Conferencia de Apertura: Salir de Cuba. Exilios y destierros en tiempos de separatismo 1834-1879

Buenos días a todas y a todos,

Es sinceramente el mayor honor desde que empecé este oficio de universitaria el presentar mi investigación antes Uds hoy aquí en Nueva York. Le estoy hablando del exilio cubano de Nueva York a parte del exilio cubano, en una de sus instituciones, en español. Además de ser para mí una suerte de cierre, es también lo que lo franceses llaman una “mise en abyme” o una “forme sens”, cuando la forma y el sentido se unen en sus propósitos. Last but not least, permítanme que termine estas palabras de introducción por un pequeño guiño a mi trayectoria personal, para completar esto de la meta-mirada al tema del exilio. Sé que hoy en día se ha vuelto algo muy común y a veces bastante repetitivo y egocéntrico eso de contar su propia historia para hablar de la de los demás, pero en este caso y ya que tengo el escenario, creo que merece la pena.

Hace unos años me encontré con un objeto que había sido un fetiche de mi infancia. Una cajita de música en forma de piano, que cuando le abría la tapa sonaba una música muy nostálgica. Al reencontrarme con ese objeto y virándolo a revés, me acordé qué había sido un regalo de unos amigos de mis padres, que me lo habían mandado. La etiqueta dice así:

 “Para Romy: Recuerdo en las Navidades de 1988, con el deseo que las pases muy feliz, en compañía de tus padres. Paulina y Sanchez, Miami. (Exilio)”.

Esa caja de música venía de la Florida, pero venía sobre todo del Exilio, entre paréntesis. De ese lugar abstracto, pero a la vez muy real para mí, que vivía en un hogar de cubanos que habían salido de su país poco antes de yo nacer. Mi objeto favorito de la niñez viene ni más ni menos que de EL EXILIO. Como si fuera una entidad en sí, una región del planeta o una referencia común. Como niña sentía que ese lugar metafórico significaba algo para mi familia, pero no sabía qué.

Con esto ya saben cómo y por qué le dediqué más de diez años de mi vida a la historia de los exilios cubanos del siglo XIX.

Quiero hacer esta pregunta antes de hablarles de los exiliados cubanos del siglo XIX: ¿Cuan personal e íntima es la historia del exilio? ¿Se puede hacer sin ser parte de ella? ¿O es algo intrínseco al tema y a su estudio? La escritora y universitaria argentina Alicia Borinsky dice, en inglés, que “Exile is about telling a story”. Entonces aquí va la historia que quiero contarles, que no es la mía, pero que tiene resonancias con ese lugar o no-lugar que es “El Exilio”.

El 19 de octubre 1852 se funda aquí mismo en Nueva York, la Junta cubana, con el objeto de fusionar todos los grupos fuera o dentro de la isla que reclaman la separación de España, a priori aceptando la solución anexionista – es decir, que Cuba sea otro estado de la unión norteamericana – como opción posible. Ese día en el salón Apolo del n°600 de Broadway, se reunieron según la prensa estadounidense “unos 300 cubanos fuera de infinitos americanos y otros adictos a la causa filibustérica (sic.)”. Ese mismo día, se proclama y publica el manifiesto de la Junta, que adopta este emblema que ven en la pantalla: un gorro frigio sobre lo que ya existe como bandera separatista cubana desde unos años apenas: la estrella solitaria, creada en Nueva York, en ese mismo contexto anexionista del exilio, que se inspira del separatismo tejano y californiano. El manifiesto contiene referencias directas a los varios intentos de expediciones anexionistas que ya han sucedido en Cuba desde el año 1848. Porfirio Valiente, secretario de la de la naciente organización, recuerda a sus compatriotas que los sucesivos fracasos de esos intentos “no deben intimidar a los ánimos fuertes”: la lucha sigue.

¿Pero que lucha en realidad? Lo que emprende la Junta con la fundación de octubre 1852 es una alianza basada en la idea anexionista, que cuenta con el apoyo estadounidense, y que sigue hablando de la revolución como del “único medio provechoso” para “romper los lazos que unen [Cuba] a España”. Los criollos que se reúnen ese 19 de octubre se sienten CITO “tiranizados y robados” por el gobierno español y reclaman lo que la Corona les rehusó en 1837: “representantes libremente elegidos por el pueblo”. También añaden que el tráfico de esclavos debe cesar, porque es inhumano y porque viola los tratados firmados con Inglaterra: detrás de esa rectitud coloreada de filantropía está el miedo a un segundo Haití y el deseo de preservar sus negocios en la isla. Se trata de no pertenecer más a la familia española y de girarse hacia “los pueblos libres del mundo” con predilección hacia los “hermanos de América del norte y del Sur” y silenciando discretamente el tema de la abolición de la esclavitud que la gran mayoría de ellos no puede desear.

Una vez creada la oficial “Junta revolucionaria” de 1852, el grupo deviene una agencia exiliada de apoyo a todos los intentos de expediciones que siguen puntuando la cronología del separatismo cubano entre el 1850 y el 1855. En septiembre 1851, el famoso aventurero Narciso López es apresado y fusilado después de su quinto intento de hacer de Cuba un territorio norteamericano. Pero lejos de ser un punto final a esa tendencia, el anexionismo sigue produciendo en esos años destierros y exilio en esa época. En Cuba, las autoridades españolas vigilan cualquier individuo que pueda estar en contacto con los anexionistas de afuera. En el mismo 1851, dos estudiantes de la Universidad de La Habana, Cirilo Ponce de León y Cirilo Morell son desterrados a dos puntos opuestos de la península española, por haber puesto en la puerta de la facultad de Filosofía de la Universidad de La Habana, el cartelito que ven aquí y que dice “Viva Narciso López, Muera España ¡!”. El anexionismo produce a la vez la primera agrupación exiliada cubana sólida en el extranjero pero también da lugar a destierros político desde la isla, siendo un verdadero tema de preocupación geopolítica para la Corona españoles en sus posesiones americanas. Noten conmigo que los dos Cirilos, los estudiantes lopistas, son enviados a España peninsular: no solo son exilio separatista los que se van huyendo del peligro o como protesta hacia el gobierno español de Cuba, sino también los que son desterrados por la misma España. Alejarles de los centros republicanos y revolucionarios americanos es una de las estrategias del poder para mantenerlos controlados, y puntos aislados de España son supuestamente el mejor lugar para hacerlo.

El año 1855 es el de la desilusión y del progresivo abandono de los proyectos de la Junta. En febrero 1855 el catalán Ramón Pintó es detenido y ejecutado tras haber sido descubiertos sus planes de conspiración, y poco después el matancero Francisco Estrampes también es ejecutado tras haber intentado una invasión. Son muchos los fracasos. La Junta de 1852 publica un testamento político del anexionismo y poco después, en la conferencia de Ostende que reúne a los cónsules norteamericanos de España, Inglaterra y Francia, la idea de la compra de Cuba es abandonada.

Esa primera agrupación exiliada con ceremonia, bandera bordada por las esposas “patriotas”, acto de inauguración, lema e insigne, tiene, eso sí, un contenido político ambiguo: el anexionismo era un separatismo particular, que creaba polémicas y disensiones internas, sobre todo sobre el tema de la esclavitud, pero sí fue alrededor de esa tendencia que se creó el primer núcleo auto-considerado como exilio en los Estados Unidos.

Y a lo mejor el mismo hecho que haya sido el anexionismo que congregara por primera vez a un exilio autoproclamado es significativo. Guardémoslo en mente para más adelante, si les parece.

Retengamos por el momento que esa agrupación había tenido algunos antecedentes, como el Club de La Habana, en Cuba todavía, en los años 1840, donde ricos criollos reformistas intercambiaban sobre como dialogar con las autoridades coloniales para que les concedan más privilegios comerciales y políticos, y luego la Junta promovedora de los intereses políticos de Cuba, ya en Nueva York, en 1849, que ya se pronuncia como centro anexionista asumido. Esa Junta exiliada del anexionismo tiene como órgano de prensa el periódico La Verdad, que se distribuye de manera gratuita entre los medios anexionistas gracias a que es patrocinado por varias fortunas de los sectores industriales sudistas. Los conflictos y las disensiones dentro de ese grupo todo menos consensual conciernen precisamente el tema del esclavismo y de la trata: un Cirilo Villaverde afirma desde entonces con vehemencia su distanciación con esos apoyos abiertamente esclavistas, mientras que otros, como Porfirio Valiente, hace una tournée en las ciudades del Sur de Estados-Unidos para recaudar fondos para expediciones, poco importa si es apoyo esclavista.

Mientras este primer grupo anexionista debate sobre el inextricable tema de la esclavitud y de la trata, una notable excepción aparece en el paisaje exiliado de Nueva York en 1854: el periódico El Mulato, dirigido por Francisco de Agüero y Estrada y Lorenzo Allo. Verdadero ovni en ese pequeño mundo que apostaba más bien por mantener las ambivalencias en cuanto a la posible liberación de los esclavos y de las esclavas, esos dos exiliados cubanos publican un periódico abiertamente y radicalmente abolicionista, que reivindica sus inspiraciones republicanas francesas (la esclavitud acaba de ser abolida en Francia y sus posesiones coloniales en 1848) y su solidaridad con todas las otras revoluciones nacionales de Europa, que han producido exilios neoyorquinos : los italianos, los húngaros, los irlandeses …

Last but not least, en este paisaje de las primeras agrupaciones exiliadas cubanas en Nueva York en los años 1840 y 1850, es necesario subrayar que no se trata de un mundo exclusivamente blanco. La supuesta conspiración llamada de La Escalera que fue supuestamente destapada por las autoridades imperiales en Cuba en el 1844 y que dio lugar a una violenta represión de quién se suponía había participado en ella – criollos blancos, libres no-blancos y esclavos africanos, afro-descendentes – esa conspiración dio lugar a un destierro masivo de más de 400 personas hacia diferentes puntos del Golfo del Caribe.

Ciertos de esos individuos estaban circulando por Estados Unidos, donde en 1845 el cónsul español de Nueva York está muy preocupado por una supuesta “junta de negros” que se estaría reuniendo entre New York y Filadelfia, para conspirar contra Cuba desde Estados Unidos. Se emplean espías para vigilarlos, pero las fuentes nunca aclaran si se trata o no de separatistas constituidos en grupo ni tampoco si tienen vínculos con los emigrados cubanos que ya están en la costa este de EEUU. El único hecho que ese caso produzca tanto papel nos habla sobre todo de la importancia que tenía ese tema, ya en ese entonces, para las autoridades españoles del extranjero. Sin sorpresa, la ansiedad es mayor cuando se trata de un posible núcleo exiliado separatista no-blanco.

Cuando en 1870 reaparece una “Junta Cubana” en la costa este de los Estados Unidos, ya la guerra entre metrópoli y colonia ha empezado, en el 1868. Se trata de una organización exiliada independentista, que comunica y colabora con los insurrectos del interior y con ayudantes extranjeros, y que lanza también expediciones para colaborar con el esfuerzo guerrero de los mambises. Retrospectivamente, la Junta de 1852 aparece como un ensayo, un laboratorio de lo que deviene durante la Guerra de los Diez Años la norma de las organizaciones exiliadas.

Recientemente, he encontrado en el Archivo Histórico de Madrid un documento que permite acercarse a la realidad del Nueva York de esos años 1870 y del mundo del separatismo cubano en exilio. Se trata de un libro del fondo Ultramar que contiene una lista, establecida por Hipólito de Uriarte, el cónsul español de Nueva York que lo es del 1870 hasta 1883. Su papel como cónsul durante ese conflicto que acababa de estallar entre separatistas y lealistas en la Isla, era, entre otras cosas, vigilar a los “disidentes del exterior” que llegaban y se instalaban en gran número en New York. En ese “índice de la Emigración cubana en Nueva York”, como lo llama Uriarte, figuran 3 486 persona, y el plenipotenciario de Su Majestad añade como nota que a ese total se le deben añadir 200 o 300 individuos sin residencia fija “que viven las llamadas “tenements houses” donde es imposible hacer averiguaciones” – Lo cual significa que se hicieron averiguaciones. Con agentes del gobierno español, posiblemente infiltrados. La lista contabiliza los cubanos ciudadanos españoles, los naturalizados americanos, los naturalizados franceses e ingleses. Las categorías de la lista son las siguientes: nombre, naturalidad, edad, estado, nación (color o no, según los términos de la época) profesión y llegada. Un tal documento no es completamente original. El mismo cónsul Uriarte se pasa todo el tiempo de la guerra estableciéndoles listas de sospechosos, de participantes a expediciones, para transmitirlas al plenipotenciario de Washington o a Madrid. Y obviamente es un documento que nos da casi más información sobre la vigilancia de los exiliados por los cónsules que sobre los exiliados ellos mismos. Sobra decir que la lista no tiene ni la más mínima exhaustividad, que se trata de una construcción del poder que revela su crispación colonial sobre el asunto de los cubanos de afuera y que revela también, digámoslo, cierta eficiencia.

Se notan tendencias obvias: las profesiones de servicio (cocinero, lavandera, cochero) son casi siempre el hecho de personas señaladas como “de color”, que de hecho son potenciales antiguos esclavos domésticos, que siguiendo sus amos y amas en el exilio, devienen de facto libres al llegar a tierra de abolición, como lo son EEUU pero también España peninsular. La excepción esclavista es Cuba, a pesar de ser parte de España. Las mujeres están mayoritariamente en “su casa” y se notan las dinámicas familias de los “clanes” criollos con dinero que se van en grupo, como los Angarica, una de las más grandes fortunas del exilio, que aparecen con 6 nombres entre 65 y 6 años en la lista de Uriarte y luego con una lavandera y un cocinero de apellido Uriarte, “de color”, y un albañil nacido en “Asia”, también de apellido Angarica. Las dinámicas de la esclavitud están más que presente. Nada tan sorprendente en la Cuba de entonces, ni tampoco en el New York de la Reconstrucción.

Más sorprendente a lo mejor será la presencia de dos personajes que son claramente atípicos dentro de esa lista de Uriarte. Pasando las páginas del libro, mi mirada se para en una profesión: a primera vista, parece que Juana de Mata, nacida en La Habana, de 30 años y anotada como “de color” es también cocinera de Francisco o Carlos de Mata, que figuran justo antes de ella. Pero mirando bien, resulta que la profesión de Juana es… cómica. ¡Cómica! ¿Cómica como comediante, como alguien que entretiene a sus antiguos amos, como artista independiente que actúa en teatros de Nueva York, a la manera del payaso “Chocolat” en el París de los años 1880? Hasta ahora no he encontrado detalles sobre ese sorprendente perfil. Lo que si he encontrado algunas páginas más lejos, es otra Juana, llamada Sánchez de Valdés, también casada, también de casi 30 años, considerada de color y cómica. A estas alturas no estoy en medidas de analizar esas supuestas excepciones: ¿dónde trabajaban las dos cómicas Juana? ¿En el entorno casero o hasta en los círculos del exilio separatista cubano, o tenían su propia vida artística fuera de ese ámbito?

Lo qué si se puede decir es que, en ese mundo del exilio de los años 1870, junto a la Junta Cubana dirigida y concurrida por gente muy rica, como Miguel de Aldama, o los hermanos Angarica, o por figuras intelectuales como Cirilo Villaverde, también gravitaban de alguna manera ese mundo de la domesticidad no blanca y, en una menor medida, del espectáculo. También eso nos demuestra que la vigilancia española lanzaba una red muy amplia, incluyendo en los potenciales agitadores a gente de extracción social muy diversa, mucho más diversa de lo que usualmente se considera para “El Exilio”. Aquí de nuevo, es la vigilancia y la preocupación española que nos habla más de la actitud del imperio para con el enemigo del exterior, que del exilio en sí.

Sin embargo, hay un nombre que no está en esa lista, y que a lo mejor se estarán preguntando por qué no ha sido mencionado aún. José Martí. En 1870, el joven Martí está en Cuba donde ha sido condenado a seis años de presidio político por un artículo que lo hace “infidente”. Será desterrado a España en vez de cumplir toda su pena en Cuba, pero no llega a EE.UU. antes de algunos años. En vez de revisitar la trayectoria de Martí, que siempre lo merece de un punto de vista de la investigación histórica, preferí en mi investigación abarcar este exilio “antes de Martí”: ¿quiénes son los actores de esa historia antes de la historia? ¿Por qué se iban, a donde y en qué circunstancias? Antes del anexionismo, muchos de los pocos exiliados de los años 1830 a 1860 son criollos reformistas, es decir que se van de Cuba por desacuerdo digamos flojo con la Corona. La discusión es sobre todo sobre la eventualidad de obtener de Madrid que les de derechos políticos además de ventajas económicas, y cuando ese diálogo no funciona, se van, en un movimiento que veces se asemeja más al viaje de conveniencia que al exilio político radical. El representante de esa generación que le da sus fechas de vida y su coherencia temática a mi trabajo es José Antonio Saco. Un criollo de Oriente nacido en el siglo XVIII, en 1797, en la época en que el imperio español todavía era continental, que es desterrado por el capitán General Miguel Tacón en 1834, por ser demasiado liberal y por tener mala influencia en los jóvenes de la Facultad de Filosofía donde daba clases. Aquí ven el pasaporte que lo envía obligado por la autoridad a Trinidad, para aislarle del mundo político, antes de negociar irse para Europa. Se pasa la vida entera, hasta su muerte en Barcelona en 1879, siendo el exiliado profesional. Su recorrido está modelizado en este esquema: Francia, España, Italia. Siempre está enfermo y nunca tiene dinero. Se dedica a escribir ensayos y libros sobre Cuba, viviendo de remesas de un rico amigo, Pepe Alfonso. Nunca reclama la independencia y menos todavía la abolición, pero sí el final de la trata, para evitar un segundo Haití.

La importancia de ese movimiento reformista como exilio europeo y americano me parce determinante para comprender la historia de la separación entre Cuba y España en toda su complejidad. Durante todo ese largo pantano del siglo XIX, entre 1830 y 1880, guerra de los Diez Años incluida, muchos de esos hombres son exiliados flojos, que se van sin tirar la puerta y quieren a veces autonomía sin separación, sintiéndose más cercanos a los Españoles que critican que a los esclavos y esclavas en búsqueda de liberación socio-racial.

José Ignacio Rodríguez es otro de esos “hombres-exilio”; se va de Cuba donde era parte de un grupo moderado de críticos al gobierno colonial y llega a Estado Unidos donde se especializa, como asesor jurídico, en ayudar a los cubanos naturalizados norte-americanos a recuperar sus bienes embargados como “infidentes”. Sus papeles son una mina para recorrer el mundo del exilio separatista a través de esas cartas e informes sobre cada caso de reclamación antes la Comisión hispanoamericana de recuperación de bienes en los 1870 y 1880. Para su trabajo, José Ignacio que también es traductor y de tendencia anexionista, hace viajes desde Washington, donde se instaló, hacia Nueva York donde está la mayoría de sus amigos y de su clientela. En sus papeles se encuentra una libreta personal, la de su viaje a Nueva York en 1876. Ahí indica direcciones, gente que ver, dinero que ha gastado y cosas que ha pensado. Esa fuente nos permite cartografiar su Nueva York del exilio, que es otro que el de la lista de Uriarte, porque cubre una población con más recursos, que puede pagarse los servicios del abogado y que tiene bienes que recuperar.

Esa diversidad de los desterrados es la apuesta que quise hacer al incluir en mi investigación tanto los exiliados como los desterrados. Tanto los que se van como lo que son expulsados. Que a veces hasta son los mismos, con varias experiencias en una misma vida. El episodio de los desterrados a Fernando Póo ilustra esa ambivalencia entre exilio y destierro. En 1869, 250 personas consideradas como peligrosos separatistas de Cuba son desterradas hacia la isla española de Fernando Póo en el golfo de Guinea. Tras una travesía larga y peligrosas en la cual ciertos mueren, en aquel islote hostil, los más ricos como el economista y hombre de negocios Miguel de Embil, pagan para poder escaparse. Dentro de ese barco que los lleva a Fernando Póo, está el fundador de la Caja de Ahorros de Cuba, Carlos del Castillo, pero también un joven negro libre de 14 años, José Valdés. Lo que significa esa diversidad es sobre todo que los españoles amplifican su red, para tratar de rebajar los pudientes al mismo estatus que los más marginales, según sus categorías.

Pero al final, como los ricos se escapan y lo más frágiles mueren, la línea de división socio-racial es efectiva en el exilio-destierro como en otros contextos. Lo que sí es seguro es que la diversidad del grupo de los “infidentes desterrados” es supuestamente borrada por el estatus de enemigo común que les atribuye el poder colonial.

Conclusión

En 1879, Cornelio Coppinger le escribe desde Cuba a su amigo José Ignacio Rodríguez diciéndole que ve a muchos compatriotas del exilio regresando, tras el final de la primera guerra, sin victoria. Le pregunta si también tendrá el placer de darle un abrazo pronto en la isla y le asegura que, con esta solución de statu quo, hay que tener paciencia y que seguramente, Cuba, al igual que Italia unificada, fara da se, es decir se hará sola, de por sí.

Esa renuncia autonomista al papel del exilio dice ni más ni menos que los de afuera no sirven para nada. Mejor regresar y tratar de conversar y construir con la Corona. Por supuesto, paralelamente a esta posición están los exilios guerreros y rebeldes de un Calixto García o de un Antonio Maceo que rechazan la falsa paz impuesta por España. Pero gran parte del exilio se resigna al terminar la guerra de los Diez Años. Abriéndole espacio a la nueva generación y su radicalidad político-racial: la de Martí.

La teleología nacionalista nos sugiere la imagen de un exilio federado, coherente, en fila detrás de Martí, cuya historia empieza en los años 1890. Antes de esa fase, que, por cierto, fue todo menos monolítica, como ya se sabe – hubo un largo siglo de historia imperial, durante el cual el exilio cubano se insertó en la historia más amplia de la crisis atlántica de las Españas. Ese exilio tardo mucho en ser independentista, por coyunturas históricas y sociales muy precisas de aquellos tiempos, que intento explicar en mi investigación. Y no se tenía que llegar al independentismo abolicionista; de hecho, el anexionismo, como el reformismo y el autonomismo, siguen con cierto auge en los sectores exiliados y en la isla después del final de la guerra en 1879. Se acuerdan que les dije con el primer ejemplo de este texto, el de la Junta Anexionista que a lo mejor algo significaba que la primera organización formal del exilio cubano fuera de la isla fuese anexionista ¿?

Lo que me sugiere mi investigación sobre ese mundo exiliado de los años centrales del siglo XIX es que el exilio complica la causa más que la apoya, y que es un tiempo y una política de la ambivalencia que crean esos exiliados y desterrados. No se trata de radicalidad política o mucho menos de “forjar la nación” desde afuera. Se trata más bien, en ese contexto preciso, de cultivar el compromis en su sentido francés, y no el compromiso español. Es decir, las concesiones, el diálogo sin decisión firme. Y esa cultura de la concesión política y social hace que ese exilio separatista cubano no contribuya directamente a crear nación, sino que contribuye paradójicamente (o no) a complicar el proyecto nacional y seguir dialogando con la metrópolis. A veces de manera muy ambigua.

No se trata de desmoronar el exilio solo por hacerlo. Sino de tratar de entender que fue el lugar del matiz político hasta llegar a la cobardía. Para ciertos medios y perfiles. Sin generalizar, por supuesto.  

A lo mejor el único papel valioso del exilio que estudié es poder mirar las cosas a distancia para valorarlas con más precisión. En este caso reconocer los vínculos estrechos entre Cuba y España, más allá del conflicto abierto. En su libro La fiesta vigilada, Antonio José Ponte se refiere a Guy de Maupassant que se subía a la Torre Eiffel para no ver lo que él consideraba como su fealdad. Y el mismo Ponte dice, refiriéndose esta vez a su caso: “Dentro de Cuba, no veía a Cuba”. A lo mejor los exiliados y desterrados de este período entre dos aguas que les acabo de presentar, veían mejor a Cuba en toda su complejidad por estar afuera. Y a veces afuera y adentro a la vez, en un ida y vuelta concreto o metafórico que acaba siendo creo, la mejor definición del exilio.

 

 


  • Romy Sánchez.
  • Investigadora del Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS, por sus siglas en francés) en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales, en París.
  • Trabaja en el centro de estudios “Mundos Americanos”.
  • Su tesis sobre los exilios políticos cubanos separatistas del siglo XIX, defendida en la Sorbona, está prevista para ser publicada en 2025 en francés.
  • También es co-autora del libro Exilios entre los dos mundos. Migraciones y espacios políticos atlánticos en el siglo XIX.
  • Es miembro del Centro Internacional de Investigación sobre Esclavitudes (CIRESC) y del Institut Convergences Migrations, en el Collège de France.
  • Su nuevo proyecto de investigación se titula “Oponerse a las emancipaciones en el Gran Caribe del siglo XIX”.
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