Cine – Vértigo

Después del 32 Festival de Cine Latinoamericano de La Habana.
Por Henry Constantín
“…el único castigo al pecado original es el bostezo”
Guillermo Cabrera Infante ¿o Caín?
(Revista Carteles, 2 de diciembre de 1956, 54 años exactos antes de que empezara este Festival)
Cartel promocional del filme.

Cartel promocional del filme.
Con discursos politizadísimos, y casi feroces, contra el estatismo y su hija predilecta, la burocracia, abrió y cerró el 32 Festival de Cine Latinoamericano de La Habana su presidente honorífico, Alfredo Guevara, una de nuestras pocas ancianidades célebres que realmente parece desear un cambio en Cuba, aunque lo pide salpicando Fidelidades, antiimperialismos, y diatribas contra cosas accesorias, como llamaría el poeta Francisco Umbral a lo que criticaban muchos intelectuales y artistas españoles cuidadosos de cuestionar directamente a Franco.
En la inauguración del Festival, Guevara recordó que “esta Revolución se impone ahora desestatizar la Sociedad Cubana, liberarla del espíritu burocrático-estatal que todo lo corrompe”. Por supuesto, el discursante no olvidó los estribillos cuya sola mención impide que ese cambio sea útil y real: Nos revolucionaremos en orden, (…) facilitando la participación de todos, (…) y rechazando de entrada a los que pretendan empujarnos de nuevo hacia los dos nefastos abismos: la neocolonia ya vivida y la brutalidad capitalista (…). No comprendo eso de facilitar la participación de todos y a la vez rechazar de entrada a una parte de ese todo, además del hecho de que, por más que busco información, no encuentro los nombres de quienes desean hacernos neocolonia de Estados Unidos –suponiendo que lo hayamos sido- ni mucho menos los que piden un régimen de capitalismo brutal en Cuba –téngase en cuenta que tampoco conozco cubanos residentes en Europa o América del Norte que piensen que lo de allá es capitalismo brutal. Lo admito, estoy desinformado: leo muy poco el Granma y el Juventud Rebelde.
Pero hablemos de cine, que me vigilan.
Las mejores sorpresas del Festival fueron los largometrajes de ficción cubanos. (En documental casi todo lo impactante ya se había visto en la última Muestra de Jóvenes Realizadores; los dos últimos cortos de Eduardo del Llano –Aché y Pravda– no lograron saltar la altísima barrera de sus anteriores Monte Rouge y Brainstorm; y si José Martí: el ojo del canario no se hubiera estrenado tantas veces, el Festival habría tenido en él su revelación). Algo positivo sí le sucedió a la cinematografía nacional: conjuró el peligro de continuar la misma inmensa comedia de período especial, en la que cada filme, sea cual sea su director, parece otro capítulo de la misma serie. Esta vez el tono dominante fue el dramático.
Gerardo Chijona, antaño campeón de esas comedias sobre nuestros nacionales sufrimientos a las que tanto desafecto le he cobrado, se irguió ahora, memorablemente, con una historia de adolescentes freakies que huyen desde sus pueblos hasta el mundo rockero de La Habana, por distintos motivos, y terminan chocando con el letal universo del SIDA. Una película entretenida, que evade afortunadamente el melodrama pero se arriesga a escudriñar demasiados temas al mismo tiempo sin que al final ninguno, ni siquiera el del SIDA, logre la suficiente fuerza. No obstante, la originalidad de la historia, la fotografía de Pérez Ureta que buscaba tonos de periodo especial y los encontró, su muy bien actuada frescura juvenil y la presencia útil y fugaz de figuras como Luis Alberto García y Albertico Pujol, uno, repugnante padre incestuoso, otro, divertido fetichista de carretera, convierten este filme en el más equilibrado de cuantos Cuba mostró en el Festival.
Lester Hamlet se llevó el Premio de la Popularidad con Casa vieja, premio que solo puedo explicarme si confundo gritadera, rostros serios y llorosos para todo, y los gastadísimos temas del hijo exiliado y homosexual, regularmente interpretado, por cierto, con excepcionalidad dramatúrgica. En ciertos momentos la historia tuvo asomos de alto vuelo y actualidad, pero los dejó evaporarse en medio de conflictos que recuerdan demasiado los del Video de familia de Humberto Padrón –el hijo exiliado y homosexual, rechazado por el padre de ínfulas revolucionarias, solo que ahora el padre, por suerte, ha muerto, y el hijo regresa para el velorio. ¿Será Casa vieja continuación de Video…? De sus muchos méritos opacados por el trillado desenlace, vale destacar la actuación de Adria Santana, la fotografía y el tono general del filme, que más que una historia personal parecía el conflicto de toda la isla; lástima que al final la culpa de todo la tuviera la homosexualidad del protagonista, y eso hace que, obvio, la identificación con el público sea abismalmente menor. Por cierto, ¡qué obsesión la de los cubanos con velorios de ancianos despóticos, y con gente violenta, amargada o exiliada!
P.S. del párrafo anterior: hace poco, una entrevistadora de Lester Hamlet reprodujo este comentario suyo en el Juventud Rebelde: “En algún momento escuché que en las películas norteamericanas los directores tenían como obligación sacar un plano donde estuviera presente su bandera. Y yo me dije que nosotros deberíamos hacer lo mismo, como una necesidad de marcar nuestra identidad.” Pero este redactor piensa: Marcarnos es hacer el intento de alejar a los otros, de decirles que somos y tendremos eternas e inútiles diferencias. ¿No es mejor decirles a los demás que puede que seamos distintos, pero lo que realmente nos interesa es tener y hacer cosas en común? De todas formas, las identidades no se marcan con símbolos, se sienten.
Esteban Insausti dirigió Larga distancia, con un reparto que en parte calcó de su mediometraje en Tres veces dos: Zulema Clares y Alexis Díaz de Villegas, actores que siempre están mirando con demasiada profundidad. El diseño artístico de la película es refinado y absoluto, especialmente en cuanto a decorado y ambientación de interiores; los planos son atrevidos, dinámicos; y actúan muy bien los personajes jóvenes -Coralia Veloz aparece a ratos pero prodigiosamente. A esta película le pasa lo mismo que al cine cubano que no se enfrasca en la comedia burlona de la realidad social: se empantana en lo del exilio: luego, su tema, y el modo en que lo asume –que muy poco se distingue del de otros filmes- ya ha sido comentado bastante. Así que a otra cosa.
Un largometraje que prometía ser muy erótico y divertido y del que recordamos lo divertido, fue Afinidades. Dirigido bien por Perugorría y Vladimir Cruz, y con un guioncito de este último –que asesoraron por gusto Senel Paz y Aurelio Alonso- solo causó impresión por el dúo de directores-protagonistas y la picante promoción. Perdón, me equivoco: y por la fenomenal fotografía, que no evadió el fácil paisajismo, de Luis Najmías Jr., un joven que va dejando una estela de calidad visual por donde pasa –La Edad de la Peseta y Omertà. Además, la actriz española Cuca Escribano, que vaciló en incorporarse al proyecto pero lo hizo porque le “daba morbo trabajar con El Pichi (Perugorría) y Vladimir” (cito de la conferencia de prensa) lo hizo muy, muy bien. El filme provocó muchas pero entrecortadas sonrisas en el, laboralmente en remojo, público cubano, por sus alusiones directas a la ola de despidos con que nuestro país está saludando el próximo Congreso del Partido.
Kathryn Bigelow, la primera mujer en ganar un Oscar a la Mejor Dirección, vino con el guionista de The hurt locker, la cinta premiada. Ella, distante todo el tiempo, evitó las mil preguntas que le hicieron sobre la Guerra de Irak, limitándose con fría diplomacia a dejar claros los hechos: que su filme no buscaba aprobar ni condenar la presencia militar norteamericana en ese país, pero tampoco examinar la situación de los irakíes, que sin embargo las productoras estadounidenses se negaron a financiar el proyecto -por suerte encontró dinero en otro lugar-, que claro está no recibió ninguna censura en su patria, ni vigilancia ni persecución, aunque mostraba la guerra en toda su crudeza… En el público quedaron frustradas las inquietas voces de quienes querían hacerla repetir algunas de las consignas antinorteamericanas de la prensa oficial.
Siempre queda más que decir. A Fernando Pérez se le oyó decir que …el ojo del canario fue hecho por encargo ¡español! y que no se sentía capaz de filmar el resto de la vida de Martí, porque es demasiado compleja; Argentina y Chile amontonaron, de nuevo, ficción y documentales traumatizados por sus respectivas dictaduras de hace más de veinte años, lo que nos deja pensando en el futuro del audiovisual cubano; la Sección de Intereses de Estados Unidos en Cuba hacía su inesperado aporte al Festival en medio de los consabidos denuestos de alguna prensa estatal; Molina`s Ferozz logró ser admitida en competencia de Ópera Prima y tuvo muchísimo público; la raquítica Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano celebró un aniversario lleno de invitados especiales, con un García Márquez cada vez más anciano, más reacio a los autógrafos y rodeado sonrientemente de tantos funcionarios oficiales que casi no se le distinguía; y el 10 de diciembre, a la misma hora que unos pocos cubanos celebraban entre empujones y gritería el Día Internacional de los Derechos Humanos, en los cines capitalinos se exhibían entretenidos filmes latinoamericanos y franceses.
¿Mejor filme exhibido en el Festival? Entre The Hurt Locker y la danesa Submarino. Y como la primera ya era cosa vista, pues la novedad fue el filme de Thomas Vinterberg, que parece recuperarse de anteriores fracasos. (Vinterberg fundó con Lars von Trier el movimiento Dogma 95, que abjuraba de las maneras de filmar tradicionales. Hoy, una vez alcanzados éxito y fama, como buenos revolucionarios ambos directores han regresado a los mismos vilipendiados y exitosos modos tradicionales). Submarino es un drama –que en cierto instante corre el riesgo de melodramatizarse- sobre situaciones normales en medio de una sociedad que, de tanto progreso, pareciera no tener motivos para sufrir. Y lo peor de esas situaciones normales es que se dan en todas partes. Pero lo más terrible, lo desesperanzante, es que de esa familia disfuncional emergerán personas, y familias, también disfuncionales. La frialdad danesa con que suena el adjetivo disfuncional nos oculta lo doloroso: si no se habla de la madre alcohólica, agresiva y cruel, y los niños privados de la feliz infancia, abandonados y convertidos en adultos casi inútiles que además de un poco de dinero de la madre muerta reciben en herencia, uno sus raptos violentos, otro su tendencia adictiva. Submarino es de una tristeza feroz, infinita, una exclamación de dolor contra la más cruel de las debilidades humanas: la que afecta a nuestros hijos.
Puesto que empecé con una cita del tremendo cinéfilo Cabrera Infante, terminaré igual. Y como también cité –merced a Guevara- el “esperanzador” proceso de cambios que se avecina sobre Cuba, terminaré igual, pero con Caín hablando de cine: “Esa sensación de estar arriba en la cima y sentirse atraído por el fondo del abismo, de querer hundirse en la sima y sentir aterrados que los deseos van a realizarse de manera inminente, ese viaje del espacio por el tiempo y la exacta sensación de que el fondo sube hasta nosotros al tiempo que nosotros bajamos hasta el fondo, curiosamente, se llama «vértigo»”. (Noviembre de 1959).
Bajamos hasta el fondo, por ahora.
Scroll al inicio