CONSTANCIA Y RESILIENCIA EN CUBA HOY

Foto tomada de Internet.

Hay un elemento que dicen por ahí nos falta a muchos cubanos: la persistencia o fidelidad a las opciones libremente asumidas. Yo persisto en defender el argumento de que sí existen, dentro y fuera de Cuba, personas que mantienen su línea de pensamiento, palabra y obra, y que hay proyectos cuyo camino ha sido azaroso, pero fiel a la esencia del primer día. ¡Bendita constancia de los que han creído en la fuerza de lo pequeño! Una virtud que seguiré defendiendo y que es tan necesaria hoy en Cuba, y también para el futuro de la nación.

Cuando hablamos de constancia nos referimos a la determinación firme y voluntaria de hacer una cosa hasta el final, es decir, llegar a la meta a pesar de las dificultades que se presenten durante el trayecto. También nos podemos referir con este término a la certeza o conocimiento seguro de algo que ha tenido lugar. Pero quisiera referirme a la primera de las acepciones, para hablar de metas, caminos y actitudes personales, de equipos y proyectos, como elemento necesario para lograr los objetivos trazados o, al menos, mantener la fidelidad a la idea y al espíritu del proyecto al que nos hemos entregado.

Vivir en la constancia significa para una persona mantener la firmeza, a pesar del temporal, la perseverancia aun cuando se presentan las adversidades típicas de cualquier tránsito, sostener la persistencia en el hacer contando con los altibajos típicos de la naturaleza humana y del ambiente. Es asumir retos y llegar a cumplirlos, trabajar con la idea clara desde el principio. No significa que todo sea fácil, ni rápido, pero que se mantiene firme, precisa e invariablemente en los principios y valores ante los aprietos y vicisitudes que se presenten a consecuencia de nuestras opciones y proyectos. He aquí un elemento importante y frecuente: no cambiar de decisión personal y, sobre todo, cuando asumimos un proyecto que implica a otras personas que han puesto empeño y corazón en esa meta común que se persigue, no entornar la mirada hacia otros horizontes. Abandonar la decisión inicial, la convicción primigenia, la idea matriz, puede hacernos perder el rumbo en ocasiones y, en el caso de los seguidores, genera más allá del descontento, unas fracturas internas que resquebrajan la confianza y ponen en riesgo la continuidad de los caminos en común.

Es lógico, y humano, desalentarse ante las dificultades, pero saber esperar y mantener el ritmo y el esfuerzo puede ser una opción contrapuesta a la estampida. Ese tirar la toalla a la primera, escapar de la responsabilidad y el compromiso asumido, solo habla de poco fijador, y otorga una parte de la razón a aquellos que siempre estuvieron esperando, desde las posiciones contrarias, el primer desliz para descalificar o para acelerar el fin de un proyecto.

Vivir en la constancia significa para un proyecto mantener la misión, la visión y los objetivos que fueron trazados cuando surgió. Ello no significa que, en dependencia de las circunstancias, se realicen pequeñas variaciones porque todo se ajusta a las nuevas realidades del entorno. Eso sí, la esencia nunca cambia, porque la meta es la misma, solo podrían cambiar los métodos y las herramientas para alcanzarla. Cuando hablamos de constancia en un proyecto, hablamos también de temporalidad. Nadie puede pensar que el cambio que se desea lograr, la realidad que se desea transformar, el objetivo que se pretende cumplir, se alcanzará de la noche a la mañana, sin entregar muchas energías ni cargar muchas cruces pesadas en la vía que nos conduce hasta el final. Quizá ese sea el principal factor que atenta contra la constancia de los proyectos: pensar que la solución al problema que nos reúne es rápida y exenta de adversidades o problemas colaterales que surgen en la marcha.

Cuando el líder o los miembros de un proyecto dejan de creer en la fuerza del equipo y de la idea que los congrega, o cuando existen lesiones morales internas, solo se puede mantener la perseverancia hasta el final cultivando una actitud no condenatoria, una actitud de respeto a la total libertad para tomar decisiones personales que se consideren mejores. Así como la opción de permanecer que asumen aquellos que, fieles a la idea inicial, están dispuestos a sufrir por ella las consecuencias que se debieron prever desde el principio en un análisis de riesgos para el proyecto.

En ambos casos, para personas y proyectos, la constancia va a unida a la resiliencia, esa capacidad de superar situaciones difíciles, esa fuerza motivadora que hace ver, más allá de la adversidad, un final como el que proyectamos al inicio, y que solo depende de nosotros, alcanzarlo.

La resiliencia es una de las virtudes personales y cívicas más necesarias en Cuba hoy, y la única que garantizará levantarnos de la frustración y el desencanto para avanzar hacia la visión y el objetivo que nos hemos propuesto alcanzar. Objetivos precisos, riesgos claros, vista larga y resiliencia, son ingredientes de la libertad y la responsabilidad en Cuba.

 


  • Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
  • Licenciado en Microbiología. Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
  • Responsable de Ediciones Convivencia.
  • Reside en Pinar del Río.
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