Por Elías Amor Bravo
Pretender culpar a la crisis de Venezuela y la eventual ruptura de los envíos de petróleo con la llegada de un nuevo “período especial o de un período especial de nuevo tipo” es no querer ver la dura realidad que asiste a la economía cubana y no centrar la responsabilidad de los problemas en quién realmente la tiene.
Por Elías Amor Bravo
Pretender culpar a la crisis de Venezuela y la eventual ruptura de los envíos de petróleo con la llegada de un nuevo “período especial o de un período especial de nuevo tipo” es no querer ver la dura realidad que asiste a la economía cubana y no centrar la responsabilidad de los problemas en quién realmente la tiene.
La conclusión es firme. Si se analiza la evolución a corto plazo de la economía cubana con los escasos indicadores disponibles, se observa que la actual situación de recesión, que amenaza con agravarse y que las autoridades atribuyen a la falta de suministros de petróleo de Venezuela, responde a un deficiente diseño y ejecución de política económica por parte de las autoridades.
El principal problema de la economía en Cuba es su débil crecimiento a medio y largo plazo. Entre 2000 y 2016 mientras que América Latina en su conjunto registraba un crecimiento promedio del PIB del 3,4%, la economía cubana, controlada por el Estado a través de la planificación central, sin derechos de propiedad privada y mercado para asignar recursos, lo hizo a un 2,5%, casi 1 punto menos de promedio anual.
Dicho de otro modo, el principal problema de la economía es que no crece lo que se necesita para superar su atraso estructural. Y aquí viene la atribución de responsabilidad: unos afirman que es debido al bloqueo, otros a las dificultades en los suministros de petróleo, los menos a la lentitud de los cambios. El problema principal es interno ya que no se toman las decisiones correctas y la política económica es muy deficiente.
En relación al suministro de petróleo, es evidente que el sistema político cubano depende de estas importaciones, si se presta atención a las estadísticas disponibles y que se publican en los anuarios de la Oficina Nacional de Estadísticas. En 2006 la participación del petróleo en el conjunto de las importaciones de Cuba alcanzaba un 24%. Ese año el crecimiento del PIB alcanzó un 12%. Al año siguiente el PIB registró un 7,3%. El porcentaje de las importaciones de petróleo empezó a aumentar a partir de entonces hasta alcanzar un 46,9% en 2012, cuando la tasa de crecimiento del PIB era apenas del 2,8% y continuó descendiendo a partir de entonces, hasta quedar situado en el 41% en 2015 con un crecimiento de la economía del 4,4%. No se dispone de datos posteriores, pero es de suponer que haya continuado descendiendo.
El contraste entre estos datos (el porcentaje de las importaciones de petróleo procedentes de Venezuela y el crecimiento económico) arroja curiosamente un bajo coeficiente de correlación, un -0,34 y además de signo negativo, lo que indica una asociación inversa. En la tabla 1 se presentan los datos disponibles. Los problemas de un eventual período especial no están en la falta de suministro de petróleo procedente de Venezuela o Rusia, sino en la deficiente política económica del régimen y sus continuos fracasos.
¿Qué habría que hacer?
La respuesta es muy sencilla, cualquier economista la conoce. Lo primero que deben lograr las autoridades responsables de la economía es la sostenibilidad de las cuentas públicas. El balón de oxígeno conseguido gracias a las condonaciones de deuda del Club de París y otros países apenas ha servido para corregir los problemas de fondo. El nivel de endeudamiento externo e interno ha vuelto a aumentar convirtiéndose en un freno estructural al crecimiento económico.
Como consecuencia de un endeudamiento fuera de control, las autoridades se ven en la obligación de intervenir los pagos para controlar la liquidez, las empresas extranjeras tienen dificultades para repatriar sus beneficios a las casas matrices y las empresas estatales cubanas se pierden en el marasmo de los impagos, agravado por la persistencia de la doble moneda en circulación. A resultas de todo ello la credibilidad de la economía se resiente y se mantiene a niveles muy bajos.
No hay confianza en los mercados internacionales para prestar dinero a Cuba, para invertir en la tristemente célebre cartera de proyectos, y como consecuencia, el gobierno no puede liberar recursos financieros para aumentar la inversión productiva en infraestructuras, el gasto social o reducir la presión asfixiante sobre los ciudadanos y las empresas. Esa es la consecuencia más grave de la deficiente política económica que implementan las autoridades, el empobrecimiento real de los cubanos, el hundimiento del modelo de servicios educativos y sanitarios gratuitos y de alimentos subvencionados, sin que la economía de mercado adquiera las dimensiones que necesita para dinamizar el crecimiento económico.
Los ajustes en los gastos, sobre todo sociales, como los anunciados por el ministro Cabrisas en plena recesión de la economía (los últimos datos anuncian que este primer trimestre de 2017 ha sido mucho peor que el último semestre de 2016), no contribuyen a reducir el déficit público, que se vuelve a disparar como consecuencia de las gratuidades y la necesidad de sostener a las empresas estatales ineficientes, sin que se produzca la necesaria consolidación fiscal que permitiría llevar a término las reformas estructurales en profundidad que exige la economía.
El aumento del déficit público, mientras la economía profundiza su recesión, impide, igualmente, la corrección de los desequilibrios internos y externos, lo que no permite alcanzar una senda de crecimiento estable, generando más déficit ni obtener la confianza de los inversores. El acceso de Cuba, en tales condiciones, a los mercados financieros de capitales internacionales es altamente improbable. Para obtener petróleo necesita que Venezuela o Rusia acepten operaciones de trueque que ya no se recuerdan en la economía mundial porque pertenecen al ámbito y trayectoria de lo que fue en su día el extinto CAME, organismo que agrupaba a los países sometidos al dominio soviético.
Las autoridades cubanas están convencidas de que el mundo actual sigue funcionando con esos mismos esquemas y patrones y a ello se deben sus continuos errores. No es capaz de obtener recursos económicos en los mercados de capitales porque sus equilibrios interno y externo lo impiden. Sin credibilidad y confianza no hay fondos. Puede haber alguna condonación parcial de deudas, pero eso como se ha podido comprobar es pan para hoy y hambre para mañana. Los gestores de la política económica en Cuba la mantienen dentro de un círculo vicioso provocado por un diseño e implementación inadecuada de la misma, en este caso los actuales “Lineamientos”, y ese empecinamiento ideológico en defender lo que simplemente no funciona causa cierta sorpresa entre los observadores y analistas de la economía cubana. Muchos se preguntan hasta cuándo aguantarán así.
Si no se estabiliza el déficit y la deuda, y se sanean las finanzas públicas, la situación de la economía no mejorará. De nada sirve que los suministros petroleros aumenten permitiendo obtener ingresos de la reventa de derivados a los países del Caribe. Esa no es la política económica que necesita Cuba sino otra bien distinta que pasa por aceptar que el modelo imperante en los últimos 58 años ha sido un fracaso y que procede el retorno inmediato de la isla a la economía de mercado con derechos de propiedad.
Si desde 1959 fue relativamente fácil confiscar, sin compensaciones, los activos privados existentes en el país y destruir los vínculos económicos y comerciales que la geopolítica de Cuba había consolidado a lo largo de su existencia, ahora toca desandar lo andado y devolver el poder económico y de decisión a los cubanos, privatizando los activos de la economía y reduciendo de forma sistemática el peso paquidérmico del Estado intervencionista y planificador. No hay otro camino para superar el atraso y evitar el advenimiento de un período especial de nuevo tipo.
El mundo entero está a la espera de estos cambios que podrían otorgar la credibilidad mínima que necesita la economía cubana para su inserción en el mundo. Los empresarios e inversores internacionales están cansados de tener que compartir sus proyectos con un socio que se auto adjudica la “acción de oro” como condición para la concesión de los negocios, pero que además de mostrar una baja implicación en la operativa de las actividades, hace muy poco por facilitar las condiciones financieras y la viabilidad de las mismas.
De lo expuesto se puede concluir que si mañana Venezuela dejara de enviar petróleo a Cuba, los problemas serán graves, pero no como consecuencia de tal actuación por parte de Venezuela, sino que sería directa responsabilidad de los responsables de la economía cubana que no se han preocupado por atender sus problemas de solvencia y credibilidad.
Dicho de otro modo, si Cuba pudiera acceder a los mercados de capitales como cualquier otro país del mundo de sus mismas dimensiones, en el caso que Venezuela dejase de enviar petróleo, lo sustituiría de forma inmediata por otro proveedor, a unos precios competitivos. Incluso, en el mejor de los escenarios posibles, esa Cuba con solvencia y credibilidad internacional que ya existió antes de 1959 con un peso equiparado en valor real al dólar de EE.UU., no confiaría a un solo suministrador sus necesidades de petróleo, sino que avanzaría en la diversificación de mercados, al tiempo que, en línea con lo que hacen otros países, apoyaría la inversión privada en proyectos de energías alternativas que redujeran la dependencia del petróleo.
Nada de eso se hace, ni se hará con este sistema, pero los cubanos deben saber que eso es posible con otro modelo económico distinto al que plantean los llamados “Lineamientos”.
Por eso queremos que cambie, y que lo haga cuanto antes.
Elías M. Amor Bravo.
Analista cubano y especialista en formación profesional y empresarial.
Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales.
Máster en gestión pública directiva.
Director de la Fundación Servicio Valenciano de Empleo.
Director general de formación y cualificación profesional.
Miembro del Consejo Académico del Centro de Estudios Convivencia.
Reside en Valencia. España.