Por Maikel Iglesias Rodríguez
La vida y la muerte, son dos cofrecillos cerrados,
cada uno de los cuales contiene la llave del otro.
Karen Blixen
Un ciego necesita ayuda para cruzar la calle, máxime si este transita por una dirección que le es desconocida en parte, pero una vez que ha conseguido hacerlo, su dignidad humana, le exige de inmediato, continuar sus pasos bajo la guía indispensable de su propia conciencia; es preciso que durante su marcha, aprenda a valorar con lucidez real, cuánto significa para su progreso que el bastón de su autoestima se mantenga en un estado óptimo; de ahí que muchas fábricas, conscientes de su enorme responsabilidad social, destinen una parte de sus presupuestos a expandir el destino de los sueños cómplices, a favorecer los intereses y necesidades comunes, por eso es tan remarcable que distintas personas en el mundo, dediquen sus talentos al antiguo oficio de crear y reparar bastones. Sin embargo, debe prevalecer la garantía ética de que ningún cayado de oro, ni un báculo ortodoxo de marfil, ni una muleta computarizada, sean más importantes que esos individuos a quienes auxilian.
Los líderes auténticos, ayudan a la gente a rebasar las zonas más embotelladas de la vía pública, asisten a los pueblos en la ardua caminata de la evolución, llena de encrucijadas y no exenta de varios callejones sin salida; mas es la gente y son los pueblos quienes deben andar por sí mismos. Los gobiernos eficaces en dinamizar el desarrollo armónico de las naciones que encauzan, aquellos que priorizan dentro de sus agendas específicas el bien común, sin que se menoscaben los valores de justicia, libertad y fraternidad, socorren en sus ejercicios las aspiraciones vivas de la humanidad, mientras los ciudadanos atraviesan con sus voluntades íntimas el vado tan profundo de las épocas que habitan Todo esto ha de hacerse posible, gracias a una buena gestión y no a la sugestión. Es indigno y funesto tratar a los humanos como si fueran seres invidentes que cruzan avenidas infinitas.
Las tribus más exitosas de la historia, han sido aquellas que han logrado conectar sus ideales por razón de algo mucho más trascendente que un grupo sanguíneo o los valores atómicos de una supuesta raza; en cada uno de los territorios donde un hombre prosperó junto a sus clanes, se ha puesto en evidencia la misma moraleja, un principio esencial compartido por todos: es más saludable crecer juntos, donde el clima propugna el respeto a las diversidades. El libre tributo de los seres humanos a la tierra que comparten, es el abono preciado que la tornará más fértil. El árbol de la libertad, confiere a los que buscan la concordia entre todas sus ramas, una sombra traslúcida y dichosa. Es mejor que cada quien contemple el horizonte con sus propios ojos y aprenda a cosechar los frutos que maduran con el riego de sus manos inherentes.
Hay en el alma de los seres vivos, un imán portentoso que los aproxima, según su orientación, a las cosas sublimes, o los hace tomar peculiares distancias de las mismas; es tal la potencia que genera este dinamo interno que puede consumir las energías de los cuerpos o acaso empujar a las formas matéricas hacia el abismo repugnante de las causas banales. El arte de aprender a remagnetizarlo de manera independiente, nutriendo las esencias con el alimento nuevo e incorruptible que es la miel del espíritu, es la misión más especial de los seres humanos. Es cierto, que una tutela precisa, es un suplemento básico en la dieta necesaria para conseguir nuestras realizaciones personales; ningún discípulo, por muy adelantado que vaya en su senda, rebasa montañas sin la luz auspiciosa de esa estrella, que un gurú verdadero le enseña a contemplar desde su fuero íntimo. No obstante esa experiencia meridiana de las civilizaciones, cada quien en la escalada de las altas cumbres, debe probar por sí mismo la fidelidad de aquellos mapas que le facilitan los decanos alpinistas de la vida.
El honor de un cacique, no debería inflarse, a expensas de mantener en apnea a su comunidad aborigen; el cazabe original posee la magia de nutrir a la memoria con el digno acervo de todos los ácimos. Devasta el aliento de los hombres y mujeres libres, la especulación acerba de sus dignidades. Acarrea nocivas cruzadas, decapitar los egos de los miembros de una tribu para alimentar currículos de los chamanes. La dignidad no es algo que pudiera regatearse en una bolsa de valores, ni mucho menos estafarla en un banco privado. El ascenso es una búsqueda constante que adquiere su sentido pleno, mediante la inversión que cada quien emprende con su gama de recursos naturales. Un alto voluntario en los caminos, la resonancia magnética de la mirada interior y la higiene mental deliberada de los sueños, regeneran los signos vitales. La vida duele más incluso que la muerte, y es bueno que así sea para que la valoremos más.
Muchas veces, hay que detenerse, una vez que concebimos la visión del punto en el que nuestra fatiga, necesita un aire nuevo e inspirador, de otro modo es improbable comprender si estamos avanzando o en verdad retrocedemos. Donde algunos distinguen, solo el blanco y el negro, otros son capaces de apreciar un arcoíris.
Maikel Iglesias Rodríguez (Pinar del Río, 1980).
Poeta, articulista, médico y fotógrafo.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.