que está en juego es la vida de las personas”. En sus análisis también valora algunos de los efectos de este cambio de época que se verán en tiempos de pos pandemia. Se refiere a los aspectos relacionados con el aislamiento social y el asistencialismo. Al respecto, la reflexión se mueve en torno a que el aislamiento, como experimentamos en los países con deformaciones económicas, solo funciona cuando se acompaña con políticas públicas que posibiliten paliar la crisis económica; de lo contrario, los efectos a mediano y largo plazo con centro en las causas socioeconómicas, podrían ser mayores. Por otro lado, la cultura del asistencialismo, no puede ser entendida como la única solución, porque conduce a la cultura del paternalismo y fortalece los niveles de dependencia del ciudadano, si no son pensadas estrategias de futuro inmediato para restablecer los daños ocasionados.
La crisis, el virus, el cambio de época y todo fenómeno económico, político y social de estos tiempos debe servir para sacar lo mejor de cada persona y colocar como meta en cada acción social la promoción y conservación de la vida para un mayor desarrollo de la humanidad. Antes y después de la crisis está siempre la persona y su dignidad humana. ¡Preservémoslas!
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.