Convivencia, el experimento de la esperanza.

En el sexto aniversario de la revista (2008-2014)
Por Francis Sánchez Rodríguez
 
Francis Sánchez durante la visita de Juan Pablo II.

Francis Sánchez durante la visita de Juan Pablo II.

A principios del 2008, al subirse a su sitio digital (www.convivenciacuba.es) el número 1 (enero-febrero), nació en Pinar del Río la revista Convivencia. Desde entonces, seis años han transcurrido de salida ininterrumpida con frecuencia bimestral. Significó, en su inicio, un renacer de la capacidad de emitir y captar ese espectro de colores en que la luz del pensamiento se multiplica atravesando el “vitral” de las libertades individuales. Una nueva publicación llamaba a habitar un horizonte amplio y a la vez íntimo, democrático, grávido de posibilidades y sin el flagelo de determinaciones excluyentes, que consiste en el alba de una historia propia positiva, donde aún todo connota latencia, preparto: “Un umbral para la ciudadanía y la sociedad civil en Cuba”, título del editorial del número inaugural, se convertiría en el lema de la publicación.
La entrada de Convivencia, además, como proyecto alternativo de comunicación dentro de la Casa Cuba, pasando entre la homogeneidad y el impersonalismo de la prensa oficial, traía un signo de fe o posible restauración de la diversidad, desde la más occidental de las provincias cubanas, después que allí había ocurrido la jubilación del carismático obispo José Siro González Bacallao (2006) y su retiro lejano a una finca, más el nombramiento de un nuevo prelado.
Muertes y resurrecciones, encantamientos y desencantos se suceden a veces imperceptiblemente. Relacionar unos con otros, ayuda a comprender y esperar.
Sabido es cómo a finales de los años noventa quedó constituido en Cuba un tramado de publicaciones católicas, aunque de espíritu ecuménico, socioculturales, que permitió que en muchas provincias la intelectualidad contase por primera vez con un medio de expresión. Esto influiría, como ha de suponerse, para que el Estado respondiera creando inmediatamente un sistema nacional de casas editoras y revistas territoriales que debían acaparar las necesidades de publicación. El empuje de Vitral, su accionar, sus ediciones alternativas, compulsó al gobierno a potenciar el mundo de la cultura pinareña en proporciones que de otro modo hubieran sido impensables, así se emplearon grandes sumas en proyectos como, por ejemplo, las hermosas Ediciones Cauce y el Centro Hermanos Loynaz. Elementos que, de conjunto, al cabo se compensarían logrando la diversidad, para que esta provincia destacase, en el espectro cívico, cultural y editorial de Cuba, con colores tan vivos como los de sus paisajes naturales y pintores naif.
La revista Vitral, la Iglesia, Dagoberto Valdés y Pinar del Río fueron puntos de referencia claves en una zona de optimismo que quedó marcada por la primera visita de un Papa a Cuba. Se vivieron entonces -antes, durante y después del breve paso de Wojtyla, el Papa Peregrino-, días de iluminación. «No tengan miedo», dijo en la misa en la plaza cívica José Martí el 25 de enero de 1998, y en algún momento todos o muchos de los allí presentes saltaban -saltábamos- coreando “libertad, libertad”. O ya no teníamos miedo, o solo no queríamos tener, efectivamente, más miedo. Dos días antes, Juan Pablo II había sostenido el Encuentro con el Mundo de la Cultura, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana.
Entre pocas fotos que salieron, de las que hice en aquel Encuentro, conservo una en que aparezco junto a Dagoberto Valdés, de pie, sobre un ala del segundo piso. Él asistía además en representación de la revista la Comisión Católica para la Cultura, el Centro Cívico y Vitral, mientras yo me hallaba en aquel recinto como escritor joven que realizaba, junto con otros, revista similar: Imago (fundada en 1996), perteneciente a la diócesis de Ciego de Ávila. Nos conocíamos desde la fundación de la Unión Católica de Prensa de Cuba (UCLAP-Cuba) en 1996, en la iglesia La Merced de Camagüey. Colaboré preparando un dosier de poesía cubana de tema religioso para una publicación que tuvo aparición extraordinaria con el único fin de darle la bienvenida al sumo pontífice o creador de puentes, de nombre sugestivo: Verdad y Esperanza (1998).
La oportunidad del Encuentro con el Mundo de la Cultura y Juan Pablo II, ha sido además el único día de mi vida en que he visto a un Fidel Castro de carne y hueso, pues vestía, extrañamente, de cuello y corbata allá abajo, en primera fila, para oír también al líder religioso, y, por cierto, me pareció entonces muy enjuto, quizás por efecto de contraste con la imagen que traía formada en mi mente. Creí hacerle algunas fotos desde lejos con mi modesta cámara, pero esas no salieron. No tengo que decir que vivía una experiencia, para mí, importante. Mi memoria ha decidido fijar muchos detalles de aquellos días.
¿Por qué atizar tales recuerdos para referirme al sexto aniversario de la revista Convivencia? He vuelto a la mencionada foto, y a otras, como en la que levanto una banderita cubana dentro de una plaza muy llena y con un enorme Corazón de Jesús cubriendo la fachada de la Biblioteca Nacional, al fondo de mi foto. Sin duda, se ensayaba o empezaba una nueva etapa del viejo y complicado experimento que una y otra vez ha parecido fácil, aunque a la larga muestra señales de error: el experimento de la esperanza. La esperanza de libertad.
¿Hasta qué punto la búsqueda de una libertad espiritual y social no ha sido siempre un ensayo bajo control? ¿Quién estimula nuestras reacciones y raciona nuestros actos? ¿Quién administra el alcance del resultado? Aparentemente se ensaya una y otra vez un retorno de Cuba al concierto universal de la democracia, y lo triste es que, los que vivimos desde abajo y adentro este ensayo, repitiéndolo, poniendo en cada gesto toda la energía y perentoriedad de nuestra naturaleza mortal, a veces sencillamente no podemos obtener respuestas.
La repercusión internacional de la primera visita de un Papa a la Isla nos devolvió, con grandes subrayados, su solicitud de que Cuba se abriera al mundo y el mundo se abriera a Cuba. Sin duda, lucía bien aquella invitación a la diástole y sístole. Pero, tal llamado y la estela de expectativas abiertas, aunque apuntasen a crear un punto de giro en la tradición de rigideces, continuaban dando preponderancia al problema del papel de una nación construida para un conflicto político internacional.
Se seguía sobredimensionando un esquema representativo que ha sido invalidante, agónico, para quienes lo vivimos desde adentro y abajo en Cuba, esquema o guion favorito de los que disfrutan el poder -y algunos que lo ambicionan-, donde esta historia contaría solo con dos actores protagónicos, supuestamente: Cuba y el Mundo. Melodrama enorme de amor-odio. Un libreto no para la libertad, sino despersonalizador.
Ese supuesto, usado cual camisa de fuerza, ha servido para pretender justificar el freno a las libertades y los derechos cívicos dentro de la Isla. Se ha esgrimido para callar o invisibilizar a todos los demás sujetos que llenamos lo que se nos quiere presentar solo como un gran “escenario” internacional, mesa de laboratorio histórico, cuando no es más que el espacio y el tiempo de la vida, como es la vida de cada ser humano: inaplazable, irrepetible. Vidas o novelas únicas donde, o cada cual es protagonista de sí mismo, o no ha sido nadie.
Ante la sospecha de que sufrimos experimentos artificiales, escenarios mal construidos, tenemos los seres humanos un dilema metafísico que redimensiona nuestra condición civil: abrirnos a nosotros mismos, ser, vivir como somos conscientemente, luego sólo será factible armar otras figuras ontológicas y sociales verdaderas, abrirnos entre nosotros, convivir. Cuba necesita abrirse a Cuba.
No por gusto los despotismos se han basado históricamente en un gigantismo falso que pretende anular la fe en el libre arbitrio y la naturaleza mortal, real, imperfecta pero infinitamente digna del ser humano, desde las castas intocables, dinastías, majestades que se proclaman descendientes directos de dioses, hasta líderes y grupos políticos que en la historia moderna se autoinvisten como “vanguardia de la sociedad” o dicen encabezar sectores sociales científicamente superiores. La fuerza de la vida, de lo pequeño, espanta a tales sombras y, si se estiran, debe ser por miedo a su propio vacío.
Más repercusión tuvo dentro de mi pecho otra invitación de Juan Pablo II realizada en aquella plaza gigante, donde por primera y única vez -también seguramente la última- me he hallado entre una multitud, cuando nos invitó a ser “protagonistas de nuestra historia personal y nacional”. Palabras tomadas como por un anotador en un viejo teatro, del fondo de nuestros corazones que estaban heridos, medio borrados, echados a la basura, para ponerlas en nuestros oídos cuando el cielo parecía más abierto.
Esta última cita de Juan Pablo II reaparece coronando el primer editorial de la revista Convivencia, en el número 1 de 2008, donde también se lee una máxima programática que devino quizás el eco necesario subiendo de la tierra, inevitable, íntimo: “Creemos en la fuerza de lo pequeño”.
De alguna manera, a pesar de la mala calidad de los caminos dentro del país, y todos los puentes rotos, siempre recibo la revista Convivencia. Creo en este tejido interior, célula a célula. Es la misma motivación ética -para mí en última instancia la proyección activa siempre tendrá una razón metafísica- por la que yo también me afano en hacer Árbol Invertido, “revista literaria de tierra adentro”, sin más interés, pero también sin menos ilusión que esto -palabra con que abre y cierra el editorial “Tierradentrismo” del primer número de la II Época de Árbol Invertido, correspondiente a enero-abril del año 2013-: ser.
Convivencia es. Palabra con poder de convocatoria muy profundo. No entra en el juego de los paraísos artificiales para sustituir alguna vieja utopía por otra supuestamente nueva o mejor en esa mala tradición de idealismos con que se han querido adornar políticas sin fundamento y espiritualmente insostenibles. Suena a futuro y está llena de realidad. Suave pero resistente. Abierta. Abundante. Cambia y fluye. Crece sobre sí misma. Abriga. Explora. Propone. Colma y pide. Llega y parte. La convivencia como reto, una posibilidad, surge de la condensación de experiencias vitales.
Convivencia se parece. Imperfecta. Imagina, refleja la imagen, la metáfora de la Casa Cuba que ha hecho suya desde el identificador que aparece en cada portada. Si una persona puede aceptarse a sí misma, o mejor dicho, debe hacerlo, como ser plural, caja de resonancias, pulsiones, defectos, recuerdos buenos y malos, no parece menos concreta la alternativa de una sociedad civil que se base en la relación creativa de personas diferentes. Se parece a la superación progresiva de esa convivencia bajo un mismo techo, obligatoria y traumática, que hace aumentar índices de divorcio, hacinamiento, intolerancia y otras enfermedades contagiosas. Conflicto. Compañía. Compartir.
Desde su estructura, como “revista socio-cultural”, resulta un modelo de edición inclusiva. Acoge el clamor o el rumor popular, el cálculo, la foto y el performance, el canto del artista, la oración del creyente y el discurso intelectual, entre infinidad de temas caros para las personas naturales. La Casa de la revista Convivencia no se sostiene por los clavos de unos cuantos dogmas, sino moviéndose sobre las crestas de las olas, en un impulso espiritual, cuando se define como “de inspiración cristiana”. Y creo que aquí, en su entrada a lo temblorosamente pequeño en medio de la noche, en su aporte a la luz de la espiritualidad, pueden palparse sus consecuencias más trascendentes.
No de otra restauración estamos necesitados quienes, dentro de una misma residencia transitoria, sentimos que se nos acaban el tiempo y el espacio. Que nos los quitan. Porque, en definitiva, sobre una “reacción espiritual” duradera por parte de quien se sienta oprimido puede fundarse el mayor desconocimiento a las instituciones del odio, no reconocer su supuesta autoridad: no hacerlo con miedo, pero tampoco con más odio.
Uno de los testimonios gratificantes que he encontrado en Convivencia, ha sido el de la doctora Hilda Molina. No la conocía hasta que leí este relato de su vida, siendo revelador que una científica como ella -fundadora de las Escuelas Cubana y Latinoamericana de Restauración Neurológica y el Centro Internacional de Restauración Neurológica-, después de vivir de cerca los dogmas del ateísmo practicante y sufrir incluso incontables problemas cuando decidió expresarse distinto, llegase a la siguiente conclusión amorosa, ¿idealista?: “Sin embargo, cualquier reconstrucción de índole material resultaría inútil, si no priorizamos desde este preciso minuto, la reconstrucción espiritual de nuestro afligido país, el rescate de sus almas expropiadas; y la resurrección de su fe, y sus esperanzas” (1).
Convivencia es porque se parece a una Casa demasiado ideal de tan real, que solo ha sido posible, para unos, como un milagro y, para otros, por supuesto, un gran pecado. Está habitada y en construcción. Abre y conecta vasos comunicantes donde había áreas arquitectónicamente muertas. Circula. Y hace circular. Va llenando un vacío más fuerte: la esperanza en la restauración necesaria del “interior” de Cuba, las almas.
Cada vez que, desde el otro lado de los muros de La Habana y todos los imponderables, un nuevo número de Convivencia llega ante mis ojos, aspiro a revivir, a protagonizar una libre lectura del tiempo y el espacio infinitamente pequeños que me ha tocado habitar, interiorizar. Lectura edificante, personal, entrando en contacto con otras vivencias no menos auténticas. ¿Puede pedirse más?
 
Referencias
[1]. “Retorno a Dios de la mano de un ángel”, por Hilda Molina, en: Convivencia, No. 7, enero-febrero, 2009, p. 40.
 
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Francis Sánchez Rodríguez (Ciego de Ávila, 1970).
Laico intelectual católico
Fundador de la Unión Católica de Prensa de Cuba (UCLAPCuba).
Fue miembro de la revista católica Imago de la Diócesis de Ciego de Ávila.
Ganador del Concurso de Convivencia, Premio de Cuento-2010.
Es fundador y director de la revista digital Árbol Invertido.
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