PALABRAS EN LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE DIMAS CASTELLANOS.
MADRID, 11 DE MAYO DE 2018
La generación y sistematización de pensamiento y propuestas para Cuba, sea sobre su pasado lejano o reciente, sea sobre su presente para diagnosticar mejor el estado de la Nación y sus instituciones, sea sobre su futuro para ayuda a refundar, bebiendo de la savia de los fundadores, como Varela y Martí, puede ser la clave para comprender y recomponer el complejo ajiaco del ethos cubano, único itinerario auténtico, coherente y plural para que Cuba pueda ser una nueva República incluyente, democrática, próspera y feliz.
Esa creación de pensamiento, esa concepción en el sentido de la fecundación de vida nueva, es una labor paciente, multidimensional, orgánica y mancomunada, en la que se irán acumulando, decantando y consensuando visiones y programa sectoriales y diversos, plurales y concomitantes que, sabiamente articulados en una visión holística, podrán aportar al debate público y al diálogo nacional un proyecto de Nación concebido entre todos.
Dimas Castellanos Martí y este libro que aparentemente dedica a una revolución fracasada pero que es, en realidad, un profético aviso sobre las claves para el éxito de las transformaciones que vienen en Cuba, y toda la valiosa obra del autor como historiador, como analista político del presente, es también un fecundo postulador de ideas y, aún más, uno de los contribuyentes a una renovada filosofía ecléctica y siempre perfectible. Dimas es hoy, dentro de Cuba, uno de esos tejedores silenciosos, perseverantes, sistemáticos y competentes, que van dedicando la mejor de sus vidas a una forma de liberación y reconstrucción de la Nación cubana que no suena pero fluye, que no se exhibe pero crece, que parece no ser importante según los parámetros de este mundo, pero es de las obras que ara, siembra y cultiva, no en el mar de la nada, sino en ese sembradío de valores que va forjando lentamente la virtud… y siempre viene a la mente aquel aforismo del Presbítero Félix Varela, padre de nuestra cultura, piedra angular que la historia nos ha validado con sobradas experiencias: “No hay Patria, sin virtud”. De ahí deduzco con mucha convicción que pensadores como Dimas Castellanos son verdaderos hacedores de Patria. Y eso es mucho decir.
El libro lleva un título impactante que puede suscitar varias preguntas: “La revolución fracasada”. Sugiero algunas para motivar a la lectura de esta interesante tesis: ¿Qué es una revolución? ¿Pueden las revoluciones violentas ser verdaderamente exitosas? ¿Tienen que ser violentas todas las revoluciones? La experiencia de las antiguas revoluciones violentas, ¿no han conducido a la conciencia universal a preferir las revoluciones pacíficas? ¿Habrá contradicción en los términos: revolución pacífica o transformación pacífica? ¿Cuál es el verdadero fracaso de las revoluciones y cuál el verdadero triunfo de las transformaciones?
Verdaderamente este libro inspira para continuar hacia una reflexión de la filosofía de la historia de los cambios ocurridos y necesarios en Cuba y en el mundo. Su propio contenido actual abre las pistas para este enfoque. Dimas Castellanos, que nos honra siendo miembro fundador del Consejo Académico del Centro de Estudios Convivencia (www.centroconvivencia.org), nos presenta una visión de Cuba comenzando por lo que considera “una necesidad insoslayable”, el restablecimiento de la sociedad civil. En efecto, comenzar un libro sobre un fracaso identificando ya, desde el primer capítulo, la causa y el remedio del descalabro es exorcizar la obra de ese mal espíritu que pulula en estos tiempos por la Isla del Caribe: la queja infértil. Escarbar hasta encontrar la raíz del mal y descubrir la cura del quebranto es ya el aporte fundamental de este estudio.
Pero continúa el autor desbrozando algunas ramas de la decadencia: la agricultura, especialmente la industria azucarera, santo y seña que fuera de nuestro País; la corrupción, pesado lastre del pasado que pudiera ser considerada la pandemia del presente y el mayor peligro para el porvenir de Cuba después del cambio; el problema de la vivienda como necesidad primordial para crear un hábitat en el que pueda garantizarse la dignidad y los derechos del ciudadano y de su familia.
Y, siendo fiel al inicio que apuntaba al remedio, Dimas culmina su libro presentando un “nuevo escenario”. En realidad son varios que se interrelacionan como en esos teatros modernos en que el proscenio gira sobre un eje fijo para presentar varias aristas del meollo de la trama. Veamos el recorrido y los presupuestos de los nuevos escenarios:
El primero de todos: El protagonismo de los cubanos (Cuba cambiará en la medida que los cubanos cambiemos). El segundo: Cuba cambiará si los cubanos aprendemos a ser y ejercer como ciudadanos. (El nuevo escenario y la ausencia del ciudadano). El tercero: la sociedad cubana debe pasar de ser masa a ser pueblo. Y el cuarto: Todo esto requiere de una profunda y sistemática educación ética y cívica.
De una relectura sosegada se pueden deducir algunas consideraciones que pudieran servir de luces para indicar la ruta de un nuevo libro y, aún mas, para el camino de las verdaderas y profundas transformaciones en Cuba. Son, quizá, el primer intento de respuestas a aquellas preguntas que me hacía y les compartía al inicio de esta presentación:
¿Qué es una revolución? Una revolución no es una actualización, ni tímidas reformas, ni zigzagueos como les llama indistintamente el autor. Una revolución, no es un concepto ni el intento de una conceptualización, es un movimiento telúrico, un cambio de paradigmas, antecedido y precedido de un lento y profundo cambio de mentalidades y la integración o inculturación de nuevos ingredientes para lo que Fernando Ortiz llamó “el ajiaco” de nuestra cultura.
¿Pueden las revoluciones violentas ser verdaderamente exitosas? Depende de los tiempos en que sean evaluadas. La historia, madre y maestra, nos enseña que puede ser que en el corto plazo parezcan un triunfo porque ocurrió el primer síntoma que hemos narrado: el movimiento telúrico de la sociedad. Me gustaría encontrar estudios serios que analicen esas mismas revoluciones en el mediano y largo plazo. Parece como si los viejos fantasmas se escondieran en los intersticios del terremoto y esperan agazapados que la hecatombe pase y luego, sin ruido y sin pausa, asoman recurrentes sus viejas y decadentes cabezas múltiples quizá más deformadas que antes porque sobrevivieron a otro desastre. Y los que combatieron el autoritarismo se sienten con el derecho de ser autoritarios, y los que deseaban un país sin represión ni violencia sienten que para preservar la revolución hay que regresar a los métodos violentos, los que deseaban liberar las fuerzas productivas las centralizan y encadenan al carro del Estado. Los que creían protagonizar el famoso “salto cualitativo” en las relaciones de producción porque decretaron que se habían acumulado ya los cuantitativos, dan el salto hacia atrás, hacia una nueva dictadura, tan vieja como las anteriores que llamaron del proletariado y más recientemente “del siglo XXI”. No estoy pensando solo en las revoluciones del siglo XIX al XXI, este mismo análisis se le pudiera quizá aplicar a la más famosa de todas: la revolución francesa: para salir de la monarquía absoluta llegaron al emperador Napoleón. El trayecto en el fondo es el mismo y lo pudiéramos resumir en estas dos claves: La violencia siempre engendra violencia si los cambios no optan libremente por romper la cadena del odio y la venganza. Y el segundo: Los fantasmas del autoritarismo, los totalitarismos de ambos signos y los populismos, no salen de las piedras de las revoluciones, es decir, de sus acontecimientos, surgen de la conciencia y el espíritu humanos, es decir, de esa tendencia de la egolatría y los complejos de inferioridad-superioridad que la zona caída de la naturaleza humana, esa parte dañada del alma que anida agazapada en todos nosotros y que se recicla, regurgita y vomita con violencia y asco cuando nos vence otra y otra vez la perenne tentación de “querer ser como dioses” (Gen. 3,5) y la rebeldía que esa ambición desmesurada provoca el fracasar una y otra vez en “aquel primer asalto al cielo” que fue la confusión del lenguaje, los materiales y los fines de aquella “torre de Babel” (Gen.11,3-8) y que hoy y siempre ha sido la sociedad humana cuando la soberbia de llegar más alto y más fuerte ha sustituido a la profundidad de los cimientos y al entendimiento entre los diferentes. Las noticias de todos los días nos aseveran que no se trata de un antiguo relato bíblico, ni de una visión confesional de la historia, la realidad es que desde los tiempos del poema simbólico del Génesis hasta nuestros días, es el mismo hombre y mujer, la misma naturaleza humana y sus mismas tentaciones, soberbias y recaídas.
¿Estaríamos, por tanto, condenados a la suerte de Sísifo y su famosa piedra? Creo que no. La humanidad ha avanzado hacia una maduración de la conciencia personal y comunitaria, no digo individual y colectiva que son conceptos del ancien regime. Y tengo la profunda convicción de que no avanzamos hacia el desastre apocalíptico anunciado por esos regímenes, estos fracasos solo ocurrirán mientras no haya la verdadera y única revolución que ha sido y sería exitosa; la de la libertad, la justicia, el perdón, la magnanimidad, la reconciliación y el amor.
De aquí se puede deducir que las revoluciones, mientras más verdaderas y humanistas, menos violentas y más pacificas. La experiencia de las antiguas revoluciones violentas, ¿no han conducido a la conciencia universal a preferir las revoluciones pacíficas? El cambio de paradigmas en el que estamos inmersos va desandando la antigua dialéctica de la contradicción en los términos: ¿Revolución pacífica? Sí, sería posible, es posible, ha sido posible cuando los que inspiran y lideran, los que protagonizan y viven esas revoluciones han tenido la voluntad política y la limpieza de alma para desterrar la violencia, desechar conscientemente el odio, romper la cadena de la venganza.
Entonces, ¿cuál es el verdadero fracaso de las revoluciones y cuál el verdadero triunfo de las transformaciones?
El verdadero y único fracaso de las llamadas revoluciones es haber invertido la escala de valores que salvaguardan la dignidad de la persona humana y la convivencia pacífica y fraterna de la sociedad. Han fracasado porque han puesto la ideología, la política, la economía y el poder por encima de la persona humana y no los han puesto a su servicio. Esa es la raíz de todo fracaso en la historia de la humanidad.
Por tanto, la clave y garantía del triunfo de las transformaciones sociales, humanistas y duraderas, han sido las mismas que Dimas Castellanos ha reseñado en este libro:
Las primacía de la persona humana, “el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre” y la mujer.
El desarrollo de la sociedad civil libre, responsable y emprendedora, verdadero motor del progreso económico y nuevo nombre de la democracia moderna.
La necesidad impostergable y permanente de un sistema de educación ética y cívica en la familia, a todos los niveles de enseñanza y en los Medios de Comunicación Social para sanar el daño antropológico que han causado esas revoluciones triunfantes a primera vista, pero decadentes y fracasadas a mediano y largo plazo, especialmente los dos extremos que han sido los totalitarismos del siglo XX.
En esta encrucijada que vive Cuba, atravesando el “Mar Rojo” entre una generación antigua y una nueva, estas claves pudieran y debieran servir para inspirar a los que poco a poco irán asumiendo su ciudadanía libre y participativa, a una sociedad civil que se teja siguiendo estas puntadas y otras igualmente valiosas y humanistas. Y también los que designados hoy por un pequeño grupo o elegidos democráticamente mañana.
Los que vivimos en Cuba y los estudiosos y amantes de nuestra Isla en el “otro pulmón” de la única Nación cubana que es nuestra Diáspora, sabemos que en nuestra realidad del aquí y ahora, podemos ver claramente que clarean ya las primeras luces de esa transformación pacífica y fraterna en la que la dialógica prime sobre la dialéctica necesaria pero que no excluyente de su hermana gemela, de esa otra cara principal de la moneda de la convivencia que es lo que san Agustín desde el siglo IV llamó “amistad cívica”.
Medardo Vitier, quizá nuestro mayor filósofo del siglo XX, llama “minorías guiadoras” a estos hombres y mujeres que “velan mientras amanece” y son capaces de “ver las señales en la noche”. Dimas es uno de esos centinelas y este libro una de esas señales luminosas para que los que duermen despierten, y para que en los que velamos, crezca esa esperanza que no defrauda porque adelanta el día, mientras ofrecen voluntad y talento, pensamiento y acción, inteligencia y corazón, de cara a “ese sol del mundo moral” que anhelaba Luz y Caballero y que queremos que alumbre en el nuevo día a la Nación cubana.
Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y “Patmos” 2017.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007. Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006. Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director. Reside en Pinar del Río.