Colombia y Cuba: Altibajos de Una Compleja Relación

Durante el diálogo de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y el Ejército de Liberación Nacional. Foto tomadas de Internet.

El estudio de las relaciones entre Colombia y Cuba podría remontarse a la época colonial, en la que se realizaron pedidos de Cuba y Puerto Rico para que el libertador Simón Bolívar hiciera parte de sus movimientos independentistas, entendiéndose como naciones caribeñas y no españolas. Sin embargo, el propósito del presente artículo es reflexionar sobre los altibajos en las relaciones contemporáneas entre los dos países, prestando especial atención al rol de Cuba en las negociaciones que ha desarrollado Colombia con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y las tensiones recientes generadas por su mediación en los diálogos con el Ejército de Liberación Nacional (ELN).

Se parte así de dos realidades, la primera corresponde a la alineación de la política exterior de Colombia a sus relaciones con EE.UU., y la segunda realidad hace referencia a la manera en la que Cuba se relaciona con la región y el mundo a partir de la revolución de 1959. Precisamente autores como Pearson y Rochester (2003), afirman en sus estudios sobre los atributos nacionales que condicionan las relaciones internacionales de los países, que los factores gubernamentales como la naturaleza del sistema político, permiten que hayan relaciones de mayor o menor intensidad, y de la misma forma delimitan la probabilidad de la escalada de conflictos entre estos.

Colombia y su alineación a la estrella del norte

En este contexto, debe abordarse la primera de las realidades citadas. La mayoría de los estudios sobre la historia de la política exterior colombiana, parten de la pérdida de Panamá a inicios del siglo XX, hecho en el que estuvo inmiscuido Estados Unidos alentando la independencia del Istmo, y generando una tensión con Colombia que no duraría mucho, pues en 1914 en el contexto de la firma del tratado Urrutia-Thompson[1], Marco Fidel Suárez, quien ejercía las funciones de Canciller para el gobierno de José Vicente Concha, expuso la doctrina que marcaría la política exterior del país: Réspice Polum – mirar al Polo o a la estrella polar-.

Como lo resume Juan Tokatlian, la estrecha relación de Colombia con Estados Unidos, y ese alineamiento a quien suponía una figura de poder en el sistema internacional, y una oportunidad para el país de insertarse en aquel escenario, quedó reducida a una relación de subordinación que representa ceguera, estrabismo o miopía para el citado autor.

La entrada al siglo XX fue dramática y traumática para el país. La pérdida en 1903 de Panamá, alentada por Estados Unidos, llevó a la nación a la introversión, al tiempo que condujo a que la élite se impusiera una política exterior raquítica. Con una mezcla de pragmatismo y aprensión la clase dirigente racionalizó la dependencia frente a Washington a través de la llamada Doctrina Suárez. El excanciller y ex presidente Marco Fidel Suárez acuñó el lema del Réspice Polum -mirar hacia la estrella del Norte; hacia EE.UU.- porque “el norte de nuestra política exterior debe estar allá, en esa poderosa nación, que más que ninguna otra ejerce atracción respecto de los pueblos de América”. Se trataba de establecer una relación estrecha, instintiva y familiar con EE.UU. Para Colombia el vínculo con Estados Unidos constituía una “relación especial”. Como lo inverso nunca ocurrió ni ocurriría, lo que prevaleció fue una subordinación consentida de Bogotá a Washington (Tokatlian, 2000, pp. 35-36).

Adicional a ello, el contexto posterior de la Guerra Fría y la lucha contra el comunismo llevó a estrechar, aún más, la relación entre los dos países, teniendo en cuenta no solo lo que sucedía a nivel mundial, sino que, a nivel continental, con la Revolución Cubana de 1959, se marcaba lo que representaba una amenaza para Estados Unidos en lo que se configuraba como su “patio trasero”. Sumado a ello, Colombia presenciaba la génesis de las guerrillas de izquierda inspiradas por este hecho, y la influencia de la ideología soviética y china en América Latina.

Posteriormente, con la profundización del problema de las drogas ilícitas, la relación entre EE.UU. y Colombia tuvo otro condicionante, que en una época llevó al distanciamiento durante el gobierno de Ernesto Samper[2], pero que posterior a ello fue la puerta de entrada para la injerencia de la “estrella del norte” en los asuntos internos del país, en algo que Arlene Tickner (2007) denominó intervención por invitación.

Tickner expone que durante los gobiernos de Andrés Pastrana y Álvaro Uribe Vélez se dio un proceso de internacionalización del conflicto armado interno que dio paso al “Plan Colombia” como una herramienta de lucha contrainsurgente y antidrogas, en el que EE.UU. suministra anualmente los recursos financieros e incluso logísticos para tal fin, a cambio de cumplimiento de parámetros específicos, como, por ejemplo, la disminución de la cantidad de hectáreas sembradas con cultivos ilícitos.

Subsiguientemente, en el gobierno de Juan Manuel Santos, si bien no hubo un alejamiento de Estados Unidos, el país sí logró sentar las bases para la diversificación de sus relaciones, entre las que se mejoraron las regionales, especialmente aquellas sostenidas con los gobiernos de izquierda de la región como las de Venezuela, Ecuador, y por supuesto, Cuba, asunto que se profundizará más adelante.

En la actualidad, el gobierno de Iván Duque ha retornado a los principios rectores del gobierno Uribe, en especial en el deseo de establecer una relación más íntima con EE.UU., pero definitivamente la respuesta del gobierno Trump, deja en entredicho qué tan especial es Colombia para la actual administración norteamericana[3], recordando lo que advertía Tokatlian sobre la subordinación de la política exterior del país.

Las relaciones internacionales de la Revolución

La revolución en Cuba, bien conocida por los lectores de esta revista, le dio un vuelco al país y a todo el hemisferio, profundizando las tensiones del mundo bipolar, y obligando a los otros países a matricularse en alguno de los dos extremos.

Sin lugar a duda, ello condicionó las relaciones de la Isla no solo con las naciones de la región, sino con Estados Unidos, por supuesto, y con el mundo entero. Como se recordaba con Pearson y Rochester (2003) o Turzi (2017), respecto a los planteamientos de la teoría liberal de las Relaciones Internacionales, los regímenes políticos que guardan ciertas similitudes sostienen con mayor facilidad sus relaciones, y adicionalmente desestiman la posibilidad de conflicto porque viéndolo también desde una perspectiva económica, estarían atacando a un posible proveedor o comprador. Por ello, es deducible que las relaciones de Cuba se acerquen a regímenes socialistas que comparten sus valores y su visión política y económica.

Empero, con la caída de la Unión Soviética y más recientemente con los problemas de los regímenes de la región, y los resultados propios que generan un malestar general dentro y fuera de la Isla con respecto al manejo del gobierno cubano, se hace imperativo generar nuevas formas de insertarse en un escenario internacional, entendiendo que en un mundo cada vez más globalizado e interdependiente el aislacionismo no es una opción.

De hecho, nunca lo ha sido. Cuba lo ha sabido y ha sido defendida la cooperación sur-sur[4] y su política exterior se ha establecido de tal modo que se intenta lograr exportar el modelo revolucionario en un contexto donde el hegemón y su principal opositor es su vecino, pero que a través del estrechamiento de lazos con países con diversas potencialidades como Venezuela (en sus mejores años), China y Rusia, se establecen como lazos estratégicos para el soft balancing[5].

Los principios de la política exterior cubana o la “diplomacia Revolucionaria”5, entre ellos el antimperialismo, la autodeterminación, la solidaridad y la justicia internacional, contrastan con un enfoque realista centrado en la supervivencia del régimen en términos de poder y desarrollo en un sistema internacional no anárquico, sino dominado por la potencia hegemónica, EE.UU., presente tan solo a 90 millas de la costa cubana (Gratius, 2019).

Esa dimensión pragmática de la conducción de los asuntos exteriores cubanos comprende también el acercamiento a gobiernos que, si bien no se alinean ideológicamente, ofrecen una oportunidad para estabilizar las relaciones regionales. Así, una imagen internacional como negociadores y conciliadores hace parte de ese poder blando usado para el soft balancing, y para establecer una imagen más favorable, aún más cuando su principal aliado regional, Venezuela, afronta una crisis económica, política y social, que llevan a cuestionar una vez más la funcionalidad de los principios socialistas.

Cuba y Colombia: ¿hay puntos de convergencia?

Se hizo necesaria esta breve contextualización del manejo de la política exterior de estos dos países para entender los distanciamientos y puntos de convergencia entre ellos.

Como es predecible, el acercamiento de Colombia con EE.UU., y la doctrina Réspice Polum, marcó las relaciones de Colombia con Cuba una vez se instauró el régimen comunista en la Isla. A pesar de que Colombia se había hecho parte del movimiento de los No Alineados como fruto de la Conferencia de Bandung de 1955, donde los países participantes pactaron no alinearse a ningún bloque, ni conformar uno tercero en medio de la Guerra Fría, la subordinación del país suramericano a la estrella del norte lo llevó a tomar partido, y a seguir la máxima que indica que “el amigo de mi amigo es mi amigo, y el enemigo de mi amigo es mi enemigo”.

De esta manera, bajo la presidencia de Alberto Lleras Camargo en 1961 se rompieron relaciones entre Colombia y Cuba. Estas no serían retomadas hasta 1975 bajo la presidencia del liberal[6] Alfonso López Michelsen, pero ello no duraría mucho, pues en 1981 volvieron a romperse dados los entrenamientos que el gobierno cubano estaba auspiciando para la guerrilla del M-19.

Después, en 1991 con un cambio en el contexto internacional por la caída de la Unión Soviética, se reestablecen las relaciones bilaterales, entendiendo que Cuba ya no representaba un gran peligro para el fortalecimiento de las guerrillas nacionales. No obstante, el relacionamiento del régimen no solo con el M-19 sino con las FARC y el ELN ha supuesto un punto de quiebre, pero también un punto de convergencia.

A diferencia de Cuba, Colombia cambia de gobernante cada cuatro años, y la política exterior responde a las prioridades de cada gobernante, influyendo, definitivamente, la posición ideológica de los jefes del Ejecutivo. Así, cuando han estado en la cabeza presidentes como Álvaro Uribe Vélez con una clara tendencia de derecha, las relaciones de sus principales enemigos, los insurgentes, con regímenes vecinos, convierten a esos países en sus contrapartes. De esta forma, los lazos entre guerrillas de izquierda y el régimen cubano se convierten en punto de quiebre.

Entonces, ¿cuándo han sido estas relaciones puntos de convergencia? Cuando a la cabeza hay un gobierno que impulsa el diálogo para la salida al conflicto armado interno colombiano, y se requiere del apoyo de la comunidad internacional para generar medidas de confianza de manera que las contrapartes se sienten en la mesa de negociaciones y se mantengan allí. Así, las FARC y ahora el ELN, encuentran en el régimen cubano un enclave de apoyo en el que pueden confiar, teniendo en cuenta el pasado de las interacciones con los diferentes gobiernos colombianos que han intentado sostener negociaciones con ellos.

A su vez, el gobierno de Santos, confiando en la seriedad de Cuba como Estado, permitió y agradeció las facilidades concedidas para el propósito culminado en el 2016, que fue el “Acuerdo de Paz” con las FARC. Ahora, Cuba tratando de desarrollar el mismo rol con el ELN, no se ha encontrado con el mismo panorama durante el actual gobierno.

Duque, como bien es sabido, ha sido apoyado por Uribe Vélez, y ha conservado, en términos generales, la misma tendencia de derecha, lo que ha implicado un cambio de perspectiva del manejo del conflicto, la ejecución de lo acordado con las FARC y las negociaciones con el ELN. Una vez más, ha vuelto a insertarse en la retórica oficial la etiqueta de terroristas que califican a estas guerrillas, también por los actos perpetrados recientemente que no dan lugar a otra categorización, y que alejan la posibilidad de diálogo, y fraccionan las relaciones con Cuba, específicamente.

Santos había iniciado las negociaciones con el ELN en territorio ecuatoriano, pero el asesinato de tres periodistas de la nación hermana en la frontera, a manos del ELN, propició que Lenin Moreno retirara la disponibilidad de su territorio para continuar con las negociaciones. Así, una vez más Cuba se ofreció como facilitador para instaurar las mesas, y una vez llegó el gobierno de Duque se dio un período de evaluación para establecer la viabilidad de esta mesa bajo la conducción del nuevo gobierno.

Al respecto, el ELN indujo claramente la respuesta al perpetrar un acto calificado como terrorista, “en un acto de barbarie, esa guerrilla detonó un carro bomba en la sede de la Escuela de Policía General Santander y acabó con la vida de 22 jóvenes que apenas iniciaban su carrera al servicio de la patria” (Semana, 2019). Ello llevó al levantamiento de la mesa, y, más adelante el reagrupamiento de las FARC como guerrilla en cabeza de Iván Márquez, quien anunció el establecimiento de lazos con el ELN, condujo al gobierno Duque a exigir al gobierno cubano la extradición de los cabecillas del ELN que se encontraban en su suelo debido a las citadas negociaciones.

Esto, sin lugar a duda, puso en una encrucijada diplomática a los dos gobiernos, pues por un lado se amenazó con calificar a Cuba como un país patrocinador del terrorismo, lista negra en la que estuvieron por 50 años, y, por otro lado, pone en aprietos al régimen cubano que quiere ceñirse a los protocolos de la mesa de negociación que no permiten la extradición, pues básicamente es la medida de confianza básica que exigen los guerrilleros para trasladarse a otro territorio.

En los estudios de acuerdos de paz, Vicent Fisas es uno de los teóricos de mayor trayectoria, que incluso propone un manual, paso a paso, de lo que debe y no debe hacerse en la terminación negociada de un conflicto. Así, establece una serie de etapas, y una de las iniciales es la de pre-negociación, donde se establecen estas medidas de confianza y seguridad para la movilización de las partes, y también se evalúa la intención real que se tiene de negociar. Así, un acto como el cometido por el ELN en la Escuela de Policía permite ver claramente cuál es su verdadera intención, pero ello no facilita a Cuba la toma de una decisión, pues claramente su imagen como facilitador se vería afectada, así como los lazos que lo unen a actores estatales y no estatales que guardan similitudes dogmáticas con el régimen.

Conclusiones

Podría decirse que la vida internacional de Colombia ha estado marcada por la subordinación a EE.UU. y por asuntos domésticos como el conflicto armado y la personalización de su política exterior, que gobierno tras gobierno cambia su proyección exterior de acuerdo con las características y las prioridades del mandatario de turno.

Ese alineamiento con EE.UU. ha marcado también quiénes son los amigos y los enemigos del país, y, a eso se suma que la dinámica propia del conflicto y las relaciones internacionales establecidas por las guerrillas permiten confirmar con cuál país deben estrecharse relaciones y con cuál no, y ello ha explicado las relaciones fluctuantes entre Colombia y Cuba.

La revolución comunista ha establecido a su vez cuáles son los países que soportan y acompañan al régimen caribeño, y por supuesto ante un país como Colombia que ha priorizado en su agenda internacional la relación con los estadounidenses, y que carga el lastre de un conflicto de más de seis décadas debido a unos grupos que esbozan el mismo modelo ideológico que el del gobierno cubano, la posición es por demás débil.

El país sabe que ni un diálogo ni la salida armada han sido determinantes por sí solos a la hora de ponerle fin al conflicto. De hecho, a manera personal se cree que incluso pueden y deberían ser estrategias complementarias, y en ese sentido las facilidades brindadas por Cuba para que Colombia finiquite uno de los capítulos más largos y dolorosos de su historia es deseable.

Sin embargo, un asunto es la facilitación de una negociación y otra es la connivencia con un grupo armado ilegal que ha demostrado en más de siete intentos de negociación que su intención real no es la salida negociada. Se entiende la inclinación por cumplir con unos protocolos previamente establecidos, pero los actos de barbarie cometidos por el ELN deberían condenarse con contundencia.

La polarización ideológica que viven Cuba y Colombia, y en términos generales América Latina, hace que se formen bloques y que entre sí se califiquen como buenos o malos, o como terroristas, y que ello forme parte del establecimiento o rompimiento de las relaciones entre los países. Sin embargo, mientras esta dinámica sigue su curso, continua la pérdida de vidas, los colombianos siguen perdiendo la esperanza de vivir en paz, y los cubanos siguen perdiendo la esperanza de tener un gobierno genuinamente democrático que destierre todas estas dudas sobre su patrocinio a grupos que, por más que se alineen ideológicamente con el gobierno, reciben el trato correspondiente de acuerdo con sus actos.

Por ahora se sabe, que mientras los rasgos gubernamentales sigan siendo disímiles entre los dos países, las relaciones se mantendrán en constante tensión y solo el tiempo indicará si habrá una nueva oportunidad de dialogar desde la confianza y los valores democráticos que deberían ser la base del hermanamiento latinoamericano.

Referencias

  • Cavelier, A. (1996). Descertificado el Gobierno de Samper. Obtenido de http://www1.udel.edu/leipzig/texts2/tia01037.htm`
  • Gratius, S. (Junio de 2019). Claves de la política exterior de Cuba: presente y futuro de una revolución subsidiada. Obtenido de CIDOB: https://www.cidob.org/articulos/anuario_internacional_cidob/2019/claves_de_la_politica_exterior_de_cuba_presente_y_futuro_de_una_revolucion_subsidiada
  • Pearson, F., & Rochester, M. (2003). Relaciones Internacionales, situación global en el siglo XXI. Bogotá : Mc Graw Hill.
  • Semana. (11 de Septiembre de 2019). ¿Qué hay detrás de la advertencia del gobierno a Cuba? Obtenido de semana.com/nacion/articulo/que-hay-detras-de-la-advertencia-del-gobierno-a-cuba/631506
  • Semana. (30 de Marzo de 2019). Duque y Trump: con esos amigos…. Obtenido de https://www.semana.com/nacion/articulo/es-un-buen-tipo-trump-habla-sobre-duque-en-cuanto-a-su-falta-de-accion-en-drogas/607458
  • Tickner, A. (2007). Intervención por invitación Claves de la política exterior colombiana. Colombia Internacional(65), 90-111.
  • Tokatlián, J. (2000). La mirada de la política exterior de Colombia ante un nuevo milenio: ¿ceguera, miopía o estrabismo? Colombia Internacional(48), 35-43.
  • Turzi, M. (2017). Todo lo que necesitas saber sobre el (des) orden internacional. Bogotá: Paidós.
  • [1] Tratado que establecía las condiciones de navegación y acceso de Colombia al Canal de Panamá, y en el que se estableció una indemnización de 25 millones de dólares.
  • [2] En 1996 Estados Unidos descertificó al país debido a la relación del presidente Ernesto Samper Pizano con los cárteles de la droga, quienes presuntamente financiaron su campaña y que fue conocido al interior del país como el proceso 8.000. El gobierno de Bill Clinton indicó que, de cumplirse ciertas exigencias como el restablecimiento de las extradiciones, y la disminución de la corrupción en el Ejecutivo, volverían a certificar al país (Cavelier, 1996).
  • [3] Cabe recordar las palabras de Trump tras la primera reunión con Duque en la que afirmó que era un “buen muchacho” pero que no ha sido efectiva su labor con el tema de las drogas, las cuales estaban saliendo con mayor asiduidad que antes de su gobierno (Semana, 2019).
  • [4] La cooperación sur – sur plantea relaciones horizontales entre países que poseen el mismo nivel de desarrollo, intercambiando buenas experiencias, información y recursos técnicos para alcanzar un mejor nivel de desarrollo socioeconómico.
  • [5] Hacer frente a un país fuerte a través de instrumentos del poder blando (Gratius, 2019).
  • [6] Miembro del partido Liberal colombiano cuyos estatutos indican una gama de tendencias de izquierda.

  • Mónica Flórez Cáceres (Bogotá, 1988).
  • Profesional en Relaciones Internacionales y Estudios Políticos.
  • Máster en Acción Política por la Universidad Francisco de Vitoria de Madrid, España.
  • Actualmente trabaja como profesora universitaria de “Teoría del Estado”, “Política Exterior” y “Negociación y resolución de conflictos”.

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